Guy Rozat Dupeyron*

Resumen: En este artículo el autor intenta resumir su concepción de la historia de la Conquista de México. Retomando la historiografía clásica de los especialistas y la doxa nacionalista muestra cómo se inventa un relato que tiene poca verosimilitud. La fábula construida por los conquistadores-testigos como Cortés o los conquistadores-evangelizadores, tiene por objetivo legitimar la posesión del Anáhuac en manos hispanas. Ese relato originario será retomado y pulido durante siglos hasta su recuperación por la ideología nacional mestiza mexicana.

Palabras clave: Conquista, racismo, etnocidio, historia nacional, verosimilitud.

Abstract: In this article the author tries to summarize his conception of the history of the conquest of Mexico. Returning to the classic historiography of the specialists and the nationalist doxa, he shows how this story is invented that has little verisimilitude. The fable constructed by the conqueror-witnesses such as Cortés, or the conqueror-evangelizers, aims to legitimize the possession of the Anahuac in Hispanic hands. This primal story will be recovered and polished for centuries of interpretation until its recovery by the Mexican national mestizo ideology.

Keywords: Conquest, racism, ethnocide, national history, verisimilitude.

Postulado: 30.04.2020

Aprobado: 19.05.2020

¿El relato
de la
Conquista
de México como discurso colonial?

The Story of the Conquest of Mexico
as a Colonial Discourse

el relato de la Conquista de México tiene un estatuto ambiguo en este país. Si bien el imaginario dramático construido sobre las representaciones de esa violencia originaria es omnipresente en la conciencia de la mayoría de los mexicanos, por otro lado, de manera algo sorpresiva, muy contados son los historiadores nacionales que se dedican realmente, es decir de manera rigurosa, a estudiarla. Parecería, otra vez, como si un evento tan bien sabido como la conquista ya no necesitara repensarse. Así, si los historiadores se olvidan de ella, el mundo antropológico, incluso el gremio de los etnohistoriadores, como el de los arqueólogos, se regodean rearmando sin cesar la antigua glosa nacionalista dominante desde hace décadas.

Esta ambigüedad entre los campos de investigación de unos y otros se nota claramente, por ejemplo, en el hecho de que en la Historia general de México, publicada por El Colegio de México, una de las cunas de la inteligencia nacional, en su versión 2000, el relato de la Conquista de México prácticamente desapareció. No es, supongo, por error, que estas cohortes de brillantes historiadores se olvidaron de un hecho tan trascendental como pudiera ser La Conquista. Es más bien, creo, porque esa conquista, y por lo tanto su relato, se había vuelto ya algo indecible. Sencillamente ya no supieron cómo contárnosla.1

Al contrario, vemos cómo desde otros cielos, España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos de América, o incluso Japón, la tradición de escritura de la Conquista de México se sigue desarrollando sin problemas (Añón, 2016; Graulich, 1994; Restall, xxx; Thomas, 2015; Towsend, 2015). Incluso podemos observar cómo aparecen petulantes investigadores, o pretendidos investigadores, que se atreven sin pudor a dar lecciones de historia a los propios mexicanos sobre este evento.

La primera conclusión de esta proliferación extranjera es que, si bien los historiadores mexicanos deciden silenciar ese momento mayor de su historia nacional, no hay que extrañarse de que muy rápidamente la mundialización de la cultura venga a llenar ese vacío informativo. La Conquista de México, ya desde hace mucho tiempo, no pertenece sólo a México y a los mexicanos.

Visto desde el pueblo mexicano, tales eventos dramáticos inauguran una dolorosa epopeya nacional, pero vista desde otros cielos, esa conquista es más bien, y, ante todo, parte de una gran y triunfal historia mundial: el relato de la primera mundialización bajo la batuta terrible de los occidentales. Por eso un infante francés, inglés o alemán, por poco que le guste la historia, sabe más, o cree saber más de Cortés o de Moctezuma que un joven escolar mexicano escaldado por una enseñanza retorcida y, por lo tanto, poco atractiva de estos eventos.

No podemos impedir que los autores extranjeros escriban sus “obras”. Pero los historiadores mexicanos sí deberían ser capaces de oponer con contundencia a aquellos discursos ambiguos, e incluso a veces totalmente caricaturescos, rayando de plano en el racismo, una reflexión historiográfica que tome en cuenta las necesidades del país México. Porque no debemos olvidar que generalmente todo relato de historia nacional, lo queramos o no, está en la base de la identidad nacional. Y creo que muchos de los problemas actuales en México, y particularmente la violencia social, como lo es ese racismo que se pretende inexistente oficialmente, tienen muchas de sus raíces en una identidad histórica torcida.

Historia nacional y cohesión nacional

Podemos ver, por ejemplo, cómo en los siglos xix y xx los países europeos occidentales desarrollaron un discurso histórico nacional fuerte, coherente en el cual los infantes eran formateados. Todos se identificaban firmemente con la patria, y las guerras múltiples y sangrientas que asolaron a Europa muestran con sus millones de muertos, la fuerza de estos sentimientos de identidad.

Por ejemplo, la historia jacobina francesa no es sólo de uso local, sino que es inseparable de su posición en el mundo como gran potencia industrial y comercial. Es cierto, me van a decir, que esto permitió crímenes inmundos de los ejércitos de estos países en África o en Asia: Francia en la región del Níger, la Bélgica de Leopoldo en el Congo, las matanzas alemanas en Namibia, ingleses en todas partes, etcétera. Sólo quiero aquí recordar la fuerza del sentimiento nacional construido alrededor de un mito histórico nacional sin fallas.

¿Y México en todo esto?

México en la segunda mitad del siglo xx empieza a quejarse de sus achaques identitarios. La sep y los políticos nacionalistas se quejan de la pérdida de identidad de los mexicanos. Se multiplican los honores a la bandera, a los héroes nacionales. Pero hoy las guardias de honor para conmemorar a los héroes de la Independencia, como lo podemos ver en una ciudad como Xalapa, en fechas recientes, movilizan poco el interés popular. Son sólo rituales en los cuales participan algunos burócratas o escolares obligados a asistir. Alrededor el mundo sigue su curso. Pasan los coches y los paseantes indiferentes.

Así, intentar pensar o repensar la Conquista abre un nuevo campo y se vuelve una nueva práctica intelectual, una reflexión historiográfica. Lo que quiere decir que debemos pensar cómo se constituyó ese relato incapaz hoy de sostenerse y de oponerse a los disparates de ciertas interpretaciones históricas extranjeras o nacionales.

El núcleo duro nacionalista

El primer punto de esta reflexión que les propongo podría ser el análisis crítico de la doxa mexicana sobre estos eventos. Supongo que casi todos ustedes han leído o escuchado a sus maestros hablar de La visión de los vencidos. Esta antología elaborada por el profesor Miguel León Portilla hace casi setenta años pretendió, a través de un tru tru textual, haber encontrado la “versión indígena de la conquista” aunque fuese escondida en las entrañas de las crónicas españolas de los siglos xvi y xvii. Antes de ir más lejos se debe decir que ese librito se ha publicado en todas las lenguas y en México ha tenido decenas de ediciones, sin contar las múltiples copias y ediciones piratas.

