Dimensión Antropológica
Versión impresa ISSN 1405-776X
Año 25, vol.73, México, mayo-agosto, 2018, pp. 7-37.
Permanencia y cambio en el uso de botijas en una comunidad indígena nahua del alto Balsas, Guerrero
Eustaquio Celestino Solís,
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
Saúl A. Guerrero Rivero
Subdirección de Arqueología Subacuática, INAH.
Patricia Fournier
Escuela Nacional de Antropología e Historia, INAH.
Resumen
A partir de los primeros años del descubrimiento de América, la Corona española promovió un continuo y creciente intercambio de productos comerciales con el Nuevo Mundo; diversos consumibles se empacaron en recipientes de cerámica y atravesaron el Atlántico para satisfacer las demandas de los ibéricos y sus descendientes que formaron parte de la nueva sociedad colonial. Dentro del campo de la historia y la antropología, resulta de interés el estudio del origen de dichos envases, mejor conocidos como oliveras o botijas, que al principio fueron destinados al comercio transoceánico desde los siglos XVI al XIX y posteriormente con otros fines. Tal es el caso del uso documentado de botijas ibéricas en ceremonias nupciales en la comunidad de Xalitla y en otras localidades balsenses, donde su función primaria como contenedor de líquidos no ha cambiado a lo largo del tiempo, sino que adquirió un nuevo uso social, en este caso, relacionado con actividades rituales performativas.
Palabras clave: botija, Xochitlaihli, ritual, Guerrero, refuncionalización.
Abstract
After the early years following the discovery of the Americas, the Spanish Crown promoted expanding and ongoing trade with the New World. Many of these commercial products were transported across the Atlantic in pottery vessels to meet the demands of Spaniards and their descendants as colonial society grew. In history and anthropology, there is an interest in studying the origin of such earthenware jugs, better known as olive jars or botijas, which were originally intended for sixteenth- to eighteenth-century transoceanic trade and later for other purposes. This is the case of the documented use of Iberian botijas in nuptial ceremonies in the community of Xalitla and other towns in the Balsas region of the state of Guerrero, where their primary function as containers for liquids has not changed through time, but has acquired a new social use related to ritual performances.
Keywords: botija, Xochitlaihli, ritual, Guerrero, refunctionalization.
A partir de los primeros años del descubrimiento del continente americano, la Corona española promovió un continuo y creciente intercambio de productos comerciales con el Nuevo Mundo; diversos consumibles se empacaron en recipientes de cerámica y atravesaron el Atlántico para satisfacer la demanda de los españoles y sus descendientes, quienes formaron parte de la nueva sociedad colonial. Dentro del campo de la historia y la antropología, resulta de interés el estudio del origen de dichos envases, mejor conocidos como "oliveras" o "botijas" (del latín butticulla, "botella" o "vasija" de barro redonda, de tamaño grande, de cuello corto o largo, estrecho, con o sin asas), que al principio fueron destinados al comercio transoceánico de los siglos XVI al XIX, y que con el tiempo se fue modificando hacia otros fines. En este ensayo presentamos como ejemplo un análisis sobre su permanencia en los últimos años como objeto físico, su función y refuncionalización en la región del río Balsas (figura 1), en el actual estado de Guerrero.
Se analizará la reutilización de las botijas para la entrega de mezcal en contextos rituales, como es el caso de la ceremonia del Xochitlaihli en Xalitla, que tiene especial relevancia social y permanencia en la actualidad en una localidad de dicha región, así como otras festividades de la Tierra Caliente guerrerense: las de San Agustín Oapan —localizada a 9 km al sureste de Xalitla— y las de Placeres del Oro, municipio de Coyuca de Catalán —ubicada en la Tierra Caliente del Balsas, donde reside población de filiación nahua—. A partir de los datos históricos y etnográficos, se propone que la reutilización de esa clase de vasijas ha sido incorporada como símbolos instrumentales y utilizadas explícitamente para los fines del ritual[1] del Xochitlaihli en Xalitla y otros poblados, al igual que en diferentes ceremonias performativas que, como sistemas simbólicos de comunicación culturalmente construidos,[2] han contribuido a reforzar los mecanismos de cohesión social e identidad cultural y el sentido de communitas, según la propuesta de Turner para ese concepto, en asociación con los ritos de paso.[3] En nuestra línea argumentativa se considera que, como símbolos instrumentales, las botijas —las ollas de barro e incluso los recipientes de plástico que se usan en fiestas mestizas y que reemplazan a las oliveras—[4] son referentes del pasado de las colectividades que han experimentado una disminución del uso de la lengua autóctona como medio de comunicación, y esos objetos tienen significado únicamente en relación con otros símbolos del sistema total simbólico que se incluyen en el ritual,[5] que además posibilita que los sujetos tengan referentes hacia su pasado, reforzando su sentido identitario.
Antecedentes histórico-geográficos
Las primeras acciones de la conquista hispana estuvieron encaminadas a la exploración, colonización y conquista de nuevos territorios por parte de España y Portugal, desarrollando un comercio incipiente y convirtiéndose más tarde, a partir de la inserción del subcontinente americano, en la cultura económica europea; es decir, una de las rutas comerciales más importantes del mundo contemporáneo, que se transformó en un fenómeno económico de mercado. Este hecho fortaleció el capitalismo comercial dando como resultado la producción, comercio y consumo de diversos productos de subsistencia y de lujo tanto europeos, asiáticos como americanos, facilitando la segmentación social, lo que generó posteriormente necesidades que impulsaron la dependencia.
Durante el periodo colonial, los españoles satisficieron gran parte de sus necesidades materiales en el Nuevo Mundo con mercaderías y toda clase de efectos procedentes de la península ibérica. Esto dio como resultado el desarrollo de una industria de exportación compleja, centrada alrededor de la flota anual enviada desde Sevilla o Cádiz,[7] que en la práctica y por la complejidad de la logística, se extendía en ocasiones de dos a tres años para preparar un convoy.[8] El monopolio trasatlántico se centró en Sevilla desde 1493 y desarrolló un sistema administrativo tendiente a la fiscalización del comercio y de la navegación entre España y las Indias Occidentales, para finalmente establecer el registro del tráfico marítimo con un sistema de aduanas bien definido.[9]
Este fenómeno despuntó la producción de contenedores cerámicos destinados al transporte de las más variadas mercancías consumibles entre el Viejo y el Nuevo Mundo, y cuyas evidencias materiales se pueden localizar en casi todos los territorios explorados y conquistados que quedaron sujetos a la monarquía hispánica.
