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Frédéric Saumade y Jean-Baptiste Maudet, Cowboys, clowns et toreros. L'Amérique réversible, París, Berg International, 2014.

Juan Javier Rivera Andía, Universidad Autónoma de Barcelona.


Este libro es el fruto de una colaboración entre dos autores que han realizado trabajos notables sobre temas muy cercanos al que les ocupa aquí. En efecto, tanto la amplia serie de estudios de Frédéric Saumade sobre la tauromaquia y sus variantes rituales como el promisorio estudio comparativo de Jean-Baptiste Maudet sobre las variaciones geográficas de los juegos taurinos en las Américas, constituyen estupendos precedentes para este detallado análisis del rodeo californiano. Luego de tres años de peregrinación en California dedicados al estudio de este espectáculo, los autores nos ofrecen un análisis de uno de sus aspectos menos visibles. Nos referimos a su influencia hispano-mexicana, una marca que persistiría bajo aquella aparente hegemonía anglo-americana promovida por una reconstrucción seudo-histórica (apoyada por la industria cinematográfica) que ha blanqueado a los ganaderos hasta obtener un cowboy anglosajón supuestamente original (pp. 14-16).

Resulta evidente la conflictiva relación entre Estados Unidos y México, tan presente aquí como podría esperarse de una práctica cuyo contexto histórico es la anexión de territorio mexicano y la llamada conquista del Oeste. Sin embargo, el rodeo californiano resulta interesante justamente por lo que los autores llaman su fusión de antagonismos. En efecto, Saumade y Maudet encuentran en el rodeo dos vertientes. Por un lado, una vertiente hispánica, ilustrada por medio de los elementos que el rodeo comparte con la corrida: ambos poseen una dimensión competitiva, despliegan un minucioso conocimiento de las reacciones del ganado a las agresiones de los hombres, implican una transposición de las técnicas de crianza al campo del espectáculo, y, finalmente, constituyen una representación dramática de los avatares de la domesticación (p. 25). Este parentesco es crucial para entender, por ejemplo, la tensión permanente entre sus promotores y los militantes de organizaciones dedicadas a la protección animal (p. 18).[1] Por otro lado, los autores identifican una vertiente amerindia (integrada también en el sistema de crianza extensiva y en el imaginario tanto anglo-americano como hispano-mexicano) que ha establecido relaciones de transformación entre los grandes animales de origen europeo y los grandes animales de caza nativos de América, como el ciervo y el bisonte (pp. 248-250).[2]

Esta doble influencia ibero-mexicana y amerindia en los rodeos angloamericanos (p. 251) propone, pues, que son los indios —junto con los negros, mestizos y blancos hispánicos de baja condición social— los precursores de la cultura western, a la que se agregan los pioneros anglosajones en el siglo XIX (pp. 230-231).[3] Ahora bien, esta amalgama hispana y amerindia se explicaría tanto por un habitus cinegético y guerrero amerindio —que expresaría una constante necesidad de apropiarse de elementos exteriores al grupo, para colocar tal alteridad como principio mismo de su identidad (p. 244) —,[4] como por ciertas coincidencias entre el trickster —figura central de la cosmología de los indios de América del Norte— y el clown bullfighter —principio de subversión que articula en los juegos de las plazas de toros las figuras opuestas del circo angloamericano y de la tauromaquia hispana (p. 297). En suma, sean estos antagonismos los propios de una civilización protestante frente a una barbarie tauromáquica indígena o sean aquellos implícitos en los modelos ganaderos ibérico y anglosajón, lo que hallamos en el fondo serían dos formas contradictorias de aproximación a la animalidad y, por tanto, a la naturaleza.

De una u otra forma, algunos comentadores de este libro ya han señalado estas y otras notables sugerencias de este libro. Nosotros quisiéramos añadir aquí algunas breves reflexiones sobre las posibilidades comparativas de esta fusión o amalgama del rodeo tomando en cuenta las prácticas ganaderas —ritualizadas o espectacularizadas— propias de la única región de América que puede aducir la existencia de ganadería pre-hispánica: los Andes. Lo intentamos, ya que la conciencia de esta doble influencia escondida del rodeo californiano es la que, justamente, nos motiva a imaginar la posible relevancia, para un estudio como el del rodeo californiano, de regiones quizá menos relacionadas de manera explícita con ese ámbito. ¿Qué podría esperarse, por ejemplo, de una comparación que atañe a otras regiones fuera de Norteamérica o la península ibérica, o a prácticas adicionales a las de la tauromaquia o los juegos taurinos?

