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Jacques Galinier, Une nuit d'épouvante. Les indiens Otomi dans l'obscurité, Nanterre, Société d'Ethnologie, 2011, 129 pp.

José Rafael Romero Barrón
Escuela Nacional de Antropología
e Historia, INAH.


A Midory
[Der Nacht] ist es nichts anderes
als ein Traum in einem Traum?[1]

Elías Canetti

El conejo anda de noche,
anda en busca de fortuna …

Son jarocho

Jacques Galinier ha dedicado casi cincuenta años de su vida al estudio etnológico de las comunidades otomíes (n'yũhũ) del sur de la Huasteca; es investigador emérito del Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia (Université Paris-Ouest Nanterre La Défense); ocasionalmente realiza trabajo de campo en la Huasteca Sur desde finales de los años sesenta y hasta la fecha (2016); viaja como profesor invitado a distintas universidades de América y de Europa (como la Universidad Nacional Autónoma de México, por ejemplo, en donde constantemente imparte conferencias y cursos). Algunos de sus textos más importantes son Pueblos de la sierra Madre. Etnografía de la comunidad otomí (1989), y La mitad del mundo. Cuerpo y cosmos en los rituales otomíes (1990) —auténticos clásicos de la antropología sobre Mesoamérica.

En Pueblos de la sierra Madre encontramos un ejercicio minucioso de descripción, como son las etnografías en general. Un trabajo producto de quince años de andar yendo y viniendo por el campo entre valles y montañas. Trajinar intelectual que comenzó en 1969 exhortado por Guy Stresser-Péan (en aquel tiempo director de la Misión Arqueológica y Etnológica Francesa).

Su decisión de dedicarse al estudio etnológico de los otomíes de la Huasteca Sur lo llevó a adquirir un manejo óptimo de la lengua n'yũhũ y, con el paso de los años, a establecer relaciones entrañables con algunos de los habitantes de los pueblos de Santa Ana Hueytlalpan, San Pedro Tlachichilco, San Miguel, San Pablito, Texcatepec, San Lorenzo Achiotepec e Ixhuatlán de Madero, por nombrar sólo algunos de los parajes de la región andados por Galinier. Lugares de la mitad baja del mundo poblados de hombres y mujeres memorables, como Basilio Velázquez, Malinche (Ñenza) de la danza del volador, quien para comenzar la danza levantaba el palo junto a todos los danzantes, utilizando dos largas raíces de árbol cruzadas.[2] Como preparación para el vuelo, el maestro volador colocaba velas en los cuatro puntos cardinales para después ofrecerlo generosamente a los espíritus: dos diablos negros y "una" tercera en un traje escarlata con una corona, tocando un tambor, llevando una larga bata; después todos los danzantes tomaban su lugar con agilidad sobre el marco en las alturas, seguidos de la hermosa bailarina en la parte superior. La extraña Ñenza hacía su aparición en todo lo alto. Su traje despertaba la curiosidad de los espectadores, y era motivo de expectación porque iba vestida con pantalones debajo de un vestido con encajes y holanes y un chal deshilado.

Tan pronto como Basilio Velázquez (la Ñenza) estaba arriba, en la tapa, tomaba un bocado de espíritus que rociaba con violencia hacia el Este, al Norte, al Sur y al Oeste. Con una mano agitaba su pañuelo al ritmo de la percusión y de la flauta, en un ritmo establecido por el maestro volador, cuando parecía que el tiempo se detenía y lo tenía al borde con el peligro de caer en cualquier momento. Con cautela se sentaba e inmediatamente los otros bailarines y todos comenzaban a "volar", a girar afuera del marco, atados a las cuerdas. Cuando alcanzaban el suelo, Basilio (la Malinche) volvía a bajar la escalera de la vida a lo largo del poste.[3] Hasta que un día los dioses dispusieron otra cosa y murió el 17 de febrero de 1972, mientras volaba en San Bartolo Tutotepec, Hidalgo[4] —lo que posiblemente se interpretó como una vida "ofrendada" a los dioses.