El modelo de la olivera o botija española se remonta a las ánforas cananeas, fenicias, griegas, romanas, bizantinas y medievales españolas.[10] En la península ibérica, su manufactura tiene una historia de gran profundidad temporal; la antecede la tradicional ánfora mediterránea.[11] Su producción seriada se hizo con tornos, en barro burdo y sin fines estéticos, pues su utilidad como envase en transacciones supuso que el objeto cubriera únicamente las necesidades y el volumen del comercio del momento.[12]
Características de las botijas
En cuanto a su morfología o forma, se trata normalmente de un recipiente con boca circular, cuello corto, cilíndrico, cóncavo; hombro alto; cuerpo esférico, elíptico, cónico invertido o cilíndrico, y fondo cóncavo o plano. El borde del cuello siempre fue añadido en la última etapa de la producción, aunque los estudios demuestran que estas variedades han cambiado significativamente con el tiempo.[13] En cuanto a los tratamientos superficiales, predomina el alisado simple, sobre el cual a veces se observa un baño delgado blanco y algunas piezas están cubiertas con un vidriado plúmbeo por dentro y por fuera. Adicionalmente, algunas piezas estaban marcadas por estampado, rotulación con almagre o tinta, marca de fuego o con algún objeto colgante.[14]
En el ámbito arqueológico, la tipología y cronología propuestas por John M. Goggin en la década de los sesenta del siglo XX establecieron tres estilos fechables correspondientes a los estilos Temprano (ca. 1500-1575), Medio (ca. 1580-1780) y Tardío (ca. 1780-1850), así como cuatro formas: A, B, C y D (figura 2).
Con base en documentos que parcialmente consultó en el Archivo de Sevilla, Zunzunegui señala que: "Hasta la década de 1580 solamente se mencionan botijas, sin calificar. A partir de entonces y hasta la década de 1620 se inscriben como botijas, simplemente, o como
peruleras".[15] Algunas de las vasijas con las formas más tardías posiblemente fueron hechas en el Nuevo Mundo. Además, es improbable que las vasijas vacías se transportaran a otro lugar para su llenado y sellado con yeso y otros materiales para su embarque, procedimiento que se realizaba usualmente en Sevilla o Cádiz (figura 3).[16]
De hecho, hay pocas dudas de que la mayoría de las botijas de los estilos Temprano y Medio hagan fabricadas en España; algunas de estilo Temprano, al llegar a la Nueva España fueron decoradas o pintadas con motivos indígenas, como puede verse en la figura 4, correspondiente a un recipiente sevillano, adquirido en el mercado de antigüedades de La Lagunilla de la Ciudad de México por uno de los autores de este ensayo, cuya pintura o decoración es del siglo XIX, o tal vez incluso de inicios del XX.[17]
Las evidencias de contenedores cerámicos pueden encontrarse en diversas fuentes históricas y en restos materiales tanto en el Viejo Mundo como en el continente americano. A diferencia de otros productos agrícolas que solían embalarse en cajas, fardos, sacos y costales de tela o esparto, una buena parte de los frutos andaluces en salmuera, aceite de oliva y vinos que se exportaban a las Indias eran envasados en botijas, vasijas que en su mayoría se producían en talleres de los alrededores de Sevilla, en Andalucía.
Evidencias de botijas en el Nuevo Mundo y en México
Con base en la información arqueológica y documental, podemos mencionar que son dos los ámbitos esenciales en la botija. En primer lugar, dichos recipientes funcionaron en principio como envases para transportar diversos productos sólidos y líquidos para consumo humano, de manera que formaron parte de la vida comercial, económica y cotidiana en las colonias americanas, sobre todo entre los peninsulares y sus descendientes. En segundo lugar, estos objetos y sus desechos llegaron a reutilizarse como material de relleno en algunas construcciones arquitectónicas en España y en el Nuevo Mundo, o simplemente se emplearon para almacenar agua.
En ciudades de la península ibérica, caracterizadas por ser centros de producción alfarera, fue frecuente la reutilización de objetos cerámicos completos, a veces con defectos de fabricación, y de fragmentos procedentes de piezas malogradas durante la cocción. Este material de desecho era empleado como relleno en muros de mampostería tanto de piedra como de ladrillo, o para aligerar bóvedas.[18]
Para el Nuevo Mundo, los fragmentos de botijas son ubicuos en el Caribe, Centroamérica, Nueva España y varias áreas de Sudamérica, pero por lo general se encuentran en localidades donde residían sujetos de filiación o ascendencia hispana, o dado que los contenidos de estos envases se relacionan con la dieta mediterránea, incluso se encuentran en comunidades de mestizos que adoptaron costumbres españolas. Es interesante mencionar que durante el periodo virreinal se manufacturaron réplicas con variaciones regionales en las Indias por parte de artesanos ibéricos e indígenas.[19]
Aunque las prohibiciones de la Corona española impidieron el desarrollo de la viticultura en Nueva España, en Perú la industria fue exitosa para la elaboración no sólo de vino sino sobre todo de pisco, y en las haciendas productoras se empleaban botijas de factura local para el almacenamiento y transporte de la bebida, de ahí que proliferara el uso del término "botija perulera", incluso en el México virreinal, puesto que los comerciantes sevillanos que comerciaban con Sudamérica recibían el apodo de "peruleros".[20]
Otro caso que llama la atención es el del vino o aguardiente de coco que se produjo en Colima durante el siglo XVII y parte del XVIII; tal se envasó en botijas peruleras y su distribución fue amplia por tierras de Nueva Galicia, aun cuando es factible que por vía marítima llegara a otras localidades ubicadas en las proximidades del litoral del Pacífico.[21]
En otro contexto, en algunas haciendas y exhaciendas de la península de Yucatán el uso inicial que se les dio a las botijas fue para el almacenamiento, acarreo y conservación del aguardiente. Posteriormente, su función fue cambiando, se usaron para el acarreo de agua de pozos y de cenotes, y como contenedores para mantener fresca el agua que requerían los trabajadores encargados del cultivo y la cosecha de pencas del henequén, de las que se aprovechó la fibra para la elaboración de varios tipos de productos.[22]
Investigadores que han estudiado esa región suponen que la permanencia de oliveras en la península de Yucatán implicó un intercambio comercial entre europeos y mayas, o bien, que estos últimos las recibieron como presentes. Mencionan entre otros productos aceite, aceitunas, alquitrán y vino. Respecto de las oliveras con una pequeña perforación en su base, al parecer fueron "matadas" durante un ritual de terminación de la vida útil del recipiente al depositarlas como ofrendas dentro de cuevas, moradas de seres sobrenaturales como los dioses del trueno y la lluvia,[23] vasijas semejantes a las que ilustramos en la figura 5.
En el caso de las comunidades indígenas de la Huasteca, las botijas se emplean para acarrear agua, porque gracias a su porosidad el líquido se mantiene fresco; además se usan para la conservación
de tepache, según registra Stresser-Péan.[24] Cabe destacar que botijas con vidriado en sus superficies internas se usaron, al menos desde el siglo XVIII, para envasar aguardiente de caña.[25] Tanto en la Sierra de Puebla como en la Huasteca, las botijas se utilizan en contextos rituales y muchas vasijas se han conservado desde hace cerca de tres siglos; un ejemplo interesante es la "Danza de las flores", pues uno de los participantes lleva una botija con aguardiente y así la hace bailar.[26] Estas ceremonias performativas se caracterizan por su relación indisoluble con actividades de culto a los espíritus o seres superiores a los que se honra y, a menudo, tienen que ver con rituales propiciatorios de la fertilidad y la lluvia.[27]
La reutilización de botijas también se dio entre algunos pueblos mixtecos de la Costa Chica oaxaqueña. Hasta hace unos cuarenta años un cántaro o botija perulera se usaba como instrumento musical en las bodas tradicionales en Pinotepa Nacional; la vasija se empleaba como tambor que acompañaba al violín en una pieza de música, semejante al popular "Baile del palomo". En este baile se imitaba el enamoramiento de un ave conocida regionalmente como zanatito rojo (Quiscalus mexicanus), donde el macho trata de conquistar a la hembra.[28] En los fandangos o chilenas de tradición indígena de esta zona, hasta la fecha se hace uso de la botija o cántaro para tamborilear sobre la boca del recipiente, produciéndose un sonido ahogado.[29]
Para la época contemporánea, el uso de botijas al parecer cobró en México un significado como símbolo de estatus socioeconómico.[30] Lo interesante es que en los países del Mediterráneo el almacenamiento, conservación e incluso la transportación del vino continuó como en los viejos tiempos, con el uso de botijas de barro, de las cuales hoy sólo quedan reminiscencias, reutilizadas como piezas ornamentales, de colecciones públicas y privadas, o simplemente recicladas como bases de lámparas en residencias particulares.