En resumen ¿qué nos dicen esos supuestos indios sacados del olvido historiográfico por este emérito profesor? Que los indios mexicanos, azuzados por extraños presagios, prodigios y rancias profecías, fueron incapaces de oponerse al puño de guerreros cristianos invasores. Fueron rápidamente vencidos, tanto más que su jefe natural, el tlatoani Motecuhzoma, había tenido a bien entregar su imperio a Cortés, el jefe invasor.

Y ya que tenemos a la mano a los indios, ahora veamos a los españoles. Aquí utilizaremos a la otra fuente fundamental de la historia nacional mexicana, las Cartas de relación de Hernán Cortés (2002). Muchos investigadores fascinados por la aventura guerrera cortesiana se han olvidado de pensar la naturaleza misma de este testimonio. El relato de Cortés es la base de todas las narraciones posteriores sobre la conquista. Es la voz autorizada que va a guiar a todos los cronistas posteriores. Consagrado como estratega y genio militar, extraordinario político, bla bla bla y bla bla bla, Cortés tiene todos los dotes del gran conquistador y, por lo tanto, se le considera también como un autor verdadero. Cortés enuncia la verdad de la Conquista.

Es cierto que algunos emiten pequeñas dudas sobre la legitimidad de su toma de poder, como cuando intenta cortar su relación de dependencia con su compadre Velázquez, pero en general no se pone en duda la lógica de su relato de los eventos. Pero creo que podemos adentrarnos un instante en su relato, particularmente cuando nos explica con lujo de detalle cómo Motecuhzoma realizó en su persona la donación de su imperio.

Más que una crítica a los textos de Cortés, lo que nos interesa es indagar en el cómo y por qué dice tal o cual cosa. Es evidente que en la medida que se pone en obra como autor de los hechos y autor del relato de los hechos, iba a ser recibido como un discurso fundador de verdad. La Verdad, con V mayúscula. Algo tan complejo y tan controvertido. ¿Puede decir verdades Cortés?, ¿nos dice verdades Cortés?

Podemos notar exageraciones y claras mentiras o invenciones, como por ejemplo cuando al describir Cholula escribe: “Yo conté desde una mezquita 430 y tantas torres en la dichosa ciudad y todas son de mezquitas” (p. 56); o como cuando cuenta que en sus encuentros bélicos vence —milagrosamente— a ejércitos de miles de hombres sin tener casi bajas en su pequeña armada. Pero estas mentiritas son peccata minuta, veremos cosas más significativas de su “método” de construcción de la verdad.

La carta “del cabildo de Veracruz”, llamada hoy también primera carta-relación, se considera como el sustituto de la primera carta-relación de Cortés, hoy perdida. Empieza y termina con una crítica a Velázquez. Pero sobre todo, el texto insiste sobre la ejemplaridad, la magnitud y el peligro de la empresa.

(Una hazaña épica inaudita)

[...] comenzaron a conquistar la tierra donde hacía hechos hazañosos y acometía y emprendía cosas inauditas, en donde según juicios humanos no era creído que ninguno de ellos pudiese escapar, como adelante aparecerá (Cortés, 2002: 4).

Desde esas primeras líneas el documento también sitúa la acción dentro del movimiento de la epopeya de expansión de los castellanos:

(La autosuficiencia cristiano occidental:

criminales tranquilos)

[...] y como es costumbre en estas islas que en nombre de nuestras majestades están pobladas de españoles de ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles para servir de ellos (Cortés, 2002: 7).

Esa simple frase contiene en resumen toda la dinámica de esta expansión a costa de las poblaciones americanas. Pueden escribir esto con toda tranquilidad, las Casas todavía no se ha vuelto “Protector de indios”, y “ya sigue siendo costumbre de ir por indios”. Indios que no son de nadie porque aún no tienen nombre ni dueños españoles y, por lo tanto, pueden ser arrancados de sus tierras para servir a estos españoles. Todo, evidentemente, cubierto por el manto elástico y aséptico de la posesión de éstos por sus majestades católicas —donación papal— y su innegable celo cristiano.

Pero con estas tres palabras “ir por indios”, se invisibiliza la violencia de estas colectas: pueblos atacados y generalmente quemados, hombres y mujeres capturadas, muertos que se defendieron, mujeres violadas, niños exterminados, etcétera, todo lo que hace el nudo de la violencia guerrera en esta época. Sin olvidar la difusión de enfermedades, el hambre por destrucción de cosechas y de los campesinos, y demás. Vemos aquí, en conclusión, en estas tres pequeñas palabras, “ir por indios”, la autosuficiencia y el totalitarismo de la presencia occidental en América. Los castellanos no han pisado aún “el continente” pero ya está escrito, afirmado con toda tranquilidad, el destino de todos los pueblos americanos, simples masas indiferenciadas de indios destinadas a servir a los nuevos amos.

Pero sigamos a nuestros “amantes” de los indios... digo amantes siguiendo las recientes explicaciones del amor de Cortés por estos indios que viene a rescatar de las garras del demonio. Siguiendo las sesudas explicaciones de un Duverger (2013) y de otros “investigadores” nacionales, el genial Cortés antes de llegar al Anáhuac ya tiene un también genial proyecto de mestizaje. Y probablemente por eso juntará alrededor de su persona un gran número de mujeres indias para “fecundarlas” y empezar a poner a existir ese famoso pueblo mestizo con el cual sueña (Rozat y Pantoja, 2015).

Pero en realidad los indios de Cozumel, ellos, desconfiaron. No sabían, evidentemente, que estaba por llegar el verdadero benefactor que les estaba llevando la salvación, y por lo tanto se retiraron al interior de sus tierras, ya escaldados por los primeros encuentros con los cristianos. Al desembarcar los castellanos sólo pudieron dialogar con 3 indios medio perdidos “que se tomaron en una canoa en la mar, que se pasaban a la isla de Yucatán” (p. 13).

Pero por ellos se enteran que todos se fueron al monte por temor, ya que no sabían las muy buenas intenciones de los recién llegados. Después de esa breve descripción en la carta de relación, se inserta la cantaleta que aparecerá a cada instante en los relatos de los contactos con los indígenas. Éstos les dicen por medio de un intérprete que:

(El fraternal programa católico)

no iban a hacer mal ni daño alguno, sino para les amonestar y atraer para que viniese en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fuesen vasallos de nuestra majestad y les sirviesen y obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente de estas partes” (Cortés, 2002: 13).

Así de simple, no hay otro destino para los indios que servir a los españoles.

