Coronavirus y confinamiento.Insomnios y reflexiones de un antropólogo del comportamiento

Xabier Lizarraga Cruchaga* 1

Postulado: 21.07.2020

Aprobado: 20.10.2020

[en un momento del mes mayo de 2020, a las 04:10 horas nocturnas]

la noche tiene numerosos rostros, máscaras para los insomnios y un maquillaje casi siempre despreocupado cuando uno duerme y está abierto a correr riesgos oníricos... La noche es caprichosa y hace y deshace con nosotros lo que quiere... a veces, lo que puede, cuando los hilos del presente los maneja otro titiritero: el miedo de numerosos rostros, el hambre de inquietante caminar debilitado, una cadena de estallidos de bombas, que revientan momentos y mañanas, o un virus sin sombra capaz de dejar a su paso un reguero de emociones, de recuerdos fracturados, de proyectos inacabados... La noche te hamaca en un vaivén de inconsciencias juguetonas, intranquilas o ingenuas, o te sacude los párpados para mantenerte en vigilias incómodas... La noche es inconstante en sus formas y vestuarios, veleidosa o austera, humilde o soberbia emperatriz de mandatos caprichosos, callada y quieta o nerviosa y delirante, un manto esquizofrénico de luces apagadas, que se aprovecha de la inconstante existencia de quien piensa o teme o hace planes dibujando sobre el aire, sin otro fin que seguir vivo, ir un poco más allá, buscar preguntas para tener que hallar respuestas...

La noche no se mueve apenas porque las sombras callan y guardan silencio o avanzan sutiles, sólo sugeridas, hacia otro día sin guiones intransigentes, pero maleables...

[en medio de un extraño mes de mayo]

En silencio y con pasos muy cortos y rápidos, por todos los laberintos del vivir, entró en escena un personaje diminuto exigiendo el papel protagónico, y dominó la escena... Las paredes, las puertas y las ventanas se fueron cerrando y callando, y así enclaustradas construyeron un adentro en el centro mismo del afuera, un aquí que rompe la amplitud de los mapas... Delineando mundos más y más personales, egocéntricos, reducidos a universos intimistas...

De lo limpio al polvo acumulado... Mundos... Pequeños mundos interiores con latidos silenciosos de aspiraciones profundas, mundos apenas habitados, con espacios y caminos que, en el ahora, no nos dejan ir más allá del aquí... Universos de dudas e inquietudes, de sudores paranoicos... De regar las macetas a barrer y quitar el polvo, de acariciar al felino que ronronea a teclear un rosario de palabras tras otro... De la música a la imagen y de la imagen al sueño que ofrece un repetido menú de sombras y actividades... Mundos y universos con fronteras protectoras, que cada día resultan más familiares y asfixiantes... Mundos pequeños en los que hay que permanecer, si no queremos tropezar con el peligroso agente invisible que nos tiene a todos atados de pies y manos, quizá más muertos que vivos... De los sueños a las ideas que atraviesan sin saber las fronteras del aquí y los barrotes del ahora, sin hacer ruido, sin gesto alguno en la mirada, sin más sonrisas que las que logran dibujar unos cuantos recuerdos... Vivos, sí, todavía, pero ya muertos una y muchas veces... Vivos y moribundos todos los días y a cada hora, a cada instante, en los momentos de vigilia, recibiendo noticias buenas y malas, y otras muchas sin perfiles claros... Unas y otras mintiendo o desmintiendo... Del instante a la hora interminable del entreacto... De la espera innecesaria a la función fuera de programa, con sus giros lentos de rutinas que se oxidan poco a poco... Muertos, quizá antes de morir, sin atrevernos a pensarnos vivos, mientras los que han muerto se suman y multiplican, justo a tiempo para que recordemos que aún estamos vivos, encerrados tan sólo en nuestros mundos y universos de paredes, puertas y ventanas... De la agenda sin programa al recuerdo de la idea, que permite ir más allá de lo posible, quizá también de lo adecuado, de lo fríamente establecido y olvidado...

Mentiras y verdades se entrelazan, se meten zancadillas, se suman a una orquesta de melodías hechas para que unos aplaudan, otros se enfurezcan, algunos se confundan y la mayoría simplemente se maree, se embriague, se vaya a dormir con la promesa de una cruda que querrá aliviar con nuevos cócteles de dudas, intrigas recién estrenadas, acusaciones y vanidades sin esqueleto ni profundidad... Del rincón más sombrío a la ventana iluminada por nubes de luces que bailan sus coreografías... De la pereza al brío... Nos sobrevuelan y penetran irritantes verdades casi veletas, unas que giran y otras que se gritan, sin pausa, más noticias urticantes, pero al final todos mienten como un eco en el vacío... Voces y miradas que se indignan o consuelan, que insisten en tejer alguna narrativa comprensible, sin lograrlo... Del ahora al momento mismo del instante en el pequeño tránsito del baño a los recuerdos... Del sillón a los olvidos... De la licuadora a las ideas... Muertos estamos por el miedo que produce eso que nos dicen puede sucedernos, pero no alcanzamos a comprenderlo plenamente, porque la pandemia es, ella misma, un gran manto de sospechas, un laberinto de posibles contagios, una nube de enigmas e inquietudes con sus tormentas de enfermos y muertos a los que no podemos escuchar porque están en otro plano, al otro lado de la puerta, de las paredes e incluso mucho más allá de donde alcanzan a ver las ventanas... De un ahora a un otro momento repetido, monocorde, en colores que recuerdan el sepia de viejas fotografías... De los casi olvidados momentos a los ahora sin nuevos calendarios del mañana... Vivos unos, otros muertos y todos atravesados de polo a polo por los acontecimientos, encerrados y creando cada uno como puede sus momentos, sus espacios... Encerrados en el vivir, porque nuestras ventanas no pueden llevarnos a ninguna parte ni pueden espiar los detalles que ansiamos conocer, y también son incapaces de llevar registro alguno de lo que ocurre al interior de cada uno de nosotros... De aquí, la periferia, al profundo allá del interior donde se abren abanicos de rutinas y se recorren cortinas tejidas con pudores sonrojados por la ira delirante de los miedos... También estamos todos, ya un poco muertos porque las puertas, como ataúdes, se resisten a abrirse de par en par a la esperanza, y nada indica que las flores se muestren ya en plenitud, cargadas de los aromas propios de los ayeres que extrañamos... De la recámara a la cocina... De lavar la ropa a preparar algo de comer y lavar platos y cubiertos, leer o escribir o ver algo en la televisión, viajando una, cinco, diez veces del estudio al baño y del refrigerador al librero... ¿Sabremos mañana, dentro de un año o dos mantener en la memoria estos días grises, con fuerza suficiente para no equivocar nuestros pasos...? ¿Aprenderemos a caminar de nuevo, pero a otro ritmo, con otros puntos de fuga en la mirada...? No sé, no lo sabemos, ni lo sabremos mientras cada mundo se reduzca a estos espacios de paredes limítrofes, apenas rozados con otros mediante puertas y ventanas... Del óxido del día al nuevo amanecer...

Mantiene el personaje al que tememos su silenciosa presencia en la piel, en la boca y en los ojos, buscando por todo el organismo los recintos adecuados para penetrarnos y replicarse, ayudado siempre por nosotros, en un largo juego de espejos.

[un miércoles, en otra semana de mayo que se deshoja]

Una noche más que se desdibuja... una entre muchas que se abre poco a poco un mañana sin guion... Va quitando del paisaje sus velos y faldas oscuras con lejanas lentejuelas... sutiles gestos se dibujan en los horizontes mientras avanza con cuidado para no hacer ruido... Va deslizándose hacia una mañana tímida, con apenas un boceto de sonrisa de luz. El calendario suspira mientras el día de ayer cae lentamente en un pasado que crece alimentando recuerdos y se ofrece como ventana, sin perderse en el tiempo, porque sabe que sólo el ahora anida en el aquí... Sus latidos de relojes cantan su existencia...

Todo sigue... sigue igual, cambiando apenas sus perfiles... sigue igual, como ayer, con un pasado de linajes diluidos... pero sigue, afincando su estar en este punto y en aquel... allá donde nada impide estar y ser. Los miedos entraron por rendijas en el ánimo... entraron como polizones entre noticias y avisos... y se asentaron entre la ignorancia y las evidencias que se esconden en las cifras y los discursos. La confianza se aferra a unas paredes y a las puertas cerradas... sólo las ventanas se atreven a mirar de soslayo... ver y dejarse ver apenas... sin atreverse a ventilar por miedo a un intruso intangible... muy concreto en su pequeñísima existencia... más fuerte que el tamaño, es su hacer...

