n72a8

Dimensión Antropológica
Versión impresa ISSN 1405-776X
Año 25, vol.72, México, enero-abril, 2018, pp. 205-213.



Rodrigo Martínez Baracs, El largo descubrimiento del Opera medicinalia de Francisco Bravo, México, FCE / Conaculta (Biblioteca Mexicana, serie Historia), 2014, 305 pp., ilus.

Emma Rivas Mata
Dirección de Estudios Históricos, INAH.


El camino que sigue cada texto es parte de la historia de su concepción, factura, difusión y recepción. Su estudio nos permite adentrarnos en una época o ambiente intelectual determinado. Rodrigo Martínez, a la manera del historiador y bibliógrafo decimonónico Joaquín García Icazbalceta, con erudición, disciplina y acuciosidad, nos lleva por ese largo camino del descubrimiento, factura y concepción del Opera medicinalia del doctor Francisco Bravo, el libro de medicina más antiguo impreso en México en el siglo XVI.

Resultado de una acuciosa investigación, Rodrigo Martínez expone a lo largo de siete capítulos la interesante y accidentada historia de este antiguo impreso de medicina, que fue redescubierto por algunos estudiosos en el siglo XIX, estudiado nuevamente en el XX y hoy, en pleno siglo XXI, tenemos el privilegio de leer un estudio erudito, íntegro y revelador del devenir de esa importante obra y de los pocos ejemplares que se conocen de ella. Conviene invertir, por un momento, el orden de los capítulos que sigue Martínez Baracs en su relato, para referir primero y muy brevemente el contenido e importancia del Opera medicinalia, a manera de introducción, y posteriormente entrar a la parte fundamental en el camino de su descubrimiento y factura, en donde se conjuga la investigación histórica y la bibliográfica, y de donde parte el autor para estudiar todos los elementos posibles que le permiten reconstruir la historia de tan interesante obra.

El doctor Francisco Bravo, autor del Opera medicinalia, fue sevillano, y —según se deduce — probablemente nació entre 1525 y 1530. Estudió primero en la Universidad de Osuna, en España, se cree que en este recinto conoció al humanista y catedrático universitario Francisco Cervantes de Salazar, con quien, algunos años más tarde, coincidiría en México, y quien escribiría uno de los textos preliminares del Opera medicinalia. Francisco Bravo obtuvo los títulos de licenciado y doctor en medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, en 1551 y 1553, respectivamente, después regresaría a Sevilla a ejercer su profesión y de ahí emprendería su viaje a la Nueva España. A principios de 1570, Bravo ya se encontraba en la Ciudad de México y muy pronto solicitó su incorporación a la universidad.

Rodrigo Martínez nos informa que en el mes de septiembre de dicho año salía de las prensas del impresor Pedro Ocharte (las mismas prensas que habían pertenecido al reconocido impresor Juan Pablos) el Opera medicinalia, libro que muy seguramente el doctor Bravo empezó a redactar en su natal España, en la llamada lengua culta de la época, el latín. El texto lo debió concluir en México, ya que pudo enriquecer su estudio con ejemplos y prácticas mexicanas. Hasta ahora se desconoce el número de ejemplares que se imprimieron de la obra, pero seguramente muy pocos se habrán conservado.