Y, evidentemente, esta perorata simplista tiene por efecto inmediato, según este documento, que esos tres indios perdieran “mucha parte del temor que tenían” y, aparentemente iluminados y convencidos, los indios aceptaran llevar dicho mensaje tan esperanzador a sus caciques.

Pero realmente nadie regresa en el tiempo acordado. Hubo probablemente alguna falla en la comunicación. Cortés decide ir a buscar a los indios y manda, él, el “amante de los indios”, a dos grupos de 100 hombres, armados, para llevarles de nuevo la “buena nueva”. Pero ¡cuidado!, aclara el texto, estos soldados tienen órdenes de comportarse bien, que: “ni les hiciesen mal alguno en sus personas ni casa ni hacienda”.

Pero éstos regresan sin haber hecho contacto, todos los pueblos con que se toparon estaban desiertos y sólo pudieron sorprender a 10-12 personas y lo que consideraron un cacique. Cortés, con la ayuda de un “intérprete que traía”, probablemente alguno de los cautivos de las expediciones anteriores, intenta hacer pasar de nuevo el mensaje esperanzador insistiendo en que no se iría hasta hablar con los otros caciques.

Dos días después se presenta un principal que afirma ser “señor de la isla” y que venía a ver qué era lo que querían. Y otra vez el texto nos explica lo que ya sabemos: que no venían a hacer mal alguno, sino que están aquí porque quieren que los indios “viniesen al conocimiento de nuestra santa fe” y que conocieran por fin a sus auténticos señores, los mayores principios del mundo, etc., etc., etc. Finalmente, éstos querían cosas sencillas, sólo “que los caciques e indios de aquella isla obedecieran también a vuestras altezas.” Insisten en que “haciéndolo serían muy favorecidos” (p. 14). De pronto el cacique, él también por fin “iluminado”, manda a llamar a sus colegas. Éstos regresan y con ellos, nos cuenta el relato cortesiano, toda la población se reinstala en sus pueblos muy contenta. Qué simples son los indios, ¿verdad?

Dejan Cozumel, según ellos, “muy pacificada”, ya que erigieron además una cruz de palo y dejaron una imagen de la virgen María. Insiste el texto: “Los caciques quedaron muy contentos y alegres por lo que parte de vuestras reales altezas le habían dicho al capitán y por les haber dado muchos atavíos para sus personas” (p. 16)

Los castellanos siguen sus derroteros. Llegan a la embocadura del río Grijalva. Los barcos grandes no pueden entrar, pero pasan la armada en los bergantines pequeños y en las barcas remontando el río. Otra vez intentan hacer entender a los habitantes que “no venía a les hacer mal ni daño alguno, sino a les hablar de parte de vuestra majestad”, por eso piden que los dejen desembarcar y pasar la noche en tierra. Tercos éstos, rechazan su desembarco y empiezan a tirar flechas diciéndoles que se vayan. Los hispanos se acogen en unos arenales frente al pueblo. Al día siguiente los indios les ofrecen un poco de comida, pero reiteran sus órdenes de que se vayan. Cortés responde a estos indios tercos que:

[...] en ninguna manera él se había de partir de aquella tierra hasta saber el secreto de ella para poder escribir a vuestra majestad verdadera relación de ella, y les tornaba a rogar que no recibiesen pena de ella y ni lo defendiesen la entrada en el dicho pueblo pues eran vasallos de vuestra real alteza” (Cortés, 2002: 17)

Aquí otra vez se expresa el espíritu muy cristiano de Cortés, no se irá, ni deben defenderse de ellos ya que los indios pertenecen, son vasallos del rey, y él el máximo representante de éste. Esa retórica tampoco convence a los habitantes y ya un poco molesto, el redactor del texto concluye: “Todavía respondieron diciendo que no tratásemos de entrar en el dicho pueblo, sino que nos fuésemos de su tierra” ¡Qué requetetercos son esos indios! ¿No?

Esta actitud imperialista de los hispanos se manifiesta en el texto que se llama el “Requerimiento”, texto oficial impuesto por la Corona de Castilla y que todo conquistador debía leer a los indios para que éstos entendieran claramente lo que ocurría en este encuentro.

Requerimiento que se ha de leer a los indios

“De parte del muy alto e muy poderoso y muy católico defensor de la Iglesia, siempre vencedor y nunca vencido, el gran rey don Hernando el Quinto de las Españas, de las dos Çicilias, de Iherusalem y de las Islas e Tierra Firme del mar Océano, &c. domador de las gentes bárbaras, y de la muy alta y muy poderosa señora la reina Doña Juana, su muy cara e muy amada hija, nuestros señores, Yo, Pedrarias Dávila, su criado, mensajero y capitán, vos notifico y hago saber como mejor puedo: Que Dios Nuestro Señor, uno yeterno, crió el cielo y la tierra y un hombre y una mujer, de quien nosotros y vosotros y todos los hombres del mundo fueron y son descendientes y procreados, y todos los que después de nosotros vinieren; mas, por la muchedumbre de la generación que destos ha sucedido desde cinco mill y más años que el mundo fue criado, fue necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos e provincias, que en una sola no se podían sostener ni conservar. De todas estas gentes Nuestro Señor dio cargo a uno, que fue llamado San Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese señor e superior, a quien todos ovedeciesen, y fuese cabeça de todo el linaje humano donde quiera que los honbres viviesen y estubiesen, y en cualquier ley, seta o creencia, y diole a todo el mundo por su reino, señorío y jurisdicción. Y como quier que le mandó que pusiese su silla en Roma, como en lugar más aparejado para regir el mundo, más también le permitió que pudiese estar y poner su silla en cualquier otra parte del mundo y juzgar y governar a todas las gentes, christianos, moros, judíos, gentiles, y de cualquier otra seta o creencia que fuesen. A este llamaron Papa, que quiere decir admirable, mayor, padre y goardador, porque es padre y governador de todos los hombres. A este San Pedro obedescieron y tomaron por señor, rey y superior del universo los que en aquel tiempo vivían, y ansimismo an tenido todos los otros que después del fueron al pontificado heligidos; ansí se ha continuado hasta agora y se continuará hasta que el mundo se acabe. Uno de los Pontífices passados que en lugar deste sucedió en aquella silla e dignidad que he dicho, como señor del mundo, hizo donación destas Islas y Tierra Firme del mar Océano a los dichos Rey e Reyna y a sus subcesores en estos reinos, nuestros Señores, con todo lo que en ellas ay, según se contiene en ciertas escripturas que sobre ello pasaron, según dicho es, que podéis ver si quisiéredes. Ansí que Sus Altezas son reyes y señores destas Islas e Tierra firme por virtud de la dicha donación; y como a tales reyes y señores, algunas islas más, y casi todas a quien esto ha seido notificado, han recibido a Sus Altezas y les han obedescido y servido y sirven como súbditos lo deven hazer; y con buena voluntad y ninguna resistencia, luego sin dilación como fueron informados de lo susodicho, obedecieron y recibieron los varones religiosos que sus Altezas les enviaban para que les predicasen y enseñasen nuestra Santa Fee, y todos ellos de su libre agradable voluntad, sin premia ni condición alguna, se tornaron christianos, y lo son, y Sus Altezas los recibieron alegre y benignamente, y ansí los mandó tratar como a los otros sus súbditos y vasallos, y vosotros sois tenidos y obligados a hazer lo mismo. Por ende, como mejor puedo vos ruego y requiero que entendais bien esto que os he dicho, y toméis para entenderlo y deliberar sobre ello el tienpo que fuere justo, y reconoscais a la Iglesia por señora y superiora del universo mundo y al Sumo Pontífice, llamado Papa, en su nombre, y al Rey y a la Reina, nuestros señores, en su lugar, como superiores e señores y reyes destas Islas y Tierra Firme, por virtud de la dicha donación, y consintais y deis lugar que estos padres religiosos vos declaren y prediquen lo susodicho. Si ansí lo hiciéredes, hareis bien y aquello a que sois tenidos y obligados, y Sus Altezas, y yo en su nombre, vos recibirán con todo amor y caridad, y vos dexarán vuestras mugeres, hijos y haziendas libres, sin servidumbre para que dellas y de vosotros hagais libremente todo lo que quisiéredes e por bien tubiéredes, y no vos compelerán a que vos torneis christianos, salvo si vosotros, informados de la verdad, os quisiéredes convertir a nuestra santa Fee católica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las otras islas, y allende desto, Su Alteza vos dará muchos previlejos y esenciones y vos hará muchas mercedes. Si no lo hiciéredes, o en ello dilación maliciosamente pusiéredes, certificoos que con el ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obidiencia de la Iglesia y de Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mugeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y disporné dellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes, y vos haré todos los males e daños que pudiere,como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen. Y protesto que las muertes y daños que dello se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Sus Altezas, ni mía, ni destos cavalleros que conmigo vinieron. Y de como lo digo y requiero, pido al presente escribano que me lo dé por testimonio sinado, y a los presentes ruego que dello sean testigos”.