La llegada de algunas botijas a Nueva España desde el siglo XVI dio pie a que se aprovecharan como contenedores, dado que estas piezas de cerámica son bastante resistentes y duraderas, aunque en algunos otros casos también fueron empleadas para ser decoradas o pintadas con diversos motivos, entre ellos, los de estilo indígena, como se observa en la figura 4, cuyo hallazgo se describió líneas arriba y de la que ahora se presentan algunas precisiones.
El origen de esta botija es incierto, sin embargo —y según el estilo —, podemos suponer que se trata de una decoración del siglo XIX o inicios del XX. Por la pintura en ella plasmada se puede inferir que en determinada época la vasija perteneció a un anticuario o pintor, quien con magistral delicadeza le dio un nuevo toque identitario de mexicanidad, al plasmar en ella el mítico descubrimiento del águila y la serpiente sobre un nopal; figuran además piedras, la laguna y la vegetación (tules) del lugar donde se fundaría el centro político rector de México, la antigua ciudad de Tenochtitlan (figura 4).[31]
Evidencias de botijas en la cuenca del Río Balsas guerrerense y su reutilización
Los pueblos nahuas del alto Balsas comparten en general un mismo espacio geográfico, medioambiental, lingüístico, manifestaciones culturales y rasgos particulares distintivos, no como región aislada sino en constante relación social, económica y política con sus vecinos; además de que están inmersos en el sistema de globalización más amplio, sobre todo en aspectos económicos basados en la venta de artesanías, según explican varios investigadores como Catherine Good, Aline Hémond, José Antonio Flores Farfán y Jonathan D. Amith, entre otros.
En la región del Balsas predomina la lengua náhuatl; desde el siglo XVI, a esa lengua se han incorporado vocablos del castellano a raíz de la conquista hispana del actual estado de Guerrero, pues en varias zonas se asentaron colonos de filiación española que buscaban enriquecerse con la minería de metales preciosos, lo cual provocó que la mano de obra indígena fuera forzada a trabajar en las actividades extractivas y de beneficio[32] y, además, contribuyó a la aculturación de los naturales.
En general, las condiciones ambientales representan retos para las poblaciones humanas de la región, que en la actualidad se dedican a la agricultura de temporal, con siembras en valles y planicies, a la ganadería en baja escala y a la elaboración de artesanías. La mayoría de las zonas ecológicas tienden a la aridez, con diferencias en el relieve entre valles y terrazas que han formado abundantes cauces, además de que existen áreas montañosas; el clima es cálido, superando los 29 ºC, aun cuando en invierno desciende la temperatura drásticamente, mientras que la temporada de lluvias es corta e irregular.[33]
Dado que la agricultura es el eje de la subsistencia de esas poblaciones, los rituales destinados a propiciar el equilibrio entre la temporada de lluvias y la de secas son comunes entre los nahuas balsenses. De hecho, las relaciones con el medioambiente hacen referencia a las relaciones interpersonales indispensables para mantener el tejido social y trascienden a la realidad material. En sí, existen creencias de índole cosmovisional que representan cierto tipo de animismo, pues se considera que objetos inanimados o plantas, al igual que los seres humanos, tienen volición, personalidad, individualidad[34] y se trastocan en agentes activos en los rituales mediante las omnipresentes bebidas alcohólicas desde épocas antiguas.
Según detalla Neff acerca de las festividades y rituales, el rito puede constituir:
El momento de organización del trabajo colectivo […] borra los límites entre lo sagrado y lo profano y los desborda sobre todas las actividades agrícolas […] La profusión de acontecimientos festivos, distribuidos en amplias zonas, se encuentra regida por las repeticiones que ritman la vida de las comunidades y permiten establecer órdenes de intercomprensión […] La participación en la fiesta es una condición imprescindible para la integración del grupo. Evita la desvinculación con el territorio al manifestar que aún existe para el exiliado el vínculo con su cultura, con sus antepasados.[35]
Los testimonios que recopiló en 1629 el sacerdote Hernando Ruiz de Alarcón son relevantes para comprender la clase de ámbitos festivos en los que se consumía pulque y el uso de vasijas de cerámica como parte de complejos rituales entre los nahuas del actual estado de Guerrero. Al respecto destaca que:
La superstición de los tecomates, que son los vasos en que ellos beben de ordinario, tiene su principio y fundamento en usar dellos como de cosa que está consagrada y dedicada para sus ofrendas y sacrificios idolátricos; y es el caso que quando hazen pulque (que es su vino) de magueyes nuevos, esto se entiende cuando estrenan la viña, el primer vino que hacen a su modo, el primer fruto que es el dicho genero de vino, lo ofrecen al Dios que se les antoja, como al fuego a algún ídolo, y esta ofrenda se hace en los dichos tecomates hinchiéndolos del dicho pulque, y poniéndolos en el altar con mucha veneración los acompañan con incienso y velas encendidas, y de allí a un rato derraman allí un poco en señal de sacrificio, y luego de la resta de los tecomates y de lo que tienen las ollas, que son sus cubas, los dueños y los combidados, dan, como dicen, buena cuenta… quedando todos fuera de juicio, y lo que después desto suele seguir, y más donde en semejantes juntas concurren hombres y mujeres… Después desta tormenta se guardan los dichos tecomates que no sirven para otro uso, y éstos con la superstición heredan hijos y descendientes, y usan dellos para semejante ocasión, o si por otro fin, o para principio de alguna obra hacen tales sacrificios.[36]
Los elementos de estos rituales del siglo XVII que llaman la atención son: la ingesta de bebidas alcohólicas rebasaba el ámbito lúdico, dado su carácter sagrado en relación con actividades performativas de culto a deidades; los individuos de ambos sexos eran copartícipes en esas ceremonias; parte del pulque era derramado en el espacio sacro; y lo más importante, la vasija se conservaba en el seno de una misma familia, pues pasaba de generación en generación, debido a sus connotaciones religiosas e incluso tal vez porque al objeto se le asignaba individualidad como si se tratara de un ser vivo conforme a esquemas cosmovisionales animistas.
A continuación se exponen estudios de caso en los cuales, con los referentes de Ruiz de Alarcón, se ilustran algunos elementos en los contextos festivos impregnados del catolicismo, debido al sincretismo y a reelaboraciones simbólicas, donde los "tecomates" son reemplazados por botijas y el pulque por bebidas alcohólicas destiladas, ajenas a las tradiciones precolombinas, a diferencia de la savia fermentada del agave.