Jacques Galinier hace una etnología de transición: entre la cartografía pionera de los espacios étnicos y la exploración de la vida psíquica. En los índices de sus libros los temas aparecen como si se trataran de la asociación libre de los sueños o de un recuerdo bricoleur, en donde la lógica surge de la interacción del sujeto (en este caso el investigador) y su medio (la Huasteca otomí), como pequeños roces que generan cadenas causales. Sus libros son piezas únicas de etnología construidas a partir de un conocimiento profundo de la cultura otomí. En sus textos, el doctor Galinier plasma una crítica profunda a la forma en que se conciben las cosas en la cultura occidental, en temas tan fundamentales como la concepción del cuerpo y sus entes. Con la sola enunciación de otras posibilidades de concebir el funcionamiento del mismo cuerpo, el doctor Galinier pone en entredicho la "verdad" occidental.

Aunque la pregunta por la relación del cuerpo con el cosmos no era un tema común en los años ochenta, Jacques Galinier, hombre vanguardista, dedicó un estudio, La mitad del mundo. Cuerpo y cosmos en los rituales otomíes (1993), a un tema cuyas fuentes principales las obtuvo a partir de las prácticas rituales, en las que buscó la relación del cuerpo y el cosmos; lo hizo en el diálogo que los hombres establecían con los dioses en su hacer cotidiano. Galinier descubrió que la mitad del mundo a la que pertenecían los otomíes, la mitad baja, los definía como "hijos del Diablo" y a él le rendían culto negociando así su felicidad. El "punto de fuga" de La mitad del mundo, nos dice Galinier: "Son las ideas de los otomíes sobre el cuerpo, las cuales tienen como trasfondo el trabajo físico subterráneo del Maestro del Mundo, el Diablo".[5]

Para tratar de inferir las posibles interpretaciones que la figura del Diablo tuvo en el imaginario de los pueblos otomíes que estudia Galinier, vale la pena citar un pasaje de Antonio García de León sobre el Diablo en el ámbito popular:

En los cánones de la ortodoxia católica, el Diablo suele ser caracterizado como la encarnación del mal. Pero en la medida en que abrimos los horizontes a su verdadera naturaleza, o que descendemos hacia las interpretaciones populares del culto, nos encontramos que los siete pecados que se le atribuyen (y por los que merecemos el castigo si los frecuentamos), constituyen la esencia misma de la felicidad del ser humano.[6]

Como podemos observar en la cita, la figura del Diablo nació con la contradicción intrínseca, por una parte, de su negación como dios por las autoridades coloniales y, por otra, la de su autoridad implícita como dueño de un territorio y como dios patrono de un grupo humano, según las prácticas autóctonas.[7] Alfredo López Austin nos dice que:

En realidad, [la asimilación del Diablo] era una de las facetas difíciles en el ya complicado choque de cosmovisiones. Se enfrentaban una concepción centrada en la vida mundana del ser humano contra otra de salvación-condenación, para la que la existencia en este mundo era sólo la ínfima condicionante de un destino eterno. En la cosmovisión cristiana, el bien y el mal eran entidades por sí mismas, opuestas en una lucha que se solucionaría en el fin de los tiempos; en la mesoamericana y la andina bien y mal eran atributos relativizados por los contextos, y su naturaleza adjetival no era suficiente para que funcionaran como opuestos complementarios en la gran taxonomía binaria.[8]

Desde la óptica de los opuestos complementarios que dinamizan el cosmos, existe una división primaria en la separación entre el día y la noche. "Esta asimetría día/noche está marcada por la oposición entre dos figuras paradigmáticas":[9] una de ellas es la noche, a la que pertenece el Diablo, y a él, la mitad del mundo donde viven los otomíes, sus hijos. Para la cosmovisión otomí, el Diablo funge como el demiurgo de sus destinos, que hace y deshace en la noche.

Al respecto de la noche, la Universidad París Oeste Nanterre-La Défense publicó una colección intitulada Antropologie de la nuit (antropología de la noche). Encargada de indagar acerca del soporte del imaginario de los sueños al momento en que se instaura la comunicación compleja entre los distintos seres que pueblan el cosmos, al momento en que se transforma el tiempo y el espacio. En esa colección Jacques Galinier publicó el texto intitulado Une nuit d'épouvante. Les Indiens Otomi dans l'obscurité (2011).[10]

Galinier nos dice que la noche es como un ritual: un ensayo del mundo. "La noche es una suerte de laboratorio en el que son planeadas y concebidas las sustancias, materias, formas y cuerpos que continuarán creciendo".[11] Según Galinier: "La noche es un cuerpo universal, un cosmos completo con sus propios elementos anatómicos, su fisiología y sus efectos".[12] El autor francés nos habla de una noche (šui, en otomí) poblada de seres de naturaleza distinta a la diurna, en la noche conviven los hpata sibi ("zopilote fuego"), haptašisu ("mujeres zopilote"), hmûthe ("la Sirena"), wema ("gigantes"), hmûtâpo ("el Dueño del Monte"), toyântâhi ("el Señor del Mundo"), hmûmbeti ("Dueño de la riqueza"), toyântá škwa ("el Gran Pie Podrido"), n'yoki ("Ancestro"), mpöhö ("el Rico"), Cristo y Diablo, por nombrar algunos.