Seguiremos por tanto en un tejer y destejer paciencias... Penélopes en esta crisis emergente e impertinente... sin un Ulises ni en el horizonte ni en la mente... sin la audacia de un Telémaco... sin certezas en la trama del manto que cubrirá el hoy, como cubrió ya muchos ayeres. Seguiremos mientras seguir sea posible... quizá imaginando victorias deseadas... quizá temiendo derrotas posibles... anunciando así que el día se desliza hacia una meta imprecisa... sospechando de otros y del mismo yo... lavándonos las manos... guardados en casa...

[mientras mayo sigue, aquí seguimos]

El calendario parece caminar con mucha lentitud... los minutos se van transformando en horas y los instantes en días... los días ya visten con monótonos silencios que buscan apagar sus ecos con suspiros... las semanas se aburren al verse nuevas arrugas en las miradas dejadas en los espejos... las almohadas, con ironías y sarcasmos, rechazan los descansos... los meses están al acecho entre rutinas... Lentamente, expectantes, temerosos y entre paredes porque las ventanas también parecen atreverse apenas a entreabrirse al día, a las presencias de pasos que se deslizan como bandidos, ladrones de momentos, hacia metas íntimas... Uno va camino de una farmacia buscando terminar con un dolor en el cuerpo lacerado por los miedos... Otro busca un lugar donde encontrar la posibilidad de llevarse algo a la boca... Alguno más, sin sexo ni destino demostrado, intenta liberar sus soledades entre los pasos silenciados por el día...

La realidad ha perdido referentes, se ha extraviado en el laberinto de soledades inconformes... y deberá inventarse nuevos rostros, otras maneras de proyectarse en el tiempo y los espacios... se ve obligada a pensarse de nuevo y de otra forma... Y desconfía que pueda tejerse a sí misma con otros estambres, otros tonos y otras formas de hacer bailar las largas agujas de los días... Nada es igual a como era hace menos de un año... todo parece insistir en querer ser lo que fue y continuar... despertar de un mal sueño y caminar sin culpas por los caminos esbozados ayer... Se desea inyectar en el ánimo amnesias anestésicas... olvidar a los muertos y no ver a los enfermos... no pensar en el hambre... no susurrar siquiera el sobrenombre de lo que no queremos que realmente exista...

Hablar mucho y escuchar lo que se quiere oír... callar lo que se teme y temerle mucho aquello que se calla... repetir optimismos prefabricados... desechar residuos de optimismos oxidados... dialogar a golpes de monólogos... aferrarnos a creencias: “made in China”... Vomitar rabias: “made in USA”... Renegar incluso de “lo hecho en México”... Ya el mundo no es lo que era y así no nos gusta, no nos sabe, no nos quita ni la sed ni las fatigas.

[otra mañana cualquiera de mayo]

Es tan pequeño que no puede reflejarse en los espejos, el azogue no alcanza a dibujar su presencia, no reconoce su silueta, no descifra su temible contorno... Yo lo imagino coronado por una fila inexpugnable de almenas insolentes, poderoso castillo que se defiende de ese “no ser”, que lo niega y lo desprecia. Es tan pequeño y silencioso que pasa inadvertido por entre los sonidos del vivir, se confunde en la algarabía de aquello que respira y habla y canta, y ni cuando callamos, enmudece... Algunos digiriendo miedos escondemos nuestro hoy entre paredes, al tiempo que indigna y duele que otros lo piensen inventado, y porque no lo ven, lo nieguen. Es tan pequeño, silencioso y escurridizo que no se deja controlar, que cuando no entra decidido, nos sobrevuela en miedos y cabalgando alientos, tactos... vestido de humedades en voces y estornudos. Los científicos lo tratan con cautela reconociendo su soberbia y su soberana presencia sin pisadas, que sin huellas va dejando un rastro incontrolado sobre un amplio mapa desplegado. Es tan pequeño, silencioso, escurridizo e impalpable que llega a ser imaginado gigantesco, con una sombra interminable y un mudo alarido de guerra... Contundente, va asentado sus reales en nosotros. Unos cuantos dan la noticia de su triunfo, y advierten que es muy probable que no podremos liberarnos de su sombra, porque es tan grande que no alcanzamos a ver dónde comienza y si termina en alguna parte o en algún momento. Es tan pequeño, silencioso, escurridizo, impalpable y voraz, que parece decidido a devorar no sólo nuestros días y meses sino también nuestros futuros calendarios... Algunos olvidamos nuestro orgullo y guardamos silencio, mientras el orgullo de otros se ofrece como banquete suculento a los oídos ciegos y a los ojos sordos del nuevo colonizador de nuestras vidas.

[en mayo, pero podría haber sido en abril o junio]

Me tomo ahora los minutos y la libertad para delirar a gusto... ¿No es lo normal en tiempos de crisis...? Para mí, sí, aunque delirar no es ni normal ni frecuente, sólo es una costumbre deliciosa... es como tomar café por las mañanas. La normalidad no me da miedo, pero me produce desconfianzas urticantes, desconfianzas que abrasan y carcomen la autenticidad del “soy”; pero es que yo suelo ser muy desconfiado de mucho de lo que a tantos da confianza... Raro y anormal que soy. Por eso, lo que quizá me produce aún más temores e inquietudes son aquellos que buscan, claman y proponen: “Volver a la normalidad”.

El calendario me recuerda día tras día, que un día tras otro y otros más en esta anormalidad de hoy nos cerramos en nosotros mismos y entre paredes cómplices, entre gemidos monologados, entre esperanzas trenzadas con imposibles realidades, incluso entre insomnios muy normales... Y todo esto es, finalmente, lo normal para algunos y lo delirantemente anormal para otros. Hoy se escucha que muchos dicen “buscar la normalidad”, sin reconocer que “lo normal” es una construcción, no siempre consciente, en términos del “¿qué dirán?” en clave secreta del “¿cómo me aprovecho yo del que aún confía”? ¿No es, por ello, de lo más normal es desconfiar de la normalidad?

El minúsculo pero intransigente visitante que erosiona nuestros días, sigue ahí, aquí y allá, y seguirá por tiempo indefinido o en el tiempo absoluto de nuestra torpe globalización... ¡Esa y no otra, es la normalidad que nos ha construido a nosotros! Para variar, la norma no es normal pero la actual normalidad nos norma, como siempre lo ha hecho, con o sin el enanísimo pasajero que hoy nos posee. ¿Quiénes tienen o tenemos derecho a la normalidad? ¿Qué normalidad me toca? ¿Quién decide que la normalidad debe recuperarse? ¿Para qué o, quizá mejor, para quién o quiénes? ¿Será que debo agradecer al intruso viral que carcomiera la rancia normalidad que nos borraba las identidades no catalogadas?

Esas preguntas, presupongo, son normales ¿no? Si no, debieran serlo... Por eso retorno a las preguntas: ¿Será en las respuestas donde unos verán anormalidad y otros una siempre deseada y muy buscada desnormalización de las normas, de los usos y las costumbres, que con frecuencia son dañinos? ¡Qué difícil ponernos de acuerdo! Sí, ya sé, lo reconozco: lo normal es no ponerse de acuerdo, por lo que, entonces, me descubro tropezando con mi sombra que es normal que se mueva entre mis pies, y con mi insolente impertinencia como paladín de la desnormalización... ¿Tendría, entonces, que agradecerle al sars-cov-2 su aporte transgresor? Sí, eso sería lo normal si se es decente... Pero yo no lo soy, y no podré agradecerle ni enfermos ni muertos, menos aún que salgan tantos a cara descubierta deseando volver a la normalidad o, peor aún, a una “nueva normalidad” que, lo normal será que resulte también terriblemente asfixiante en su ejercicio del poder... Los delirios no terminarán todavía, lo normal es que sigamos delirando mientras sigamos embriagados por la incertidumbre, sea anhelando “normalidad” o deseando que triunfe una desnormalización en zapatillas, sin guion ni partituras.

[en un mayo que se prolonga y se desgasta lentamente]

Los números son extraños compañeros de viaje y no siempre son buenas compañías; son unidades muy concretas por lo abstractas que son, y se nos muestran neutrales... ¿Pero lo son? A ver quién es el valiente que puede asegurarlo y no temer, finalmente, estar equivocado y haber sido engañado por las muchas evidencias matemáticas que hay en el mercado de las creencias. No... La neutralidad es una mentira como tantas que nos contamos unos a otros, siempre es engañosa porque no existe, es sólo un maquillaje que se quita tras la función para la que se maquillan los neutrales, y después salen por ahí, a cara lavada y nadie puede echarles en cara nada, porque no se les reconoce.