El Opera medicinalia del doctor Bravo se imprimió en pequeño formato, es decir, en 8vo., lo que lo hace de fácil manejo y consulta (11 × 15 cm, 4 + 304 ff.). La obra está dividida en cuatro libros. En el primero, aborda la enfermedad infecciosa llamada tabardete, de la cual tenía antecedentes por la epidemia que hubo en Sevilla, en 1553; su estancia en México le permitió referirse particularmente a los síntomas y al método de curación en la provincia mexicana. En el segundo, estudia la venosección en el tratamiento de la pleuritis y otras inflamaciones, aquí incluyó importantes grabados que entonces, nos informa Rodrigo Martínez, constituyeron una novedad en esa clase de obras. En el tercero, se refiere a los días críticos de la enfermedad y los ciclos de los mecanismos de defensa. En esa parte de su estudio el doctor Bravo aplicó, en opinión del doctor Francisco Guerra, estudioso de esta obra en el siglo XX, un "enfoque objetivo y mecanicista que lo hizo rechazar las explicaciones astrológicas y afirmar que los fenómenos periódicos son resultado de la operación de la naturaleza".[1] En el cuarto estudia de la raíz conocida con el nombre de zarzaparrilla, desde entonces reconocida por su virtud depurativa y utilizada para curar la sífilis. De manera particular, el doctor Bravo destacó a la zarzaparrilla originaria de México al realizar su descripción física, detallar sus beneficios y aplicaciones, así como las diferencias con la cultivada en España. Aquí también incluyó unos grabados para mostrar las diferencias entre una planta y otra.[2] Grabados que Martínez Baracs recupera al incluirlos en su libro y advierte a los lectores de las erratas en ellos.

Hasta ahora no existen muchas evidencias de la recepción de la obra. Podría pensarse que tuvo una buena acogida entre los estudiantes de medicina por la claridad de su exposición y elementos gráficos incluidos. Además de haber sido mencionada brevemente en otras obras de medicina, un indicio de su posible recepción, nos dice Martínez Baracs, es el plagio que realizó el doctor Luis de Toro del primer libro del Opera medicinalia para publicarlo con el título de De febris epidemicae… vulgo Tavardillo, en Burgos, en 1574.[3]

Pero la obra del doctor Bravo llamaría nuevamente la atención de los estudiosos cuatrocientos años después de su publicación,[4] entre ellos, los doctores German Somolinos d'Ardois y Francisco Guerra. Este último realizó en 1970 una edición facsimilar de la obra, a la que calificó, desde el punto de vista médico, como muy completa, pues contiene "descripciones clínicas correctas y doctrinas sobre epidemiología, venosección, enfermedades infecciosas, materia médica y dieta [que además] da un excelente cuadro cultural de la vida académica europea [y cómo ésta fue] adaptándose a la nueva sociedad colonial".[5]

Llama la atención el hecho de que el Opera medicinalia muy pronto quedó relegado y pasó inadvertido entre los especialistas por mucho tiempo. Después de casi trescientos años, es decir, en la sexta década del siglo XIX, se volvió a tener noticia de esa obra al encontrarse un ejemplar, considerado un ejemplar extraordinario. Surgen entonces varias preguntas: ¿qué sucedió con el Opera medicinalia durante ese largo periodo?, ¿cómo fue su descubrimiento y a quién atribuirlo?, ¿por qué resultaba importante ese impreso del siglo XVI? A estas y otras preguntas da respuesta Martínez Baracs en su libro, al mismo tiempo que plantea nuevas incógnitas.

En su investigación, el autor retoma el método "nuclear" utilizado por el bibliógrafo franco-estadounidense Henry Harrisse a mediados del siglo XIX, método que trasmitió a su par mexicano, el historiador y bibliógrafo Joaquín García Icazbalceta, quien lo enriqueció y aplicó en la elaboración de su reconocida Bibliografía mexicana del siglo XVI. El método consiste esencialmente, siguiendo el concepto del propio Henry Harrisse, en estudiar a detalle cada obra y "hacer de ella un núcleo alrededor del cual se agrupen todos los hechos históricos de su conocimiento, apoyados con autoridades que permitan al lector controlar su crítica".[6]

