Reseñas

  

¿Cuántas rayas cuentan un tigre?

 

Roy Wagner.

La Invención de la Cultura. Traducción y prólogo de Pedro Pitarch.

Nola Editores. Madrid. 2019.

La editorial española Nola tuvo la iniciativa de publicar la primera traducción al español de La invención de la cultura de Roy Wagner (1938-2018), un libro de referencia para entender los debates de la antropología contemporánea. La traducción fue hecha por Pedro Pitarch, etnógrafo con más de treinta años de trabajo en los Altos de Chiapas, quien, además, fue el instigador, junto con el mismo Roy Wagner antes de su muerte (10 de septiembre de 2018), de dicha iniciativa. La traducción es un trabajo tan fiel como puede serlo el estilo ensayístico del original en inglés, lleno de expresiones idiomáticas y juegos de palabras que implican cierta inventiva más allá del simple dominio de ambas lenguas o del tema en cuestión. En efecto, La Invención de la Cultura es un texto aparte, que se aleja de las convenciones académicas para reflexionar en torno a la manera en que estas se construyen. La ciertamente famosa dificultad en la lectura de esta obra no descansa en un lenguaje técnico, pues es en principio llano y sin demasiada jerga sociológica, sino en la serie de inversiones conceptuales, juegos de sentido y metáforas llevados a cabo en el mundo del arte, la música clásica, el folklore europeo, las matemáticas, entre muchos otros ámbitos en los que se desenvuelve el autor para ahondar en el tema principal de su ensayo. Todos sus retruécanos han sido esforzadamente capturados por la traducción de Pedro Pitarch. Así, 45 años después de su primera edición [1975], La invención de la cultura puede ser por fin leída en español.

Ahora bien, ¿de qué trata esta obra tan largamente esperada? La invención de la cultura es, en la opinión de numerosos antropólogos especialistas en distintas sociedades y regiones del mundo, una de las obras más importantes de la antropología simbólica en los últimos cuarenta años. Si bien la obra no gozó de demasiados lectores fuera del circuito melanesista durante los primeros años después de su publicación, alcanzó el estatus de obra seminal hacia la segunda mitad de la década de los 90 del siglo XX al ser reconocida como una de las fuentes principales de reflexión para el llamado giro ontológico, de acuerdo con sus mismos exponentes (Marilyn Strathern, Eduardo Viveiros de Castro, Aparecida Vilaça, Philippe Descola, Martin Holbraad, Morten Pedersen y otros). Roy Wagner era ya un profesor y etnógrafo consolidado cuando escribió La Invención de la Cultura, su tercer libro después de La maldición de Souw [The Curse of Souw, 1967] y Habu: la invención del significado en la religión Daribi [Habu: the invention of meaning in Daribi religion, 1972], libros que a la fecha no han sido traducidos al español.

Su argumento focal es que la cultura no es simplemente, como predicaba el funcionalismo sociológico del siglo XX, un conjunto de normas y acciones significativas que dan forma a la vida de las personas que la comparten. Más bien, son las personas las que dan forma a su cultura al manipular constantemente los símbolos convencionales, tomados de una variedad de códigos siempre cambiantes para crear nuevos significados o innovaciones. Para Wagner, la cultura surge de la dialéctica entre el individuo y el mundo social de forma recursiva y no conclusiva, es decir, no existe una síntesis (una estabilidad significativa) sino una constante tensión entre los polos de la convención y la invención. La cultura vista desde Wagner es un flujo relacional y no una construcción institucional, en otras palabras, emerge como el producto principal e inevitable de las interacciones entre personas y grupos distintos. Posiblemente, fue la misma experiencia etnográfica en un lugar tan diverso lingüística y culturalmente como los Altos de Papúa Nueva Guinea la que inspiró este tipo de reflexión por parte de Wagner. La misma Marilyn Strathern y otros melanesistas reconocen en Wagner el intento por describir el tipo de procesos e interacciones que tienen lugar entre dichos grupos.

