INTRODUCCIÓN
Las experiencias sexuales constituyen eventos significativos en la vida de los actores sociales y las vivencias y significados atribuidos a las mismas dan cuenta de la posición que ocupan las mujeres y los hombres en las estructuras sociales y de género, permitiendo identificar elementos centrales que participan en su constitución en tanto sujetos de sexualidad [Amuchástegui 1999].
Si bien, desde hace varias décadas (sobre todo desde la agenda feminista) se ha indicado que las experiencias sexuales y la sexualidad son ámbitos centrales de la dominación de género [MacKinnon 1987], las interrelaciones entre la sexualidad y otras desigualdades sociales, y la manera en que éstas potencian o mitigan sus efectos en situaciones y contextos sociales concretos, han tendido a ser poco privilegiadas en el análisis social [Viveros 2009; Wade 2008]. Debido a esto, se ha enfatizado en la importancia de analizar el rol, no sólo del género, sino de otras desigualdades sociales igualmente relevantes como la edad y la clase social sobre las experiencias sexuales y en sexualidad de las poblaciones estudiadas [Crenshaw 2005; Viveros 2009]. Esto a partir de reconocer que el género involucra una división cultural y social otorgando significado a las interacciones cotidianas sin que esto impida reconocer que la manera de vivir y significar el género varía histórica y culturalmente (contextualmente) como resultado de la interacción con otras desigualdades sociales [Jackson 2006]. Siguiendo esta línea, se ha sugerido la imposibilidad de analizar la sexualidad en América Latina sin tener en cuenta jerarquías y desigualdades tales como la clase social que la atraviesan, en tanto los sistemas de opresión sexual, étnico, heterosexual y de clase social están interrelacionados [Viveros 2009].
Al mismo tiempo, consideramos que las narrativas sobre la sexualidad y las experiencias sexuales, constituyen elementos centrales que permiten aproximarse al análisis de las desigualdades sociales, a su construcción y a su reproducción social en contextos específicos.
De tal suerte que, como se anticipó, el objetivo de este artículo es explorar el rol de diferentes desigualdades sociales sobre las experiencias sexuales y sobre la sexualidad de la población considerada para este estudio. Posteriormente se ofrece la metodología de estudio para más adelante presentar el perfil que da origen al contexto social de las y los participantes. En las dos últimas secciones se presentan los hallazgos y las conclusiones de dicho trabajo.
Los datos que forman parte de este análisis son el resultado de una investigación sociológica-interpretativa1 con mujeres y hombres habitantes en colonias de dos municipios del estado de Morelos: dos colonias populares de la ciudad de Cuernavaca,2 en Tepoztlán (cabecera del municipio) y Santa Catarina, en el curso de los años 2009 y 2010. Se recopiló información a través de un cuestionario sociodemográfico y de 36 entrevistas semiestructuradas individuales en profundidad. En las entrevistas individuales se indagó sobre los significados, percepciones, creencias y en torno al cuerpo, la sexualidad y la reproducción, así como sobre las experiencias sexuales de los participantes. Los participantes incluidos en este estudio fueron seleccionados mediante un muestreo intencional, no probabilístico [Glaser y Strauss 1967]. Los criterios iniciales de selección fueron establecidos para dar voz a un grupo con rango de edades entre 18 y 52 años y residentes en alguna de las colonias populares de la ciudad de Cuernavaca, de la cabecera de Tepoztlán y de Santa Catarina, donde se realizó el estudio. La mayoría de las mujeres participantes en el estudio fueron reclutadas en centros de salud pertenecientes a la Secretaría de Salud (SSA).3 Particularmente (pero no exclusivamente) para el caso de los participantes hombres, éstos fueron contactados a través de la técnica de bola de nieve (snow ball sampling) y fueron referidos en su mayoría por las participantes reclutadas en los centros de salud. En ambos casos, se procedió a invitar de manera generalizada a las/los participantes potenciales en el estudio. A las/los interesados en participar se les aplicó un breve cuestionario con preguntas relacionadas con sus características socio-demográficas generales, lo cual nos permitió elegir a las/los potenciales participantes a entrevistar. Se privilegió incluir a participantes con diversas características demográficas consideradas como centrales en la construcción de significados atribuibles al cuerpo, la sexualidad y a las experiencias sexuales. A saber: la edad, el nivel de escolaridad, el estado civil y el lugar de residencia. El cuestionario permitió reconstruir el contexto demográfico y socioeconómico de los participantes en el estudio. Se puso especial cuidado en garantizar el anonimato y la confidencialidad de todos los datos recabados, así como cualquier referencia que pudiera identificar a los participantes fue cuidadosamente anulada. Después de una lectura cuidadosa de las entrevistas, se hizo una primera codificación, tomando como base los temas de las guías de entrevista: cuerpo, sexualidad, reproducción, relaciones de género, emociones y experiencias sexuales. En este proceso nos enfocamos en identificar contradicciones y discordancias en las narrativas. En las siguientes lecturas nos propusimos identificar regularidades empíricas y ejemplos de ambivalencias y contradicciones [Bertaux 1993]. Los fragmentos incluidos en este trabajo fueron seleccionados a partir de su relevancia y pertinencia, obedeciendo tanto a regularidades empíricas como a casos límite o extremos (casos negativos) [Bertaux 1993].