Martínez Baracs, además de utilizar el método nuclear, pone en práctica los principios de la denominada bibliografía material, dedicada al estudio del libro, a su identificación detallada y a ubicar históricamente los impresos antiguos. Lo cual, en esencia, coincide con el método utilizado por Harrisse y García Icazbalceta. Así, en su investigación Martínez Baracs examina cuidadosamente los testigos materiales del impreso, los elementos tipográficos, las cadenas de propietarios y lectores, el contexto histórico y la recepción de la obra, además de otros muchos datos pertinentes a su descripción precisa, que lo conducen a la exposición de reflexiones juiciosas y perspicaces, que por otra parte nos acercan a las "circunstancias todas de un libro, desde su concepción hasta el presente".[7]

De esta forma, en su pormenorizado estudio relativo a la historia del Opera medicinalia, el autor, además de ofrecernos un cúmulo de información sobre este libro de medicina y de los estudios de que ha sido objeto por parte de distintos especialistas, en diferentes épocas y sus recientes traducciones,[8] aporta nuevos elementos para su identificación y descripción bibliográfica; además, resalta la relevancia o inserción de la obra en la historiografía de la medicina mexicana y en la bibliografía histórica médica española. Aunque, como lo señala el autor, se trata del primer libro de medicina impreso en México y muy probablemente sea el mejor libro de medicina impreso en América durante el periodo colonial, el Opera medicinalia fue leído "menos como libro de medicina que como un documento de la historia de la medicina, a partir de la primera mitad del siglo XIX".[9] Sobre todo después de aparecer citado en la importante obra de historia de la medicina española del doctor Antonio Hernández Morejón (1843).[10] A lo cual se puede agregar que sólo entonces se le consideró parte de la historia tipográfica y bibliográfica.

El autor de El largo descubrimiento del Opera medicinalia nos lleva por dos caminos: el de la historia de la medicina y el de la investigación histórica bibliográfica, para transportarnos en el tiempo entre el siglo XVI —cuando se escribió — y el XIX —cuando se descubrió—. Me detengo en este último camino, parte medular del libro, en donde el autor da a conocer, a partir de fuentes primarias, investigaciones recientes y bibliografía pertinente, la forma en que algunos estudiosos del libro del siglo XIX descubrieron el Opera medicinalia del doctor Francisco Bravo y su verdadera fecha de impresión, que fue, como ya se mencionó, en 1570 y no 1549, año que aparece en la portada del único ejemplar revisado en primera instancia por un reducido grupo de bibliógrafos, en 1865.

Descubrir la verdadera fecha de impresión del Opera medicinalia les llevó varios años a los estudiosos decimonónicos, señala Rodrigo Martínez, y eso fue posible gracias al intercambio de ideas y colaboración desinteresada entre historiadores y bibliógrafos que, como Henry Harrisse, seguidor de la filosofía positivista de Auguste Comte y Herbert Spencer, "concebía la ciencia como una gran colaboración desinteresada y generosa entre los practicantes de las diferentes ciencias particulares";[11] entre ellas, la bibliografía, reconocida a partir del siglo XIX como la "ciencia del libro", y particularmente como una ciencia auxiliar de la historia.[12] De ahí que, con un claro espíritu de colaboración y de manera epistolar, formaron redes intelectuales a partir de las cuales fue posible acortar distancias, intercambiar impresos, información, descripciones bibliográficas y, también, discutir y aclarar cuestiones bibliográficas e históricas, además de realizar precisiones y correcciones a sus propias investigaciones. Un ejemplo de lo antes dicho es la correspondencia entre los bibliógrafos Joaquín García Icazbalceta y Henry Harrisse, antes mencionados, ambos autores de importantes repertorios bibliográficos de impresos americanos y principales protagonistas del descubrimiento del Opera medicinalia y de su verdadera fecha de impresión.

Recordemos que Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) no solamente fue un exitoso hacendado azucarero, además, fue un gran historiador y bibliógrafo, dedicado en sus ratos de ocio, entre diversos estudios y ediciones, a realizar la descripción de los primeros impresos mexicanos comprendidos entre 1539 (señalado como el año del establecimiento de la primera imprenta en México) y 1600, cuyo resultado fue su reconocida Bibliografía mexicana del siglo XVI, publicada en 1886.