Diego de Encinas, Provisiones, Cedulas, Capitulos de ordenanças, instrucciones, y cartas, libradas y despachadas en diferentes tiempos por sus Magestades de los señores Reyes Catolicos don Fernando y doña Ysabel, y Emperador don Carlos de gloriosa memoria, y doña Iuana su madre, y Catolico Rey don Felipe, con acuerdo de los señores Presidentes, y de su Consejo Real de las Indias, que en sus tiempos ha avido tocantes al buen govierno de las Indias, y administracion de la justicia en ellas (Madrid, 1596) IV, fol. 226-227. (Requerimiento que se ha de leer a los indios, 1513)

Cortés y los suyos se retiran, pero no muy lejos. Cortés, probablemente algo “enchilado”, ordena a un capitán suyo con 200 hombres desembarcar y rodear al pueblo de estos tercos vasallos, hay que hacerse respetar: ¿qué vale un derecho si no se puede ejercer? El propio Cortés con 80 hombres, con sus barcas se presenta nuevamente frente al pueblo. Los indios ya “puestos de guerra, armados con su arco y flecha, lanzas y rodelas” insisten en que se vayan si no quieren la guerra. Cortés les “requiere”, otra vez, hasta tres veces. Pero como no hay respuesta positiva, según él, “manda soltar los tiros de artillería que llevaba”. Saltan en tierra los españoles, aprovechan la confusión y toman el pueblo.

Al día siguiente se presentan dos enviados de los caciques con regalos de oro “muy delgados y de poco valor” (p. 18) y reiteran su deseo de verlos partir. Cortés insiste de nuevo sobre los beneficios de ser vasallos de los españoles. Pero éstos “respondieron que estaban contentos de lo hacer así, pero todavía le requerían que le dejasen su tierra”. Y termina el encuentro en el texto con una frase lapidaria: “Así quedamos todos amigos.”

Pero esta amistad no va a durar, ya que el capitán pide ahora que sus nuevos vasallos les regalen comida. Cortés interpreta sus deseos y afirma a sus tropas que al día siguiente estos caciques les proveerían de sustento. Pero al tercer día, nada, y Cortés manda a 4 capitanes: “con más de 200 hombres a buscar a la redonda del pueblo si hallarían algo de comer”. Se topan con los indios que empiezan a flecharlos de tal manera que tienen 20 heridos. La guerra se instala, pero la retórica del relato toma sus precauciones.

(La paciencia infinita de los invasores)

y como el capitán de la artillería que iba adelante hiciese cierto requerimiento por ante escribano a los dichos indios de guerra que topó dándole a entender por los farautes y lenguas que ahí iban con nosotros, que no queríamos guerra sino paz y amor con ellos, no se curaron de responder con palabras sino con flechas muy espesas (Cortés, 2002: 18; cursivas añadidas)

La batalla es general y bastante confusa “ni los mismos de a caballo entrando y saliendo en los indios se veían unos a otros…” (p. 19) De repente los indios se dan a la fuga, pero los españoles están ya demasiado cansados para perseguirlos. Hay 20 heridos entre los invasores, pero ningún muerto.

Ya desde este primer encuentro entre españoles e indios, vemos desplegarse toda la retórica del vencedor. Es suficiente con que se lean los famosos requerimientos del Dr. Palacios Rubios para que los ingenuos invasores hispanos crean que se han tejido lazos de dominación imperial. Y si por casualidad los indios dejan que se desarrolle alguna mínima respuesta positiva y que, por ejemplo, les lleven un poco de comida, ya está. Estos indios en adelante ya no podrán salir de las redes del sometimiento imaginario cristiano. Los castellanos ya han decidido que son sus sujetos y que deben ser sus amigos. Y, por lo tanto, si intentan romper esa ilusión de los invasores, inspirados por el demonio evidentemente, la máxima violencia contra ellos se vuelve perfectamente legítima.

Pero para convencer a sus lectores, los españoles, el redactor de esta carta debe mostrar, según la retórica cristiana de la evangelización, que ellos son, ante todo, magnánimos. Por eso se nos cuenta que también mandan cartas a los caciques (en qué lengua ¿en latín, en hebreo o castellano?) diciéndoles que les perdonan sus errores y que, a pesar de todo sí quieren ser sus amigos.

Aparecen dos caciques que piden, evidentemente, que se les perdone ya que tuvieron hasta 220 hombres muertos. Reconocen que el pasado es el pasado y que, en adelante, sin más, sí “querían ser vasallos de aquellos príncipes que les decían” y que servirían como tales. El relato del “incidente” concluye que, si bien pudieron vencer a cuarenta mil hombres, esta victoria fue, “más por voluntad de Dios que por nuestras fuerzas”, ya que ellos eran apenas 400 (p. 20). Y si Dios está apoyando a Cortés, es también su muy clara voluntad que el dominio cristiano se instale en estas tierras bajo la batuta hispana.