RESULTADOS
En torno al perfil de los participantes, tenemos que, la edad media de los treinta y seis participantes en las entrevistas en profundidad (22 mujeres y 14 hombres) fue de 35.3, de éstos la mitad se consideraban católicos y seis de cada diez tenían hijos. Todos se autodefinieron como heterosexuales. Cuatro de cada diez estaban unidos (casados y/o viviendo en unión libre) al momento de la entrevista. Dos de cada diez contaban con primaria, uno de cada diez con estudios secundarios, casi cuatro de cada diez contaban con estudios postsecundarios (en su mayoría carreras técnicas) y tres de cada diez contaban con estudios universitarios (la mayoría incompletos). Nueve de cada diez trabajaba en el sector informal de la economía (86%) y no contaba con seguridad social ni prestaciones sociales, predominando los trabajos no calificados (en su mayoría, los relativos a servicio doméstico, meseros, estilistas, etcétera). Dos de cada diez habitaban en un hogar indígena (siendo el náhuatl la lengua mayoritaria) y dos de cada diez se autoidentificaban como indígenas. Siete de cada diez residían en Cuernavaca y uno de cada tres residía en Tepoztlán. A partir de las condiciones generales de la vivienda (material del piso de la casa y la condición de hacinamiento por cuartos),4 los años de escolaridad y el lugar de residencia, se agruparon a los participantes del estudio en cuatro subgrupos para dar cuenta de sus condiciones objetivas de vida (Cuadro 1):5
Cuadro 1.
Distribución de participantes según condiciones de vida y lugar de residencia
En este sentido, el perfil socio-demográfico de los participantes busca dar cuenta del peso, no sólo en relación con el género, sino de las condiciones precarias y no precarias de vida (de la clase social) en articulación con variables como la edad, la afiliación étnica, el lugar de residencia urbana/rural y el estado civil, sobre los significados de la sexualidad y las experiencias sexuales en la población participante.
Los testimonios evidencian por una parte la coexistencia de discursos transicionales en sexualidad (que reflejan la existencia de cuestionamientos en el ámbito de la sexualidad y las experiencias sexuales) con narrativas que aluden a la continuidad de una doble moral sexual altamente generizada en estos ámbitos y que configuran tanto los significados de la sexualidad e impactan sobre las experiencias sexuales de los participantes en el estudio. Igualmente, los hallazgos ponen de relieve el papel central que juegan diferentes formas de violencia sexual en la construcción de los significados y vivencias en torno a la sexualidad y las experiencias sexuales de la población de estudio. Este hallazgo es relevante dado que la violencia sexual no fue inicialmente contemplada como un eje central de la construcción de significados de la sexualidad, ni de las experiencias sexuales de los participantes en el estudio.
1. DESIGUALDADES DE GÉNERO Y LA DOBLE MORAL SEXUAL
Los resultados sugieren la continuidad de una doble moral sexual que actualiza no sólo las desigualdades de género, sino las de generación y la heteronormatividad, configurando un determinado espectro de prácticas en sexualidad y experiencias sexuales como deseables (socialmente valoradas) o indeseables (estigmatizadas). De tal forma que, como otros estudios sugieren, siguiendo una perspectiva construccionista de la sexualidad, las narrativas muestran cómo las desigualdades de género [Amuchástegui 1999; Córdova 2003] expresadas, por ejemplo, en el juego de la doble moral sexual posibilitan un mayor control sobre las potencialidades y expresiones en la sexualidad de las mujeres [Sosa 2005].
Un aspecto fundamental de la doble moral sexual que emerge en los discursos de los participantes de más de 40 años, urbanos y de condiciones de vida precarias se expresa en la persistencia de la percepción de que los hombres y las mujeres tienen necesidades e impulsos sexuales diferentes, emergiendo en las narrativas las necesidades sexuales de los hombres como más apremiantes:
R:6 El despertar sexual del hombre es muy diferente, eso nos lo explicaron también, creo que aquí (en el centro de salud), que el hombre tiene más tendencias a ver revistas pornográficas, ve el cuerpo de la mujer y empieza a tener una sensación de estar con esa persona, es muy diferente. La mujer no, porque hay mujeres que ven esas cosas como “ay esas son cochinadas”; yo digo que es natural [Óscar,7 41 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida precarias, no indígena].