Debe señalarse que varios de los impresos que registró a mediados del siglo XIX eran muy poco conocidos y difíciles de encontrar, pero García Icazbalceta, con gran tenacidad y al cabo de varios años, pudo recopilar un considerable número de ellos, esto como parte de su plan de recuperación de fuentes históricas imprescindibles para el conocimiento de los años iniciales del periodo colonial, tema de especial interés para él. Con la reconocida erudición y disciplina que caracterizó sus estudios históricos y edición de fuentes, y como autoridad en la materia, García Icazbalceta dio a conocer información confiable y precisa de los frutos del primer siglo de imprenta en México, muchos de los cuales tenía en su biblioteca, o cuya información consiguió por medio de sus numerosos corresponsales, principalmente un grupo importante de académicos, bibliógrafos y bibliotecarios españoles. De los 116 impresos inicialmente descritos por García Icazbalceta en su Bibliografía,[13] muy pocos no tuvo en sus manos, pero aprovechó y tuvo que conformarse con la información enviada epistolarmente por sus corresponsales, entre ellos está el ya mencionado Opera medicinalia, del doctor Francisco Bravo, impreso en 1570.

El descubrimiento de este último impreso es largo, nos dice Rodrigo Martínez. Aquí solamente recordaremos que cuando en los años cuarenta del siglo XIX García Icazbalceta comenzó a recopilar la información para su Bibliografía, desconocía la existencia del Opera medicialia, y tuvo noticia de él hasta 1865, gracias a la información que le envió desde Nueva York su corresponsal Henry Harrisse (1829-1910), también bibliógrafo, de origen francés, residente por varios años en Estados Unidos.

Harrisse, por esas fechas, trabajaba sin descanso para terminar su importante repertorio de los 304 libros que logró identificar, relativos a América o impresos en ella entre 1493 y 1550, obra que publicó finalmente en 1866 con el título de Bibliotheca Americana Vetustissima.[14] Pero Harrisse carecía de información de algunos de esos impresos que eran mexicanos, así entonces, recurrió a su amigo, el etnólogo alemán Carl Herman Berendt quien pasaba temporadas de estudio entre Estados Unidos, México y Guatemala. Berendt era amigo de García Icazbalceta, a quien consideraba la máxima autoridad en cuestión de impresos mexicanos, especialmente en lenguas indígenas de América, de ahí que no dudara en recomendar a Harrisse con el bibliógrafo mexicano. Harrisse entró en comunicación con García Icazbalceta a partir de mayo de 1865 y hasta mediados de 1878 intercambiaron epistolarmente información valiosa de los primeros impresos mexicanos.[15]

Harrisse fue el primero en tener noticia del Opera medicinalia del doctor Francisco Bravo, supuestamente impreso en México en 1549 y le envió el dato a García Icazbalceta, precisamente en mayo de 1865. Por la fecha que aparecía en la portada de ese libro relativamente desconocido, tal podría entrar en el periodo abarcado por Harrisse en su Bibliotheca Americana Vetustissima, y decidió entonces incluirlo, pero necesitaba ampliar y confirmar la información con quien más sabía de impresos mexicanos, que en ese entonces era nada menos que Joaquín García Icazbalceta. No obstante, el bibliógrafo mexicano desconocía el impreso y los datos enviados por Harrisse no eran suficientes y, más aún, dudaba de la fecha de impresión. Rodrigo Martínez revela que el Opera medicinalia había pasado inadvertido hasta entonces no solamente para García Icazbalceta y Harrisse, sino también para otros autores de importantes bibliografías americanas publicadas desde el siglo XVII y hasta principios del XIX.[16]