Los números vueltos cifras y el maquillaje vuelto neutralidad son dos armas poderosas, peligrosas, que podemos portar y utilizar sin necesidad de tener licencia para matar... Los números y las cifras son trampas que hemos creado para caer de lleno en ellas y, llegado el caso, conseguiremos morir porque aprendemos a reír sin convicción y nos negamos a recordar, para no sentirnos condenados a olvidar solos... O viceversa. Los números son muy resbalosos, tienen filosas aristas y se vuelven más que sospechosos cuando se juntan en parejas, tríos o más y crean cifras capaces de aplastarnos, porque algunos números pesan mucho en los huesos, pero las cifras siempre pesan más... Eso lo sabemos bien los que acumulamos números y más números a la derecha de la nada inaugural, del impertinente 0 que se quedó en el ayer, cada vez más lejos después de que nacimos. Sin embargo, cuando éramos pequeños, con muy pocos números o cifras a cuestas, pensamos que cuantos más, mejor... y nos poníamos a imaginarnos con cifras más grandes porque pensábamos que nos hacían más fuertes, poderosos, libres. Imaginábamos, cargados de ingenuidad, que la debilidad estaba en la pequeñez... Y nos equivocábamos.

Las bacterias, los virus, los venenos y los infartos saben bien cuánto nos equivocábamos... Quizá nos seguiremos equivocando, porque las cifras son totalmente engañosas, al tiempo que provocadoras: aquí suman y aquí restan, más allá dividen, pero siempre multiplican dudosas certezas y verdades que no resisten la tentación de mentir o por lo menos de engañar. Una cifra es una cadena de números que engorda y crece al agregar más números a la derecha del que se asiente el primero... y se adelgazan y se tornan cada vez más imperceptibles si los números se agregan a la izquierda; pero no se trata de ideologías sino de perspectivas en el espacio-tiempo. Hoy, será ayer, porque estos días ya no son números sino cifras que se gritan en noticias e informes, mintiendo como siempre, pero como siempre teniéndonos muy pendientes de si las cifras engordan o adelgazan, porque pensamos que las camas de hospital podrán descansar o verse más y más agobiadas... Cuando era 1 el muerto y no más de 9 los contagios, ni quien quisiera poner atención a las noticias: se pesaba que eran pocos, eran números raquíticos y tal vez se los llevarían los vientos del olvido... Pero llegaron las cifras y comenzaron los gritos, los miedos, las teorías de lo que existe o no, y si existe, alguien debe tener la culpa. No un virus, que es algo pequeño, muy pequeño, más pequeño que diminuto y más diminuto que microscópico... más pequeño aún; pero resulta que los números y las cifras son mentirosas: un virus siempre es “muchos virus”.

Mientras los nombres de los países y de sus gobiernos no comienzan a asociarse o ser parte de las cifras, no hay por qué preocuparse. Las cifras oficiales son números frágiles, tan transparentes que se les ven sus falsedades, y los subregistros, sin actas, son las cifras que nos engañan al no dejarse ver... Y así, hasta el más diestro se pierde en las sumas y las restas que pensamos deberían tranquilizarnos, pero hace tanto calor de ansia y tanto frío de miedo aquí y allá, que el maquillaje se mezcla con los sudores y las lágrimas, y se corre derretido por la soledad, como le ocurre finalmente al desolado protagonista de La muerte en Venecia de Visconti.

Sin embargo, las cifras engordan tanto y tan rápidamente que ya son pólvora y chispas que detonan conflictos, batallas varias y luchas callejeras, guerras de encuentros y desencuentros: nos separamos de las personas porque son potencialmente peligrosos, se lucha en hospitales para salvar a cada vez más víctimas: quienes encarnan las cifras, igual que los muertos; y se combate a ciegas en los laboratorios y en los congresos de legisladores... Nadie declaró esta tercera guerra mundial, se declaró sola, y las cifras nos caen como bombas de tiempo, y aunque no lo digamos en voz alta, tememos nos estallen a nosotros o en casa de quienes queremos, porque somos los blancos que prefieren esos otros que tampoco se atreven a salir a la calle. Todos contamos con todos para no dejar de contarnos, pero si se trata de que crezcan las cifras del horror, que sea a costa de ese que está allá... Sí, en esto estamos todos juntos, pero guardando una distancia más que prudente, porque, aunque las cifras mientan —y sabemos que lo hacen porque cada quien las usa como más le conviene o como menos le duelen—, queremos evitar ser un número más a la derecha del anónimo y escurridizo “paciente 0”.

[otra mañana de mayo que se agota cansinamente]

Como bandoleros de viejas leyendas, hay quienes recorren cautelosos, embozados y expectantes, los pasillos en que se exponen como posibles fuentes de contagio las latas de atún y chiles y puré de tomate, los paquetes de galletas, pasta y cereales, con sus seductoras dosis de carbohidratos... Nada ha cambiado, pero nada es igual porque hay por todas partes un manto de desconfianza con encajes de temores paranoicos y descontroles, las miradas sospechosas y los gestos inquietantes son la novedosa veladura de la imagen. Por allá, otro que, más que vaquero deconstruido, parece un soldador responsable que se protege el rostro y las sonrisas y evita chispas y quemaduras que pudieran desgarrarle desde la garganta hasta los pulmones, por lo que también toca los productos con recelo, con dudas y con guantes...

Nada ha cambiado, pero nada es igual porque un estornudo al fondo del pasillo no detona la solidaridad de antaño, con el cortés y automático: “Salud”; hoy parece más bien tensar los rostros dibujando desconfianzas y sacudir los músculos de las piernas listas para huir. Aquella mujer sólo quiere terminar la compra y regresar a cocinar y a sonreír en casa, sólo armada y protegida por la prudente distancia entre aquella otra y aquel que se aproxima humillando con su presencia la tranquilidad que se desgasta en cada paso que da...

Nada ha cambiado, pero nada es igual porque ir a comprar o a trabajar o a pasear no tiene acta oficial de prevención, pero entendemos que hay que comer y no asfixiarse de temores por la presión de la lupa de esas cifras de mórbidas dimensiones... El medio kilo de zanahorias es probable que pese mucho más si contamos, como anclas, los posibles agentes coronados e invisibles que provocan nuestros miedos, y ese lustroso brillo de las manzanas pudiera esconder las peligrosas intenciones de la mítica bruja de las nuevas Blanca Nieves. Nada ha cambiado, pero nada es igual porque el confinamiento no es del todo voluntario y parece vivirse como injusta sentencia de un jurado intransigente, que carece de imagen y rostro, por lo que duele más que unos barrotes que no existen... Las cebollas, los ajos y los frascos de crema de blancas seducciones son revestidas hoy con hábitos casi conventuales, porque no estamos para bromas ni descuidos y, quizá entre sus poderes de sabores y texturas, se escondan las peligrosas huellas digitales de invisibles y mortales consecuencias. Nada ha cambiado, pero nada es igual porque los pequeños montes y las hipnóticas praderas de verduras, de frutas y tubérculos se ofrecen tal vez inocentes, quizá engañosos con un probable cargamento discreto y silencioso de peligros no del todo comprendidos...

Hay que regresar lo más pronto posible a la celda personal y cargar las baterías con más noticias, con las mismas noticias sin sonrisas: unos cuantos menos aquí, varios casos más allá, acullá no sabemos porque no se ofrecen datos oficiales y sólo contamos con los dedos las sospechas.

[mientras mayo aún oscila inseguro]

Hoy voy a guardar todas mis ideas en el refrigerador para que se conserven frescas; no sé si en buen estado, porque desconozco cómo me llegan, pero por lo menos que estén frescas por si las llego a necesitar... Aunque ignoro si habrán sobrepasado con mucho su fecha de caducidad, porque ignoro también si ésta es real o simplemente inventada, como tantas otras cosas, para vender más, para estimular el ya de porsobreestimulado consumismo... y porque sé —sabemos— que las ideas no tienen mucha demanda, sobre todo si son buenas.

Junto al frasco abierto de aceitunas, el recipiente con algunas sobras de ayer —creo que incluso hay algunas más viejas aún— y ese paquete sin abrir de ensalada lista para comer, que nos aseguran está lavada, desinfectada y deliciosa, quizá debiera también guardar los miedos más frescos, porque con los días es probable que adquieran un sabor sospechoso, que modifiquen su sustancia o incluso pierdan consistencia y proteínas. Sí, tal vez debería hacer eso para no romper con la rutina, y quizá debiera volver a lavar los platos que no guardé en donde debían permanecer hasta nuevo uso, probablemente podría limpiar una vez más la estufa que se ensucia cada vez con más intensidad con los mismos guisos: papas suaves para no atormentar a mis dientes y encías, acelgas cocidas y sazonadas con ajo, aceite de oliva y algo de sal... no mucha, porque los excesos, dicen, no son buenos para la salud; y es sobre la salud que tenemos un exceso de cuidados hoy en día.