La idea de que el hombre inventa sus propias realidades no es nueva. Sin embargo, la perspectiva de presentar esta idea implantada en una cultura que quiere controlar sus propias realidades resulta poderosa para entender cómo estas polémicas unidades de análisis se relacionan y transforman. Wagner propone que la cultura es una invención basándose en una evidencia empírica: la diversidad de pueblos y costumbres. Si la cultura fuera algo que sencillamente se aprende, cavila Wagner, a la manera de un texto o de una doctrina, entonces, con el paso del tiempo todas las culturas, y todos los lenguajes, terminarían por ser los mismos. La cultura es algo que sucede, de forma inopinada, en cada encuentro humano, es una habilidad universal; en otras palabras, Wagner colapsa el binomio opuesto de naturaleza-cultura para decir que la cultura es la naturaleza humana.

El libro comienza identificando al trabajo de campo etnográfico como el iniciador de una relación entre el antropólogo y los nativos (de cualquier parte), en la cual tiene lugar un momento de “choque cultural”, es decir, un momento en el que los parámetros sociales del investigador divergen drásticamente de aquellos de quienes observa, y viceversa, impidiéndole comunicarse con ninguno de los grupos entre los que se encuentra. Este primer choque cultural, esta crisis comunicativa, ocasiona las primeras descripciones e intentos de clasificación por parte del antropólogo, pero también aquellos a quienes estudia reciben un similar choque cultural e inician su propia -si bien no académic- antropología. Los procesos de simbolización que generan la construcción del significado en la cultura son los mismos que los antropólogos usan para “inventar” las culturas que estudian. Así, la cultura del antropólogo se propaga hacia otras que toman también las clasificaciones recibidas.

Este momento de choque cultural, traumático, es pues uno de mutua invención de diferencias. Si la cultura es una invención, ¿cuál es su objetivo? Para Wagner la respuesta está en la idea de control. La cultura (ese invento que emerge en contacto con “los otros”) es el intento por constreñir un cúmulo de contenidos que se suponen únicos o, al menos, característicos del grupo en cuestión. La cultura es, por tanto, dinámica, al constituir en cierto sentido un intento fallido por controlar las transformaciones, los contagios y las mutuas invenciones que producen las relaciones humanas. Ciertas invenciones, consideradas como características, sin embargo, se estabilizan para volverse en lo que Wagner llama convenciones. Así, la tensión dialéctica entre convención e invención moviliza a la cultura y sus transformaciones desde sus mismos sujetos. A diferencia de la mayoría de las teorías sociales que colocan a los sujetos como meros actores o depositarios de estructuras inmanentes o hegemonías del poder, para Wagner son los sujetos quienes constantemente intentan y, en ocasiones, logran revertir las convenciones recibidas a partir de la fuerza de la invención. Si, como Wagner advierte, la objetividad “absoluta” requeriría que el antropólogo no tuviera prejuicios y, por lo tanto, no tuviera cultura, entonces la antropología misma sería un acto cultural.

Así, podríamos decir, siguiendo a Wagner, que un antropólogo es alguien que “inventa” la cultura que cree que está estudiando. Es sólo a través de la “invención” de este tipo que se puede comprender el significado abstracto de la cultura y sólo a través del contraste experimentado que su propia cultura se vuelve “visible” y, en cierto sentido “real”. Al inventar una cultura para otros el antropólogo inventa también la suya, y, de hecho, en cada estudio, reinventa el concepto mismo de cultura.

Wagner se regodea en hacer inversiones de sentido por lo que encuentra en la metáfora visual de “figura de fondo invertida” [figure ground reversal] una inspiración para hablar de la forma en la que los símbolos de una cultura ocupan un lugar predominante en la medida en que desaparecen para demostrar su opuesto. Esta es, hasta cierto punto, según el mismo Roy Wagner, una forma de entender las relaciones entre opuestos complementarios iniciada por el estructuralismo francés de Claude Lévi-Strauss, quien consideró la obra de Wagner, por cierto, como una interpretación americanizada de su propia obra.

A contrapelo del resto de las teorías antropológicas, la de Wagner no constituye un programa de conocimiento ni un tratado de principios ni un sistema para dividir ni adjudicar roles en una sociedad determinada. Posiblemente como la de Gregory Bateson, la de Wagner es, en todo caso, una metodología para hacer etnografía (para la descripción parcial e incompleta de la vida de otros) y acercarse así al problema de la creatividad humana, su plasticidad simbólica y esa enorme capacidad presente en todas las sociedades para crear órdenes y, casi inmediatamente, trastocarlos.

 

 

 

 


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