Las circunstancias en las que aparecía el Opera medicinalia como parte de la temprana producción tipográfica mexicana, pero cuya fecha de impresión no concordaba con los datos que aparecían en los textos preliminares, obligó a ambos bibliógrafos a recurrir a sus diversos corresponsales, todos estudiosos y conocedores de libros antiguos, para así obtener una fiel descripción del libro y de la portada del Opera medicinalia, con la intención de comprobar la información, fijar la fecha correcta de impresión e incluirlo en sus respectivos repertorios bibliográficos. Harrisse, más afortunado, pudo ver y tener entre sus manos el único ejemplar existente del que tenían noticia y cuyo propietario era James Lenox, importante bibliófilo de Nueva York. Dicho ejemplar tenía la fecha dudosa de impresión de 1549. Por su parte, García Icazbalceta se tuvo que conformar con la descripción enviada por Harrisse y solamente pudo verificarla y agregar algo más con la ayuda de su amigo, el etnólogo doctor Carl Herman Berendt, quien a petición expresa de García Icazbalceta acudió a revisar el Opera medicinalia a la casa del mencionado señor Lenox; en su visita, Berendt realizó calcas de varias hojas y se las envió a Icazbalceta.

Rodrigo Martínez nos trasmite la emoción del descubrimiento de estos bibliógrafos y con amenidad nos relata las peripecias y los años que pasaron, las muchas cartas que cruzaron y la peculiar intervención o escasa colaboración de los bibliógrafos españoles para intentar dilucidar la verdadera fecha de impresión del Opera medicinalia. El autor llama la atención en el caso particular de García Icazbalceta, quien, haciendo una excepción a sus propias reglas de trabajo de sólo incluir aquellos impresos cuya existencia le constaba fehacientemente porque los había tenido a la vista, en el caso del Opera medicinalia confió —no sin manifestar ciertas dudas — en la información de sus contactos.

Ahora, gracias al libro de Martínez Baracs, sabemos que la información enviada a García Icazbalceta y que incluyó en su Bibliografía no fue del todo verídica, sobre todo, aquella relativa a la existencia de la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana, considerada como el primer impreso mexicano del que se tiene noticia, y del voluminoso Cancionero spiritual, ya que siguen estando en duda y tienen trazas de ser, nos dice Rodrigo Martínez, un engaño o "burla bibliográfica".[17]

Con relación a esto último, cabe mencionar que en el último cuarto del siglo XIX se conocieron algunas otras de estas burlas o engaños bibliográficos. Algunos de ellos atribuidos al bibliotecario y bibliógrafo español José Sancho Rayón, quien era experto en fotolitografía, técnica que utilizó para reproducir portadas de libros antiguos, pero también para alterarlas o elaborar portadas de impresos ficticios. Fue precisamente este bibliógrafo quien en 1872 le confesó a Henry Harrisse que la verdadera fecha de impresión del Opera medicinalia era 1570, y no la del año de 1549 que aparece en el pórtico de la portada interior, utilizada primero en los Commentaria in Ludovici Vives Excercitationes Linguæ del doctor Francisco Cervantes de Salazar (1554); el doctor Bravo reutilizó esa portada para su obra de medicina publicada en 1570. Sancho Rayón le aseguró a Harrisse que él mismo había recortado el año para desquitarse de un librero abusivo. Rodrigo Martínez señala la posibilidad de que no sea éste el único engaño bibliográfico cometido por Sancho Rayón, tal vez hubo otros que entorpecieron la labor de algunos bibliógrafos más profesionales.

No obstante, García Icazbalceta —a veces paciente y otras con gran ansiedad— aguardaba la información que prometían conseguirle sus corresponsales. Años más tarde, en 1882, el mismo Sancho Rayón le envió por correo la fotolitografía de la portada del Opera medicinalia, que confirmaba la verdadera fecha de impresión. Con lo cual, García Icazbalceta pudo incluir la descripción de este impreso con el año correcto de 1570 dentro de su Bibliografía mexicana del siglo XVI, publicada, como ya se mencionó, en 1886. Con este libro, García Icazbalceta fue más afortunado que Harrisse, quien en su Bibliotheca Americana Vetustissima dio la noticia del Opera medicinalia, con la fecha de impresión equivocada de 1549.