En el testimonio anterior sobresale que se señale a las instituciones de salud (centro de salud) como una de las fuentes diseminadoras de discursos que establecen una diferencia significativa en la manera en que experimentan y perciben las necesidades sexuales los hombres y las mujeres. Resalta no sólo que los impulsos y necesidades de las mujeres y los hombres emerjan como diferentes, sino que, desde la percepción del participante, para las mujeres las sensaciones y prácticas que pueden llegar a experimentar los hombres (y las maneras de expresarlas) sean percibidas como “cochinadas”; es decir, asociadas desde una visión altamente generizada a lo sucio. Esto hace referencia a la construcción de la sexualidad, del saber sobre sexo, así como de la expresión de las necesidades sexuales como un territorio restringido a las mujeres, donde a éstas, como ya han sugerido otros estudios [Amuchástegui 1999], se les asignan cualidades de pureza y de ignorancia relativa a las relaciones sexuales y al conocimiento sobre sexo. En el testimonio, los impulsos y necesidades sexuales masculinos y femeninos tienden a presentarse como naturales y anclados en la materialidad del cuerpo sexuado, lo que discursivamente expresa experiencias altamente generizadas de los cuerpos masculinos y femeninos, y de la sexualidad sin que se visibilicen ni problematicen los arreglos sociales que median estas experiencias sexuales. Cabe señalar, siguiendo a Kane y Shippers [1996], que las nociones referidas a los impulsos sexuales masculinos donde éstos son considerados como más pronunciados y anclados en diferencias de carácter natural, tienen implicaciones potenciales importantes sobre las maneras en que los sujetos sociales interpretan las desigualdades de género contribuyendo a la reproducción de ideologías y creencias sobre la pasividad femenina, la agresividad masculina e incluso contribuyendo a la perpetuación de mitos que biologizan la violencia sexual. A su vez, es necesario señalar la eficacia simbólica de estos discursos que expresan creencias e ideologías, dado que se encuentran cimentadas en la naturaleza invisibilizando las estrategias históricas que subyacen a las mismas [Bourdieu 2000]. Igualmente, las nociones sobre los impulsos y necesidades sexuales altamente diferenciadas y naturalizadas refuerzan visiones estereotipadas de las sexualidades masculinas y femeninas, actualizando mandatos heteronormativos [Jackson 2006]. Sin embargo, es preciso señalar que, en las narrativas de hombres y mujeres de condiciones de vida no precarias (incluso, mayores de 40 años), mayoritariamente urbanos, emergen interpretaciones de estas diferencias y de las vivencias en sexualidad no fincadas en la naturaleza, sino en el ámbito cultural y en algunas instituciones sociales como la Iglesia:
R: Yo creo que tiene que ver mucho con esta cultura en la que estamos inmiscuidos; por un lado, la cultura de la sexualidad, y por otro lado, las iglesias y los padres que quisieran que la gente fuera asexuada, que los hijos y las hijas fueran asexuados, sobre todo las hijas [Pedro, 52 años, condiciones de vida no precarias, urbano, no indígena].
No es pues arbitrario que este discurso surja de un participante de más de 40 años, de residencia urbana y de condiciones de vida no precarias. Es preciso señalar que el discurso anterior remite al rol histórico de la Iglesia en México como institución de control social, productora de discursos en sexualidad; e incluso, como señala Rodríguez [2013], como productora de mitos que regulan las posibilidades del cuerpo.8 Paralelamente, la persistencia de la doble moral sexual se expresa igualmente en las narrativas de las mujeres mayores de 40 años, de residencia tanto urbana como rural, especialmente en aquellas provenientes de condiciones de vida precarias emergiendo la dificultad de expresar abiertamente el deseo de contacto sexual a sus parejas e incluso en el marco de relaciones establecidas y/o unión libre:
R: Le digo a mi esposo: ustedes no tan fácilmente se aguantan de dejar mucho tiempo de tener relaciones (...). Yo me aguanto, hasta que él dice [Lety, 48 años, residencia urbana, en unión libre, condiciones de vida precarias, no indígena].
El que los impulsos sexuales de las mujeres sean percibidos como más controlables que los masculinos, tiene repercusiones en cómo se construyen las feminidades/masculinidades y también sobre las normatividades y regulaciones dirigidas hacia los cuerpos sexuados en materia de sexualidad y más allá de este ámbito. Así, en el testimonio anterior, el aguantarse para las mujeres es una experiencia que resulta familiar a la participante y alude a la expectativa socialmente construida de que las mujeres puedan y deban aguantarse (en términos sexuales). Igualmente, el testimonio sugiere la existencia de una expectativa social donde se tiende a asumir que la iniciativa para tener relaciones sexuales tiende a ser asignada a los hombres.