No me decido, porque pienso que resulta más urgente, sin ser prioritario, quitar el polvo de los libreros, pero no con un plumero porque entonces sólo cambia de lugar y de libro el mismo polvo... ¿Urgente? ¿Por qué? ¿Cuál es la razón pragmática o racional de una urgencia tal? Creí que lo urgente era seguir, aceleradamente, hasta que el confinamiento termine... o termine con nosotros. Muchos son los que ahora desesperan, y lo conveniente sería que también guardaran en el refrigerador, cerca de la mantequilla o de los muslos de pollo, sus ansias de salir y acabar con el encierro... Debo guardar la paciencia y acomodarla bien entre ese aguacate ya maduro para un guacamole y esos restos de arroz que no sabemos desde cuándo están ahí... Está visto que la paciencia y la disciplina también deben conservarse frescas.

Sin embargo, no sé si el refrigerador es suficientemente grande, espacioso o capaz de conservarnos frescos a nosotros para que sigamos con vida e ilusiones unos cuantos días más... Por más que busco, tampoco encuentro ni en las plantas de mis pies ni en mi costado ni donde alcanzo a ver con la ayuda de un espejo, dónde se especifica la fecha de caducidad o esa de “consúmase antes de...” Lo que más tememos y guardamos celosamente en los silencios, que deseamos volver hielo en el congelador de nuestras dudas, es que todo llegue a terminar para nosotros de un momento a otro, pero más miedos nos producen la incertidumbre y la permanencia indefinida de aquello que aún no sabemos controlar, que escapa a nuestro afán por domesticarlo todo... Y es probable que ese impreciso e intangible portador de consecuencias varias, sea el que en realidad carezca de fecha límite de uso y abuso, de caducidad, por no tenerla programada en su arn...

[una noche delirante del necio mes de mayo, que no quiere claudicar]

Rodeado de libros cerrados, quietos y silenciosos en los libreros o donde pueden, después de ser dejados tranquilos cuando se dice que vivíamos la normalidad, y en un punto impreciso e imprevisto de una noche que bosteza sus inicios, una secuencia de absurdos entra a escena, ahora que los teatros tienen están cerrados y nadie ríe, nadie cobra, nadie cierra con paso firme una escena, porque nadie ha levantado el telón y, por no dar, no han dado ni el esbozo de la “primera llamada, primera”... Por lo que hoy, pienso y sueño en mi gente teatrera, inmovilizados por la pandemia:

El confinamiento de las letras

Dramatis personae: yo = y y también yo = τυ

[Primer aviso... segundo... y tercero, para el comienzo de un delirante pervertimento, un monólogo dialogado ante el espejo, un absurdo intelectual de un personaje que es eco de sí mismo, que está solo y encerrado... Confinado, dicen que suena menos claustrofóbico. No hay más atrezzo que la imaginación ni más iluminación que la luz que emite la pantalla de mi computadora... Sólo Yo con mi Yo También; y para qué esperar a un público que no puede llegar por razones sanitarias... ¡Comenzamos!]

Y: —También los libros en la casa parecen confinados a sí mismos, y es extraño...

TY: —Definitivamente es muy extraño, suelo viajar entre sus páginas.

Y: —Por eso no acabo de entenderme, me doy un poco de miedo...

TY: —¿Sólo un poco? ¿Miedo a qué, de qué o por qué...?

Y: —Miedo al poder que contienen los libros.

TY: —Sí, son poderosos, pero amables; es ridículo ese miedo que transita de la cabeza a las manos, de la emoción a la razón.

Y: —No sé, tal vez si los toco, aunque sea un poco, si apenas los rozo, puedo contagiarles mis reflexiones y temo me contagien los dramas que ellos mismos confinan entre sus páginas, entre sus tapas bien cerradas.

TY: —Tal vez... probablemente... quizá... quién sabe... Son demasiadas e improbables posibilidades y muchas posibilidades sumamente improbables.

Y: —Ignoro por qué, pero desde hace ya semanas me he acercado poco o casi nada a los libreros.

TY: —¿Temer que algo les suceda es temer que me ocurra lo que temo? ¿Qué hacer entonces... y ahora... dentro de unas horas y días?

Y: —Ya se ve que he preferido contagiarles mis inquietudes a las teclas...

YT: —¡Ah, las teclas! Tan incapaces ellas de guardar silencio...

Y: —Siempre dispuestas a gritar o susurrar lo que pensamos...

YT: —La pandemia, al parecer, tiene varios efectos colaterales muy distintos, numerosos efectos secundarios y quizá hasta terciarios...

Y: —Tal vez porque el meollo del Sars-Cov-2 se confina a sí mismo en su ARN, y éstas son tres letras imprescindibles en español para decir A“legría”, “Retorcido” y “Natural”...

TY: —“Alegoría”, “Retruécano”, “Naderías”...

Y: —Y tan presentes en esencia y sazón en las hoy cerradas páginas de esos libros que duermen o espían desde los estantes, quietos en sus lugares del librero...

TY: —No, no es sano dejar que escapen paranoicas del librero todas las As y las eRRes y las eNes porque podrían morir de una pulmonía inespecífica, y dejar con fiebres y dolores al Amor, con toses secas al Rumor y prácticamente moribunda a la Nada.

Y: —Debería revisarme urgentemente un buen doctor en letras y tal vez recetarme un nuevo diccionario Aún en Revisión de Neologismos...

YT: —Sí, sería necesario, aunque no se entienda el por qué...

Y: —¿No se entiende? Porque hoy, aquí y ahora deseo reír y burlar a los miedos impertinentes que acosan por los puntos cardinales de mi estudio al querer jugar con las letras y respirar sin rubores los sarcasmos ingeniosos...

TY: —¡Si sólo fuera por los puntos cardinales...! Podrían hacer sus equilibrios en inseguras sucesiones de puntos suspensivos.

Y: —O no, quién sabe si tropiezan con la coherencia cuando realmente son meros desvaríos ingeniosos.

YT: —La pandemia de dudas, de inquietudes, de quizá algunas abulias, ha conseguido entrar a saco en mi cabeza, provocando este delirante galimatías de imágenes y asociaciones, sin pretensiones de obra surrealistas...

Y: —Con la inevitable herencia que ya traigo aquí incrustada desde mi madre, mi padre y las circunstancias de mi nacimiento.

YT: —¿Dónde exactamente está incrustada como gema o concha nácar?

Y: —Aquí, en la esquina más transitada de mis reflexiones más desbocadas.

YT: —Pues lávate las manos, que estás dejando hecho un asco este teclado.

[Y salen de la escena en la que nunca estuvo nadie, ni Yo ni Yo Tampoco. Y si aplauden, ese mismo nadie los escuchará o quizá sólo alcancen a imaginar que les aplauden a otros que lo tienen más que merecido, y no sólo me refiero al amplio, versátil e imprescindible personal sanitario.]

[tomando café una mañana de mayo, como hace un año]

No hay años buenos o malos; de hecho, sólo hay ciclos solares no siempre iguales ni en tiempo ni con elíptica exacta, y durante ese fenómeno ocurren y dejan de ocurrir cosas, eventos en el sentido azaroso de la palabra, y también rutinas y algunos proyectos que inician, continúan o terminan... Hablando, claro está, del animal que somos, desmesurado y que salido de sus orígenes africanos se propagó como una primera pandemia primate.

No, no hay años mejores o peores... No hay años buenos o malos, pero hay meses en los que se suman situaciones que dificultan la alegría y la tranquilidad... Desde octubre pasado, yo podría ir sumando momentos difíciles y otros cansados y complicados para un cuerpo ya sin mucha energía y una espalda que me recuerda que cada vez se hará más presente un dolor aquí y otro allá y varios en toda una región que se expande como el propio universo y como la pandemia. No, no hay años buenos o malos, ni calendarios, sólo experiencias, hay vivencias, resolución de problemas y no pocos tropiezos mientras se avanza, aunque parezca que vamos como dicen que van los cangrejos, que en realidad no caminan hacia atrás sino de lado, porque su estructura física puede serles útil para muchas cosas, pero no para ir en línea más o menos recta hacia adelante... Como pareciera nos ocurre a veces a cualquiera de nosotros. No, no hay años buenos o malos, hay días en que todo parece fluir y otros en los que lo que fluyen son preocupantes realidades, no recomendables para ánimos débiles y carácter frágil ante una, dos o más adversidades... Los exámenes médicos salieron bastante mejor de lo temido, y sentí dibujarse cierta tranquilidad en mi ahora con vistas a mañanas. No, no hay años mejores o peores, realmente es absurdo y mítico pensar que hay años buenos o malos; no los hay... Pero en este 2020 muere mi hermana y se me rompe en pedazos el futuro por la grieta insalvable que se abrió para no cerrarse ya, entre nuestros ayeres y mi incierto todavía.