Las festividades varían de una subregión a otra entre los nahuas de Guerrero, pero tienen como común denominador su relación con los ciclos de la naturaleza en función de las prácticas agrícolas y, además, las celebraciones se desarrollan en el marco de communitas en los ritos de paso para individuos de los poblados. Esa clase de ritos implican que la persona sigue en cada etapa de la vida social un proceso de tres tiempos o pasos: la separación del sujeto de su anterior grupo de pertenencia, su tránsito a través de un umbral o limen y, por último, su integración a un nuevo grupo. La liminalidad, el estar en medio o entre, es lo esencial de los ritos de paso, pues refleja el momento en que el individuo ha perdido su estatus anterior y aún no ha adquirido el siguiente: es ambigua e indeterminada, se compara con la muerte, el encontrarse en el útero, la invisibilidad, la oscuridad, la bisexualidad, la soledad y los eclipses tanto solares como lunares.[37] En los fenómenos liminares hay una mezcla de homogeneidad y compañerismo, un momento en el rito en que el sujeto está "en y fuera del tiempo, dentro y fuera de la estructura social secular, que evidencia aunque sea fugazmente, un cierto reconocimiento (en forma de símbolo, si no siempre de lenguaje) de un vínculo social generalizado que ha dejado de existir pero que, al mismo tiempo, debe todavía fragmentarse en una multiplicidad de vínculos estructurales".[38]
Nos referiremos en particular a tres localidades de interés, dada la reutilización —incluso en épocas recientes— de botijas como símbolos instrumentales en ritos de paso; además, Eustaquio Celestino Solís, coautor de este ensayo, realizó investigaciones etnográficas de campo incluyendo observación participante y recopilación de entrevistas en dos de los asentamientos: Xalitla, fundación del siglo XVIII por parte de migrantes de Ameyaltepec, y San Agustín Oapan, cabecera de esta región nahua desde el siglo XVI.[39] El tercer caso refiere a la comunidad de Placeres del Oro, para la cual un informante al que Patricia Fournier entrevistó brindó datos acerca del empleo recurrente de botijas en festividades que constituyen ritos de paso, se trata del caso de ceremonias nupciales, igual que en Xalitla, o el carnaval de San Agustín, en el que se escenifica como parte de la fiesta un rito nupcial.[40]
Cabe preguntarse cómo llegaron botijas a zonas balsenses del actual estado de Guerrero, donde pueblos indígenas les dieron la función ceremonial. Aun cuando no es factible dar una respuesta categórica, a la fecha existen distintas vertientes interpretativas de quienes participan en los rituales o de quienes los someten a estudio:
a) Algunos ancianos de Xalitla piensan que las botijas que hasta hace unos años existían en ese lugar fueron fabricadas o hechas por artesanos de Coacoyula, aunque este pueblo carece de una tradición alfarera, pero en la actualidad ésa es una de las localidades de la región que abastece el barro requerido como materia prima en los talleres alfareros de Xalitla.
b) Otros consideran que su origen puede ser de carácter histórico, al suponer que su existencia se debe al paso obligado de españoles en su ruta entre Acapulco y la capital novohispana.
c) En el caso de Placeres del Oro, se trata de un objeto que ha sido legado de generación en generación, que es de alta estima por ser de "los antepasados", sin que se conozca cómo llegó a manos de una familia de la localidad; podría suponerse que, por la importancia minera del lugar desde la época virreinal, ahí residieron personas de filiación española o hechas a las costumbres gastronómicas del Mediterráneo, por lo que adquirieron vino o aceite de oliva envasado en botijas, conservando algunas de éstas, y que siguen reutilizando en ritos de paso.
En relación con la ruta del Camino Real, tal se estableció desde finales del siglo XVI para el transporte de toda clase de efectos asiáticos que llegaban a Acapulco en la Nao de Manila y que eran trasladados a Puebla y a la capital del virreinato; se llevaban también mercaderías, plata, correspondencia y pasajeros a su retorno a las Filipinas; en su travesía anual, el galeón llevaba hacia las islas el abastecimiento para esas lejanas tierras dependientes en lo económico y político de Nueva España.[41] Por ende, una posibilidad es que comerciantes, arrieros o transeúntes que recorrieran esa vía, al pasar por el pueblo de San Juan Tetelcingo y la entonces cuadrilla de Xalitla (poblada antiguamente por gente de Xichicuetla, que aparece en el Mapa de Tepecoacuilco como una de sus estancias), hayan dejado botijas vacías al hacer un descanso, a sabiendas de que ya no las requerirían por los abundantes manantiales que había en aquella época a lo largo del camino, y otro tanto para quitarse de encima un peso aproximado de 5 a 10 kilogramos (esfuerzo que aumentaba con los 25 a 30 litros adicionales por el líquido o producto contenido en cada recipiente). Otra posibilidad es que botijas que contenían vino de coco elaborado en Colima llegaran a consumidores balsenses y tuvieran el mismo destino ya vacías, reutilizándose lejos del lugar de origen de la bebida.
Hasta donde pudimos indagar, en Xalitla y San Juan Tetelcingo [42] se conocen las botijas, al igual que en varias localidades de la Tierra Caliente balsense, incluyendo Placeres del Oro, antiguo centro minero ubicado en el Balsas medio. Todo parece indicar que las vasijas no fueron elaboradas o reproducidas en ninguno de los centros balsenses productores de loza, dada la composición y color de la pasta del cuerpo cerámico (entre pardo, blanco, gris o crema), pues las arcillas de la región son rojizas, además de que los artesanos no emplean torno para el formado de vasijas, técnica que es característica de la manufactura de las botijas ibéricas. En San Agustín Oapan a algunas de las piezas cerámicas, incluyendo jarros, ollas y cántaros, se les aplica un engobe blanco antes de su cocción, con un pigmento que se extrae de bancos a flor de tierra o de depósitos subterráneos cercanos a la comunidad. Por otra parte, los artesanos tampoco elaboran vasijas vidriadas en su interior, como el que a menudo se observa en botijas españolas encontradas en intervenciones arqueológicas o como parte de colecciones de museos o de particulares.
Con estos antecedentes, analizaremos el ámbito ritual contemporáneo en que se ha identificado el uso de antiguas botijas ibéricas en el estado de Guerrero.
El contexto ceremonial de la botija en el Xochitlaihli de Xalitla
La tradición oral nos ha permitido conocer la función ritual que han tenido las botijas cuando menos desde mediados del siglo XX y, en la actualidad, en el caso de las festividades nupciales más pomposas de los nahuas de San Juan Tetelcingo y Xalitla es evidente la reutilización de esta clase de objetos.
La ceremonia registrada como Xochitlaihli en Xalitla[43] consiste principalmente en la boda tradicional, que abarca cuatro etapas del ritual: petición, formalización, ritual y entrega.[44] A la tercera etapa ritual se le conoce como Ye nitotizque novios, es decir, "van a salir a bailar los novios" (de hecho, éstos sólo caminan en círculo, siguiendo a los padrinos de confirmación o bautizo de la novia con una jícara pintada, llena con copal y un sahumerio activado). Participan varias personas, tanto hombres como mujeres, y diversos objetos materiales aparecen en escena: un sinnúmero de chiquihuites grandes con pan y dos de chocolate, varios paquetes de cigarros y cerillos, puros —comunes en contextos rituales en la región—, muchas rejas de refrescos y cartones de cerveza, así como una botella de jerez, una o dos gallinas vivas, una o dos ollitas de barro adornadas que se lanzarán al aire durante la ceremonia, uno o dos bagazos (o "gabazos") de panela, y varios litros de mezcal dentro de una botija de barro,[45] porque "el mezcal también es un agua de Dios que no debe nunca faltar en las ceremonias"[46] (figuras 6, 7 y 8).