A lo largo de su investigación Rodrigo Martínez, con una aguda capacidad inquisitiva, muestra los entretelones existentes en los ámbitos académicos decimonónicos, tanto de México como de Estados Unidos y Europa, y los contextos en los cuales los bibliógrafos dieron a conocer sus descubrimientos y precisiones bibliográficas. Para ello, utiliza los claroscuros de la comunicación interoceánica, donde quedaron plasmadas entre las líneas de las cartas, sus formas de relacionarse, el temperamento de cada uno, las particularidades de sus métodos de trabajo, los enredos, las envidias y hasta los misterios del ambiente en el que vivieron.

Es así que Rodrigo Martínez, a partir de esta privilegiada fuente de la correspondencia privada entre los bibliógrafos Joaquín García Icazbalceta y Henry Harrisse, junto con las misivas de algunos otros de sus pares españoles, y del examen minucioso y crítico de los mismos impresos, nos introduce a ese mundo del libro impreso en Nueva España, lo mismo que al de las bibliotecas decimonónicas, de los impresores, de los lectores y de los académicos de entonces, pero también de sus diferencias y hasta rivalidades. De la misma manera que nos abre una puerta a la historiografía de la medicina, nos presenta de forma por demás documentada y a detalle el contexto en el que trabajaron los eruditos del siglo XVI y los del XIX, que con sus obras contribuyeron al conocimiento de la ciencia.

Parte importante del camino del "Largo descubrimiento del" Opera medicinalia… es cuando su autor sigue los pasos de los únicos ejemplares existentes en el mundo o, por lo menos, de los tres que actualmente se conocen. Los lectores de este libro debemos a la infatigable y erudita investigación de Rodrigo Martínez el redescubrimiento, registro conciso y reunión de esos tres únicos ejemplares disponibles del Opera medicinalia. Pero debemos resaltar una más de sus aportaciones: el presentar por primera vez entrelazada la historia de este valioso y peculiar impreso de medicina con la de otros dos de gran importancia para la historia de la imprenta y la bibliografía mexicana: la Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana y el Cancionero spiritual, muchas veces mencionado, pero del que hasta ahora no se conoce ningún ejemplar.

Largo ha sido el "descubrimiento del Opera medicinalia", pero esta obra de medicina impresa en 1570, en su robusto frontispicio y páginas interiores, guardaba aún secretos y claves que Rodrigo Martínez logró redescubrir en el siglo XXI,[18] escudriñando quirúrgicamente, con mirada crítica y sin descanso, hasta la misma tinta de las venas que recorren y dan vida a este antiguo impreso de la temprana época colonial para entregarnos esta excelente investigación histórica y bibliográfica.


Citas

[1] Rodrigo Martínez Baracs, El largo descubrimiento del Opera medicinalia de Francisco Bravo, México, FCE/Conaculta (Biblioteca Mexicana, serie Historia), 2014, p. 181, cita la introducción que hizo el doctor Francisco Guerra a la edición facsimilar de esta obra: Francisco Bravo, The Opera Medicinalia by Francisco Bravo. Printed in Mexico, 1570. With A Biographical and Bibliographical Introduction, by Francisco Guerra, M. D., Ph. D., D. Sc., In two volumes, 2 vols., Folkestone / Londres, Dawsons of Pall Mall, 1970, vol. II, 77 pp.

[2] Rodrigo Martínez, op. cit., p. 190.

[3] Ibidem, p. 177.

[4] Francisco Bravo, op. cit., 1970.

[5] Rodrigo Martínez, op. cit., p. 174, cita la introducción del doctor Francisco Guerra a la edición facsimilar de Francisco Bravo, op. cit., 1970, p. 1.

