Memoria y psicología

Dimensión Antropológica
Año 27, vol. 80, México,
septiembre-diciembre, 2020, pp. 117-140.
ISSN 1405-776X

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Artículo

Memoria y psicología

Alfredo Guerrero Tapia
Facultad de Psicología-
Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.


Resumen

En este trabajo se expone la forma como la psicología enfoca la memoria, particularmente la memoria social y algunos de sus conceptos y hallazgos. Se hace una nota metodológica aclaratoria ya que dicha disciplina es un corpus de conocimientos muy amplio, diverso y contradictorio, con infinidad de teorías y métodos, lo cual se refleja en el estudio de la memoria. En el texto se habla de la memoria desde la perspectiva de la psicología social y de la memoria colectiva, más que de los modelos de la memoria individual productos de la psicología experimental. Se enfatiza la necesidad de aproximarse a través de enfoques transdisciplinarios y de complejidad. Así, se examinan las dimensiones de la memoria colectiva en relación con la temporalidad, la historia, y el conocimiento, problematizando y mostrando algunas ejemplificaciones. Finalmente, a partir del reconocimiento de que las perspectivas psicológicas sobre la memoria se circunscriben a ciertos ámbitos y dimensiones de los seres humanos en su individualidad y grupalidad, en la vida cotidiana, dando lugar a visiones fragmentadas, se hace una incursión a lo que significa la complejidad de la memoria. Se revisan los planteamientos de Rupert Sheldrake (1981, 1988) sobre la hipótesis de la causación formativa, con la cual propone que la memoria es inherente a la naturaleza, con lo cual abre nuevos horizontes de investigación que prometen ser integrativos de conocimientos antropológicos, biológicos y psicológicos.
Palabras clave: psicología, memoria colectiva, campo mórfico.


Abstract

In this work, the way in which psychology focuses on memory, particularly social memory, is presented, along with some related concepts and findings. A methodological clarification is made, because psychology itself is a wide, diverse, and oftentimes contradictory corpus of knowledge, containing a multitude of theories and methods; this is reflected in its study of memory. This paper delves into memory from a perspective of social psychology and collective memory, more so than from that of individual memory models from experimental psychology. The need for an approach from a perspective of transdisciplinarity and complexity is stressed. Thus, the dimensions of collective memory are examined in relation to temporality, history, and knowledge, problematizing the issue and providing some examples. Finally, we foray into what the complexity of what memory means through the recognition that, psychological perspectives on memory are circumscribed to certain fields and dimensions of human beings in their individuality and their grouping within day-to-day life, providing a fragmented vision. Hence, the proposals by Rupert Sheldrake (1981, 1988) on the Hypothesis of Formative Causation are reviewed. In these, he poses that memory is inherent to nature, which expands new horizons for research that have the potential to integrate anthropological, biological, and psychological knowledge.
Keywords: psychology, collective memory, morphogenetic field.


Nota metodológica introductoria

En la actualidad, la psicología es un corpus de conocimientos muy amplio, diverso y contradictorio, con infinidad de teorías, métodos e incluso incipientes tecnologías. En muchos casos, las fronteras disciplinarias son borrosas frente a distintas disciplinas sociales, humanistas, y hacia aquéllas de las ciencias médicas y las neurociencias. Los intentos teóricos por encontrar o construir un campo unificado han sido infructuosos hasta ahora.

Dentro de este corpus no incluimos al psicoanálisis pues, justo como Sigmund Freud lo estableció, no se trataba de una teoría psicológica más, sino que era una nueva ciencia. La definición la dio Freud de cara al pensar psicológico de esa época, finales del siglo XIX y principios del XX. Sostenemos que la diferenciación continúa siendo adecuada, no obstante los diversos desarrollos que ha tenido el psicoanálisis en distintos países de Occidente desde la muerte de su fundador. No contemplar al psicoanálisis dentro del corpus psicológico de ninguna manera impide que no sea considerado en sus aproximaciones que ha tenido a fenómenos como el de la memoria,[1] sobre todo su presencia en las dimensiones inconscientes y conscientes del individuo. En este trabajo no nos detendremos a explorar los conocimientos que ha generado el psicoanálisis en este sentido; sin embargo, haremos alusión a algunas de las categorías con las que trabaja la memoria individual y su extensión en la memoria social, así como a algunos planteamientos de los pensadores psicoanalistas sobre la memoria colectiva.

