Introducción
Este artículo propone relacionar dos mundos: el de los que habitan la calle y el de la gran ciudad, para ofrecer una mirada contemporánea más profunda sobre la idea de trashumancia urbana. El mundo que configuran aquellas personas que habitan la calle transgrede el tiempo y el espacio social y mantiene su propio orden simbólico; se relaciona con el mundo de los peatones y otros actores de la ciudad, además de las instituciones de asistencia pública y privada.
La ciudad es entendida como un lugar, un espacio simbolizado [Augé 1998: 149], en ésta se representa a la población callejera. Las personas que habitan la calle circulan en y representan una imagen de la ciudad. Ambos mundos, ciudad y población callejera, constituyen esos mundos que “expresa[n] a la vez la singularidad que los constituye y la universalidad que los relativiza” [Augé 1998: 125]. La trashumancia urbana existe en cada ciudad del mundo, con particularidades según el lugar donde habitan y, las ciudades, señala Augé, cada vez más se llenan de no-lugares, espacios de circulación, consumo y comunicación que se hacen uniformes, se despersonalizan [Augé 1998: 148].
Este artículo está delimitado por cuatro supuestos: 1) la ciudad como un mundo con espacios de circulación y combinación de lugares; 2) la combinación de mundos para constituir un objeto de examen; 3) la importancia de los conceptos de espacio e individuo para abordar la contemporaneidad de la trashumancia urbana y 4) la paradoja de la universalidad y singularidad que caracteriza a los mundos [Augé 1998].
En décadas pasadas los estudios sociales y de instituciones públicas sobre esta población, se han enfocado en las posibles causas de su estancia en calle y las estrategias para re-insertarlos al mundo laboral y a los tiempos sociales [INEGI 1996; DIF 2005; Escamilla 1982; Fundación Grupo del Valle a.c. 2005; Karsz 2004]. La ecología urbana, la sociología de lo rural y la migración, la sociología de la pobreza, así como la antropología de la marginalidad y la exclusión socio-económica han ido de la mano con las estrategias de las instituciones de asistencia que se enfocan en intervenciones para la reinserción social y laboral, en el apoyo psicológico y en terapias para enfrentar las adicciones.2 El enfoque antropológico en este artículo, para relacionar el mundo de los que habitan la calle y el mundo de la ciudad, se centra en los modos de acción de los individuos que habitan la calle, su diario acontecer, y el análisis de las instituciones como objeto a investigar3 [Augé 1998: 127].
El mundo de las poblaciones callejeras tiene diferencias etarias, de género y de causas por las que se encuentran en situación de calle. Tanto en los estudios de antropología urbana4 [Hannerz 1986: 43-48], como en los censos de la Ciudad de México [SEDESO 2017; INEGI 2016] y en las estrategias asistenciales, se hace una delimitación entre los grupos que habitan la calle: los niños y niñas, las mujeres, los jóvenes y los adultos mayores. Cada uno, a pesar de habitar la calle tiene diferentes formas de convivencia, de agrupamiento y de aprovechamiento de los apoyos públicos.
En este artículo se está hablando de los adultos mayores que recorren la ciudad a solas, sin formar un grupo identificable territorialmente y que, por lo tanto, se apropian del espacio urbano de manera particular. En el mundo de la ciudad, la trashumancia representa un corte transversal que comparte modos de acción con otros mundos, pero que en el acto de habitar y cargar con objetos y significados encuentra su singularidad. Los mundos con los que comparte algunos modos de acción son los relacionados con grupos como los pepenadores, los indígenas que venden artesanías en la calle, los ambulantes, con el mundo de la pobreza, de la prostitución, la transexualidad y la enfermedad mental.
Cuando Marc Augé se refiere a la etno-ficción sobre un Sin Domicilio Fijo5 (SDF), describe “una situación individual y una subjetividad particular, y le dejo al lector imaginar la totalidad social…”6 [Augé 2011: 8]. La investigación presente parte del supuesto de que el habitar en la calle no sólo es “[…] lo psicológico la causa de la situación de los sin hogar, sino directamente el sentido de la relación, de la identidad y del ser” [2011: 11]. El proceso de vivir en calle “conlleva la pérdida de referencias espacio temporales” [2011: 11] y tiene efectos destructores en las personas. Sin embargo, esta pérdida espacio-temporal también genera una situación social en donde las redes que se conforman entre sujetos, instituciones y discursos sostienen a los que habitan la calle.
A partir del punto de vista de la persona que está sentada en la banqueta por días y que camina por horas recorriendo las calles de la ciudad, se observan las temporalidades y usos espaciales cotidianos. Lo efímero de los encuentros y un cierto orden de la ciudad en el que sobrevivimos y los mecanismos sociales con los que se sostienen a aquellos que incomodan, los que rechazan por higiene, los que son depósito de bondad y religiosidad, los que se vinculan con ellos por otras razones.
