Rosa María Meyer Cosío, Empresarios, crédito y especulación en el México Independiente (1821-1872), México, Secretaría de Cultura-INAH, 2016, 490 pp.

Dimensión Antropológica
Versión impresa ISSN 1405-776X
Año 25, vol.74, México, septiembre-agosto, 2018, pp. 222-225.



Rosa María Meyer Cosío, Empresarios, crédito y especulación en el México Independiente (1821-1872), México, Secretaría de Cultura-INAH, 2016, 490 pp.

Eduardo Flores Clair
Dirección de Estudios Históricos, INAH.


Una pregunta difícil de resolver y que propicia una polémica casi inacabable es, sin duda: ¿cuál ha sido el papel de los empresarios en el desarrollo histórico de México? No obstante, Rosa María Meyer Cosío nos ofrece un exhaustivo estudio de cuatro firmas empresariales que tuvieron una enorme relevancia en el México independiente. Toma como base los documentos conservados en los protocolos notariales, las noticias difundidas en la prensa y la —escasa— correspondencia particular para reconstruir y analizar con detalle las prácticas económicas, los modelos de acumulación de capital, las oportunidades de especulación, las estrategias de inversión, los comportamientos empresariales, entre otros problemas.

El periodo elegido para el estudio resulta de gran relevancia: 1821-1872; a lo largo del libro se demuestra que durante esas décadas pervivió la herencia colonial y las distintas tentativas en la conformación de un nuevo país independiente. Se trataba de imitar las fórmulas que les rindieron mejores resultados a los españoles y, de manera paralela, construir un sinnúmero de innovaciones en las prácticas económicas. Era un tiempo que exigía mayores desafíos, los protagonistas se encontraban inmersos en un vaivén de inestabilidad en general, padecían la falta de decisiones duraderas, un ambiente que, de un momento a otro, hacía alterar los principales indicadores económicos.

En cierto modo, Empresarios, crédito y especulación… es la continuación del texto Formación y desarrollo de la burguesía en México: siglo XIX, producto de un seminario del Departamento de Investigaciones Históricas del INAH y de un encuentro académico llevado a cabo en el castillo de Chapultepec a mediados de noviembre de 1976. Aquél era una obra conformada por siete monografías consagradas a la historia de los ricos empresarios y un texto dedicado al comercio e industria textil en Nuevo León. Dicho libro logró una enorme notoriedad entre los interesados; por varias décadas se convirtió en lectura obligada de los estudiantes de la historia decimonónica, abrió nuevas líneas de investigación y con el tiempo fue referente para una gran cantidad de libros dedicados a las elites latinoamericanas. Se comprobó con creces que cada comarca tenía sus propios burgueses.

En la "Introducción" a Formación y desarrollo de la burguesía…, Ciro Cardoso señaló de manera atinada que "la vida económica mexicana durante la primera mitad del siglo XIX, tal como se desprende de la lectura de estos trabajos, parece típica de una economía de marasmo, cuyo pulso late lentamente, aun cuando las oportunidades de ganancias cuantiosas surgieran con alguna frecuencia". Por ello, rastrear la acumulación de la riqueza de cuatro firmas empresariales en medio del "marasmo" no fue una tarea fácil. Sobre todo porque el libro va mucho más allá de las pinturas de los Agüero González, Béistegui, Iturbe, Mackintosh y socios.

Por su parte, la introducción de Empresarios, crédito y especulación… es un notable ensayo en el que Meyer Cosío entrelaza los principales problemas históricos que se desprendieron del acucioso análisis sobre cada uno de los personajes, quienes desfilaron ante los notarios para realizar una inmensa cantidad de negocios. Y nos adelanta que "los empresarios más exitosos fueron los que supieron guardar un mayor equilibrio en sus inversiones al diversificar sus actividades en varias ramas de la economía". Según el dicho: "Nunca conviene poner todos los huevos en la misma canasta". Es una máxima económica, o slogan de banco, que sigue vigente y aconseja diversificar las inversiones con el fin de reducir el riesgo y obtener mayores rendimientos.

La autora hace énfasis en que la manera como se organizaron los empresarios fue muy diversa, desde la empresa familiar que tenía como núcleo central al padre y desplegaba todo tipo de redes con los descendientes y parientes inmediatos, así como por la formación de compañías con uno o varios socios, sociedades de corto o gran aliento, hasta llegar al burgués que prefería mantenerse en solitario. El origen de la riqueza se localizaba en las actividades comerciales, tanto de productos locales como de mercancías procedentes de mercados internacionales. Y, a partir de esa base de acumulación, tanteaban todas las combinaciones posibles en diversas ramas productivas: comerciante, financiero, prestamista, hacendado, minero, textilero, transportista, casa teniente o cualquier oportunidad que dejara buenas utilidades. La obra demuestra que la lealtad entre los hombres de negocios era efímera: aparentaban actuar en grupo, pero se unían o separaban según sus "intereses económicos, relaciones sociales, familiares e, incluso, políticas".