Todo lo anterior será para el consumo de los integrantes de la comunidad, quienes en el ritual se constituyen como communitas: compadres, amigos y conocidos, sobre todo aquellos que han participado con regalos, como dotes y ajuares para la novia, entre los que puede haber: una vaca, una burra, una yegua o una chiva con su
primer crío, gallinas o pípilas (guajolotas) vivas y jóvenes, una máquina de coser, un baúl, un ropero, una alacena, cobijas, sábanas, toallas, petates, una cama, escobas, un metate, molcajetes, ollas (de barro y aluminio), tinaja, cazuelas, cucharas (de madera, aluminio o plástico), aventadores de palma para soplar el fogón de la cocina, platos, tazas y vasos de vidrio, entre otras cosas.
Cabe mencionar que al usar la botija durante la ceremonia, los padres del novio y el casamentero huehuechihqui, solían decir en náhuatl: Nican tamechahcuilian in botijita ica atzitzin mezcalito, "Aquí les traemos esta botijita con un poco de mezcal", o en español ceremonial, local y regional suele decirse: "Aquí les traemos este mezcalito, es muy poquito, acéptenlo por favor, aunque sea poquito se los damos de corazón".
Luego de la compra de una nueva botija, similar a la tradicional, por parte del doctor Eustaquio Celestino Solís, nativo de Xalitla, ésta se ha empleado en una reciente ceremonia nupcial (en el 2015), la cual ya no fue realizada en la casa de la novia, sino en la cancha deportiva que ha sido techada para diferentes eventos y fiestas de la comunidad. Cabe destacar que en esa ceremonia nupcial se observaron algunos cambios: en vista de que la novia y el novio ya estaban unidos y tenían hijos, los chiquihuites con pan fueron simbólicos, ya que —de acuerdo con la opinión de los padres del novio— lo que a ellos les interesaba era "revivir" una tradición que la comunidad está olvidando preservar y que a ellos les gustaría que los del pueblo la continúen realizando; los padres se referían al Xochitlaihli por el que ellos fueron casados, aparte de su boda religiosa cristiana.
Cabe resaltar que en sus inicios, el casamiento, o bien se llevaba a cabo por la vía del Xochitlaihli (como tradición antigua), o por medio de la ceremonia religiosa (de carácter cristiano); años después, cuando la parroquia se estableció en San Agustín Oapan y ésta fue cambiada de sede en Xalitla, ambas formas se unieron. Por nuestra experiencia, nos percatamos de que primero se celebraba el Xochitlaihli, donde aparecía la botija, y en fecha posterior se realizaba la boda religiosa. Incluso se dieron casos en que en una misma fecha se llevaban a cabo ambas ceremonias, tal como ha venido ocurriendo en la década de los noventa del siglo XX y de la misma manera como sucedió en diciembre de 2015.
En el más reciente rito nupcial se dio la siguiente modalidad: la novia, vestida a la usanza urbana, salió de su hogar con rumbo a la casa de los padrinos de velación, acompañada de sus familiares y amigos y del "bailarín" que llevaba la botija con mezcal; en esa ocasión la botija iba adornada con una cadena de rosas blancas, y no con una cadena de flores de cempasúchil, como era la costumbre.
De ese lugar todos partieron hacia el único templo religioso de la comunidad; los chiquihuites con pan y la botija fueron llevados al templo. Al llegar allá, todo fue puesto frente a la cruz atrial a manera de ofrenda y una vez terminada la misma y la boda religiosa toda la gente fue invitada a la fiesta en la cancha deportiva, donde después de la comida-cena se bailó el Xochitlaihli. Pasados unos días, las botellas de cerveza, de refrescos, los chiquihuites vacíos, las servilletas de tela y la botija vacía se devuelven a los padres del novio y consuegros, quienes a partir de ahí se respetarán y se llamarán "compadres".
La otra particularidad de esa boda fue más de carácter de recuperación y difusión cultural, ya que por la radio comunitaria del alto Balsas, con sede en Xalitla, la información acerca del evento se trasmitió unos días antes de la boda; un profesor, quien funge como locutor, nos solicitó una copia del borrador de nuestra investigación sobre la importancia de la botija en el contexto del Xochitlaihli. De hecho, esa persona fue el maestro de ceremonias en la misma fiesta nupcial; con base en nuestro escrito, a medida que se iba desarrollando el acto ritual, él fue explicando el sentido de cada uno de los elementos que figuraban durante la ceremonia. Ahora bien, por nuestra observación participante, si bien es cierto que en la fiesta no se insertó toda la comunidad, también podemos afirmar que ésta fue una de las fiestas más concurridas entre invitados y espectadores, tanto de Xalitla como de otros pueblos y ciudades cercanas y lejanas.
Por otro lado, una descripción del rito nupcial tradicional la aporta Celestino Solís en su escrito: "Xochitlaihli 'brindis por la flor'". [47] En ese ritual, la flor se emplea como símbolo de mujer doncella. Cabe mencionar que en la ceremonia nupcial la unión de parejas (hombre y mujer) de manera formal es muy significativa, porque con ellas los indígenas ponderan la continuidad de la reproducción biológica del grupo social para evitar su extinción, pero también para asegurar la mano de obra familiar para el trabajo agrícola y para conseguir el sustento económico; así mismo, estas relaciones parentales aseguran el trabajo colectivo en la comunidad (cargos cívico-religiosos, mano de obra para la infraestructura local, entre otros).
Las botijas peruleras o los jarros empleados en las bodas son una muestra más de la permanencia y reutilización de estos objetos en ceremonias nupciales actuales. También están representadas en versiones modernas en imágenes de las pinturas "estilo amate", motivo que plasman no sólo los artesanos de San Juan Tetelcingo y Xalitla en los amates que comercializan, sino que también podemos verlas en jarros de barro pintados con colores brillantes donde se representan cántaros (figura 9).
Bailando la botija en el Balsas medio[48]
A la fecha, en la localidad de Placeres del Oro las festividades duran tres días. La botija se presta para bodas y en una familia ha pasado de generación en generación junto con el metate y el molcajete; así mismo, se utiliza la botija en fiestas de 15 años, convivios religiosos, el carnaval, o cuando se celebran onomásticos de personas de la comunidad. En estos ritos de paso acompañados de música se usan instrumentos como la mandolina hecha con caparazón de armadillo, maracas de colas de serpientes, un omichicahuaztli de hueso, guitarrones, guitarras de madera y violín. Al son de las melodías, una mujer "baila la botija" llena de mezcal o aguardiente y a menudo, más con intención que por accidente, algo del líquido cae al suelo, mientras los participantes, tanto hombres como mujeres, danzan en círculo alrededor de la mujer que "baila la botija". El círculo hace referencia al ciclo de vida y, según inferimos, por tratarse de ritos de paso la communitas posibilita que los sujetos transiten de un estado a otro de su existencia. Los danzantes llevan animales como guajolotes sobre la cabeza o gallinas amarradas de las patas y al bailar les quitan las plumas. Tanto hombres como mujeres beben aguardiente y mezcal, usan tabaco fresco o puros, mastican la hoja de tabaco y fuman el puro para socializar, incluso el habano se comparte entre pares de individuos.