Después del relato del supuesto establecimiento de la dominación territorial viene, evidentemente, el recuento de los recursos. Los invasores, aunque constatan que hay poco oro, reconocen que “la tierra es muy buena y muy abundosa de comida, así de maíz como de fruta, pescado y otras cosas que ellos comen”. Por lo tanto, les parece un lugar favorable para la instalación de la colonización española.

Después de reprenderlos por sus malas costumbres religiosas, Cortés retoma su viaje. Llegan ahora al puerto de San Juan. Vienen algunos indios a curiosear, pero como es tarde, Cortés desconfiado, prohíbe que ningún tripulante baje a tierra.

Al día siguiente desembarcan con “mucha parte de la gente de su armada” y “halló” dos caciques a quienes regalan prendas de vestir y, por medio de los intérpretes, les da a entender lo que ya conocemos. Cortés espera que éstos vayan a traer a sus colegas mandándoles regalos. Pero al día siguiente se presenta sólo un cacique y Cortés le hace entender otra vez cuál era su destino, que debían de ser vasallos. Este cacique, muy inteligente evidentemente, entiende de inmediato el mensaje y responde que él estaba muy contento de serlo y de obedecer. A este preclaro americano le regala “una camisa de Holanda, un sayón de terciopelo y una cinta de oro, con lo cual el dicho cacique fue muy contento y alegre” (p. 21).

En las páginas siguientes, “viendo la buena voluntad de los indios”, los soldados se reúnen y van a decidir cambiar los objetivos de la expedición. Ya no se trata de rescatar o tomar esclavos sino de pensar en un proyecto serio de colonización. Por eso se “comenzó con gran diligencia a poblar y fundar una villa” (p. 22) Otra vez se hace una exposición de los méritos de Cortés y se muestra que su reconocimiento por el cabildo como justicia mayor y capitán, es totalmente legítima y justificada.

La carta se terminará insistiendo en que los sacrificios humanos son muy comunes. Pretende que en cada mezquita se sacrifican unas 50 ánimas, lo que hace, según ellos, 3 o 4 mil al año. Y, por lo tanto, si las reales majestades quieren acabar con este horror, Dios será muy bien servido y proveerá de muchos milagros, no es una casualidad si Dios ha decidido traer a su santa fe a estos bárbaros bajo su reino. También recomiendan informar al papa.

(Pidiendo autorización papal

para el exterminio de los “malos”)

“para que en la conversión de esta gente se ponga diligencia y buen orden, pues que de ello se espera sacar gran fruto, y también para que su santidad haya por bien y permita que los malos y rebeldes, siendo primero amonestados, puedan ser punidos y castigados como enemigos de nuestra santa fe católica, y será ocasión de castigo y espanto a los que fueran rebeldes en venir en conocimiento de la verdad, y evitarse han tan grandes males y daños como son los que en servicio del demonio hacen. Porque aún allende de lo que arriba hemos hecho relación a vuestra majestad de los niños, hombres y mujeres que matan y ofrecen en sus sacrificios, hemos sabido y sido informados de cierto que todos son sodomitas y usan aquel abominable pecado”. (Cortés, 2002: 27; cursivas añadidas)

Esas palabras contradicen en parte las supuestas buenas intenciones de los dichosos indios, como las pacifistas intenciones de los recién llegados, ya que éstos, con la autorización papal se preparan al ejercicio de la violencia colonial.

Habría mucho que comentar sobre esta carta-relación, pero creo que algo de lo más significativo en las invenciones de Cortés es lo que se ha llamado en otros textos “la entrega del imperio”.

Cuando Motecuhzoma, frente a Cortés, reconoce que no son naturales de estas tierras, nos podemos preguntar si esta afirmación es una concepción genuina americana. Los cronistas, historiadores y antropólogos intentarán explicitar durante siglos este poblamiento. Nosotros creemos más bien que se trata simplemente de una creencia fundamental de los occidentales. Sabemos que para el mito fundacional cristiano hubo una sola y única creación, y que por lo tanto todos los hombres descienden de una pareja originaria. Por eso era legítimo, en el siglo xvi, pensar cómo estos indios, ya que se decidió que eran hijos de Adán, llegaron a poblar tierras tan lejanas.

(Extranjeros en su propia tierra)

Muchos días ha que por nuestras escrituras tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales de ella, sino extranjeros, y venidos a ella de parte muy extraña (Cortés, 2002: 64).

Por eso Cortés puede poner en boca de Motecuhzoma algo que él considera como una evidencia. Los indios no son, ni pueden ser originarios de esta tierra. Esta primera afirmación será la base de todo el razonamiento posterior. Y, evidentemente, para un hispano como Cortés esa llegada no pudo hacerse en desorden, hubo necesidad de algún jefe para que coordinara esa migración. Nosotros “sabemos”, en fin, hemos aprendido de los historiadores, que ese jefe famoso pudiera ser el dichoso Quetzalcóatl. Esa prefiguración crística a la que sus sujetos, después de haber probado las delicias de las mujeres nativas, ya no quisieron seguir cuando éste decide regresar a su tierra.

Vemos que el encanto de las mujeres naturales de la tierra supera a la belleza moral propuesta por el pobre Quetzalcóatl, que se regresará solitario y sin vasallos a su tierra original. De ahí que el Motecuhzoma del texto de Cortés, no el Motecuhzoma auténtico, insisto, pueda creer que Quetzalcóatl regresaría, pero esta vez no como varón pacífico sino para “sojuzgar” esta tierra que él también proclamaba suya por el simple hecho de haberla vivido un tiempo.

(Indocumentados, sin papeles:

esperando la salvación)

[...] y tenemos a sí mismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían, y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirlo por señor, y así se volvió; y siempre hemos tenido que los que de él descendiese habrían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos (Cortés, 2002: 64)

Antes de ir más lejos en nuestra lectura de este Motecuhzoma imaginario, podemos hacer notar que Cortés aparentemente se pasa de la raya, ya que, según él, a la llegada de Quetzalcóatl existía en estas tierras oferta de mujeres libres y, aún más, muy deseosas de unirse a aquellos recién llegados. No explica más de dónde vienen estas genitoras, sólo se sabrá que con ellas los fieles súbditos de Quetzalcóatl formaron pueblos nuevos. Lo más notable es que se olvidaron de las enseñanzas morales de su señor y se unieron a los cultos demoniacos de estas mujeres tan cariñosas, practicando sacrificios humanos y sodomía.

Es evidente que para los hispanos esas antiguas mujeres que les inducen a tales abominaciones no pueden ser otra cosa que creaciones demoniacas, como los súcubos, lejanos descendientes de Lilith, la primera esposa de Adán que voluntariamente se escapa del Edén para no ser sometida por éste. En su fuga del paraíso cae en la tierra, donde se unirá eternamente con Lucifer produciendo inmensa descendencia de criaturas maléficas. Así, la presencia de estas mujeres originarias no invalida la creencia cristiana en una única creación, pero sí permite a los occidentales considerar que prácticamente todos los pueblos encontrados en su expansión son de origen diabólico.