Una de las cualidades de los seres nocturnos es que hablan palabras de verdad (makwani), y la gente acude a ellos en la noche en busca de conocimiento, poder efectivo. "La noche es por excelencia el momento propicio para aquellas transacciones".[13]

En lo que pareciera un juego de "inversión" o "reflejo", cada año, las reglas del cosmos se tuercen y se abre un pequeño "portal" (gošti) por donde los ancestros pueden volver al mundo de los vivos. En la fiesta de Carnaval está el "punto de fuga" de Una noche de espanto, porque: "El Carnaval es por excelencia una representación teatral del mundo de la noche".[14] Según Galinier:

El ritual del Carnaval y su mito de origen se reorientan con la celebración de un episodio fundador nocturno. El Carnaval es una formidable lección de cosas acerca de la noche. Es una suerte de intento fallido que todos los días recomienza, de restauración del mundo de antes […] El Carnaval es una manera de identificar y nombrar a las instancias involucradas en el proceso de reorientación del mundo.[15]

Galinier investigó algunos enigmas de la noche en la fiesta de Carnaval porque en la noche el tiempo y el espacio se transforman, la realidad se tuerce, todo se vuelve un "desmadre". En el Carnaval, también.

En el Carnaval todos los seres conviven conservando ciertos rangos que denuncian historias particulares y comunes; también en la noche conviven personajes con distintas jerarquías, es decir, unos que se subordinan a otros, según la historia personal en el acontecer colectivo, según si su vida se dio a la comunidad o si se entregó a sí misma. En suma: en la noche existe una geopolítica del poder, cada uno de los seres anecuménicos ocupa un espacio distinto en la penumbra.

Al contrario del mundo del día, donde no cohabitan jamás más de tres generaciones, la noche revela la coherencia de entidades aparentemente en diferentes niveles genealógicos, poblados de ancestros fundadores o de personajes "históricos" según el canon de la historia oficial que se enseña a los niños indígenas en la escuela, o según la tradición local que confiere la voz a los danzantes protagonistas del Carnaval.[16]

La génesis oscura del ejercicio del poder es un dato duro que el autor exploró a través de los gobernantes, quienes acudían a pedir dádivas a sus dioses para sus hermanos, cobijados por la oscuridad — ¡Todo depende de lo que entienda cada quien por "tratos en lo oscurito"! Pero para los otomíes, en la noche, durante el sueño (âhâ), todo se transforma, todo es posible. En la noche los hombres acudían a adquirir conocimientos y entonces se transformaban.

Según Galinier: "Se dice que la metamorfosis del chamán [bâdi] es 'idéntica' a aquella atribuida al durmiente, el 'hombre nocturno'".[17] Es decir, que la conjunción y la disyunción de las distintas entidades que pueblan el cuerpo durante el día se realiza durante las noches, cuando éstas salen a retozar por el camino de los sueños, donde se juntan y separan según las circunstancias; como ritualmente sucede en la celebración del Carnaval: ritual alucinatorio donde se puede leer una especie de "historia clínica" ("medición de pulso" o "calibración de fuerzas"). El Carnaval es una puesta en escena del mundo de la noche. Šui (noche) que se caracteriza por eliminar los límites corporales, geográficos y temporales; por propiciar movimientos rápidos; por permitir el paso de la escena onírica hacia el mundo exterior, donde se puede "entrar" y "salir" del sueño, en donde el suministro de energía y su liberación en las formas de sacrificio impone un mayor gasto de energía… La noche "salvaje".[18]

Quienes hacen oficio de sacrificio al Diablo en la noche son sus asistentes, es decir, divinidades del inframundo, los ancestros, jefes, hacedores de creaturas malignas que resurgen al amparo de la noche vestidos de toros, tecolotes, perros negros, burros, mulas, guajolotes, enanitos y hasta como catrines. Dicen que a los que se llevan ya nunca los regresan, porque los vuelven sus esclavos para la eternidad. Sólo con ingenio se logra engañarlos o ser sus amigos; el artífice, según la creencia popular, regresaba al pueblo lleno de riquezas, de prosperidad y de salud; o adquiría un don (como el de curar), aunque no para siempre. La moraleja de todas las historias es que los seres de la noche son traicioneros.