Uno de los muchos méritos de este libro es precisamente esa fuerza con la que sugiere la posibilidad de nuevas, o quizá más arriesgadas, exploraciones. Así, por ejemplo, el acento de los autores en lo que llaman la modalidad del enfrentamiento (p. 27) entre el hombre y el animal bien podría ser reformulado de manera que otras tradiciones ganaderas pudiesen entrar en diálogo productivo con el rodeo californiano. Podemos preguntarnos, por ejemplo, cómo se entendería esta práctica en contraste con otras tradiciones ganaderas de la península ibérica (como la de los vaqueiros de alzada, o las de la rapa das bestas), o con las de las tierras altas de Sudamérica, donde los rituales de la herranza más bien acercan el ganado vacuno al hombre y evitan casi toda confrontación directa.[5] Pensar desde la herranza andina nos invita, además, a tomar en cuenta el contraste entre el peso que tiene la dimensión política en los espectáculos y en los ritos (si adoptamos la definición de éstos que ha sido propuesta por autores como el tardío Roy Rappaport). En efecto, Saumade y Maudet muestran con mucha claridad la relación entre, por un lado, la espectacularización del rodeo californiano y, por el otro, la idealización tanto de una ganadería extensiva que casi ha desaparecido de las prácticas cotidianas en California (pp. 152-166), como de las habilidades propias de unos cowboy que casi han sido completamente desplazados por vehículos motorizados de doble tracción (p. 152). ¿No tenemos, acaso, en las prácticas ganaderas de América del Sur, un caso justamente inverso de relativa menor idealización y espectacularización urbanas, pero al mismo tiempo, de una mayor cotidianidad de la ganadería extensiva y, por tanto, de las habilidades asociadas a ella?

El interés por unos ritos como la herranza,[6] que no han sido transformados del todo o en la misma medida en un espectáculo (como el rodeo) ni se concentran en torno al enfrentamiento entre hombres y animales (como la tauromaquia) (p. 143) nos parece, pues, tácitamente puesto de relieve por este sugerente estudio. Así sucede también, por ejemplo, cuando se hace mención de los capeadores de las arenas de Lima en el siglo XIX. De algún modo, esta mención erudita parece afirmar que no existe un rodeo independiente de las corridas en el Perú (p. 266), cuando no se mencionan las prácticas de los vaqueros jinetes denominados "morochucos" o "qorilazos" en amplias regiones del sur peruano.[7] Sin embargo, ninguna posible ausencia, sobre todo si es externa al campo específico que ocupa a los autores, podría opacar la enorme utilidad e importancia de la empresa comparativa de este extenso libro, de abundante material gráfico, que no teme abarcar tanto lo material como lo ideal del mundo del rodeo californiano.


[1] De hecho, la fuerza de la acusación de maltrato a los animales que estos grupos hacen al rodeo sólo puede ser amenguada por la estrecha vinculación de este con el credo patriótico estadounidense (p. 145). Al respecto, quizá hubiera valido la pena hurgar con mayor detalle en los fundamentos y vertientes diversas, si las hubiera, de las ideologías en torno a la protección de los animales.

[2] Más en general, el libro refrenda la existencia desde México hasta Canadá de un complejo semántico que asimila, o al menos asocia íntimamente, el caballo y el buey a los cérvidos y el bisonte (p. 248).

[3] Como lo recuerdan los autores, ya en el siglo XVI, por ejemplo, los colonos y misioneros de las altas mesetas y desiertos de México solicitaban permiso para que sus indios sean autorizados a montar a caballos.

[4] Aunque esta reproducción de la identidad social por absorción de la alteridad está referida aquí a los pueblos del norte de México y del sudoeste de Estados Unidos (p. 244), bien podría ofrecer un campo comparativo fértil con el área amazónica.

[5] Debemos confesar que no se puede dejar de pensar en los conocidos espectáculos con toros llamados bull baiting, practicados hasta no hace mucho tiempo en el mundo anglosajón.

[6] La herraza es evidentemente también practicada en California (p. 167) y en España, pero aparentemente sin estar ritualizada.

[7] El mundo de estos dos personajes emblemáticos —y tan poco estudiados, a pesar de su participación en varios conflictos bélicos de la historia del Perú— de los Andes sureños (los "morochucos" de la región de Ayacucho y los "gorilazos" de la provicia de Chumbivilcas) podría ser relevante también en lo que concierne a las discusiones de los autores sobre el uso del lazo y el caballo, que consideran una técnica híbrida estadounidense (p. 261) difundida solo ulteriormente en España.