Pero sigamos con nuestro texto. Ya no hay duda para el Motecuhzoma del texto, ahora iluminado, “creemos y tenemos por cierto”, ¡Aleluya! y por lo tanto va a reconocer al rey de España como su señor natural. Cortés en adelante será reconocido como el detentor del poder en esta tierra: “vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís”. Y, por lo tanto, podrá “mandar a vuestra voluntad porque será obedecido y hecho; y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ellos quisiéredes disponer.”

Ya no hay duda, hemos asistido a través de estas escasas afirmaciones a un auténtico traspaso de poder. No se trata realmente de una reconquista, todavía castellanos y mexicas no se han enfrentado en la guerra, sino de una simple transferencia, del regreso a una autoridad legítima. Para nosotros esto es, evidentemente, una construcción simbólica, fantasiosa, pero fundamental. Desde ese momento los españoles pueden considerarse como los dueños legítimos de esta tierra. Es lo que confirmará Sahagún en su libro xii.

¿Pero de dónde saca Cortés esa idea peregrina de la entrega del imperio? En el background cultural cristiano occidental, no podemos olvidar a Alejandro Magno, uno de los arquetipos de la cultura caballeresca, que fue el conquistador de las Indias, las del Oriente. Y en los relatos míticos de esa gran aventura asiática vemos que el gran rey Omphis, que según Quinto Curcio dominaba la región del Indo, estaba también muy ansioso por entregar su reino, como ya lo habían hecho muchos reyes menos importantes y que le servirán de ayuda en su conquista. De la misma manera que los cempoaltecas se ofrecen a ayudar a Cortés, antes que Motecuhzoma “entregue” su imperio.

Cortés a pesar de todas sus “mentiritas” anteriores, no tiene idea de la amplitud de las posesiones de Motecuhzoma, y, sobre todo, de su realidad histórica y geopolítica. Lo sabemos hoy, esta compleja realidad nos impide pensar que el tlatoani estaba realmente a la cabeza de un “imperio”. Durante décadas los investigadores intentaron pensar la realidad del dichoso imperio, pero lo que se puede hoy saber es que jamás hubo tal. Lo que nos obliga, evidentemente, a repensar totalmente cómo estos espacios estaban políticamente organizados y estructurados. Pero eso no es nuestro tema de hoy.

Lo más importante de aquella “donación del imperio”, si es que hubo algo que se acercara, aunque de muy lejos a esto, es que Cortés y sus tropas, ahora sí, y es lo fundamental, ya pueden considerarse como dueños de ese imperio, aunque no existiera antes de su llegada. Ahí está el poder maravilloso de esta ficción: crear una nueva realidad geopolítica, una colonia hispana que podrá llamarse en adelante Nueva España.

Incluso entusiasmado, el tlatoani mexica reitera una vez más:

(Motecuhzoma acepta la sujeción)

[...] y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís, y que en ello no habrá falta ni engaño alguno, y bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señor poseo, mandar a vuestra voluntad porque será obedecido y hecho; y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ellos quisiéredes disponer.

Esta reiteración no es redundancia ni énfasis. Se trata de confirmar, a lo largo de esa carta y de manera definitiva, el poder al cual pretende Cortés. Es por eso que el tono cambia en la carta, Motecuhzoma desaparece como dueño de la palabra. Es ahora Cortés el que habla, el nuevo tlatoani. Puede disponer a su voluntad de hombres y riquezas, “en todo será obedecido y su voluntad acatada”.

Para anclar su invención de la transmisión, ahora Cortés intenta situar esa acción dentro del desarrollo histórico de su llegada. Motecuhzoma propone a Cortés descansar, ya que aparentemente sabe todas las guerras y esfuerzos que ha tenido que desplegar para llegar hasta él. Es interesante apuntar que dicho tlatoani ahora ya se ha olvidado de sus temores para que no llegasen a su tierra. En este texto tenemos un Motecuhzoma entusiasmado por la llegada y muy satisfecho por haber concretado la tarea histórica que tenía encomendada desde hace muchísimas generaciones: entregar el poder a los descendientes del antiguo y único soberano legítimo.

¿El mundo mexica es un mundo incomunicado?

Si regresamos a una historia más verosímil, es evidente que Motecuhzoma habría sido informado de la presencia de los hispanos desde su desembarco. El mundo americano no era un mundo amorfo y sin comunicaciones, al contrario, poderosas redes existían desde siglos atrás entre el mundo maya y el totonaco, entre el totonaco y el área central, como se puede constatar en los restos arqueológicos y en las supuestas colonias mexicas en aquellas regiones, o el simple detalle de que llegaban del golfo remesas de pescado fresco para la mesa del Tlatoani.

Si bien no podemos fiarnos de la versión de esta conquista elaborada por la mirada europea, debemos tener claro que probablemente siempre hubo una mirada americana que siguió el progreso de los hispanos en estas tierras. Incluso es muy evidente que, considerando los intercambios entre la costa y las Antillas, mucha información sobre la naturaleza destructora de la presencia cristiana habría sido recibida ya en Tenochtitlán, sin hacer la hipótesis de que muchas de las epidemias que ya habían diezmado las poblaciones antillanas hubieran llegado a Tierra Firme. Y que fue por todo un conjunto de circunstancias racionales que se podrían explicar las ambigüedades y tergiversaciones de la política del tlatoani y del círculo dirigente tanto en Tenochtitlán como en otras regiones. Dejando fuera del razonamiento histórico todo el conjunto mágico religioso: profecías, presagios y conmociones naturales diversas, que la doxa nacionalista mexicana atribuye como factor dominante a la “incapacidad” de elaborar una respuesta adaptada a la invasión.

¿Motecuhzoma tirano?

Cuando Motecuhzoma parece disculparse por las acusaciones que muy probablemente oyeron los españoles contra él, no se trata aquí de un personaje histórico que buscaría limpiar su ego o su futura fama. Al contrario, es otra vez una construcción retórica fundamental para Cortés. De la misma manera que al tlatoani no le vino jamás a la mente la idea de entregar su imperio, tampoco le interesaba sincerarse con un invasor recién llegado. Y si lo hace, es sólo adentro de esta ficción que permite a Cortés mostrar la complejidad de su “imperio”, y de paso de las dificultades que había tenido que vencer para ganarlo.

Cortés hace decir a Motecuhzoma que las acusaciones contra él son mentiras, él no es un tirano, y por lo tanto su poder realmente es legítimo. Tales acusaciones, afirma, provienen de gente de mala fe que fueron siempre sus enemigos, o de vasallos traidores que pretenden aprovechar su llegada para librarse de su vasallaje. Cortés, por otra parte, sabe ya, y su lector sabe también, que aquellos pueblos no son de fiar y que se levantan sin ton ni son, en fin, es de lo que intenta convencer a su majestad para reafirmar que el poder que le entregó el emperador es fundamentalmente legítimo y Motecuhzoma no es ningún tirano porque si no la donación sería nula y ese poder recién adquirido por Cortés no sería legítimo.