Una etno-ficción “es un cuento que evoca un hecho social a través de la subjetividad de un individuo particular […] este individuo ficticio [un sin domicilio fijo] está hecho de todas las piezas, es decir, a partir de mil y un detalles observados en la vida cotidiana” [Augé 2011: 8]. En Journal d´un SDF, Augé resalta los conceptos antropológicos a partir de la narrativa cotidiana de un personaje. El mundo singular de dicho personaje etno-ficticio y el trabajo etnográfico realizado enfatiza la relación y la identidad en los no-lugares de la ciudad. Esto es, el resultado de la combinación del mundo de la ciudad y del mundo de las personas que habitan la calle.
La propuesta metodológica se basa en la observación participante y la caminata. Una y otra son inseparables porque de esa manera se capta el dinamismo de la ciudad y de la trashumancia urbana. El método etnográfico consiste en entrevistar a profundidad a algunos adultos mayores7 que habitan la calle, los que van de un lado a otro, duermen en las banquetas y acuden por temporadas a las instituciones públicas que los apoyan.
La principal técnica es la observación participante y no participante, específicamente en la calle, porque realizarlas en una institución pública o privada supondría una limitante al momento del registro etnográfico. El seguimiento constante de esta población por la ciudad permite ser más precisos al ubicar y analizar las estrategias y relaciones sostenidas en la calle. Además, los actores cambian el tipo de discurso al momento de las entrevistas.8 Por lo tanto, se sigue el ritmo y movimiento continuo en la calle,9 caminando; cuestión que enriquece la investigación. Para esto, se marcaron algunas rutas por la ciudad, principalmente en el centro, y, en ocasiones, se hizo un alto total en lugares de gran afluencia para observar a profundidad cómo las calles están vigiladas por los que trabajan y los que habitan en ella.
En este sentido, Diana Arias profundiza en el “recorrido acompañado” y organiza la técnica en “horizontalidad, valorar el silencio y hacer acopio de las emergencias urbanas para acceder a informaciones vedadas a las preguntas directas e incluso indirectas” [Arias 2017: 93]. Los tres puntos subrayados por Arias dan sentido a los objetivos de esta investigación y la perspectiva particular mediante la cual se relaciona el mundo de la ciudad con el mundo de las personas que la habitan. El deslizamiento de la posición jerárquica de la entrevistadora con los entrevistados; realizar algunas preguntas, pero respetar los sonidos y silencios que acompañan el discurso del entrevistado y, finalmente, registrar durante la observación todo aquello que no se ha dicho en la entrevista: las interacciones, las agresiones, las situaciones de higiene que son privadas, pero que se develan como públicas al habitar en la calle.
Por lo tanto, se propone un estudio antropológico de la trashumancia de los que habitan las calles de la ciudad desde la perspectiva de su circulación física [Carretero 2012; Camarena 2012], su carga de símbolos y las estrategias de sobrevivencia. Estos modos de acción posibilitan el habitar en los intersticios de la ciudad. Además, se señala cómo, por medio de las estrategias de asistencia de la institución pública, es posible el ir y venir de la población callejera entre el espacio urbano y el espacio institucional: una trashumancia entre la ilegalidad, la sanción moral y las políticas públicas para integrarlos a los tiempos y espacios sociales. Así, la trashumancia es el puente entre el mundo de las personas adultas que habitan la calle y el mundo de la ciudad.
Los adultos que habitan la calle: la trashumancia urbana
La definición sobre las personas o grupos que habitan la calle ha sido delimitada por las causas y consecuencias sociales, económicas y patológicas. Este mundo de los habitantes de la calle, que no configura un grupo identificable, usa y vive el tiempo y el espacio urbano confrontando las normas sociales, pero mueve mecanismos de asistencia social y de vínculos afectivos asociados con la calle; entonces, ¿cómo definir quiénes son y qué hacen al momento de habitar la calle? Declerck, antropólogo y psicoanalista francés, definió el proceso de una persona que habita en calle (clochard):10
[…] se trata de un proceso de etiología multifactorial donde se conjugan, en general, los efectos cruzados de exclusiones económicas, sociales, familiares y culturales, así como actores de patologías individuales, frecuentemente psiquiátricas (alcoholismo y politoxicomanías, personalidades patológicas, psicosis) acrecentados en sus manifestaciones por la vida en calle. Puede suceder, aquí o allá, que un factor aislado articule esta etiología múltiple sobredeterminada [Declerck 2001: 288, 289].
El análisis de Declerck consiste en alejarse de la victimización de esta población para dar un lugar a la salud mental en las instituciones asilares, confrontando las ideas de reinserción a la vida de lo privado. En la Ciudad de México, por ejemplo, las denominaciones del Instituto para la Asistencia Social e Integración Social (IASIS), para mostrar los resultados del Censo de Población Callejera (2017) y las acciones a realizar, se han alejado de la referencia a la criminalización o el asistencialismo como vago, pendenciero o lépero, vagabundo, mendigo, indigente o persona en abandono social. El habitar en calle es un proceso, en donde a veces se “regresa” al espacio privado, el del trabajo o el del encierro, y después de cierto tiempo se “sale” a la calle. Por lo tanto, los espacios de asistencia han sido creados para la reinserción laboral y se avocan a un cuidado de la salud física, la mental y a la creación de talleres para encontrar espacios laborales.11
Resulta complejo definir los rasgos característicos de los sujetos que habitan la calle. Frecuentemente se enuncian sus carencias, su deterioro físico, su abandono corporal o la manera inadecuada en la que se comportan, lo que no es, lo que no tiene. Se ha observado que la transgresión a las normas de convivencia genera asombro, idealización, rechazo; o bien, caridad, lástima e indiferencia entre los habitantes de las ciudades. Por esto, el planteamiento de una aproximación desde su habitar en la calle, sin dejar de lado las causas multifactoriales de su proceso.