Paralelamente, los testimonios ponen de relieve la emergencia en las narrativas de las mujeres y los hombres residentes en zonas urbanas, menores de 40 años, de condiciones de vida precarias y no precarias y sin importar la afiliación étnica de lo que podemos denominar, discursos transicionales en sexualidad que indican en las narrativas la existencia de posturas que cuestionan normatividades y regulaciones sexuales, heteronormativas altamente generizadas en el ámbito de la sexualidad:
R: Siento que es igual. Mi primera pareja, sexualmente hablando, es mi esposo, y siento que lo he disfrutado al máximo y lo seguimos disfrutando. Si yo siento ganas de estar con él, lo hablamos o yo empiezo con las caricias. Yo siento que lo vivimos igual [Rosa, 24 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Aunque son poco frecuentes las narrativas como la de Rosa, mediante su testimonio podría sugerirse que entre las parejas más jóvenes de contextos menos precarios existe una mayor apertura para expresar la necesidad de tener relaciones sexuales para las mujeres (en el marco de relaciones estables), lo que podría manifestar también la emergencia de relaciones menos desiguales en el ámbito sexual entre las parejas heterosexuales más jóvenes en contextos similares a los de los participantes. Pese a lo antes mencionado, los testimonios de los participantes menores de 40 años, provenientes de contextos tanto rurales como urbanos y de condiciones de vida precarias y no precarias, sin importar la afiliación étnica, sugieren que incluso en contextos sociales que podríamos denominar con fines analíticos, menos “tradicionales”, donde la virginidad hasta el matrimonio ha perdido su carácter imperativo, emerge el concepto de que las mujeres solteras que tienen experiencias sexuales previas, con sus nuevas parejas sexuales, sienten el deber de actuar como si fueran vírgenes y/o de inventar que lo son para evitar posibles repercusiones negativas de haber iniciado con anterioridad su vida sexual:
R: Para algunas personas siento que sí sigue siendo ¡súper importante!, tengo amigas, que no crecimos en esta idea de vírgenes hasta el matrimonio todo el tiempo, y que les han inventado a sus novios (nuevas parejas sexuales) que son vírgenes, cuando no lo son, por este temor de “ya no me va a querer ¡qué mal se va a ver!, ¡me acosté con muchos! ¡Y voy a estar flácida!!!” [Karla, 24 años, soltera, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
R: Me acuerdo que a mí, desde chiquita, siempre me metieron la idea católica de que te acuestas con alguien hasta que te cases. Creo que es más fácil mentir y vestirte de blanco ese día y decir que lo eres, que aguantarte todo el tiempo [Tatiana, 24 años, soltera, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Es relevante advertir, que en el testimonio anterior emerja el cuerpo de la mujer como un cuerpo desgastable, lo que visibiliza la cosificación del cuerpo femenino y torna inteligible que éste sea percibido socialmente como un cuerpo que al ser “usado” sexualmente se desgasta. Sobresale que, incluso entre las jóvenes que han sido educadas con una mayor apertura sexual se perciba que “se ve mal” con la nueva pareja sexual no ser virgen. Los testimonios de Karla y Tatiana, evidencian que pese a que el imperativo de virginidad en ciertos contextos sociales ha tendido a erosionarse paulatinamente, y que cada vez es más aceptado socialmente que las mujeres tengan relaciones sexuales prematrimoniales, se continúa” viendo mal” y siguen existiendo expectativas sociales de que las mujeres solteras que han iniciado su vida sexual, actúen como vírgenes adhiriéndose a los códigos socialmente establecidos que expresan o connotan “virginidad” (vestirte de blanco, decirlo, actuar como, etcétera). Desde esta perspectiva, deviene inteligible que algunas participantes sugieran actuar como virgen:
R: Yo digo que ya ni se dan cuenta si una mujer es virgen o no. Porque si una mujer tuvo una relación hace 10 años y durante 10 años no ha tenido relaciones, pienso que todo se regenera. A lo mejor en 10 años se te regeneró el himen, actúas como si fueras una señorita y no se dan cuenta [Teresa, 34 años, soltera, residencia urbana, condiciones de vida precarias, indígena].
El testimonio de Teresa revela que, en materia de virginidad, lo central es que los hombres (y los demás) no se den cuenta si la mujer es virgen o no. En este sentido, una estrategia para no evidenciar la transgresión al mandato de la virginidad consiste en actuar como si se fuera virgen. Así, las narrativas indican que en contextos como el de los participantes, la virginidad continúa siendo un mandato al cual las mujeres en mayor o menor medida (según sea el contexto) deben de adherirse, emergiendo estrategias sutiles de adhesión a la misma lo que visibiliza que la virginidad es todavía un capital físico y simbólico entre los jóvenes (al menos discursivamente). Esto sugiere la persistencia de una doble moral sexual anclada en la heteronormatividad y en las desigualdades de género, e indica la vigencia del poder simbólico de este mandato. Igualmente este actuar puede ser sociológicamente pensado como una de las diferentes estrategias de violencia simbólica9 en tanto forma de violencia que reproduce y actualiza las desigualdades y mandatos de género.
Adicionalmente, el mandato de virginidad dirigido a las mujeres, tiene repercusiones sobre las razones adecuadas para tener o no tener relaciones sexuales, según se trate de un hombre o una mujer:
R: Creo que no, que el hombre va más por placer, creo que las mujeres no, creo que las mujeres manejamos más sentimientos; también el placer, pero más sentimientos [Olga, 34 años, en unión libre, soltera, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Como se observa en el testimonio de Olga, en la mayoría de los discursos relativos a las motivaciones de las mujeres para tener relaciones sexuales existe todavía poco espacio para el placer como un eje central autónomo del ejercicio sexual femenino (sin una vinculación con sentimientos y afectos), contrastando con la centralidad del placer en las narrativas de todos los participantes (mujeres y hombres) referidas a las motivaciones de los hombres para tener relaciones sexuales:
R: Depende, porque depende de cada género sexual. En lo particular, creo que las relaciones sexuales, en mi caso deben de ser por placer. Porque la relación sexual no tiene nada que ver con el amor, desde mi punto de vista [Mario, 26 años, urbano, condiciones de vida no precarias, no indígena, soltero].
Por su parte, los testimonios relativos a las experiencias sexuales de las mujeres evidencian que, al menos discursivamente se sigue otorgando poco espacio al placer y a la autonomía sexual femenina y se sigue dando un lugar predominante a las relaciones amoroso-afectivas como marco idóneo de las relaciones sexuales para las mujeres. Cabe señalar, que la centralidad del amor y lo afectivo expresan diversos arreglos y discursos sociales heteronormativos en los cuales la forma idónea de ejercicio de la sexualidad (femenina) es a través del amor y de las imágenes que le son familiares:10
R: La finalidad más que nada, satisfacer ese deseo sexual, esa necesidad biológica que tienes, más que nada; qué amor ¡eso es una mentira!