A lo largo del libro aparecen los negocios más redituables de aquella época; la industria minera —al igual que en la época colonial— proporcionó ganancias exorbitantes con las bonanzas de las minas de El Rosario, en Pachuca, y la de la Luz, en Guanajuato. Cabe resaltar que se examinan diversos casos donde se demuestra de manera definitiva que la fuente más redituable fue la especulación financiera con el gobierno. A altos riesgos correspondían inmensos dividendos. La inestabilidad política se tradujo financieramente como la bancarrota crónica y la imperiosa necesidad de recursos que demandaba el gobierno, los cuales se obtenían sin importar los descomunales precios del dinero. Los prestamistas acudían al llamado de los gobiernos, proporcionaban los caudales en condiciones muy onerosas, apropiándose de los bienes estatales, envolviendo los créditos con papeles de deudas anteriores e imponiendo tasas de interés fabulosas o, como escribió Meyer Cosío, "los prestamistas aprovecharon la ocasión para imponer condiciones verdaderamente usurarias a sus contratos".

¿Para qué acumularon tanta riqueza los empresarios decimonónicos? Cada una de estas firmas empresariales contestaría de manera distinta, pero por el libro sabemos que las cuantiosas fortunas respondieron a estrategias empresariales de diversa índole. En general, innovaron procesos productivos, conquistaron mercados desconocidos, ofrecieron nuevos productos, renovaron los caminos y el transporte, nos heredaron una deuda monumental, propiciaron un cambio social e internacionalizaron sus inversiones en Europa y en Estados Unidos. Al respecto, escribió la doctora Meyer, "resulta importante destacar que esa enorme cantidad de recursos obtenidos en México fueron utilizados para financiar el desarrollo de actividades económicas fuera de nuestro país". En especial, se refería a las inversiones de la familia Béistegui en ferrocarriles de Francia, en una compañía de gas, en bonos de la deuda española y acciones de bancos en Bilbao, Sevilla y otros negocios.

Es posible que uno de los descendientes de la familia Béistegui, Carlos, haya comprendido el sentido de acumular una fortuna con el fin de exhibir su inmenso poderío al mundo. El 3 de septiembre de 1951, después de que las ganancias mexicanas habían rendido altos beneficios en los negocios europeos, decidió organizar "la fiesta del siglo", que hasta hoy continúa siendo inolvidable y es conocida como "Le Bal oriental"; quizá la primera fiesta globalizada. Para llevarla a cabo, invitó a la alta sociedad internacional a Venecia y los recibió en el Palazzo Labia, que había adquirido y mandado restaurar con la mayor exquisitez estética. Al baile de disfraces asistieron "príncipes, millonarios y socialités del mundo entero"; en el ambiente había un derroche de glamur y elegancia. Las invitaciones se enviaron con seis meses de anticipación, fueron contratados los más prestigiados diseñadores para confeccionar los vestidos y las joyas de aquella noche. Una procesión de Rolls-Royce atravesó las estrechas calles compitiendo con los gondoleros. Carlos Béistegui era el centro del espectáculo; ataviado con galas delicadas aparentaba ser el rey. Recibía a sus invitados al pie de una espectacular escalinata, emperifollado con una enorme peluca rizada y unos borceguís de plataforma que lo elevaban por encima de los comensales. Rodeado de madame Mallard, Paul-Louis Weiller, lady Diana Cooper, el barón de Cabrol, Arturo López-Willshaw, el barón Alexis de Redé, Gene Tierney, la princesa Caetani, Salvador y Gala Dalí, Orson Welles, entre otros. El cronista advierte que "es probable que fuera la noche más importante de su vida". Y podemos agregar, fueron las horas en que se convirtió en rey.

La suerte de los Béistegui no fue compartida por todos, en Empresarios, crédito y especulación… se estudia también el caso de Ewen C. Mackintosh, quien después de encumbrarse por varias décadas y manejar sumas de dinero millonarias, perdió el control de los negocios; los continuos descalabros, el escándalo y el descrédito propiciaron su ruina. Como señala Meyer, "en unos cuantos días se consumó la venta o la adjudicación de la mayoría de sus propiedades". De la noche a la mañana la riqueza se esfumó, hasta el grado de que el día en que murió, en 1861, el periódico El Monitor sólo lo recordó con tres líneas: "Mr. Mackintosh, el banquero célebre por su quiebra y por los sentimientos de honor que manifestó, con motivo de aquella desgracia, ha fallecido últimamente. Su entierro fue pobre. Ni un coche le acompañó".