El sueño índico de los conquistadores

La mejor prueba de estas mentiras contra su persona, explicita Motecuhzoma, es que no vive en ricos palacios recubiertos de oro o plata, ni utiliza para su servicio sólo objetos de metales preciosos. Aquí es muy probable que esta descripción de los palacios y casas reales recubiertas de oro se deba otra vez a lo que se podría llamar el “imaginario índico” que trajeron con ellos los propios conquistadores.

Jacques le Goff (2008), eminente medievalista francés, en un ensayo pionero, ya antiguo, nos recuerda que para los occidentales el mundo índico durante siglos parece vomitar riquezas, ser la fuente de un flujo inagotable de productos de lujo. Un sueño sobre todo centrado en la existencia de islas, las innumerables “islas afortunadas”, islas felices y colmadas de especias, metales y piedras preciosas, imágenes que estructuran y sostienen ese gran imaginario de la riqueza inagotable del mundo índico. Ese tal imaginario índico es el que va a estructurar las motivaciones y esperanzas de muchos de nuestros conquistadores.

Uno de los textos que muchos de esos conquistadores han leído u oído contar, traducido a todas las lenguas europeas de la época, es el libro de Marco Polo, libro que pone al alcance de los europeos un mundo de riquezas y maravillas infinitas basado en una infinidad de islas. En ellas está “todo lo mejor y la flor de la India [...] Islas que proponen al venturado que las visita obtener por casi nada oro y plata, piedras y maderas preciosas, perlas, especias, tintes, exquisitos perfumes, plumas maravillosas, etcétera” (Le Goff, 2008: 292) La abundancia es tal, testimonia Marco Polo, que en la costa al sureste de Malabar, se cosechan inmensas cantidades de pimienta, y que: “Se lo carga en las naves, como en nuestro país se carga el trigo” (Le Goff, 2008: 292). Esa extrema abundancia se manifiesta incluso en el mar. Así, el reino de Malabar es rico de tantas grandísimas cantidades de perlas que su rey, que por otra parte se pasea más bien desnudo, va cubierto sólo de magníficos collares de perlas de pies a cabeza (Le Goff, 2008: 292). Marco Polo tampoco puede olvidar señalar dos islas famosas desde siglos en la cultura occidental, Chryse y Argyre: una enteramente de oro y otra de plata, recordadas por Isidoro de Sevilla y mencionadas en todos los libros eruditos estudiados en la época.

Todos los viajeros y evangelizadores de los siglos xiii y xiv que son mandados hacia esas tierras del oriente se quedan subyugados por esa riqueza. Juan de Marignolli,2 misionero mandado a Asia, quedará fascinado por la isla de Taprobane, la actual Ceylán. Casi cree haber llegado al Paraíso Terrenal, un paraíso que, de todas maneras, no puede estar muy lejos ya que toda esta región está impregnada de las maravillas de la omnipotencia divina.3

Llegar a Ceylán y a la proximidad del Paraíso Terrenal, evidentemente, no puede ser un viaje sencillo, su barco tiene que aguantar terribles tormentas, suscitadas nada más que por el demonio, que quiere impedir el feliz término de su viaje. Pero, por suerte, nuestro franciscano tiene con él al “cuerpo de Cristo”. Su fe, sus fervorosas oraciones y las de la tripulación y todo un arsenal simbólico les permitirán vencer las artimañas demoniacas. Llegarán sanos y salvos a Taprobane.

Pero si el relato de Marignolli parece más bien un viaje iniciático en busca del paraíso terrenal, para Odorico de Pordenone,4 también franciscano, en su viaje de principio del siglo xiv, se reactualizan muchos de los antiguos fantasmas occidentales, como los caníbales. Menciona la existencia de gente tan mala que no sólo comen carne cruda, sino que llegan a comerse padres a hijos, hijos a padres, marido a mujer y, peor, la mujer al marido.

Marco Polo también, a su manera, reactualizó el mito de las comunidades humanas sin leyes y, por lo tanto, sin moral, aunque lo aplica de manera muy ambigua a la relación entre los sexos, algo muy sensible en una civilización cristiana sometida al pecado y las prohibiciones de la carne. En una isla, recuerda que éstos no tienen ni rey, ni señor y que finalmente viven como bestias salvajes. La prueba está en que van totalmente desnudos, hombres y mujeres y peor, no se tapan de ninguna manera. Pero esto no es todo, nuestro “testigo” llegará incluso a decir que tienen relaciones carnales como perros en la calle, sin ninguna vergüenza y peor, no guardan respeto, ni el padre de la hija, ni el hijo de la madre. Es la prueba de que está frente a un pueblo sin ley y sin moral.

También, por ejemplo, en ese imaginario índico encontramos la famosa Carta de Alejandro a su maestro Aristóteles, documento apócrifo evidentemente, pero muy difundido en la cultura europea, que servía para llenar las fantasías de mirajes dorados de los conquistadores.

(Conquista imaginaria de la otra India)

[...] atacamos la capital y el palacio de Poro, donde hemos de nombrar no menos de cuatrocientas columnas de oro macizo de un grosor y una altura considerable con sus capiteles y las paredes vestidas de lámina de oro del tamaño de un dedo… He admirado una parra de oro y plata macizos suspendido entre las columnas, entre mezclada de hojas de oro y racimos de cristal mezclado de esmeraldas. Los cuartos y las alcobas eran adornados con perlas gruesas y pequeñas y carbunclo, las puertas eran de un marfil maravilloso de blancura... Había también estatuas de oro macizo con sus cráteres de oro e innumerables tesoros… había muchos vasos para beber hechos de piedras preciosas, de cristal, de ámbar, hemos encontrado muchas monedas de oro.

Así, si consideramos la exuberancia de este imaginario índico, podemos ver que hay un desfase entre las esperanzas de los exploradores y la realidad que encuentran, de ahí la decepción del propio Cristóbal Colón y su empeño durante años por encontrar el pasaje hacia Asia. Esto nos ayuda a entender dos elementos de la estrategia de Cortés. El primero es que Cortés, una vez conquistada Tenochtitlán, también seguirá dirigiendo su mirada hacia Asia, pero esto es otro tema. Y el segundo es que hace decir a su Motecuhzoma imaginario, burlándose de las supuestas informaciones que le dieron a Cortés:

(La triste realidad americana)

[...] sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran así mismo de oro, y que yo era y me hacía Dios y otras muchas cosas. Las casas ya las veís son de piedra y cal y tierra (Cortés, 2002: 64)

En fin, una de las invenciones que apoya nuestra idea de que todo este relato es una construcción imaginaria es cuando el tlatoani, que por otros textos se presenta como una especie de semidiós vivo, que sus propios sujetos no pueden mirar a los ojos, etc., etc., se presenta a los españoles como un simple mortal. La descripción raya en lo grotesco, pero si fue aceptada y nadie cuestionó esta actuación, es por la poca consideración general que tenían los españoles de los indios mexicas.