¿Desde dónde abordar a este grupo heterogéneo? Estudiar los modos de acción como: el conocimiento que tienen sobre las calles de la ciudad, las estrategias de sobrevivencia, los tiempos en los que circulan y los espacios que se apropian nos permitirá desarrollar cierta perspectiva sobre las formas de vivir en calle, sin dejar de tener en cuenta las condiciones de pobreza extrema, violencia, rechazo social y familiar en las que viven.
Una mujer a la que entrevisté en calle me comentó que durante todo el día lo que hace es caminar. La respuesta de ella en esta entrevista conduce la práctica de campo, en la que se advierte que tienen que mejorar las formas de aproximarse a los sujetos que habitan la calle y porque después de esa entrevista ya no la encontré en ese lugar ni en ningún otro. En la observación cotidiana a las personas que habitan la calle se registra cómo se ordenan por temporadas, lugares, relaciones y formas de sobrevivir, similares a las de los nómadas en los grandes campos, pero en este caso relacionados con el crecimiento citadino. Es decir, se asemejan a las poblaciones trashumantes que cambian periódicamente de lugar, como los pastores que se mueven junto con el ganado según lo determinan sus necesidades, el clima y su organización social [Engebrigtsen 2017].
A diferencia de los nómadas y los trashumantes, pertenecientes a un grupo social con cierta división de trabajo, de género e identidad como los tuareg, los romanís, los nuer o los bassieris, el que trashuma en las calles no se reúne en un grupo organizado, ni jerarquizado, ni reglamentado. Por esto, la dificultad de los censos de población en calle, y las variables con las que se plantea su estudio cuantitativo que se enfrentan a la constante mudanza hacia albergues en épocas invernales y de lluvias, el cambio de lugar para dormir o la higienización de la ciudad.12 La similitud con la trashumancia es que, según la época del año, buscan refugio, alimento y trabajo; en este caso, a lugares de mayor afluencia y de turismo.
Las circulaciones simbólicas son los objetos que llevan consigo, se cuelgan y cargan, y que van dejando por las calles y en las instituciones; éstos representan significados de su vida privada en la calle. Engebrigtsen señala que la movilidad para el sustento y el desplazamiento de la vivienda son características en común de los mundos nómadas, en donde los conflictos políticos y económicos por el espacio van cambiando las formas de moverse [Engebrigtsen 2017: 43]. En el espacio urbano de la ciudad se observa la circulación constante de personas que habitan la calle. Es importante señalar que la trashumancia es tomada como modo de acción, no como forma de referirse a las personas que habitan la calle.
Entre estas reflexiones sobre los nómadas, pero contrastando con la situación económica, política y social del mundo de la ciudad y los que habitan la calle, se busca un término que aludiera al movimiento y las carencias con las que se identifica. Carretero acota el de “indigente trashumante” que refleja “con mayor precisión la experiencia de salida, cruce, búsqueda y retorno de una tierra a otra […] Después de partir se intenta permanecer, habitar el nuevo lugar, como en muchos casos esto no es posible, la búsqueda se vuelve infinita, se experimenta la circularidad trashumante, el continuo ir y venir…” [Carretero 2012: 11].
En su investigación, Carretero se refiere a la migración y la hospitalidad,13 a la trashumancia como un recorrido constante, de sujetos desterrados, “la vida en sí misma como un no lugar” y el de indigencia como “la llana condición humana de ´incompletud` y necesidad de búsqueda de sentido que cada amanecer nos acosa” [Carretero 2014: 42]. La autora señala que esta experiencia de indigencia trashumante “tiene que ver con la manera como se organizan la temporalidad y espacialidad internas” [2014: 42]. Por tanto, tomo su propuesta para hablar sobre el modo de acción de aquellos que habitan la calle: la trashumancia urbana para plantear una mirada desde la circularidad. La trashumancia, no la indigencia, pone de relieve el recorrido y los objetos que se llevan a cuestas, el pasaje de un lado a otro, los lugares a los que entran y salen con sus propias temporalidades, a diferencia de los recorridos efímeros y de acuerdos instantáneos que se van desvaneciendo al caminar las calles de la ciudad [Delgado 1999].