Sin duda, la presencia de la botija evoca a los ancestros y, con la ingesta del alcohol, que propicia estados alterados de conciencia, se considera que quienes se han ido están presentes, es como si los muertos estuvieran disfrutando el ritual junto con los vivos, lo cual agrega estas apariciones a la communitas y conlleva a lo que es el origen de la colectividad.
Si alguien que ha participado en el círculo pretende dejar de bailar, se considera que romperá el ciclo de la vida y es de mal agüero para aquellos a los que se celebra. La botija también se relaciona con los malos augurios, pues si a la mujer que la baila se le cayera, nunca sería fértil, le sería imposible desposarse o ser feliz.
Según la bisabuela de nuestro informante, en su familia la botija ha pasado de mano en mano por al menos durante cuatro generaciones. Se le tiene aprecio a la vasija por su carga o simbolismo histórico, e incluso cuando se encuentran tiestos en superficie —sean o no precolombinos— las personas hacen excavaciones para buscar botijas, por ser algo antiguo y estimado; el objeto debe estar marcado por el tiempo, no puede tener aspecto de nuevo. Asumen que es un legado de los antepasados, ornamentan la botija —que también se usa como recipiente para mezcal o aguardiente en los rituales — con listones y hojas de tabaco.
Cabe destacar que en varias comunidades de la Tierra Caliente balsense existen otras botijas que igualmente "se bailan", aunque no contamos con mayores detalles al respecto.
El contexto lúdico de la botija en el carnaval
La fiesta de carnaval en la región del alto Balsas tuvo su origen en la religión cristiana, que significa "quitar la carne" o "dejar de comer carne" tres días antes del Miércoles de Ceniza; debe celebrarse anualmente con grandiosas fiestas paganas y populares en fecha variable, tomando como referencia 40 días antes del Domingo de Ramos. De hecho, el carnaval es una fiesta anticipada de las fiestas de carnestolendas y a la celebración de la Semana Santa, y se corresponde con los días posteriores al solsticio de invierno y anteriores al equinoccio de primavera.[49]
Entre los pueblos mestizos, afrodescendientes o indígenas, esta fiesta sincrética —reminiscente de las divisiones anuales y por temporadas del tiempo en la época precolombina —[50] se interpreta y representa de distintas maneras. Incluso sus matices pagano-religiosos han dado identidades socioculturales propias a los grupos sociales mexicanos. Las fiestas consisten en mascaradas, comparsas, bailes y otros actos bulliciosos, que rompen con lo cotidiano al convertirse en escenarios donde las trasgresiones son comunes sin que se sancionen y, en esencia, es evidente la violencia simbólica de los rituales y su liminalidad.
En México, la fiesta del carnaval se celebra con matices culturales particulares. El carnaval de las grandes ciudades consiste en desfiles de carros alegóricos y bailarines con atuendos multicolores; en algunos pueblos pequeños rurales e indígenas se incorporan danzas tradicionales, como la de "Los chinelos" o la de "Los tejoneros". En otros, como en el Carnaval de San Agustín Oapan, en el alto Balsas, los nahuas celebran colectivamente con grandes fiestas en los sitios públicos y en las calles. En Xalitla, esta fiesta se realizaba colectivamente en la comisaría municipal del pueblo y en el corral de toros; constaba de seis escenas diferentes, pero complementarias de alguna manera. Aquí enumeramos algunas de esas partes, aunque no sean en orden consecutivo: 1) la subida de banderas (mascadas o pañuelos de diferentes colores) en lugares visibles, como la punta de los árboles o en la parte alta de una casa, por músicos (de flauta y tambor), ahuileros cantores y huehuetzquiztes o bufones con ropas raídas y pintarrajeadas; 2) la boda de Catarina y Catarino (muñecos de trapo y adornos multicolores, cargados por voluntarios), en la que simbólicamente se baila una botija, y cuyos protagonistas luego procrean un hijo (muñeco de trapo, plástico o hule),[51] 3) el "Baile del comisario y el niño recién nacido" (el muñeco o muñeca) al son de música de fandango; 4) la persecución a caballo y reata de los arribeños o forasteros por diferentes lugares de la comunidad quienes, una vez atrapados, son conducidos al corral de toros junto con Catarino para hacerlos montar los toros; 5) la bajada de banderas, por los mismos que intervinieron en su subida. En el caso documentado, los ahuileros cantaban canciones en náhuatl, llamadas mahuitic tlatohuaniye (canto de ahuileros), de las cuales existen varias versiones; hay dos grabaciones cantadas por los finados don Braulio Hernández y don Roberto de la Cruz[52] y un escrito titulado Auilkuikatl (canto del auijli), en versión mimeografiada de Gregorio Guerrero,[53] además de los registros de Gerardo Sámano.[54]
No obstante, la representación nupcial en la fiesta carnavalesca, la ceremonia era muy simple, sólo un chiquihuite con pan y la botija, sin dotes o ajuares. Según Hémond y Goloubinoff:
En el pueblo de Xalitla se hace la parodia de un matrimonio con dos muñecos. El momento culminante de esta mascarada se da cuando los novios "rechazados" hacen estallar cohetes para expresar su "descontento". Este ritual tiene una función de exutorio, pero también manifiesta un simbolismo de fertilidad, el de una nueva generación […] el carnaval es un periodo central durante el cual se juega una de las "primeras partidas" en la lucha por la prosperidad futura del pueblo.[55] Actualmente sólo en San Agustín Oapan se lleva a cabo una fiesta de carnaval tradicional, sin que en ella se represente la ceremonia nupcial ni salga a relucir algún tipo de botija o cántaro.
Consideraciones finales
Los elementos materiales de cualquier momento histórico pueden tener un valor simbólico, independientemente de sus cualidades intrínsecas, incluso estar asociados con la memoria de los antepasados, con huellas de un pasado pletórico de ritualidad vinculada con la cosmovisión. En algunos casos, los objetos materiales pueden cambiar de uso con ciertos elementos de valor que están insertos en nuevas situaciones y actitudes, cuyo significado es sustituido derivando importantes implicaciones sociales en contextos rituales.
En el caso de la reutilización o refuncionalización de las botijas, se observa la incorporación parcial de la cultura material europea en las colonias americanas, al retomarse estos objetos como contenedores, como relleno arquitectónico, o bien, al adoptar los colonos y sus descendientes las costumbres alimenticias mediterráneas como parte de su construcción identitaria y de su vínculo con sus orígenes.
Lo más relevante que observamos en la actualidad es que a través del ceremonial del Xochitlaihli del alto Balsas y otros ritos de paso balsenses, hay una combinación de elementos de origen prehispánico y europeo, en un marco sincrético donde objetos como las oliveras y las bebidas como el mezcal o el aguardiente sustituyen los usos precolombinos, lo que ha contribuido a consolidar y legitimar los mecanismos de cohesión, continuidad social y cultural de los grupos nahuas de esta región. Resalta el hecho de que a objetos como la botija que "se baila" se le otorguen cualidades de personalidad y acción como símbolo instrumental, pues "se danza con la vasija". Estos bailes y festividades rituales se asocian con la conformación de la communitas, ya que los individuos se mueven en círculo frente a los espectadores en estas acciones o escenificaciones performativas, en los que los círculos representan el ciclo de la vida y, paralelamente, se incorpora el mezcal en sustitución del pulque como "agua divina". Así, se hace referencia al pasado y a los ancestros que son copartícipes con los vivos en los rituales que desarrollan los vivos.