[6] Rodrigo Martínez traduce y retoma este concepto de "método nuclear", trasmitido por Henry Harrisse a Joaquín García Icazbalceta en su carta del 5 de enero de 1866. Véase el epistolario entre ambos bibliógrafos, publicado recientemente: Rodrigo Martínez Baracs y Emma Rivas Mata (eds.) Entre sabios. Joaquín García Icazbalceta y Henry Harrisse. Epistolario, 1865-1878, (ed. bilin. Y anot.), México, INAH, 2016, 404 p., ilus.

[7] Rodrigo Martínez, op. cit., p. 243, hace referencia a los principios de la Bibliografía Material para el estudio de impresos antiguos, expuestos por varios autores, entre ellos, Philip Gaskel, Ronald B. Mckerrow, Julián Martín Abad, Marina Garone e Idalia García.

[8] Francisco Bravo, Sobre la venosección en la pleuritis y en general de otras inflamaciones del cuerpo, José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll (est. prel., trad. cast. y n.), Puebla, BUAP, 2008, 207 p. También puede verse Francisco Bravo, Observaciones sobre la raicilla que en lengua indígena llaman zarzaparrilla, José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll (est. prel., trad. cast. y n.), Rodolfo Cortés Medrano (paleo. y bio.), Puebla, BUAP, 2011.

[9] Rodrigo Martínez, op. cit., p. 228.

[10] Antonio Hernández Morejón, Historia bibliográfica de la medicina española. Obra póstuma, Madrid, Imprenta de la Viuda de Jordán e Hijos, 1843.

[11] Rodrigo Martínez, op. cit., pp. 17-18, señala que Henry Harrisse aplicaba la filosofía positivista de Auguste Comte (1798-1857) y de Herbert Spencer (1820-1903), con base en la cual consideraba a García Icazbalceta como un verdadero científico con gran disposición a colaborar y compartir sus conocimientos.

[12] Louise Nöelle Malclés, La bibliografía, Roberto Juarroz (trad.), Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1960, 71 pp.

[13] Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía Mexicana del siglo XVI. Primera parte. Catálogo razonado de libros impresos en México de 1539 a 1600, México, Librería de Andrade y Morales Sucesores, Imprenta de Francisco Díaz de León, 1886, xxix, 419 p.

[14] Henry Harrisse, Bibliotheca Americana Vetustissima. A Description of Works Relating to America, Publishing the Years 1492 and 1551, Nueva York, Geo. P. Philes, Publisher, 1866, 8vo., liv. + 519 pp.

[15] García Icazbalceta y Harrisse cruzaron al menos 46 cartas entre mayo de 1865 y mayo de 1878.

[16] No la citó Juan José de Eguiara y Eguren ni José Mariano Beristáin y Souza; tampoco Antonio de León Pinelo, Nicolás Antonio ni Henri Ternaux. No aparece citada en la obra de Jacques-Charles Brunet. Cfr. Rodrigo Martínez, op. cit., pp. 19-20.

[17] Víctor Infantes de Miguel, "Una colección de burlas bibliográficas: Las reproducciones fotolitográficas de Sancho Rayón", Cuadernos de Bibliofilia, Revista trimestral del libro antiguo, Valencia, núms. 5, 6, 7 y 8, julio, agosto, septiembre y octubre de 1980. Reeditada como libros en Las reproducciones litográficas de Sancho Rayón: una colección de burlas bibliográficas, Valencia, Albatros, 1982; del mismo autor: "La colección de burlas litográficas de José Sancho Rayón veinte años después", en Pliegos de Bibliofilia, núm. 22, 2003, pp. 3-10. El investigador español Víctor Infantes, quien se ha ocupado de este tema, las ha llamado "burlas bibliográficas", pero tal parece que en cuestión de impresos mexicanos hubo varios de estos engaños.

[18] Idalia García Aguilar, Secretos del estante: elementos para la descripción bibliográfica del libro antiguo. México, Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas-UNAM, 2011, 473 pp.