Mundo de la trashumancia-mundo ciudad
Porque la noche del 31, yo era un SDF. SDF de lujo, pero igualmente SDF.14
Durante el periodo que duró el trabajo de campo, estuve caminando por las calles de la Zona Rosa, de la colonia Guerrero y del centro de la Ciudad de México diariamente durante un año, en 2006, y en periodos cortos los años posteriores. El paso cotidiano por las calles y saludar a diario a tres personas que habitaban en una banqueta, me permitió acercarme a ellos con el reconocimiento de ser una transeúnte habitual. En otras ocasiones, me quedaba en una esquina observando el diario acontecer de estas tres personas que conviven con los ambulantes, los cuidadores de estacionamientos, los boleadores de zapatos y otros transeúntes habituales.
En las entrevistas grabadas se escuchan los ruidos de la calle que cotidianamente los acompaña, de los coches, el sonido del claxon, ambulancias, patrullas, el sonido de la construcción urbana, el saludo de los transeúntes; eran ruidos y sonidos de la cotidianidad que se entrelazaban con mis preguntas y las respuestas de la entrevistada. Gloria15 constantemente interrumpía nuestro diálogo para hacer alusión a los ruidos que se escuchaban, quién se acercaba, qué edificio estaban construyendo, dónde estaba la panadería, el puesto de dulces, la iglesia, entre otros. Hay una relación directa con la calle y todo lo que acontece en ella.
Durante un año, Gloria tuvo que cambiarse dos veces de lugar para dormir en otras calles cercanas al metro Insurgentes, debido a las construcciones que se hicieron sobre Paseo de la Reforma y porque, se quejaba de que las personas la quitaban de su lugar. La observé diariamente durante dos semanas, antes de acercarme a decirle que quería entrevistarla, pues no lograba saber si era posible sostener una conversación con ella, ya que había intentado con algunas personas, en otras calles y se habían negado a establecer un diálogo. Un día, observé que Gloria caminó a un puesto de dulces y pidió refresco y unas papas, a cambio de lo cual regaló al vendedor un periódico que había encontrado en la basura. Me pareció que era el momento en que podía acercarme a ella e intercambiar alguna cosa: la saludé y le pregunté si me podía sentar en su banqueta. En general, respetar el espacio privado de los adultos mayores que habitan en calle les da una confianza diferente al que llega a darles limosna.
Gloria me permitió estar en su espacio y me ofreció un poco de su bebida en otros vasos que tenía en cajas. Me dijo que le prestara tres pesos y se fue. Al ver que se alejaba, observé que caminando a paso lento, entró a una panadería, compró pan y al salir de ahí comenzó a alimentar con la mitad del pan que llevaba, a los pájaros que se posaban en las jardineras. Este intercambio y aceptación de los alimentos en calle posibilitó la confianza en realizarle entrevistas continuas sobre los mismos temas o entrevistas abiertas en donde surgía información que no era fácil de obtener. En las cuatro entrevistas a profundidad realizadas, la estrategia fue similar. El hecho de aceptar bebidas o alimentos y pedir permiso para pasar por su espacio público-privado facilitó el acompañamiento por tiempos y caminatas prolongadas.
Las entrevistas eran largas y difíciles ya que los cambios de humor en ella se hacían presentes, a veces estaba muy enojada, algo nerviosa y decía que todos los que pasaban la estaban vigilando y la querían matar, varias veces suspendimos las preguntas y me tenía que retirar porque no quería verme. En otras ocasiones, la veía desesperada porque sentía demasiada comezón en todo el cuerpo. Gloria me echaba del lugar; no obstante, regresaba la semana siguiente y la encontraba bañada y con ropa limpia, e iniciábamos la conversación sin hacer mención de lo sucedido días atrás. Gloria siempre se quejó de que nadie le ayudaba, pero se pudo constatar al observarla, así como durante las entrevistas, que varias personas le daban comida y dinero. No sólo los comerciantes de la zona, sino también algunos transeúntes. Sostuve una conversación con dos de éstos, pero ninguno conocía su nombre, tampoco los comerciantes, aunque sí sabían el tiempo que había estado en calle y sus demandas de departamento o dinero para pagar la renta.
A pesar de que las personas en indigencia realizan prácticas similares, tienen formas de vivir y pensar la calle de maneras diferentes. La mendicidad y la caridad es un tema en común. Estos modos de acción son llevados a cabo de forma distinta. Un ejemplo al respecto es el de Mara, entrevistada en el centro de la ciudad y meses después en el centro de Tlalpan, quien percibe la mendicidad como un negocio, dice tener casa, pero no regresa a ésta porque para ella no tiene sentido, ahí donde está obtiene dinero y duerme. Gloria no practica directamente la mendicidad; es decir, no lleva consigo un vaso o no estira la mano en señal de pedir dinero. Ella espera a que alguien le dé por iniciativa, o camina a los puestos a platicar y después a pedir comida, ve la caridad como una obligación, un deber de otros de ayudarle a salir de la indigencia, de su situación. En cambio, el señor Mario, entrevistado en la colonia Guerrero, lo ve como un gesto de solidaridad de parte de los vecinos que lo conocen. Las personas sólo le llevan comida, porque él vende cigarros de noche y le ayuda a un policía haciendo algunas compras; y en el caso del señor Enrique, entrevistado afuera del metro General Anaya, ve la caridad como ayuda de Dios y la bondad de las personas.