No, no hay años mejores o peores... pero de pronto nos encontramos en un limbo domiciliado en rutinas y distancias, y nos hemos descubierto motivados por el miedo a romper más los vínculos y contactos con las pieles, y nos asustan los besos, que parecieran balas invisibles que disparan unas armas camufladas con los rostros más queridos y con los de los vecinos nunca abrazados. No, no hay años mejores o peores, sólo nuevas prioridades que dan innovadoras texturas al vivir cotidiano, que algunos aseguran es un “no vivir” porque las distancias se vuelven insalvables, porque si las rompes, es posible que no te salves y caigas en medio del vacío, y si no la rompes, no te salvas de contagiarte de desilusiones, tedios y desesperación. No, no hay años mejores o peores, pero sí meses que se alargan como sombras y días que no terminan, porque descubrimos que hay que limpiar ese rincón que construyen la pared con la puerta cerrada que me impide salir y con aquella otra pared que presume ser barrera protectora... Este año hay que buscar novedades, sorpresas y alegrías donde hasta hace un año creíamos que todo era rutina. No, no hay años mejores o peores, sólo un tiempo imparable, aunque el espacio se consuma a sí mismo entre repeticiones muy distintas a las que tantos añoran en los gimnasios hoy cerrados; y todo porque necesitamos convencernos que habrá años nuevos, relucientes como los de antes... Sí, esos que tanto extrañamos entre el despertar y la lucha desesperada cuerpo a cuerpo con los insomnios hoy impertinentes. No, no hay años mejores o peores... sólo muchos días cargados de mitos más que repetidos, como si el tiempo hubiera comido mucho ajo o se hallara en el fondo de una caja de resonancia donde Eco reina en soledad... No, no hay años mejores o peores, sólo tiempo sin garantías, que no acepta devoluciones.

[más allá de la mitad exacta de mayo]

Hay un reguero de miedos por todas partes, causado por un asesino serial que ha sido reconocido, pero aún se jacta de sus crímenes perfectos... Por lo menos por ahora, aunque son más las víctimas que logran salir airosos del terrible encuentro. Son numerosos los desperdicios que van dejando por los rincones la precaución y los supuestos... Y aún no sabemos todos los detalles. Los matices de lo posible se esconden en los más que mínimos rincones del invisible e intangible asesino serial; porque un asesino serial no sólo lo es por la secuencia de afectados, muertos o no, sino por ser productor eficiente de series televisivas en la sección de noticias... Con no pocas vueltas de tuerca, con datos que van y vienen en un río turbulento de contradicciones. Asesino serial sin parentesco ni historia compartida, sólo por haberse dado en el azaroso encuentro con un espacio dominado por los tiempos de las prisas, las inconsistencias y la caducidad programada del aquí y el ahora... Contextual y circunstancial, casual, indirectamente provocado por descuidos en algunos momentos, en más de un lugar, pese a que se identifique un punto 0 de origen. La masacre y los desperdicios van siendo la evidencia de su acelerada marcha del punto X al Y... y más allá... y también aquí y a la vuelta de la esquina... No sabemos si podremos atarlo en corto con grilletes bioquímicos o encierros sin posibilidad de apelar la sentencia, porque sólo pueden salir los indispensables y los demás somos prescindibles en la investigación. A pesar de las muertes que se le suman día a día en el historial de su presencia, y de los cientos de miles más o menos afectados, el asesino serial carece de responsabilidades, no podemos emitir veredicto de culpabilidad alguna pues sólo hace lo que tiene que hacer para poder seguir haciendo lo único que es capaz de hacer: ser y seguir replicándose.

[en un mayo con sol, nublados y desesperadas impaciencias]

Quiero salir y correr hacia ti...” “Quiero abrazar para sentir que no estoy muerto...” “Quiero besar a quien sé que comparte mi deseo...” “Quiero tocar un rostro que me recuerde que estoy vivo...”

“¡No!” —gritan muchas voces en un coro de inquietudes desafinadas.

En silencio y con velocidad acelerada nos fue llegando el miedo, con oleajes de rabias y corrientes de peligrosidad, con el nivel de flotación cada vez más amenazado... Y buscamos con desesperación los salvavidas: pantallas faciales transparentes, tapabocas, geles y hasta guantes. Corremos con rostros, que nos muestran temerosos, buscando quedar a prudente distancia de aquellos que pensamos son una amenaza, lo que hace que nos aproximemos a otros varios que también corren sin mirar bien hacia dónde, y con las alarmas a todo lo que dan generamos fuertes y sorprendentes remolinos en los que el epicentro es el ahogo. Deberíamos, quizá, bajar la velocidad a nuestras delirantes paranoias, porque no parece prudente ni sano tener tanta prisa y porque con el pánico hay riesgo de ser más los contagiados y sumarnos a las cifras de los vencidos... Las desesperadas prisas nos alejan de cautelas y de playas más serenas, a las que sería bueno llegar todos. Nos pesan las horas que nos arrojan a la cara los relojes y los días que van muriendo en los calendarios, y damos vueltas en redondo y en varias direcciones como leones enjaulados, como si más allá de las paredes hubiera todavía paradisiacas praderas y aventuras más seguras, olvidando otros peligros. Sería bueno en esta crisis de múltiples facetas repasar nuestras habilidades aritméticas y ver un poco más allá de la inmediatez, y abrir el horizonte a una sucesión más amplia de mañanas aún sin bocetar... El peligro lo vemos en un retrovirus invisible, pero cerramos los ojos y la mente al evidente peligro de nuestros muy visibles desesperados egoísmos.

Quizá me arrepienta, sin embargo, de esta última proclama que parece brotar de un púlpito insensible, que sólo ve lo insensato del miedo y rechaza las audacias y las osadías que abren las puertas a los riesgos... “Quizá”, “probablemente”, “tal vez” son las fichas que nos quedan por jugar... No hay más: que haya suerte.

[aún en un mayo interminable]

¿Sabremos recordar dentro de un año, de dos o más, lo que ha supuesto y significado éste para todos o casi todos los “nosotros” del mundo? O seremos espías de tiempo completo en los años porvenir... ¿Seremos capaces —para no atormentarnos diariamente— de olvidar la desesperación que se grita y resuena por los mismos rincones de la casa día con día? O desconfiaremos cada vez más del que camina a menos de dos metros de distancia... ¿Sabremos sin soberbia conservar la aplaudida solidaridad a sanitarios y otros gremios, que hoy parecen ser de lo único que podemos enorgullecernos? O nos sacaremos de la chequera nuevos privilegios... ¿Seremos tan responsablemente conscientes para comprender que el pasado debe aprenderse bien, como lección de vida impostergable? O restringiremos las sonrisas a unos pocos elegidos...

Sabemos bien que seremos sobrevivientes aquellos que sobrevivamos —hoy hasta soy un optimista Perogrullo—, pero quizá no seremos muy capaces de reconocer los miedos que nos llevaron a desconfiar de los que podíamos confiar: este hombre en la calle, esa mujer en la tienda, esos niños que juegan en los parques, aquellos viejos que pasean sus calendarios, esas plazas abarrotadas de risas y prisas, esos coqueteos del amor y... esos orgasmos tan deseados. También debemos saber que el tiempo no hace milagros, que los años únicamente nos ponen a macerar las experiencias y nos permiten descubrir sabores nuevos en los momentos de peligro y nuevos olores en las entregas depredadoras de los gemidos de los deseos... Que en este 2020 dejamos moribundos en las sombras.

¿Seremos tan hacendosos y precavidos a la hora de acercarnos al que corre o duda o sueña o quizá lamenta que no puede olvidar lo que busca? O dejaremos atrás a quien no se una a nuestro coro... ¿Sabremos conservarnos imparciales a la hora de evaluarnos, juzgarnos y sentenciarnos delante del espejo, cuando no nos paralicen las cifras de hoy? O daremos brillo a las sonrisas lambisconas de siempre... ¿Seremos capaces de olvidar, para no lamentar fechas masacradas y la desesperación de frustraciones más amargas que agridulces? O abonaremos con esmero los rencores... ¿Sabremos recordar dentro de un año, de dos o más, las angustias y quejas producidas por un confinamiento malamente sufrido por muchos de nosotros?