R: Es que los hombres son más sexuales y las mujeres son como que más sentimentales, entonces las mujeres siempre buscan que sea perfecto. Las mujeres siempre lo hacen por amor; sí, de hecho dice por ahí una que otra, que no lo hace por amor, pero la gran mayoría lo hacen porque están súper enamoradísimas de su novio [Juan, 22 años, soltero, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
De tal suerte, el percibir que los hombres son más sexuales y las mujeres tienen relaciones sexuales por amor, alude a los estereotipos sobre la sexualidad masculina /femenina, así como a la heteronormatividad [Jackson 2006] y reflejan la ambivalencia sobre la disposición para tener relaciones sexuales y construir relaciones de intimidad los hombres y las mujeres en un momento dado [Borisoff y Hahn 1993]. Una vez más se torna relevante problematizar el hecho de que socialmente se asuma que las mujeres tienden a tener relaciones sexuales por amor, visibilizando los procesos y mecanismos socio-históricos que tornan socialmente significativo la centralidad del amor en la vida de las mujeres (y no en los hombres), a pesar de que también existan hombres -sobre todo aquellos menores de 30 años- que lo “hacen” con y por amor.11
Sin embargo, se advierte de forma sustancial que en los participantes más jóvenes (menores de 40 años), mayoritariamente provenientes de zonas urbanas y de condiciones de vida no precarias, emergen cambios en la percepción de las razones por las que las mujeres tienen relaciones sexuales, al tiempo que se visibiliza el origen sociocultural de estas razones:
R: (al tener relaciones sexuales), las mujeres generalmente buscan amor, ya no muchas, realmente, pero sí, sí buscan amor, buscan estar en pareja, sentirse queridas... esto es cultural, definitivamente, es de la educación que llevas en tu casa, obviamente porque hombres y mujeres no son educados de la misma forma. Los hombres, como todo les ha sido permitido y porque nadie lo cuestiona y cuando empieza a tener sexo […], las mujeres llevan su vida sexual muy escondida, porque si la gente se entera, las juzga. Hasta cierto punto tienen que estar casadas, es lo más permisivo para ellas [Mario, 26 años, soltero, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Por el contrario, en los discursos referidos a las motivaciones primordiales de los hombres para tener relaciones sexuales emerge el placer como un eje central desvinculando este último de las dimensiones amoroso-afectivas. Sin embargo, esto no significa necesariamente que la experiencia incorporada del placer esté ausente de las experiencias de las mujeres y la relación afectivo-amorosa de la experiencia de los hombres participantes, sino que en situación de entrevista individual se torna problemático hablar abierta y públicamente de ello debido a los mandatos de género prevalecientes en el contexto del estudio.
Adicionalmente, en las narrativas de los participantes (especialmente en los discursos de estas últimas) emergen continuamente la pena (vergüenza) y el miedo como emociones familiares vinculadas con las experiencias sexuales de las mujeres:
R: Como le digo a mi esposo: ustedes no tan fácilmente se aguantan de dejar mucho tiempo de tener relaciones; uno, aunque tenga las ganas, a uno le da pena, en ese aspecto a mí me da pena que sea yo la que le esté diciendo “oye, pues quiero estar contigo” [Lety, 48 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida precarias, no indígena].
Como se aprecia en el testimonio de Lety, los discursos sugieren que para las mujeres (sobre todo aquellas mayores de 35 años y de condiciones de vida precarias) resulta familiar reprimir sus deseos sexuales debido a la pena. Se torna necesario visibilizar las raíces sociales altamente generizadas de la pena (vergüenza) con la que frecuentemente experimentan la sexualidad y las relaciones sexuales las mujeres y que es expresada discursivamente por las mismas. Un primer hallazgo al respecto, es que la pena vinculada con las relaciones sexuales está ausente de las narrativas de los hombres, lo que hace referencia tácita a quiénes, en sociedades marcadas por desigualdades de género (y de generación) y donde prevalece una doble moral sexual, son los sujetos (legítimos) de sexualidad. Es también relevante observar que en las narrativas de las mujeres donde emergió en general el discurso del miedo, éste se asocia sobre todo entre las mujeres más jóvenes al temor de ser abandonadas posteriormente de haber accedido a tener relaciones sexuales:
R: A que la dejen, ésa es una, que te dejen por otra es como pensar: ´te usaron, no te respetan, o sea no te das a respetar, ¿cómo se te ocurre?` Igual creo que viene del estigma social, aunque estén ahí y te digan que te amen y demás, es el miedo de que te va a dejar por otra, yo creo que ese es uno. El otro es que te use nada más físicamente, yo creo que es eso [Tatiana, 24 años, soltera, condiciones de vida no precarias, residencia urbana, no indígena].