(Motecuhzoma se muestra cómo es)

Y entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: a mí veísme aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable”, asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo “ved cómo os han mentido (Cortés, 2002: 64).

También es interesante constatar que después de esta presentación burlesca, sin transición, el tlatoani del texto entra en la materia que interesa a los españoles: el oro. Reconoce que sí tiene un poco de oro que ha heredado, pero si lo quieren se los darán, “[...]verdad es que tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis abuelos. Todo lo que yo tuviere teneís cada vez que vos lo quisiereres”. Pero el relato no insiste más sobre la riqueza del tlatoani. Ni Cortés pregunta, como si esto no fuera importante y él no fuese movido por ninguna codicia.

Cortés toma ahora la palabra y confiesa a su futuro lector real, el emperador Carlos, que no fue totalmente sincero con el mexica: “Yo le respondí a todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me parecía que convenía”. Insiste en hacerle creer a Motecuhzoma que Carlos es realmente el que ellos esperaban, lo que es probablemente muy fácil, ya que no esperaban a nadie. Pero esta frase está destinada enteramente al lector europeo.

Al rato Motecuhzoma y Cortés se separan y éste confiesa muy optimista, “fuimos muy bien previstos de muchas gallinas y pan y fruta y otras cosas necesarias, especialmente para el servicio del aposento” (p. 65). Un optimismo real o retórico, no lo sabremos, pero un optimismo de fachada que sólo refuerza en la carta de relación el poder alcanzado por el capitán general Cortés.

Para concluir, todos ustedes conocen la doxa de la Conquista de México. Una verdad que Cortés logra imponer a través de sus cartas de relación. ¿Cómo criticar este relato originario que retomaron la mayoría de los cronistas posteriores? Todos ustedes conocen el núcleo duro de esta verdad: los indios tomaron por dioses a los invasores porque la fecha de su llegada correspondía a un probable y profético regreso de Quetzalcóatl, su dios civilizador. Esta confusión tuvo como consecuencia que después de haber vacilado un tiempo, el tlatoani mexica decidiera entregar su poder a dicho Cortés, respetando así las profecías y la “tradición” de su pueblo.

Ya no les recuerdo aquí los muchísimos signos y presagios que se supone ocurrieron en estas tierras antes de la llegada de los cristianos, ya que creo haber demostrado, hace años, que esos signos de la potencia divina interesada en la salvación de América no son del orden de la historia, es decir, algo que realmente ocurrió, sino que pertenecen al orden simbólico y teológico cristiano, fundando un nuevo poder sobre la erradicación del antiguo mundo americano (Rozat, 2018).

Así, recordando cómo la tradición cristiana concibe la entrega del poder a un rey conquistador como Alejandro, tenemos acceso a los tropos, imágenes, símbolos que pueden ayudarnos a entender por qué Cortés presenta de esta manera la situación del encuentro. Porque si bien es evidente que los indios no tomaron para nada a los castellanos por dioses, ni al tlatoani mexica se le ocurrió jamás entregar su “imperio” con pretextos de patrañas ridículas, sí debemos explicar por qué Cortés escribe dichas patrañas y, sobre todo, por qué serán recibidas y reproducidas durante siglos, hasta el día de hoy.

Si fuésemos partidarios de ese racismo inconsciente que estructura toda la historiografía americana desde siglos, podrían considerar que lo que estoy diciendo son sólo “divagaciones de mariguano”, como lo expresó con horror el primer etnohistoriador mexicano a quien le conté mis hipótesis de investigación. Pero si creemos realmente que las experiencias culturales milenarias americanas habían alcanzado un gran nivel de conocimiento y de dominio y transformación de la naturaleza, podemos considerar que ya es tiempo de que presagios, profecías, entrega del poder, y demás, sean consideradas como patrañas racistas y colonialistas.

Bibliografía

Abeydeera, Ananda (1988): “Jean de Marignolli: L’envoyé du pape au jardin d’Adam”, en L’Inde et l’Imaginaire. Sous la rédaction de Catherine Weinberger-Thomas, Paris, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, pp. 57-67.

Añón, Valeria (ed.) (2016), Historia de la conquista de México… Buenos Aires, Corregidor.

Cortés, Hernán (2002), Cartas de relación. México, Porrúa.

Duverger, Christian (2013), Crónica de la eternidad.., México, Taurus.

Graulich, Michel (1994), Montezuma… París, Fayard.

Le Goff, Jacques (2008), La Civilisation de l’Occident Médiéval, París, Arthaud pp. 280-298.

Requerimiento que se ha de leer a los indios (1513), tanscrip. por D. Javier Barrientos Grandon, Instituto de Historia del Derecho Juan de Solórzano y Pereyra, Santiago de Chile, 2004, recuperado de: <http://www.solorzano.cl/requerimiento.htm> (consultado el 01 de septiembre de 2019).

Restall, Matthew (2019), Cuando Moctezuma conoció a Cortés, México, Taurus.

Rozat, Guy (2018), Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México. Huellas de un largo trabajo en la memoria cristiana, 3 ed., México, Ediciones Navarra.

Rozat, Guy y José Pantoja (eds.) (2015), El historiador de lo inverosímil. Para acabar con la impunidad de Duverger, México, Graphen.

Thomas, Hugh (2015), La conquista de México…, México, Booket.

Towsend, Camilla (2015), Malintzin, México, Era.

1* Centro inah, Veracruz. Correo electrónico: <grozat@gmail.com>.

Esto es particularmente notable al tratarse de una obra que ya había tenido cuatro, y después dos tomos, y cuya edición en un tomo encuadernado quería presentarse como la nueva biblia histórica de la nación para el nuevo milenio.

2 Giovanni di Marignolli (1290-1359) franciscano italiano enviado como legado pontífice a la corte de Catay, donde dominan los mongoles. En su Chronica Boemorum se encuentra el relato de sus viajes a Asia. Utilizaremos aquí el texto de Ananda Abeydeera (1988: pp. 57-67).

3 Marignolli lo sitúa en una altísima montaña que avisa a lo lejos, pero, por desgracia, coronada siempre de nubes. Finalmente, Dios se rendirá a sus ruegos y un día podrá admirar, aunque sea de bastante lejos, sin esa cortina de nubes, esa cumbre donde, está seguro, está el paraíso terrenal.

4 Odorico de Pordenone viaja 12 años a través de Asia, vive 3 años en la capital tártara de Pekín. Sus relatos de viajes tuvieron mucho éxito y fueron traducidos a varias lenguas.