[después del desayuno en este fragmento de mayo]

No quiero obsesionarme —comento con voz intimista, intentando convencerme de que realmente no tenemos mucho que hacer fuera de casa, porque la soledad hoy se llama “prevención”.

Quiero convencerme de que el universo ya no es tan grande y expansivo como aprendí que era, porque se va contrayendo día a día: primero, de la puerta de la calle hasta el rincón más apartado de ella dentro del mundo que llamo casa, pero después, con el paso de los días, parece reducirse más y más, hasta ocupar sólo los metros cuadrados más utilizados para estar haciendo nada más que esperar que el universo vuelva a expandirse, porque el pasillo y otros rincones son casi que los “no lugares” de Marc Augé, un lugar del universo que se vive, por lo menos en mi caso, es la recámara, con la cama, el sillón más confortable, el televisor, otros aparatos de nuevas tecnologías, unas mesitas que se pliegan y despliegan según se necesiten o no y una serie de cajones con medicamentos, galletas y dvds, algunos aretes, anillos, dijes y relojes hoy inútiles porque la prisa carece de sentido. También son lugares la siempre necesaria cocina con el refrigerador, la estufa, los cajones y puertas con cubiertos y platos y ollas y sartenes, la alacena y la esclavista tarja donde se nos condena a seguir viviendo con una nada mínima de limpieza, más que necesaria, y el baño con su ducha, su lavamanos y escusado que no acepta excusa para su uso y a veces necesario abuso... Y por último, es un lugar ese rinconcito de universo donde duermen los libros que a veces despiertan y sueñan, donde aguardan la computadora y las plantas, las plumas y los lápices que acompañan a papeles, a la impresora y a algunas notas que quizá se olviden al final del día y terminen en la papelera-sepultura de ideas abortadas.

— Poco espacio para contener al que se obsesiona —me explico con paciencia—, pero suficiente para sostenernos mientras la obsesión se alimenta con noticias frescas y falsas noticias, con datos y argumentos, con verdades y engañosas declaraciones oficiales.

Sin embargo, hay ocasiones en que uno debe tomar vuelo, tras reconocer que, no sin miedos y ansiedades, tenemos que arriesgarnos a vivir —esperamos que sean breves— odiseas al espacio extramuros: hoy tengo cita con la dermatóloga, porque una huella indeleble y nada inocente vuelve a marcarme un punto débil en mi nariz ya muy marcada... Y quiero respirar con menos cosas con las que obsesionarme aún más.

[una madrugada de un mayo de elásticas dimensiones]

Pensamos sin pensar lo que pensamos, asfixiados por los miedos y los ánimos en desbocados delirios de culpas... En los rincones de Asia comenzó el reguero de enfermos y muertos que hoy se multiplica con prisa por las habitaciones de Europa, por los múltiples pasillos de América, por las cocinas de África y en las desordenadas cabezas de todos... Sí, todos o casi todos tenemos metido entre los ojos y el ánimo ese polvillo ácido, corrosivo y caliente que nos tiene paralizados... “Coronavirus” le llaman, como le llamamos Pepes a los Josés, Huichos a los Luises y Quiques a los Enriques; también se le dice “covid-19” como a Isabel, Chabela, y a Dolores, Lola, y Lupe a las del arábigo nombre Guadalupe... Sí, también “sars cov-2” en plan académico, pero ningún nombre es lo mismo, aunque todos están relacionados con el reguero de muertos y enfermos...

Estamos confundidos, quizá por el encierro, por la ansiedad y porque no terminamos de entender qué es un “virus”, y si está “vivo” o es como el mítico Drácula, un “no vivo” que parece vivo y que nos necesita para seguir siendo y que ellos sean cada vez más por todas partes... por los años y los siglos por venir, rodeados de enfermos casi muertos y de muertos apenas ayer casi vivos. Tan son sólo agentes de la confusión y el miedo y la ansiedad y la desconfianza que produce en los que temen morir, en los que se sienten enjaulados, presos, y en los que ya se sienten enfermos... Y se vuelven a respirar las absurdas teorías de siempre: “Castigo de Dios”, “Esta plaga se debe a esa otra plaga que son los homosexuales”, “Este virus no existe, es un producto sin materia para negocios sucios”, “Estamos así por los manipuladores de China”, “Es una más de las estrategias bélicas de los Estados Unidos”... Y así sucesivamente, hasta que nadie viva feliz ni coma perdiz. Otros más dados a la penitencia con cilicios mentales y a las torturas masturbatorias, insisten y repiten como tartamudos con los tics de la culpa, que se debe al mal comportamiento del primate humano, que creamos nuestra propia destrucción tras arrasar con el mundo; convencidos que es nuestra culpa, porque ahora el aire parece que se purifica y aseguran se cierra el agujero de ozono al tiempo que vuelven peces y otros seres marinos a los canales de Venecia.

La sentencia es siempre la misma y se nos condena a cerrar puertas, a no salir, para que el planeta se olvide de nuestra avaricia: no salgas, silencio, si hacemos como que ya no estamos, quizá cese la plaga, se desvanecerá el reguero de enfermos, muertos y Dráculas de arn... Pero ese mantra obsesivo: “Quédate en casa”, es desatendido por muchos, empezando por los sin techo y sin derechos, seguidos de los que ostentan más privilegios y se asumen poseedores de derechos sin límite: los incomunicados extremos de un continuo poco social y solidario... Mientras, se van sumando destrozos: atípicas neumonías, afecciones gastrointestinales, daños neuronales, trastornos no del todo comprendidos... Y como ya somos muchos los chivos expiatorios: el enigmático virus con una fracción de secuencia de bases muy particular, el desmedido primate, los extraños e indeseables de siempre, tendremos que esperar a que se limpie el reguero de afectados y bajas, para reflexionar con un poco de sentido común y parsimonia. Pensaremos más serenos, cuando recojamos el tiradero de ansiedades que vamos dejando por ahí y, de nuevo, volvamos a ser patéticamente “normales”.

[en otro momento de un ya manoseado día de mayo]

Bajo un dosel de incertidumbres y desconfianzas van muriendo los días, en medio de engañosas coreografías de opiniones y críticas, de propuestas y contrapropuestas que se crean y combaten en intrigas palaciegas: cada quien busca ganar adeptos, territorios y poder... Los miedos entretejen teorías del absurdo e ignorancias, sin conseguir la confección de cómodas certezas, porque todas resultan peligrosas por los repentinos vientos que se levantan en ese combate desconcertante de datos que se niegan entre sí: unos apuestan por la felicidad, que cada quien define y mide a su manera, otros quizá por el fracaso anunciado de la más que criticada estrategia preventiva... Y más allá de todo ese festival de mitos, sospechas y fingimientos, de dimes, diretes y contradanzas, algunos “nos quedamos en casa” en una desesperada espera de que pase lo que tenga que pasar, mientras otros se refugian en un caparazón de cajas de cartón y quizá una vieja y sucia cobija, demarcando su “me quedo en casa” en la entrada cerrada de una iglesia, frente al cajero automático de un banco o a las puertas de una tienda sin fecha para abrirse a los clientes, que quizá lleguen algún día con sus miedos a cuestas... Y algunos otros, quizá, se esconden del miedo entre los arbustos de unos jardines que hoy respiran los silencios.

La mujer, en el “quédate en casa”, a sus hijos les oculta con maquillaje los golpes del marido enfurecido, porque nadie debe salir y con algo —“algo” es su esposa— debe liberar su frustración... Y en aquella otra casa el viejo muere poco a poco, lejos de todos y sin fuerza para ir al médico, porque el bastón y la osteoartritis no le permite usar su coche y le cortaron el teléfono no pagado; más allá, el chico homosexual es expulsado de su casa con un rosario de insultos por unos padres indignados; y a unas calles de ahí, la chica trans no encuentra en la casa diminuta de su amplísima familia, ni el momento ni el pequeño rincón que le permita ser lo que es, sin exponerse ella también a ser corrida con un maquillaje de moretones en la cara...

Entre tanto, se complican las voces y los movimientos en iluminados pasillos y en las camas de este, aquel y ese otro hospital, donde el ajetreo se colapsa ante un fracaso terapéutico, que termina en una muerte que engrosa la casuística... Y la fantasía del “todo controlado” se borra cuando entra en escena un nuevo caso sospechoso para el que tampoco hay lugar, ni quién pueda atenderlo en medio de este caos de pacientes, médicos y personal de enfermería, tan desprotegidos y cansados, y que en sus prisas se tropiezan con los encargados de limpieza y de sacar de en medio los desechos contaminados, más desprotegidos todavía, pues son unos personajes protagonistas, que el dramatis personae oficial registra como “secundarios”...