Los discursos como el de Tatiana se desprenden de un contexto altamente generizado y heteronormativo12 que tornan inteligibles conceptos como la “respetabilidad” de las mujeres en el ámbito de la sexualidad. En este sentido, el miedo que expresan las mujeres en sus narrativas relacionadas con la actividad sexual, incluso entre las mujeres más jóvenes, está asociado todavía con el hecho de tener relaciones sexuales prematrimoniales y con transgredir normatividades sociales que si bien han sido erosionadas, no han desaparecido, y que tornan inteligible que las mujeres perciban que pueden ser usadas sexualmente por los hombres y posteriormente ser abandonadas.
Paralelamente, en general, en los discursos de los hombres (de residencia tanto urbana como rural, sin importar las condiciones de vida precarias o no precarias y la afiliación étnica, mayores de cuarenta años) sobre sus experiencias sexuales e incluso sobre su iniciación sexual tienden a emerger percepciones positivas en relación con las mismas:
R: Nada, fue perfecto. Fue maravilloso, me acuerdo porque era una chica que me gustaba muchísimo, la llegué a querer muchísimo.... ya tenía 18 años cuando tuve mi primera relación sexual. Fue con ella y fue así maravilloso, maravilloso. Todavía me acuerdo [Christian, 36 años, separado, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
R: Tenía trece años y fue con una muchacha que era sobrina del patrón de mi papá, me quería mucho esa muchacha. Yo no sabía nada, ¡imagínese!, un muchacho de primero de secundaria y ella con quince años y ya en tercero de secundaria y… son cosas que a uno no se le va a olvidar nunca. Nunca me voy a olvidar de esa experiencia porque fue mi primera vez y la verdad fue lo máximo, lo más bonito que me pudo haber pasado [Óscar, 40 años, casado, condiciones de vida precarias, residencia urbana, no indígena].
Paralelamente, en los discursos de hombres menores de 35 años, de condiciones de vida no precarias y de residencia urbana emergen discursos relativos a sus experiencias sexuales e incluso sobre su iniciación sexual que aluden a presiones sociales desprendidas de lo que podemos denominar con fines analíticos, la lógica de la oportunidad en las relaciones sexuales:
R: Muchas cosas. A lo mejor más tranquilidad, más paciencia, más calma. No así todo desesperado de que hay que hacerlo antes, no vayas a perder la oportunidad [Vicente, 33 años, soltero, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Esta lógica implica para el caso de los hombres, el casi imperativo de aprovechar la oportunidad para tener relaciones sexuales. Cabe señalar que esta lógica se desprende también de la doble moral sexual, dado que en los hombres ésta dicta para ellos la casi obligatoriedad de tener relaciones sexuales si se les presenta la oportunidad.
Finalmente, es preciso señalar, que tanto los discursos transicionales como las continuidades relativas a la doble moral sexual tienen una estrecha relación con los discursos diseminados por las instituciones escolares (especialmente en las clases y charlas relativas a la educación sexual), las instituciones de salud, y los medios masivos de comunicación, lo que evidencia el importante papel que éstas juegan como principales fuentes generadoras de opinión y consenso en el ámbito de la sexualidad y de las relaciones de género, lo que es especialmente cierto en las áreas urbanas, como sugiere el testimonio de Carlos:
P: ¿Hablas de las diferencias que hay en la manera de vivir la sexualidad entre aquí (Cuernavaca) y allá (Oaxaca)?, ¿crees que sean muchas las diferencias?
R: Sí cambian, para empezar, allá, hablando del pueblo, allá no hay esa información, no todos tenemos la televisión o el radio. Y si hay, pues todo era en español y no había cosas en mixe que hubiera una traducción desde ahí...Yo sí recibí ya esa información aquí en la ciudad, en la escuela [Carlos, 30 años, en unión libre, condiciones de vida precarias, indígena].
2. EXPERIENCIAS SEXUALES Y VIOLENCIA SEXUAL
Es relevante advertir que los significados de la sexualidad y de las experiencias sexuales para el caso de las mujeres entrevistadas estén fuertemente relacionadas con una temprana sexualización de sus cuerpos y con la violencia sexual. Incluso, algunas de las mujeres participantes sugieren que es a partir de episodios de violencia sexual que se percibieron por vez primera a sí mismas como mujeres (sobre todo aquellas menores de 40 años, de residencia urbana y de condiciones de vida precarias):
R: Aunque en mi casa me dijeran que es normal que crezcas y que en la calle recibas los piropos, te sentías mal porque estabas creciendo. Bueno, yo me acuerdo que me sentía como avergonzada así de: ¿Por qué me ven? ¿Por qué me gritan? No entendía.... hasta te sientes avergonzada de tu mismo cuerpo, entonces yo creo que es eso como, un estigma social que existe de que: no veas mi cuerpo. Yo creo. [Tatiana, 24 años, soltera, residencia urbana, condiciones de vida precarias, indígena].
R: (...) te voy a ser franca, cuando un tío quiso abusar de mí. Tenía yo cinco años, [Luisa, 36 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida precarias].