A lo largo del texto, vimos como la botija registrada en la comunidad de Xalitla y otras localidades balsenses no cambia su función primaria como contenedor de líquidos, además de que con el devenir temporal mantuvo su uso social como recipiente, en este caso vinculado con procesos rituales performativos.[56]
Podemos concluir que son pocos los pueblos del alto Balsas donde al igual que en Xalitla persiste la reutilización de botijas en ritos de paso, y aunque en San Juan Tetelcingo también se empleaba, desafortunadamente desde la década de los noventa del siglo XX ya no se ha vuelto a reutilizar en alguna boda tradicional o religiosa, si bien persiste en varias comunidades del Balsas medio, como Placeres del Oro, además de que en festividades nupciales mestizas se mantiene el uso de jarros, jarras de plástico o cerámica en el "Baile del jarro", ya en un entorno lúdico, donde se ha perdido el significado sacro de la botija como símbolo instrumental.
De esta manera, la botija ha servido como uno de los elementos culturales importantes de ceremonias tradicionales al dar un matiz particular, sobre todo en comunidades donde existe una preocupación por la pérdida de la lengua autóctona y de las costumbres que sustentan elementos identitarios, ya que el náhuatl se mantiene en procesos de bilingüismos en desventaja con el castellano, y la reutilización de objetos como las oliveras tienden a desaparecer en las festividades modernas.
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Citas
[1] Victor Turner, La selva de los símbolos, 1980, p. 35. Vale la pena aclarar que los símbolos dominantes son cierta clase de objetos eternos; se trata de puntos fijos tanto en la estructura cultural como en la social, de manera que — como refiere Turner — se trata de puntos de unión entre ambas estructuras. En palabras de Stanley J. Tambiah: "Un ritual es un sistema culturalmente construido de comunicación simbólica. Está conformado por secuencias ordenadas y con un patrón de palabras y actos, que a menudo se expresa en múltiples medios cuyo contenido y disposición se caracterizan en variados grados por su formalidad (convencionalidad), estereotipo (rigidez), condensación (fusión) y redundancia (repetición). La acción ritual en sus rasgos constitutivos es performativa en […] tres sentidos: […] donde decir algo también es hacerlo como un acto convencional; en un sentido muy diferente a una escenificación performativa que emplea diversos medios gracias a los cuales los participantes experimentan el evento intensamente; y […] por estar unida a los actores y ser inferida por ellos durante la ejecución performativa", Stanley J. Tambiah, "A Performative Approach to Ritual", Proceedings of the British Academy, núm. 65, 1979, p. 119. [2] Idem. [3] Victor Turner, op. cit., p. 101. [4] Por ejemplo, el "Baile del jarro", en San Vicente Palapa, Guerrero, con uso de jarra de plástico. Véase [5] Victor Turner, op. cit. [6] Marcello Carmagnani, Las islas de lujo. Productores exóticos, nuevos consumidores y cultura económica europea, 1650-1800, 2012; André Gunder Frank, La acumulación mundial, 1492-1789, 1979; Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, 1989; Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia, 1987. [7] John M. Goggin, The Spanish Olive Jar. An Introductory Study, 1960, p. 3. [8] Para más detalles sobre este tema, véase Flor Trejo Rivera (coord.), La flota de la Nueva España de 1630-1631. Vicisitudes y naufragios, 2003. [9] Clarence H. Haring, Comercio y navegación entre España y las Indias, 1984, p. 28. [10] George Avery, "Pots as Packaging: The Spanish Olive Jar and Andalusian Transatlantic Comercial Activity, 16th-18th Centuries", 1997. [11] Las ánforas tienen una larga tradición productiva, desde 1500 a. C. hasta 500 d. C., entre griegos y romanos; facilitaron el transporte de mercancías y coadyuvaron al fortalecimiento del comercio; Diana Twede, "Comercial Amphoras: The Earliest Consumer Packages?", Journal of Macromarketing, vol. 22, núm. 1, 2002, pp. 98-108. [12] José María Sánchez, "La cerámica exportada en el siglo XVI a través de la documentación del Archivo General de Indias (I)", Laboratorio de Arte, núm. 9, 1996, p. 139. [13] Patricia Fournier, Evidencias arqueológicas de la producción de cerámica en México, con base en los materiales del ex-convento de San Jerónimo, 1990, p. 228. [14] José María Sánchez, "La cerámica exportada…", op. cit. [15] Alberto P. Zunzunegui, "Recipientes cerámicos utilizados en el comercio de Indias", Boletín Americanista, núms. 19-27, 1965, pp. 23, 33. Cabe mencionar que en la actualidad, en la región de Albacete, España, se conocen cinco formas de botijas: botija de campo, botija de cocina, botijo de caño, botijo de nevera, botijo de pega y botijo de dos, tales, con algunas variantes en sus formas de acuerdo con su función, en comparación con la botija perulera, que es objeto de este estudio. Por otra parte, en la ciudad de Oviedo, España, en la década de 1980 continuaba viva la tradición de manufacturar antiguas piezas de botija o "botía" destinada a la colación de manteca de cerdo. Guadalupe González-Hontoria, El arte popular en el ciclo de la vida humana. 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Ortiz- Troncoso, "Un alcance al tema de la cerámica hispana en Patagonia austral", Journal de la Société des Américanistes, vol. 78, núm. 1, 1992, p. 77. [19] Verónica Velásquez S. H. y Patricia Fournier, "Cultura material, identidad y botijas en Nueva España", en P. Fournier y W. Wisheu (coords.), Enfoques en torno a la arqueología histórica de Mesoamérica. Homenaje a Thomas H. Charlton, 2015, pp. 150-153; Tony Pasinski y Patricia Fournier, "Ceramics: The Ibero-American Shipping Container", en Claire Smith (ed.), Encyclopedia of Global Archaeology, 2014, pp. 1344-1352. [20] Idem. [21] Paulina Machuca, "De porcelanas chinas y otros menesteres: cultura material de origen asiático en Colima, siglos XVI-XVII", Revista Relaciones, vol. 33, núm. 131, pp. 77-134. [22] En algunos ranchos que fueron establecidos a finales del siglo XIX después de la Guerra de Castas, las botijas o "jarras oliveras" aún se conservan y se reutilizan; Rani T. Alexander y Susan Kepecs, "El pueblo maya del siglo XIX: una introducción", en Susan Kepecs y Rani T. Alexander (coords.), El pueblo maya del siglo XIX: perspectivas arqueológica e históricas, 2014, pp. 11-34. [23] Jaime J. Awe y Christopher Helmke, "The Sword and the Oliver Jar: Material Evidence of Seventeenth Century Maya European Interaction in Central Belize ", Ethnohistory, vol. 62, núm. 2, 2015, pp. 334-340, 349, 352. [24] Guy Stresser-Péan, El sol-dios y Cristo. La cristianización de los indios de México vista desde la Sierra