Ahora bien, al cuestionarlos sobre dónde más podrían conseguir más dinero, o cómo se protegen en la época de lluvias o de frío, todos respondieron que conocen la ciudad. En sus relatos16 se puede constatar que ubican las calles y saben dónde se consiguen productos de bajo precio, dónde bañarse y cuánto cuesta, a qué albergues, restaurantes o comedores y hoteles acudir. Asimismo, recuerdan lugares en los que estuvieron viviendo y tienen referencias de algunos puntos de la ciudad.
La población callejera no forma un grupo fijo, estable e identificable. Los sujetos están siempre cambiando de espacio, de vínculos y de estrategias; habitar en la calle es un fenómeno dinámico, no estático. Se caracteriza porque las personas permanecen periodos cortos y/o largos durmiendo en las banquetas, o sentados en alguna esquina. A veces, regresan a vivir a sus casas, a los espacios privados. En otras ocasiones, los encierran en granjas, en hospitales psiquiátricos o acuden a los albergues por un tiempo. Finalmente, regresan a vivir a la calle.
Las relaciones que establecen las personas que habitan la calle van de la mano con el movimiento constante de la ciudad, sus espacios de circulación y la combinación de lugares. La vida en calle es un estar estructurándose [Delgado 1999: 2007]: el ritmo laboral, el ritmo del turista, las irrupciones de esos tiempos con las protestas, los festivales, las compras en puestos ambulantes, entre otros. Frente a los elementos efímeros y anónimos existe cierto orden que se cruza con las políticas públicas, los convenios sociales y las negociaciones cotidianas entre los diferentes actores que se apropian de la calle.17
Si bien, en la calle se dan situaciones efímeras y cada paseante tiene derecho al anonimato, durante la trashumancia urbana se transgreden las normas de convivencia y, al mismo tiempo, se generan acuerdos sociales. “¿Dónde me visto? Puede ser un falso problema, después de todo, porque antes de las seis horas de la mañana, en las calles tranquilas, no hay persona alguna, y puedo caminar todo desnudo sin atentar contra el pudor de quien sea”,18 afirma el personaje principal en la etnoficción de Augé [2011: 42-43]. El proceso de habitarla conlleva aprendizajes de uso del espacio urbano y de sus tiempos.
¿Cuándo se puede dormir en la calle y estar atento a la propia seguridad? ¿Dónde bañarse cuando no se quiere asistir a un albergue o centro de asistencia? ¿Qué calle está menos transitada para cambiarse de ropa, porque acaban de regalarle alguna? ¿Dónde lavar la ropa, los recuerdos, los objetos?
La transgresión consiste en la desnudez, los gritos y vociferaciones, las pausas en medio de los autos, en una calle con mucha afluencia, frente a restaurantes, dormir en mobiliario urbano e instalaciones de espacios privados como salas, cocinas y techos en la vía pública. Todas estas son características del habitar,19 pero en la calle. Los acuerdos sociales consisten en la aceptación de estas transgresiones por los transeúntes, los dueños de comercios y la seguridad pública.
En la observación, cotidiana y caminando, se abre un mundo de relaciones afectivas y de sobrevivencia que sostiene, alimenta, reinserta, abraza e institucionaliza al que trashuma. En este sentido, la calle, y la ciudad en general, resulta una parte integral del estudio sobre la trashumancia urbana. Trashumar y habitar en las calles ha sido un problema social y económico de antaño vinculado a la asistencia, a la salud desde las enfermedades mentales y la higiene urbana, o a la vigilancia de la moral; se ha abordado el tema desde las instituciones asilares, asistenciales y psiquiátricas20 [Foucault 1996, 2002]. Sin embargo, es un fenómeno en aumento,21 siempre presentes en cada ciudad, los trashumantes generan toda clase de proyectos para reinsertarlos al tiempo y espacio social; de apoyos económicos para la asistencia pública y privada a la organización de estas instituciones para localizarlos y dejarles ropa y comida. A la par, las mismas instituciones generan la movilización de la población en la calle cuando acuden a los servicios que ofrecen como albergue, baño, comida, talleres, asistencia psicológica y de salud.
Esta forma de habitar las calles, apropiarse del espacio público y re-significar objetos se replican en las ciudades-mundo, trascendiendo sistemas económicos. El aspecto universal de las ciudades como un mundo se particulariza en las prácticas cotidianas y las formas de habitar entre colonias; también depende de la clase socioeconómica y en los espacios fronterizos.22 Por ejemplo, un individuo que habite en el centro de Coyoacán o en el centro de la Ciudad de México no convive con los transeúntes ni habita de la misma manera que otro en Iztapalapa o Iztacalco. El nivel socio-económico de los espacios urbanos es una forma de ubicar qué tipo de trashumancia se observa:23 los espacios para el turismo, la planeación urbana de avenidas, los barrios fragmentados o unidos, la presencia de grupos religiosos, incluso la basura que tiran los habitantes de estos lugares influyen en los modos de acción de aquéllos que habitan la calle. Incluso más, los modos de acción, las representaciones y las estrategias institucionales en cada gran ciudad del mundo tienen particularidades.