Paralelamente, en los testimonios de los hombres participantes (sobre todo aquellos menores de 40 años, urbanos y de contextos no precarios) emerge también la percepción de que existe un acoso dirigido a los cuerpos de las mujeres sobre todo a partir de los cambios corporales asociados a la imagen visible que lleva consigo “convertirse en mujer”:
R: La mujer vive mucho más ese dolor, tal vez porque le han enseñado que eso (el cambio corporal) le causa miradas morbosas, el cambio de su cuerpo, deseos, como que todavía no entiende muy bien la psicología del hombre, por qué la mira de esa forma [...] entonces empieza a sentir un acoso [Vicente, 33 años, residencia urbana, soltero, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Cabe observar que en el testimonio anterior emerja un vínculo entre el acoso hacia los cuerpos de mujeres y la vivencia de los cambios corporales como una experiencia más cercana al dolor. Esto es especialmente importante, si se tiene en cuenta que el cuerpo en tanto objeto metafórico, funciona como base para significados que expresan la relación de los sujetos sociales con la sociedad lo cual en el testimonio anterior podría estar aludiendo a la percepción de que la posición de subordinación de la mujer se asocia a una experiencia más cercana al dolor y a la realidad de poseer “un cuerpo de mujer”.
Por otro lado, retomando el análisis crítico-fenomenológico que Scheper-Hughes y Lock [1987] hacen en torno al cuerpo, podríamos afirmar que estos malestares en relación con el cuerpo femenino resultan de la incorporación de una opresión que va más allá del cuerpo y se relaciona con una construcción social asimétrica (y significados asociados con la misma) de los cuerpos sexuados, lo que implica necesariamente visibilizar los aspectos políticos, sociales y culturales de dicho malestar. Es importante resaltar el papel que juegan distintas instituciones sociales en la configuración de este malestar, lo que contribuye a la construcción y despliegue de controles, dispositivos y presiones sociales que, aunque no están ausentes de la vivencia incorporada de los hombres, adquieren una expresión específica desde la subordinación social en la que son socializadas y posicionadas en el espacio social las mujeres, sobre todo aquellas que se encuentran inmersas en situaciones sociales más precarias. Es también importante destacar, que las formas en que las mujeres (y los hombres) hablan y piensan de sus cuerpos no pueden separarse de la experiencia física de los mismos, ni de los discursos culturales contradictorios (y en ocasiones, en competencia) a través de los cuales éstos son interpretados y significados [Bourdieu 2000].
En relación con la violencia sexual, se puede advertir que en los discursos de las mujeres mayores de 40 años y pertenecientes a contextos precarios, ésta emerge como un evento que les resulta familiar, aunque en general en sus narrativas existe una dificultad en reconocer las relaciones sexuales forzadas en el marco de uniones establecidas como violencia sexual:
R: En mi colonia varias que dicen que las obligan y que las agarran cuando están durmiendo, eso es ignorancia, porque por más uno siente y no pueden agarrar a uno durmiendo. [...] a mí eso sí me da miedo, a lo mejor también cuando mi esposo me dice (de tener relaciones sexuales) le digo que sí para que no me vaya a hacer lo mismo [Lety, 48 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida precarias].
Si bien inicialmente el anterior testimonio sugiere que la violencia narrada por mujeres del entorno de la participante es puesta en tela de juicio y percibida como ignorancia, en un segundo momento la participante expresa acceder a las solicitudes sexuales de su pareja, por miedo a la reacción de su pareja frente a su negativa; y, lo que es más, para evitar que la obliguen a tener relaciones sexuales. Esto puede estar sugiriendo que una de las estrategias utilizadas por las mujeres para evitar ser violentadas es la de estar siempre sexualmente disponibles para sus parejas. Igualmente, sobresale en esta narrativa que se hable de obligar o “agarrar por la fuerza”, y no expresamente de violación, dado que entre las mujeres de más de 40 años participantes en el estudio esto no es percibido necesariamente como violación.
Por el contrario, en el caso de las mujeres más jóvenes y de residencia urbana (menores de 40 años) tienden a emerger discursos donde el que un hombre (pareja) obligue a una mujer a tener relaciones sexuales es percibido y definido como violación lo que representa un cambio significativo con respecto a mujeres pertenecientes a generaciones precedentes:
R: Yo siento que la violación existe en el matrimonio y fuera, o sea que con un desconocido. Yo se lo dije a una amiga: “si tú no quieres a la fuerza (tu esposo) no puede, porque también es una violación, así sea tu esposo, así sea lo que sea es una violación y tú lo tienes que decir”. Porque a veces ella me dice: ´es que me lastima`. Le digo: “eso es una violación, porque si tú no quieres y te lastima y lo haces a fuerza es una violación” [Rosa, 24 años, en unión libre, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
R: Pues lo que yo entiendo que es cuando alguien toma a una a la fuerza y pues a la fuerzas sería, eso es una violación. De hecho, no es que nada más en la calle pase, yo tengo entendido que si por ejemplo uno tiene una pareja o un matrimonio y si uno quiere y el marido la fuerza a una, esa es una violación, yo lo entiendo así [Sofía, 36 años, separada, condiciones de vida precarias, residencia urbana, indígena].
En este sentido, estos testimonios muestran cómo algunos discursos más igualitarios (sobre todo en las zonas urbanas) relativos a las relaciones de género han permeado entre las mujeres más jóvenes contribuyendo a visibilizar y nombrar formas de violencia que en general para las mujeres mayores de 40 años (especialmente aquellas provenientes de contextos precarios) sean difíciles de reconocer y nombrar como tales.