Recuerdo un sueño que tuve poco después de leer Une nuit d'épouvante. El Diablo se estuvo riendo por un rato sin hacer caso de mí, cada vez que intentaba articular una palabra se le soltaba la carcajada y dos veces tuve que darle de golpes en la espalda para que no muriera ahogado y hasta lloró … Ya que pudo articular, en tono jocoso, me dijo:

—Te voy a dar la posibilidad de parar de sufrir, pero tienes que cumplir con tres pruebas antes de ser digno de mi favor.

—Lo primero que debes hacer es compartir tus alimentos conmigo.

Al instante los dos estábamos sentados a la mesa. Comimos gallina, frijol, chile y tortilla.

—La segunda prueba es que laces al toro bravo que viene corriendo allí enfrente. Me dijo.

Al instante un enorme toro apareció enfrente y yo, instintivamente, lo tomé de los cuernos y me apoyé sobre ellos para dar una marometa, cuando me di cuenta ya estaba del otro lado de pie, mientras el toro, burlado, seguía su marcha todavía sin darse cuenta bien de lo que había pasado.

—La tercera prueba es que lleves a mi hija al pueblo que está en el centro de la montaña, ahora que la puerta se abra.

Entonces, una pared de la montaña se retiró descubriéndose un camino que llevaba al centro, donde brillaba como oro.

—Date vuelta para que te cargue a mi hija —me dijo el Diablo —.

Obedecí y sentí un peso entre mis manos. "¡Llévala hasta aquella luz, pero no voltees a verla!", me dijo.

Tal vez si no me lo hubiera dicho ni siquiera me hubiera importado, pues lo que yo quería era cumplir con la tercera prueba y ganarme su favor (del que tenía necesidad), más que saber cómo era su hija. Al llegar al lugar donde había un trono, me di vuelta y el peso que traía en las manos se deslizó hacía él. Oí un silbido y, por reflejo, me di vuelta: entonces vi una gigantesca serpiente que enseñaba los colmillos y tanteaba el aire con su lengua. Sentí un horror espantoso al saber que había traído cargando aquel ser en mi espalda; pero había cumplido con las tres pruebas.

—Me has derrotado y tienes derecho a pedir un deseo, el que tú quieras.

—Quiero mirar a donde yo quiera cuando yo quiera, le dije resuelto.

—Concedido —me contestó, después concluyó: Ahora, si me disculpas, tengo mucho que hacer. Ten cuidado con tu don, procura no volverte tan loco …

Y se fue riendo —ja, ja, ja, ja … ja, ja, ja … ja, ja … ja … —, acallado por la distancia y se perdió en la oscuridad de la noche.

Hasta aquí mi experiencia de lectura que degeneró en ficción, provocada por Una noche de espanto. Los otomíes en la obscuridad. Como justificación, digo que cada lectura puede ser un diálogo cordial con el autor y con su obra. Esta reseña busca dar cuenta de eso. Para concluir, recomiendo que no se lea Una noche de espanto. Los otomíes en la obscuridad "de noche y a oscuras", mejor bien despierto y con mucha luz, porque el libro está hecho de pequeños trazos, contornos de figuras bien detalladas por la mano del maestro etnólogo, que con su trabajo rinde culto al Diablo —como otomí —, para que resplandezca la luna y continúe la vida llena de placeres mundanos.

[Al son de cuatro instrumentos de palo de rosa:]

Ay váyanse preparando.
Ay váyanse preparando,
que el conejo ha de salir
búscalo aquí, búscalo allá,
que el conejo ha de salir …


Citas

[1] ¿La noche no es más que un sueño dentro de otro sueño? Traducción propia.

[2] De aproximadamente 18 metros de largo (Jacques Galinier, The World Below. Body and Cosmos in Otomi Indian Ritual, Boulder, University Press of Colorado, 2004, p. 168).