En la etnoficción imaginada por Augé [2011], la persona que habita la calle describe el ritmo de la cotidianidad desde su mirada en la banqueta: las descargas de comida, las personas que pasan en cierto horario, los paseadores de perros, la presencia de policías y los músicos ambulantes.
En la calle suceden los cambios sociales, las acciones sobre la planeación urbana, la apropiación de los objetos y los caminos frente a la funcionalidad de los espacios diseñados por los urbanistas y arquitectos. El mundo contemporáneo de los trashumantes urbanos transcurre en un tiempo y espacio movedizos, en el que conviven y se confrontan con el mundo laboral y con las actividades realizadas en los espacios privados.
La ciudad como un mundo se constituye de prácticas cotidianas en tensión con las grandes planeaciones urbanas, en constante transformación a partir de intereses políticos y económicos. Así, el espacio urbano como ideología [Delgado 2007, 2011] deja entrever que no hay tal anonimato para los que duermen en las calles; ahí existe la vigilancia de los propios usuarios, de los transeúntes, de los ambulantes que se apropian de las banquetas y les dan trabajo. Las acciones de los que trashuman por la calle están delimitadas. La calle deviene un espacio urbano cuando pertenece a los discursos políticos de higiene y orden de la ciudad, como es el caso, por ejemplo, de los comercios bajo los puentes, los parques de bolsillo,24 las bancas con divisiones individuales,25 o bien, los picos en espacios susceptibles de transformarse en asiento,26 generalmente afuera de los bancos. Estos diseños urbanos devienen estrategias para evitar la apropiación de las calles: poder dormir, sentarse o jugar por un tiempo largo. El espacio urbano está pensado y planeado para las actividades efímeras. Estas estrategias no sólo afectan al mundo trashumante sino a otros mundos como el de los jóvenes que patinan, las personas que pepenan, los que piden dinero, los turistas, los albañiles que descansan afuera de las construcciones, entre otros.
El no-lugar para Augé [1998] puede cambiar según las personas que lo habiten, para ser lugar tiene que ser identitario, relacional e histórico. En su etnoficción, hace hablar al personaje sobre el tema: “La pérdida del lugar, es como la pérdida de otro, del último otro, del fantasma que te recibe en tu hogar [te hospeda] cuando vuelves solo a casa”27 [Augé 2011: 46].
En el ir y venir por la calle, la circulación constante, los adultos mayores que habitan la calle configuran redes, principalmente de sobrevivencia, con transeúntes, ambulantes, proxenetas, asaltantes y personas que pertenecen a las instituciones de asistencia pública y privada. Los vínculos consisten en hacer trabajos para ambulantes, vender cigarros y dulces, platicar con las personas que pasan cotidianamente al trabajo, con los boleros de zapatos o los que cuidan estacionamientos. También ubican las temporadas en las que pueden llegar a dormir, bañarse y comer a los Centros de Asistencia Social e Integración (CAIS), que amplían su servicio en invierno a causa del frío; saben los lugares en donde llegan camionetas de iniciativa privada a repartir comida y cobijas28 y los horarios en los que sus vínculos cotidianos pasan para darles periódico, dinero, ropa o comida.
Existen investigaciones que perciben al indigente como un ser delirante que no tiene vínculos y vive aislado. Así, en un estudio sobre habitantes de la calle en São Paulo, Brasil, se plantea que la identidad del indigente es nómada [Justo et al. 2005]. Dicha investigación explica que:
Los indigentes de la actualidad rompen con toda la malla de redes sociales, abandonan los lugares de asentamiento y sedentarización como la familia, el trabajo, tener domicilio, entre otros. Asumen el nomadismo como forma de vida… Todo es volátil, efímero y transitorio en la vida del indigente: los objetos que usa, los lugares por donde pasa, las personas con las cuales mantiene un contacto y todo lo que está a su alrededor. Muchos se deshacen de sus documentos personales considerándolos inútiles [Justo et al. 2005: 177].
Sin embargo, el sujeto que trashuma no se deslinda de sus vínculos sociales, la mayoría pierde los vínculos familiares y sus documentos personales, pero crean vínculos en la calle, haciendo de ésta un lugar de identidad y relacional. Como se afirma en párrafos anteriores, su circulación rompe algunos límites consensuados de la calle, espacial y temporalmente: semi-desnudez, falta de higiene corporal, dormir en la banqueta, en bancas, en jardineras, afuera de comercios e instituciones bancarias y mantenerse en vigilia por las noches, bañarse en las fuentes, y hacer sus necesidades básicas en las jardineras. Las personas que habitan la calle se encuentran insertas en la manifestación de lo urbano, pero las actividades propias de lo privado como la higiene, la práctica de lo íntimo, el adorno de los cuartos con objetos o el adorno de sí mismos, todos símbolos de la subjetividad, las realizan en el espacio de lo público, en la calle.
