Reseñas

  

 

Los muiscas

 

 

 

El propósito manifiesto de este libro de Carl H. Langebaek es ofrecer un análisis amplio sobre la sociedad muisca de los Andes Orientales colombianos anterior a la Conquista. Está dirigido a un público especialista y no especialista, evitando el lenguaje técnico específico pero siendo riguroso en la cita de fuentes y trabajos académicos en los que se basa. En el recorrido de sus 309 páginas se encuentran temas tan variados como la cosmología, organización social, economía, ritualidad, territorialidad, entre otros aspectos. Se utilizan fuentes históricas, arqueológicas y etnográficas de manera complementaria, aunque se echa en falta un análisis riguroso y comparado de la iconografía que permita vincularse con los objetos arqueológicos de los muiscas.

El libro está dividido en tres grandes secciones: el contexto, el estudio de documentos etnohistóricos y el análisis de datos arqueológicos. En la primera parte el autor define, de manera contextual, quiénes fueron los muiscas. Para esto realiza distinciones lingüísticas, ubicando a los muiscas dentro de un ámbito cultural general de los pueblos de habla chibcha que tuvo su origen en Centroamérica. También presenta y discute los datos más actualizados sobre la migración chibcha desde Centroamérica hasta Colombia, ubicándola en unos 2000 años antes de la llegada de los europeos al territorio y defiende que, gracias a la interacción con pueblos previamente establecidos en el altiplano cundiboyascense (en el periodo conocido como Herrera en la arqueología colombiana), se forjó la unidad que se podría definir como el pueblo muisca. En esta sección también se discuten temas de especial relevancia para todos aquellos interesados en la arqueología del territorio muisca, como los relacionados con su unidad y diversidad internas en términos de cultura material y cosmología, la identificación genética de su población mediante el análisis de haplotipos y los cálculos demográficos sobre el número de habitantes de esta región. La primera parte ofrece al lector una idea general sobre los muiscas, para más adelante dar a conocer el papel fundamental representado por este grupo social.

Quisiera apuntar algo que me llamó poderosamente la atención en la parte de delimitación de los pueblos chibchas, y de manera específica donde se discute su unidad cultural. Siguiendo los trabajos de Juan Camilo Niño, Langebaek propone que uno de los aspectos que unifica a los pueblos de habla chibcha y que los hace diferentes a sus vecinos norteños y sureños, está relacionado con su jerarquización ontológica entre seres. Los hombres y las mujeres, argumentan Niño y Langebaek, estarían en el centro de la cosmología chibcha, seguidos por las plantas como humanidad metafórica, gracias a su capacidad de mantenerse erguidas. Por último, estarían las cosas y los animales en un tercer orden de la jerarquía, ocupando un estatus claramente infrahumano. Esta organización ontológica contrasta con las cosmologías mesoamericanas, centroandinas y amazónicas, y me parece un punto de partida sugestivo para entender la especificidad de los pueblos chibchas dentro de su marcada diversidad.

La segunda parte está dedicada a una discusión pormenorizada de la información contenida en crónicas y documentos de archivo escritas mayoritariamente por españoles. En textos anteriores como Los herederos del pasado [2009], Carl Langebaek ya había demostrado su capacidad para analizar documentos y contextos históricos con fluidez. Basado en trabajos propios y de colegas historiadores, Langebaek resalta la cantidad de documentación recabada en archivos locales y regionales y demuestra su utilidad al compararla con las crónicas del siglo XVI. Los temas tocados en esta sección son complejos, pues el autor explora, en este orden, los conceptos de territorialidad, tradición, alianza, guerra, intercambio, los supuestos tributos (en opinión de Langebaek estos tuvieron una naturaleza diferente dentro de la sociedad muisca), festividades y jerarquización social. En cada uno de estos temas, Langebaek apunta y desarrolla las ideas que diversos autores proponen, discutiéndolas a la luz de un panorama general.

En temas controversiales como la organización territorial y las fronteras políticas entre los señoríos, se remarca la cantidad de propuestas sugerentes hechas por autores diversos como Augusto Gamboa, François Correa, Hermes Tovar, Eduardo Londoño, Ann Osborn, Camilo Uscategui y el propio Carl Langebaek, entre otros; cada uno con planteamientos diferentes entre sí y con abundante documentación que los respalda. Sin embargo, existen hechos que deben ser aclarados, como por ejemplo, por qué poblados como Gámeza aparecen sujetos, al mismo tiempo, a dos importantes señoríos como Sogamoso y Duitama, independientes entre sí. Este es tal vez uno de los temas en los que se promete mayor avance en los próximos años no sólo por la discusión constante sino por el volumen y calidad de información.

Como complemento a los datos históricos, el autor también es muy cuidadoso al hacer comparaciones controladas con etnografías de pueblos chibchas contemporáneos, de ahí la importancia de la delimitación en la sección previa sobre las fronteras de la unidad cultural chibcha. Es muy fecundo el contraste de información obtenida por vías tan disímiles y se logran construir argumentos muy complejos en este sentido.