Pese a lo antes mencionado, es preciso señalar que incluso en las narrativas de mujeres menores de 40 años, de residencia urbana, de condiciones de vida precarias y no precarias, en cuyos discursos se identifica y nombra la existencia de violaciones sexuales en las relaciones de pareja todavía emerge la siempre disponibilidad sexual de las mujeres (aceptar tener relaciones sexuales con sus parejas) como estrategia para evitar formas de violencia por parte de la pareja, y lo que resulta más significativo en este contexto, es que aún se mantiene el predominio de la banalización de la violencia y el mandato de aguantarla por el hecho de ser mujer:
R: Si tú no quieres estar con tu pareja, pero él sí quiere, y si tú dijiste: “No”, pues fue “No”. Pero aparte las golpean y las violan porque eres mujer y ni modo, te tienes que aguantar [Olga, 34 años, soltera, residencia urbana, condiciones de vida no precarias, no indígena].
Este discurso evidencia que si bien los discursos sobre equidad de género y las campañas sobre violencia contra las mujeres han permeado en los discursos de las mujeres en general, pero específicamente entre aquellas más jóvenes (menores de 40 años), aún existe cierta permisividad social frente a formas de violencia dirigidas hacia ellas (como es el caso de la violencia sexual en la pareja) por lo que restan esfuerzos importantes a realizar en términos de política pública y sensibilización de la población en materia de género y violencia con la finalidad de desnormalizar estas prácticas.
A MANERA DE REFLEXIÓN FINAL
Los hallazgos evidencian la compleja y frecuentemente contradictoria coexistencia de discursos transicionales en materia de género y sexualidad y una doble moral sexual altamente generizada y heteronormativa que reproduce y actualiza la subordinación de las mujeres y la dominación de los hombres en estos ámbitos. Un ejemplo de esto, lo constituyen los discursos relativos a la virginidad femenina, donde los discursos transicionales (en los participantes de este estudio) sugieren que si bien ya no es imperativo para las mujeres llegar virgen al matrimonio, es deseable parecer o actuar como virgen con las nuevas parejas sexuales. Siguiendo a Juliano [2004] podemos afirmar que si una actividad o idea persiste es por el significado actual que pueda tener, asumiendo que “cualquier práctica tiende a ser redefinida o re-semantizada cuando cambian las condiciones que le dan origen” [Juliano 2004: 10]. Esto, en el caso específico de la virginidad, sugiere que si bien ésta ha perdido su carácter imperativo a través del tiempo y ha sido re-semantizada, sobre todo por las mujeres y los hombres menores de 40 años, las condiciones que le dieron origen y tornan sociológicamente comprensible su existencia no han sido aún lo suficientemente transformadas en contextos como el de este estudio (lo que torna inteligible por ejemplo, el hecho de que algunas mujeres jóvenes se sientan en la necesidad de actuar ser virgen). La persistencia del discurso sobre la virginidad en las mujeres (pese a su erosión) puede ser vista como parte de un continuum de violencia simbólica que actualiza las desigualdades de género y poder simbólico13 en el ámbito de la sexualidad en las relaciones heterosexuales de la población estudiada.
Así, los hallazgos de este estudio sugieren la existencia de regulaciones altamente generizadas y heteronormativas en el ámbito de la sexualidad sobresaliendo la doble moral sexual la cual da cuenta de relaciones sociales, de poder y estatus que se expresan a través de la misma y que dificultan el reconocimiento de las mujeres como sujetos de sexualidad autónoma y contribuyen a la normalización e invisibilización de distintas formas de violencia incluidas la violencia simbólica y la violencia sexual (esta última especialmente en el marco de relaciones de pareja). Los resultados de este artículo igualmente evidencian, cómo la sexualización (muchas veces precoz), y la violencia sexual dirigida a las mujeres, constituyen ejes medulares de las experiencias sexuales y actúan en la naturaleza propia de la sexualidad de las participantes en este estudio. Así, la presencia de episodios de violencia sexual (con distintos grados de intensidad) que se hacen visibles en las narrativas de las mujeres participantes en este análisis, deben ser vistas como un continuum de violencias, algunas de ellas constitutivas del “convertirse y/o ser mujer” en contextos marcados por las desigualdades de género.
Una cuestión relevante de este estudio es que los testimonios de los participantes pertenecientes a contextos sociales menos precarios (y mayoritariamente urbanos) tienden a presentar similitudes y cuestionamientos más radicales frente a los discursos y prácticas más normativas en el ámbito de la sexualidad y las experiencias sexuales. Sobresale también en las narrativas el importante peso de la edad biológica en las diferencias encontradas en el material recabado en campo. En este sentido, los discursos transicionales en sexualidad y género, emergieron frecuentemente en las narrativas de los hombres y mujeres menores de 40 años y mayoritariamente urbanos, independientemente de la afiliación étnica, las condiciones de vida y el sexo de los participantes.
Finalmente, es preciso señalar que mediante este estudio se logró detectar que existe un predominio en las narrativas de los participantes más jóvenes, que sugieren la ambivalencia y las tensiones que se desprenden en el ámbito de la sexualidad y las experiencias sexuales y que se expresan a través de la coexistencia de discursos transicionales y la doble moral sexual, lo que obliga a las generaciones más jóvenes a navegar entre discursos de mayor equidad de género, a la vez que en discursos más tradicionales y menos equitativos en materia de género y sexualidad.