de Puebla, 2013. [25] Idem. [26] Idem. [27] Idem. [28] Comunicación personal de Alejandra Cruz Ortiz, técnica investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). [29] María de la Luz Maldonado Ramírez, "La Guelaguetza en la ciudad de Oaxaca: fiesta y tradición entre degradación simbólica y apropiación comunitaria", 2016, p. 208. [30] Cabe mencionar que en muchas regiones de España, los cántaros, jarras y ollas de novia son objetos de regalo que tradicionalmente han formado parte de la dote de la novia. En alfares de varias regiones españolas se hacían elementos típicos de ajuar, que podía estar formado por piezas muy diversas, como botijas, jarras y ollas, entre otras. María Luz Husillos García, "Mariano Moreno Sáez: el descubrimiento de un ceramista palentino", Revista de Folklore, núm. 370, 2012, pp. 4-16. [31] Éste es un ejemplo que Zunzunegui describe como "forma 2", por su silueta ovoide alargado, exento de pies y asas, que sirvió para transportar vino, vinagre, alcaparras o aceitunas, cuya medida comercial y oficial era de una arroba y cuarta, es decir, entre dos y tres litros. Alberto P. Zunzunegui, "Recipientes cerámicos utilizados …", op. cit. En este caso, es regular y su capacidad es de siete litros, igual que la botija perulera o "matada " que ilustramos en la figura 5. [32] Aline Hémond y Marina Goloubinoff, "El 'Via Crucis del agua'. Clima, calendario agrícola y religioso entre los nahuas de Guerrero", en Annamária Lammel, Marina Goloubinoff y Esther Katz (eds.), Aires y lluvias. Antropología del clima en México, 2008, pp. 133-169. [33] Idem; Javier Delgadillo Macías y Felipe Torres Torres, "La región nahua del medio Balsas. Testimonio de una investigación de campo", Revista Problemas del Desarrollo, núm. 69, 1987, pp. 133-137. [34] Paul Hersch-Martínez, Lilián González-Chévez y Andrés Fierro Álvarez, "Endogenous Knowledge and Practice Regarding the Environment in a Nahua Community in Mexico", Agriculture and Human Values, núm. 21, 2004, pp. 132-133. [35] Françoise Neff, El rayo y el arcoiris: la fiesta indígena en La Montaña de Guerrero y el oeste de Oaxaca, 1994, p. 5. [36] Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios desta Nueva España, 1988, p. 46. [37] Victor Turner, El proceso ritual. Estructura y antiestructura, 1988, p. 102. [38] Ibidem, p. 103. [39] Jonathan D. Amith, "'Tan ancha como tu abuela': adivinanzas en náhuatl del Guerrero central", Tlalocan, Revista de Fuentes para el Conocimiento de las Culturas Indígenas de México, vol. XIII, 1997, p. 142. [40] Agradecemos al maestro en arqueología Alan Alfonso Ávila Ortiz, por compartir información acerca de las ceremonias que realizan su familia y otras personas de comunidades de la cuenca del río Balsas. [41] Patricia Fournier, "De China a la Nueva España: la comercialización y consumo de la porcelana Ming tardía en el registro arqueológico y documental", en Ma. de Lourdes López Camacho (coord.), Las contribuciones arqueológicas en la formación de la historia colonial. Memoria del Primer Coloquio de Arqueología Histórica, 2014, pp. 557-576. [42] De este lugar se obtuvo una referencia oral aislada sobre la reutilización de la botija en una ceremonia nupcial, como más adelante señalamos. [43] La ceremonia nupcial tradicional de Ahuehuepan se conoce con el nombre de Xochitl (flor), aun cuando en dicha ceremonia no se emplea botija alguna. Cleofas Ramírez Celestino y José Antonio Flores Farfán, Huehuetlatolli náhuatl de Ahuehuepan. La palabra de los sabios indígenas hoy, 2008. [44] Eustaquio Celestino Solís, "Xochitlaihli: brindis por la flor", en Marcos Matías Alonso (comp.), Rituales agrícolas y otras costumbres guerrerenses (siglos XVI-XX), 1994. [45] Cabe mencionar que a pesar de que la botija llegó y se adaptó en pueblos indígenas de habla náhuatl como Xalitla, San Juan Tetelcingo y Placeres del Oro, el nombre en castellano se mantuvo a lo largo del tiempo, aunque objetos semejantes pero de tradición precolombina sí tienen designaciones. Por ejemplo, fray Alonso de Molina, en su vocabulario registra que tzotzocohli o tzotzocohle se traduce como "cántaro grande de barro", y por su parte Rémi Siméon, en su Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana (1981) en fechas posteriores lo tradujo como "vasija, olla de barro"; sinembargo Molina, en el apartado de castellano-náhuatl, no incluyó la palabra botija, sino la traducción de cántaro, especificando que cántaro grande es tzotzocolli y vey tzotzocolli, mientras que cántaro pequeño, apilolli. Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana y mexicana y castellana, 2001, p. 24r. [46] En San Juan Tetelcingo se dice que la botija en la ceremonia nupcial dejó de ocuparse aproximadamente desde 2003; cabe señalar que no logramos documentar el nombre de su propietario. En Xalitla, el dueño de la única botija ceremonial fue el finado don Fidel González y a la fecha se encuentra apropiada por una habitante de la comunidad. El mezcal que más consumen los pobladores nahuas del alto Balsas se fabrica en las comunidades vecinas: Tlanicpatlan-Axaxacualco y Chichihualco, Guerrero. De acuerdo con un informante habitante de Xalitla, la tapa o tapadera de la botija se compone de una "cabeza" de calabaza envuelta con totomoxtle, y posiblemente inserta dentro de una bolsa de plástico para sellar progresivamente el contenedor del mezcal. [47] Eustaquio Celestino Solís, "Xochitlaihli: brindis. …", op. cit., p. 177. [48] Comunicación personal del maestro en arqueología Alan Alfonso Ávila Ortiz (2016). [49] Juan Carlos Catalán Blanco, "Las fiestas de Carnestolendas y la celebración de la Semana Santa en la época colonial", en La Semana Santa entre indígenas, mestizos y afromestizos de Guerrero, 1992. [50] Danièle Dehouve, "La última fiesta de carnaval en Xalpatláhuac", en Jaime García Leyva y Mario Martínez Rescalvo (coords.), Cultura y sociedad del municipio de Xalpatláhuac, 2008, pp. 103-125. [51] Las cursivas son para resaltar la aparición de la botija dentro de la ceremonia. [52] José Raúl Hellmer, In Xochitl in Cuicatl, Cantos de tradición náhuatl de Morelos y Guerrero (folleto complemento del disco), 1962, p. 8. [53] Gregorio Guerrero Díaz, Auilkuikatl "Canto del Auijli", versión mimeografiada, 1998, pp. 1-18. [54] Gerardo Sámano Díaz, "Los cantos de los ahuileros: canciones en náhuatl en el pueblo de Acapetlahuaya", en Pascuaza Rosales Fierros (ed.), Los pueblos viejos del norte de Guerrero: historia y tradición, 1994, pp. 28-40. [55] Aline Hémond y Marina Goloubinoff, "El 'Via Crucis …", op. cit. [56] Es importante señalar que uno de los autores de este texto ha adquirido un ejemplar con la finalidad de entregarlo a la comunidad para reactivar nuevamente su uso.