Por lo tanto, hay una circulación también entre las ideas que llevan a la reinserción al tiempo y espacio laboral, social y económico del que trashuma: el ritmo imparable de la ciudad, de sus normas urbanas y de convivencia social, de los afectos y vínculos que se generan hacia ellos en el barrio, en las zonas de turismo, por parte de los dueños de los restaurantes y las cantinas que acogen de manera diferente a las personas que deambulan por la calle.29 El movimiento institucional que existe debido a la presencia de gente en situación de calle es abundante: investigaciones, diagnósticos, censos, propuestas de políticas públicas, presupuesto para las instituciones públicas, apoyos de las instituciones privadas30 y organizaciones religiosas.
A la deriva, parafraseando a Declerck, náufragos a causa de su propio abandono y el de su contexto socioeconómico. Los individuos que trashuman por la ciudad son estrategas de la supervivencia, conocen las calles y a algunos de sus transeúntes habituales, la figura liminar que representan les permite caminar en horarios y lugares que pocos emplean, saben en qué espacios serán vetados, en los que no tienen lugar [Declerck 2001]. Por ejemplo, pueden entrar a las iglesias vociferando contra la religión, pero nunca pasarán por las puertas de un hotel de lujo, aunque vivan a unas cuadras de éste; logran desnudarse en algunas calles, debajo de los puentes, pero sólo por momentos, hasta llegar a espacios en donde serán señalados y perseguidos.
Reconocen lo que su presencia genera en las colectividades, saben que de esta afectividad o moralidad pueden trabajar o vivir, en ocasiones por medio de la caridad, del charoleo, o tan sólo al sentarse en alguna esquina o banqueta. Se sientan en el parabús y la gente los evita, rodeando el lugar; habitan una banqueta hasta que comienza una nueva construcción; se quedan en hoteles de bajo precio, de paso, de prostitución; se cambian de lugar según la presencia y la negociación con las autoridades a nivel calle, con los policías o con los trabajadores de instituciones que los asisten y protegen. La ciudad es un mundo con espacios de circulación, la población en situación de calle la recorre y la habita.
La institución como objeto de la trashumancia
Las estrategias de las instituciones asistenciales se centran en corregir y asistir un problema social, urbano y económico: la presencia de población de diferentes edades que habitan en la calle. El modelo asistencial se propone para la reinserción del trashumante urbano a la vida social, laboral, familiar y la de su salud mental. Los Centros de Asistencia e Integración Social se encuentran en varios puntos de la ciudad donde se encuentra la mayor parte de la población que habita la calle, principalmente niños y niñas.
Se han realizado pocos censos de la población que habita la calle: INEGI, 1996, SEDESOL/ IASIS 2010-2012, SEDESO/IASIS 2017. La aproximación institucional a la trashumancia urbana se mantiene bajo el ideal de la integración social y laboral, los cambios han sido en la forma de nombrarlos; se han elaborado censos con estrategias en calle mejor sustentadas y se han formado equipos de instituciones para estudiar el fenómeno de la trashumancia desde otras perspectivas.
En el último censo realizado en la Ciudad de México [INEGI 2017], la Comisión Nacional de Derechos Humanos, con la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESO) y el IASIS [2018] añadieron al diagnóstico una propuesta legislativa. A la par, la circulación de ideas y proyectos fortalecieron la llegada de un proyecto de revista callejera (street paper) en la Ciudad de México. Esta idea proviene de Nueva York, donde existe bajo el título de Street Magazine31 desde los años ochenta; viajó a Londres en 1990 con el nombre de Big Issue [Hanks et al. 1997: 149], de ahí saltó a Brasil como la Organización Civil de Acción Social (OCAS)32 en 2002.33 Después de un viaje a Inglaterra, dos mujeres presentan la idea de la revista Mi Valedor34 en la Ciudad de México.
Cada una de estas revistas, que pertenecen a la Red Internacional de Revistas de la Calle,35 tienen en común la promoción del empleo en calle para el propio sustento de las personas que la habitan. La venta de la revista representa un ingreso para ellos porque se quedan con un porcentaje de ganancia; también promueven el aprendizaje de la escritura periodística y la fotografía, y en su proyecto se alejan del asistencialismo que ha prevalecido en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI.
El proyecto global de una revista callejera ha provocado un cambio en las formas de representación de las personas que habitan la calle; es un objeto que se trashuma por las calles y cumple una función de re-inserción de la población callejera al mundo laboral en el espacio y tiempos de la calle. Además, esta revista nos muestra cómo un mundo -el de la trashumancia urbana junto con el de la venta de revistas callejeras- tiene sus singularidades según la situación política, económica y social de cada ciudad.