Habría que aprender de los virus la estrategia de no estar vivos, con la posibilidad de estar y ser y replicarse por millones en el interior silencioso de unas células vivas condenadas a muerte o, quizá, sólo a vivir esclavizadas: indiferentes a los dramas hospitalarios y a los paranoicos meses en las casas o sus frágiles equivalentes; menos interesados en el ir y venir de conferencistas y comunicadores aburridos, que son las piezas de ajedrez en las intrigas palaciegas... Sí, habría que aprender de los virus, pero no insistamos, no nos esforcemos en vano: no somos capaces de sus magias devastadoras.

[avanzamos, pero seguimos dando pasos en mayo]

Este año, en el concierto del orden social, se produjo un abrupto desorden... Al parecer ya ningún talentoso y comprometido director toma la batuta, como si ahora quemara y unos hicieran lo posible por deshacerse de ella, mientras otros optan por improvisar torpezas y excusas, ocurrencias sin sentido. Al principio, sin darnos cuenta, la musicalidad de la vida cambió de ritmo, de cadencia y de volumen; la intensidad y las intenciones de un momento a otro rompen los guiones y trastocan las coreografías: tropezamos con el miedo, con las dudas y con incredulidad, porque se cocina un extraño guiso de mitos y mentiras, sin más recetas ni otra guía que un imperativo “lávate las manos y quédate en casa”, sin que se preocupen por saber si hay agua y jabón, incluso si hay paredes, puertas, ventanas, techos y pisos que permitan hablar de algo que sirva de “casa”.

Sin embargo, algunos consiguen fingir que no pasa nada, que todo eso de lo que todos hablan es una mentira para usarnos una vez más, mientras otros buscan aquí y allá un culpable reconocible que pudiera ser llevado a juicio y recibir la más fuerte sentencia posible, y así sentir que se volverá al orden deseado. Los “usos y costumbres” confrontan las propuestas de toda prevención que, quizá incómodas, se presentan serenas y razonadas... Nos escuchamos si nos gusta lo que oímos, si no, en el mejor de los casos nos ignoramos, y si nos agobian, insultamos a quienes nos hagan gestos de desaprobación. Las calmas y rutinas van quedando obsoletas unas tras otras y un reguero de desperdicios queda en las calles, las tiendas se vacían y el silencio crece... En las iglesias, los que rezan se asfixian con los inciensos en la mitad de la liturgia, porque quizá dios, que tiene todo el Tiempo para sí, puede esperar mientras el feligrés desespera, enferma y muere.

Es necesario reinventarse, pero estamos paralizados; no sabemos cómo, en qué dirección y ¿qué lograremos? ¿Nuevos errores que lamentar mañana...? Nos da miedo volver a equivocarnos. Un momento tras otro, un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro sin terminar nunca la sinfonía o el réquiem del vivir... Un paso tras otro, un enfermo tras otro, un muerto tras otro... Un irresponsable tras otro... Mientras, un pequeñísimo causante del desvarío, invisible e impalpable, sin conciencia ni intención, se cuela entre las notas por toda la partitura. Eso es “la normalidad” de la vida, la vieja y la nueva normalidad: una generación sucede a otra, y ocupará temporalmente y a su manera los espacios, todos los rincones utilizables...

Creemos saber todo esto, pero angustia verlo con tanto detalle y tan a la vuelta de la esquina.

[un martes que, como el lunes, no abandona el mes de mayo]

Dejaré de dar vueltas en redondo como tigre enjaulado, me voy a innovar y reciclaré nuestro pasado primate para subir, bajar, hacer muecas y ruidosas manifestaciones de que estoy vivo... No hay encierro entre paredes y puertas si se abren ventanas a las risas, a la fantasía y a todos los recuerdos que pueden renovar el hoy y el aquí reciclando los ayeres. El aburrimiento se aburre de sí mismo si en su avance no le metes el largo y fuerte pie del humor, porque no te aburres si tienes que levantarte una y otra vez para sacudirte el polvo de tus risas. No olvides que el miedo alimenta al aburrimiento y las rutinas, y ambas calamidades inyectan con virulencia impertinente al retrovirus, que tiene como cómplices a la irresponsabilidad y la desidia... El confinamiento nos deprime y termina matando, es la excusa y la narrativa más comercial del drama de hoy... Mientras tanto, los informes oficiales silencian las realidades más terribles, porque también tienen miedo, un miedo espantoso a perder adeptos y votantes el día de mañana: Apago la radio... Soy un animal aristotélico, pero no me permitiré tropezar más de dos veces con el mismo tedio, porque las heridas que producen esas necias caídas, se encaprichan y obsesionan, y nos dejan cicatrices tan profundas, que pueden convertirse en puertas abiertas al acceso de una muerte silenciosa.

[finalmente, termina el mes de mayo, y seguimos más o menos como ayer]

¿Por qué a tantos nos afecta y de manera incluso dolorosa —y a otros no o mucho menos— este confinamiento profiláctico, ya sea voluntario o impuesto, que se ha convertido en el primero de los síntomas de una pandemia que nos tiene confundidos...? Aun cuando el sars-cov-2 a muchos no nos ha alcanzado de lleno, ya nos tiene sitiados y va ganando batalla tras batalla, día a día, momento a momento; algunas en los saturados y asfixiantes hospitales y otras en múltiples anónimos rincones, olvidados por las cifras oficiales... Incluso estando sin síntomas, refugiados en una privada y discreta permanencia entre paredes, todo apunta a que somos “una batalla perdida”: Un diminuto y aparentemente débil David vence, una vez más, al soberbio y ostentoso Goliath... Dicen que todo esto que vivimos es como las termitas, que corroen los palacios y atraen a molestos invitados, lo mismo que el salitre y el moho: es efecto colateral de una ruina anunciada.

En un protegido rincón de mi cubil reflexiono y pienso que tal vez nos afecta así, porque nunca aprendimos a estar a gusto con nosotros mismos y porque nos convencimos que, lo más destacado y puntual de nuestra realidad, es movernos de un punto “aquí” a otros “allá”, acaparando el horizonte, en un ir “siempre más allá” de las fronteras defensivas de nuestros territorios que, en el desmesurado afán de apropiación de nuestra especie, convertimos en “casas”... Incluso en domus: viviendas de grupos familiares de cierto nivel económico, haya o no un dominus o paterfamilia en ellas; aunque son muchos, muchos más los que carecen de un refugio sin tantas pretensiones, pues incluso carecen de la protección que ofrecen las paredes y las puertas. Tal vez, en nuestro afán por reinar y hacerlo incluso sobre el universo todo, nos olvidamos de nosotros mismos: nos domarnos y domesticarnos los unos a los otros, a través de instituciones y reglamentos, opiniones y actitudes, normas de procedimiento y leyes, para permitirnos estar, según dicen, en los más lugares posibles y con la mayor cantidad posible de otros con los que compartimos la misma obsesiva necesidad de tener cerca de alguien; pero no pocas veces ponemos barreras para limitar el acceso a “los indeseables”, y proponemos sin pudor alguno nuestras pretensiosas exigencias y condiciones: “No antes de las 10 de la mañana”, “Obvias abstenerse”, “No gordos”, “Nos reservamos el derecho de admisión”, “No flacos”, “Sólo personal autorizado”, “No analfabetas”, “No se permiten escándalos”, “No radicales de izquierdas”, “Prohibido fumar”, “No conservadores neoliberales”, “Sólo para mujeres”, “No trans y demás fauna”, “Únicamente mayores de edad”, “No ateos”, “Silencio hospital: no gritar y no traiga flores”, “No partidos políticos”, “No sin credencial...” Y sigue, porque la lista de “noes” e “impedimentos” es tan larga que pareciera que realmente queremos estar solos... Pero en realidad nos aterra, enferma, duele, preocupa y asfixia la perspectiva de quedarnos solos, no digerimos bien la soledad y necesitamos ser vistos y escuchados, nos son imprescindibles otros pasos, otras voces, otras respiraciones que se sumen al coro vital de nuestro rítmico sístoles-diástoles. Somos seres sociales, animales gregarios, una importante y maravillosa suma de presencias, incluso cuando estamos muertos, porque sabemos que por un tiempo alguien nos recuerda...