[3] El palo no debía quitarse hasta ocho días después del final del Carnaval, cuando se ponía en almacenamiento hasta el año siguiente frente al juez de paz; una medida que garantizaba la protección de las autoridades civiles del pueblo para el próximo año. Finalmente, si el palo resultara inutilizable, la madera se vendía como leña (vid. Jacques Galinier, op. cit., 2004, p. 168).

[4] Jacques Galinier, El espejo otomí. De la etnografía a la antropología psicoanalítica, México, INAH / CEMCA, 2009, p. 212.

En el original: "The plan of this book follows the path of the author's thought. This organization is that of a traditional monograph on the rituals, but its "vanishing point" is the Otomi ideas on the body, against the background of the subterranean physic work of the Master of the World, the Devil" (Jacques Galinier, op. cit., 2004, p. xvi). Traducción mía.

[6] Antonio García de León, "El diablo entre nosotros o el ángel de los sentidos", Arqueología Mexicana, núm. 69, 2005, p. 56.

[7] Como "hermano mayor" o "jefe" de los otomíes, por ejemplo.

[8] Alfredo López Austin, "Introducción", en Alfredo López Austin y Luis Millones (coords.), Cuernos y colas. Reflexiones en torno al Demonio en los Andes y Mesoamérica, México, Instituto de Investigaciones Antropológicas- UNAM, 2015, p. 15.

[9] "Cette asymétrie jour/nuit est marquée par l'opposition entre deux figures paradigmatiques, le christ et le diable" (Jacques Galinier, Une nuit d'épouvante. Les Indiens Otomi dans l'obscurité, Nanterre, Société d'Ethnologie, 2011, p. 39). En todos los casos la traducción de los fragmentos en francés es mía.

[10] El texto en español se publicó en 2016 (Jacques Galinier, Una noche de espanto. Los otomíes en la obscuridad, Tenango de Doria, Universidad Intercultural del Estado de Hidalgo / CEMCA, 2016); de ahí tomo la imagen (mapa) que llevará por título: Una noche de espanto. Los otomíes en la oscuridad (2016).

[11] "La nuit est bien cette sorte de laboratoire dans lequel sont imaginés puis conçus des substances, des matières, des formes, des corps, dont la croissance va suivre" (Jacques Galinier, op. cit., 2011, p. 58).

[12] "La nuit est elle aussi un corps-monde, una totalité du cosmos, avec se propres éléments anatomiques, sa physiologie et ses effets. Elle est donc omniprésente" (ibidem, p. 40.)

[13] "La nuit est par excellence le momento propice à ces transactions" (ibidem, p. 58.)

[14] "Le Carnaval est par excellence une représentation theâtrale du monde de la nuit" (ibidem, p. 39.)

[15] "Le rituel du Carnaval et son mythe d'origine se rejoignent dans la célébration d'un épisode nocturne fondateur. Le Carnaval est una formidable leçon de choses, celles de la nuit. Il est une sorte de tentative "ratée" mais toujours recommencée, de restauration du monde d'avant. Au dernier jour de la fête, un danseur tente vainement de grimpe au mât et retombe, sur le sol, "mort ". Le Carnaval, c'est un moyen d' identifier, de nommer les instances qui interviennent dans le processus de réorientation du monde" (ibidem, p. 47.)

[16] "Contraiment au monde du jour, où ne cohabitent jamais plus de trois générations, la nuit révéle la coprésence d'entités appartenant à différents niveaux généalogiques, qu'il s'agisse des ancêtres fondateurs, ou de personnages "historiques" selon le canon de l'histoire officielle, enseigné aux enfants indigènes à l'école, ou celui de la tradition locale qui donne à voir dans le Carnaval des protagonistes de l'histoire" (ibidem, p. 58.)

[17] Jacques Galinier, op. cit., 2009, p. 9.

[18] Véase. Jacques Galinier, op. cit., 2011, p. 80: "a. Effacement des limites corporales géographiques et temporelles; // b. Déplacements rapides; // c. Passage de la scéne onirique au monde vers l'exterieur: on peut 'entrer' dans le rêve comme en 'sortir'; //d. Libération d'energie et alimentation par les voies sacrificielles, puisque la nuit impose une, dépense énergétique supérieure á celle du jour; // e. Transformation du corps nocturne, séparé du corps diurne; l'un est socialisé, l'autre 'ensauvagé'".