Hanks et al. [1997] afirman que:
Muchos de los sin casa en países como Grecia, España e Italia son refugiados de Albania, África y Yugoslavia […] Das Megaphon, la revista callejera en Austria […] es vendida principalmente por nigerianos y no austriacos […] La diversidad es la marca de las revistas callejeras europeas, cada una está marcada por diferencias en el contenido editorial, las cualidades, el tamaño y el estatus [Hanks et al. 1997: 153-154].
El contenido de la revista Mi Valedor está organizado en 7 secciones, algunas incluyen escritos y fotografías de las mismas personas que habitan la calle, aportaciones realizadas por medio de talleres brindados por la institución. Los temas que tratan son diversos.36 Así como los cuerpos de los que trashuman circulan por las calles, junto con sus símbolos en las ropas y sus identidades, también circulan las ideas por el mundo sobre cómo afrontar el problema del vivir en calle.
A partir de la venta de una revista en la calle se constata la circularidad global de un proyecto que se produce de manera diferenciada entre países. Es decir, la trashumancia urbana existe en cada gran ciudad, pero en cada una los modos de acción, las causas, el origen y la forma de representación cambia. En este sentido, el proyecto de las revistas callejeras existe en 35 ciudades en el mundo,37 sin embargo, cada proyecto se adapta a las formas del devenir trashumante en la ciudad.
Los resultados obtenidos de la revista Mi Valedor son notables al hacer investigación en las redes sociales y caminar en algunas partes de la ciudad. El equipo que conforma la revista registra mediante audiovisuales las actividades realizadas. Según la página web de Mi Valedor se registran ocho valedores en ocho puntos de venta.38 Los sujetos que toman talleres, asisten a conocer el proyecto y los que se mantienen como vendedores pertenecen a un grupo de personas fluctuante como en cualquier proyecto con población callejera. Sin embargo, esto les permite obtener herramientas para el sustento, el intercambio de información con más población callejera y una representación, en proceso de transformación, de la experiencia en calle para los transeúntes y para sí mismos.
Consideraciones finales
Para finalizar, cabe decir que este artículo está basado en cuatro presupuestos. El principal se refiere a la combinación de los mundos para constituir un objeto de examen. La idea de relacionar el mundo de los que habitan la calle con el mundo de la ciudad, por medio de la trashumancia urbana, de un ir y venir físico y simbólico, fue concebido por un aspecto observado: el historial de regreso a la calle. A pesar de los censos y estrategias públicas de asistencia que han ido cambiando a lo largo de la historia económica, política y de la salud pública [Martínez 2009], la gente regresa a los intersticios de la ciudad, a renovar vínculos afectivos con las personas y con los espacios.
En este sentido, el abordaje de la trashumancia urbana sólo puede pensarse antropológicamente a partir de las técnicas etnográficas aquí esbozadas: una caminata constante que se realiza al lado o de forma cercana a las personas que habitan la calle, en la que el investigador acompaña a las personas que han accedido a una entrevista en las diferentes temporalidades del año y coincide en los lugares a los que las instituciones acuden para repartir ropa y comida en la calle. Dentro de las técnicas etnográficas aplicadas incluye la observación exhaustiva, participante y no participante, al caminar para captar los acuerdos que se dan entre transeúntes y los sujetos que habitan la ciudad, sus movimientos, su desgaste, así como las estrategias para conseguir vestido, comida y lugar de pernocta. La ciudad como un mundo con espacios de circulación y combinación de lugares requiere una metodología como la planteada y realizada en esta investigación.
El tercer presupuesto parte de la idea de que el espacio y el individuo son formas de abordar los mundos contemporáneos. Por lo tanto, la trashumancia urbana persiste debido a: 1) Los modos de acción de los individuos del mundo de la trashumancia urbana que se relacionan con las dinámicas efímeras de los no-lugares y los lugares, que dan pie a la relación y al sentido, en la calle, del mundo de la ciudad; 2) la institución como objeto: las estrategias asistenciales posibilitan la circularidad física y simbólica por la ciudad, los individuos que habitan la calle pasan periodos cortos y largos de tiempo en la asistencia psicológica y médica, contacto con familiares, aseo e higiene corporal y aprendiendo oficios para la reinserción laboral; después, regresan a la calle; 3) un puente entre las estrategias institucionales y la trashumancia urbana es la venta de revistas callejeras.
El cuarto presupuesto: la paradoja de la universalidad y singularidad caracteriza a los mundos [Augé 1998]. Ésta se refleja en la relación entre el mundo de la trashumancia urbana y el mundo de la ciudad observable en cada gran urbe del mundo. En cambio, la singularidad se distingue al interior de las ciudades, en este caso, la Ciudad de México. En las diferentes formas de la trashumancia se observa el significado que le dan a la mendicidad, a la recolección de basura y el tipo de caridad. Con los resultados de la venta de una revista callejera en diferentes ciudades del mundo se evidencia la paradoja de la singularidad y la universalidad de los mundos de la trashumancia.
Las relaciones que establecen en la calle no sólo con sus pares, sino con los que pasan a diario, los saludan, les dan de comer, se acercan a platicar, crean un mundo que le da sentido a esa experiencia de habitar y trashumar en un espacio abierto.