Por lo anterior y nuestras incoherencias emocionales, otro más que lamentable efecto secundario de la pandemia es la ansiedad, que deriva en desesperación, histerias y depresiones variopintas, en violencias misóginas, homófobas o violencias por la violencia misma, con o sin tráfico de drogas de por medio... Y a todo ello se van sumando casos de intentos de suicidio, algunos de los cuales finalmente se logran; y es entonces cuando los deudos se viven desconcertados porque no comprenden la razón, e incluso los hay que insultan al suicida porque su material ausencia se la toman como afrenta personal: otra forma de verse derrotados. Mucho hay que pensar, pero se me ocurre, así a botepronto, que es probable que a nuestros mayores les gustaría que nos viéramos a nosotros mismos como planetas, rodeados de otros planetas, en un sistema astral de matemáticas precisiones... Pero si nos sentimos identificados con los planetas es porque nos gusta vagar y andar errantes por donde se pueda cuando se nos ocurra, y no sólo cuando sea necesario. Sin embargo, los planetas giran inexorablemente alrededor de una estrella, por lo que ese vagar está más que limitado por una fuerza invisible y poderosa de atracción, que no suelta del todo la rienda al vagabundo; además, hay que insistir, los planetas también girar sobre sus propios ejes, se rodean y voltean a verse en una dinámica interminable, y es ahí donde solemos perder el equilibrio y la armonía, donde las matemáticas ya no nos cuadran, porque “yo”+”yo” es igual a “yo” y no a una “dupla yóica”, que a veces nos gustaría conquistar... Sin llegar a los extremos que nos orillen a diagnosticarnos trastornos bipolares o cosas aún más graves o difíciles de comprender.

No, no busquemos superar las contradicciones porque la dialógica irresoluble y necesaria está servida, y en un plato de generosas proporciones que estamos también condenados a comernos, y aunque nos resulte difícil digerirlo, tendremos finalmente que asimilarlo. Es necesario reconocer que, si no nos movemos sin trasladarnos a otra parte, si no nos dedicamos con conciencia a girar para nosotros y sobre nosotros mismos, nunca podremos realmente sacarle provecho al vagabundeo de translación en torno a las instituciones, ideologías, diversiones y curiosidades, incluso a lado o alrededor de otras personas que nos atraen gravitacionalmente, como estrellas que iluminan nuestros días, nuestras ideas, nuestros deseos y también las esperanzas de un mañana... Si bien, como seres sexuados requerimos el vínculo, la exploración masturbatoria es lo que nos permite adquirir el autoconocimiento, una experiencia en la que nadie puede intervenir para criticar esto o aquello, por lo que ni siquiera vale la pena llegar a sentirse avergonzado: el “yo” no tiene por qué decirle a “otro”, lo que “yo” siente o deja de sentir mientras se acaricia y busca en sí los movimientos y recovecos donde duermen, dispuestos a despertar, todos los placeres, incluso los orgasmos tantas veces reprimidos. En la masturbación, el “yo” es el territorio y también es quien lo ocupa y aprovecha, es el principio y el fin último del vínculo: “yo conmigo mismo”, la “suma yóica” paciente y generosa que se entrega a otros.

El problema se presenta cuando la soledad se ve acompañada de violencia, invadida por otros planetas errabundos que, adoptando el papel de meteoritos implacables, buscan colisionar, que es cuando el refugio se convierte en trampa mortal para quien en ella se encuentra: mujeres maltratadas por parejas o parientes misóginos, homosexuales y trans sitiados por la homofobia imperante en el grupo familiar, que busca transformarlos o eliminarlos, niños, ancianos y minusválidos incomprendidos por los soberbios y prepotentes que los rodean y dan vueltas alrededor de ellos, con el fin de que se desgasten y se diluyan en el éter de los tóxicos odios con que contaminan el entorno, enrareciendo el aire que se respira... Pero de eso tampoco podemos escapar si nos refugiamos entre maquillajes y engaños, porque al miedo hay que enfrentarlo, no esquivarlo. Otra batalla dura, difícil, dolorosa que se libra incluso en el movimiento de traslación de un planeta es cuando se ve evaluado y juzgado desde afuera: a planetas como Plutón, aunque se les declarara “no planetas” en 2006, siguieron con sus movimientos de traslación y rotación, demostrando que, se les vea como se les vea, son los planetas que son, les guste o no a las demás estrellas y al resto de los planetas de un sistema. Por eso es que, en esta guerra contra el miedo, la batalla continúa y también gira sobre sí misma y alrededor de una idea que se cree luminosa.

Movernos y trasladarnos de un lugar a otro, incluso si se vuelve rutinario, es una aventura en la que nos arriesgamos a chocar con algo que, de pronto, cruza por la órbita y colisiona con nuestro “ir por ahí”, porque hay no pocos meteoritos azarosos, como el que ahora llegó en versión de retrovirus. En cambio, girar sobre nuestro eje también es monologar, sea en silencio o a gritos, para que escuchemos lo mucho que tenemos que decirnos, aunque pensemos que ya sabemos quiénes somos, qué pensamos y deseamos, qué necesitamos... ¿Realmente nos conocemos? Sospecho que, todo lo más, sólo superficialmente, pues apenas nos miramos sin querernos ver, sin apartar la mirada del espejo que nutre cotidianamente nuestra vanidad y nuestra desesperación porque no crecemos lo suficiente o porque ya son demasiados los surcos del tiempo que se van apoderando de la frente, de las mejillas y de los contornos de los ojos, porque son innumerables los cabellos que se tiñen de plata o ya no se tiñen porque cambiaron de ubicación y abandonaron la cabeza. Ser un planeta en nuestro íntimo y público sistema astronómico es vagar en coreografía rigurosa con creativas improvisaciones, pero siempre damos vueltas y más vueltas a nuestro “yo” saturado de ideas, necesidades, ansiedades y recuerdos que nos permiten sacudirnos los tedios y las rutinas, como el perro se sacude el agua tras la lluvia. Ser un planeta también supone girar en torno a nuestros miedos y dudas, en torno a nuestros deseos más secretos y darle vueltas hasta marear incluso a los proyectos imposibles; es conversar con ese otro que somos y que no conocemos tan bien como nos gusta creer, pues las telarañas del ego y del aburrimiento nos nublan el entendimiento. Un planeta que gira en torno a una estrella, conversa con el cosmos, pero como también gira sobre sí, conversa en confianza con sus posibilidades de reorganizarse y proyectar sombras y reflejos, de huir de la nada absoluta y conseguir en el límite del caos crear un cierto orden, incluso una nube o una sombra, un eclipse, una silueta que recuerde a un tren de algodón o a una gigantesca mariposa oscura en busca de un néctar en los entresijos de alguna luz. Conversar con nosotros mismos es reflexionar, planear, idear, y es delirar abriendo la posibilidad a otras maneras de ser, más allá del estar en el aquí del ahora transitorio; es imaginar lo que quizá no es, pero que nos gustaría que fuera... O al revés, lo mismo da al final de la partida. El planeta que somos no puede ir más allá de su órbita y menos aún, más allá del sistema que comparte con otros vagabundos y otras estrellas, pero incluso huyendo de nosotros mismos, podemos ir y llegar mucho más lejos, sin apartarnos nunca del sistema que somos, porque el colapso es el riesgo que amenaza... Y muerte, sólo hay una, aunque muramos muchas veces en el recuerdo de algunos, y no quede sombra ni huella de nosotros en la nostalgia del resto del sistema planetario, que es justamente lo que más tememos al confinarnos y dejarnos sitiar por los miedos epidemiológicos que no acabamos de entender, pero que nos hacen declarar incluso absurdos metodológicos: siempre son otros datos los que desmienten los nuestros, nos ubiquemos donde nos ubiquemos; y confinados, no tenemos más opciones que ubicarnos en nosotros mismos, entregados a la reflexión y al soliloquio, al ensueño y al delirio masturbatorio del orgasmo cósmico que emergerá de nosotros... Si nos lo permitimos. Es quizá nuestro último recurso para sobrevivir y salir airosos de la batalla que tenemos perdida de antemano, porque es la única manera de ahorrarnos los “no” con los que condicionamos la presencia de otros: en el soliloquio y el placer del encuentro con nosotros mismos, nos podemos permitir todo, incluso ser “políticamente incorrectos”, “olvidarnos del condón”, “burlarnos de las leyes que prohíben que nos acerquemos al sujeto de nuestros sueños, pretextando que es muy joven o muy viejo o muy gordo o está muy enfermo o es del sexo no adecuado o delira y pudiera ser un peligro social...” Si nos atrevemos a ser quienes somos y a estar con nosotros mismos, Goliath no será vencido por David, ni éste tendrá intención alguna de confrontarlo, porque cada uno seguirá girando sobre sí mismo sin erosionar al otro, será el fin de la violencia impertinente, por lo menos, por una breve temporada, pues estando con nosotros mismos podemos levantar la voz, como lo hiciera Espronceda encarnando al pirata:

...Allá muevan feroz guerra ciegos reyes por un palmo más de tierra...

1* Dirección de Antropología Física, inah. <xlizarragac@gmail.com>.