La tercera parte se centra únicamente en la exposición y discusión de información proveniente de excavaciones en los Andes Orientales colombianos. En esta sección se tocan temas que escapan de la documentación etnohistórica y sólo pueden ser explorados mediante el estudio de los restos materiales, como la continuidad en el patrón de asentamiento, la distinción de unidades residenciales, los patrones funerarios, la alimentación, la salud, el esfuerzo físico y la esperanza de vida (estos últimos cuatro temas tratados a través de rigurosos análisis de antropología física). Es importante destacar que el autor demuestra un talento y rigurosidad excepcionales en la interpretación de datos arqueológicos. El análisis aplicado es muy fino, al alejarse de estereotipos muy arraigados en la disciplina y con ello demuestra que no hay razón metodológica o fáctica para no contemplar otras vías de interpretación. Por ejemplo, tiene críticas muy certeras sobre la utilidad de contemplar la decoración en la cerámica como único marcador de diferenciación social, o las variaciones estadísticas de la salud y la longevidad para determinar la calidad de vida de una población antigua. Uno de los argumentos más fuertes de esta obra es que no se pueden tomar aisladamente los indicadores arqueológicos, sino que deben contrastarse y complementarse. El autor demuestra que no basta con el análisis de los ajuares funerarios, los patrones de asentamiento, la alimentación, la salud o el parentesco de manera aislada para poder demostrar la existencia de élites privilegiadas en la sociedad muisca. Se debe, en cambio, tener en cuenta un universo amplio de investigaciones, propuestas e indicadores. Éste es un gran mérito del libro Los muiscas... que no sólo incluye las excavaciones y análisis de su autoría, sino que tiene en consideración a una cantidad más amplia de trabajos de otros colegas.

En este sentido, algo que hace especialmente interesante este texto es que es presentado constantemente como una herramienta que sirve para abrir el diálogo y la discusión; en vez de presentarlo únicamente para una demostración de afirmaciones. En esta obra se plantean problemas para posteriormente exponer las diferentes propuestas que algunos autores han trazado para responderlos. Por supuesto, Langebaek siempre ofrece su opinión argumentada sobre cada tema, pero también presenta otras opiniones y argumentos, incluso contrarios a los que él defiende. Esto hace que el libro sea un excelente recuento actualizado de las investigaciones contemporáneas sobre los muiscas, y lo convierta en un espacio riguroso y abierto para la interpretación, en el que se explica detalladamente cómo y por qué se han llegado a las conclusiones académicas sobre la historia de este pueblo.

Un aspecto que debe ser resaltado es que a Langebaek no le interesa mostrar el caso muisca como un ejemplo más de teorías antropológicas o sociológicas de autores extranjeros, sino que su discusión es siempre con aquellos que han trabajado en campo en la región. Esto es algo que debe ser valorado en la arqueología colombiana. Con frecuencia se utilizan datos provenientes de excavaciones en Colombia para sustentar suposiciones pretendidamente más universales, en las que los casos concretos quedan reducidos a ejemplos folklóricos dentro de un recuento sobre sociedades alrededor de todo el mundo. Darle el protagonismo a la historia del pueblo muisca es valorar en los propios términos la dinámica local y, por supuesto, el primer paso para plantear una discusión derivada de las realidades locales y no tan sólo aplicar los postulados de teóricos provenientes de otros contextos.

El argumento más fuerte del libro y que se encuentra latente en todo el texto es que el pueblo muisca desarrolló una sociedad compleja que, aunque con jerarquías, nunca tuvo una división clasista en la que una élite reducida controlara los recursos para su beneficio exclusivo. Esta hipótesis, aunque arriesgada, encuentra mucho sustento con los datos presentados por Langebaek para la sociedad muisca: no se encuentra relación entre las personas enterradas con más ajuar, aquellos que tuvieron una mejor alimentación, los que tuvieron menos enfermedades o tuvieron huellas de trabajos menos pesados. Es decir, no hay datos arqueológicos concluyentes que demuestren la existencia de una élite privilegiada con el absoluto control de la economía muisca.

Como bien apunta el autor, esto desnaturaliza muchos de los supuestos con el que se suele entender la historia de la humanidad. Pareciera lógico que las sociedades más complejas desarrollaron necesariamente divisiones clasistas más profundas y que el desarrollo y la desigualdad fueron una constante ineludible en la historia. Una atenta mirada al caso muisca revela una sociedad en la que la complejidad y la jerarquía no fueron sinónimos de existencia de élites abusivas y explotadoras. Repensar el pasado en estos términos nos lleva a cuestionar nuestro presente y, por supuesto, ayudan a plantear el futuro con nuevas perspectivas. Desnaturalizar el preconcepto evolucionista que liga organización compleja con división de clases es una de las preocupaciones contemporáneas de cierto tipo de antropología (como por ejemplo los trabajos de David Graeber y David Wengrow), lo que demuestra que lo encontrado por Langebaek en los muiscas no es un caso aislado, sino que tiene ecos con otras realidades particulares en otras partes del mundo.

En definitiva, el libro de Langebaek es un excelente texto a muchos niveles. Sin duda es un referente para todos aquellos interesados en la historia y arqueología de Colombia y en específico la del territorio muisca. También es una muestra magistral de interpretación de datos arqueológicos, históricos y etnográficos y la manera en la que estas informaciones deben ser ponderadas y contextualizadas. Por último, también demuestra cómo gracias al atento análisis de una región que hasta ahora no ha sido central en la reflexión de la arqueología americana, permite que se abran preguntas y retos novedosos para la disciplina como conjunto.

 

REFERENCIAS

Graeber, David y David Wengrow 2018 How to change the curse of History (at least the part that’s already happened). Eurozine (publicación digital). < https://www.eurozine.com/change-course-human-history/?pdf >. Consultado el 2 de diciembre de 2019.

Langebaek, Carl 2018 Los herederos del pasado. Indígenas y pensamiento criollo en Colombia y Venezuela. Uniandes. Bogotá.

 

 

 

 


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