El corpus de conocimiento psicológico se ha construido a partir de los desarrollos y aportaciones de diversas tradiciones de pensamiento, en las que sobresalen las provenientes de la Europa central, la tradición soviética (rusa), la tradición norteamericana y la tradición latinoamericana. Desde luego que en cada región del mundo se encuentran comunidades de psicólogos que reproducen hoy día distintas tradiciones de pensamiento psicológico. Las historias de la psicología han privilegiado hasta hoy el criterio de “escuelas”, “corrientes” o “sistemas” para agrupar el pensamiento psicológico, más que considerar las tradiciones y sus sustratos geo-culturales, así como las trayectorias antropológicas de las distintas civilizaciones.[2] Lo anterior nos permite alcanzar una mejor comprensión de las particularidades que vamos a encontrar en el tratamiento de la memoria y de la memoria colectiva.

Existe una herencia que vamos a observar que se manifiesta con mayor o menor profundidad y con más o menos nitidez en todas estas formas de pensamiento psicológico: por una parte, la disociación o contradicción entre individuo y sociedad; por otra, la fragmentación, a veces excesiva, del fenómeno psicológico en el ser humano, en el individuo o en la sociedad. Al individuo se le ha fragmentado en lo que han denominado “procesos psicológicos básicos”, en los que se identifican aspectos fenoménicos como el pensamiento, la imaginación, el lenguaje, la percepción, la emoción, la memoria, la motivación, la conciencia, los afectos, etc. O se le ha reducido al cerebro y a su funcionamiento, negando al sujeto. Algo parecido ha sucedido con la psicología de la sociedad: se le ha fragmentado y disociado en “procesos psicosociales” como la interacción, las actitudes, los estereotipos, las representaciones, las afectividades, las creencias, las opiniones, la influencia social, la memoria colectiva, el pensamiento social, las identidades, y otros más. Por su parte, la contradicción individuo-sociedad prevalece como una herencia insuperable, irrefutable. La discusión sigue viva dentro del corpus psicológico en las diversas tradiciones. Y es que este corpus de conocimientos psicológico del que hablamos es predominantemente una psicología individual, es decir, una psicología del individuo basada sobre todo en la experimentación y en la pretendida medición de las facultades del ser humano. Para la psicología moderna, ni la historia ni el horizonte antropológico del individuo tienen relevancia para el estudio de los procesos de la memoria individual. Sin embargo, para algunos enfoques de la psicología social y de la psicología colectiva, la memoria es memoria colectiva, y es en ellos desde donde abordaremos la presente exposición.

Hasta aquí hemos delineado tres aspectos del corpus de conocimiento psicológico que consideramos fundamentales para clarificar el lugar desde donde vamos hablar con respecto a la relación entre memoria colectiva y psicología, y las razones que nos llevan a postular la necesidad de examinar la memoria colectiva desde perspectivas transdisciplinarias y de complejidad, no sin antes mostrar las ideas básicas en una amplia literatura de lo que la psicología individual ha identificado como fenómeno y proceso de la memoria, el cual es importante conocer para comprender las influencias que este tipo de aproximación ha tenido en el estudio de la memoria colectiva desde el ángulo de la psicosociología.

El modelo básico de la memoria individual

Apuntamos el hecho que el estudio psicológico de la memoria ha tenido su principal desarrollo teórico y empírico en el campo de la cognición humana, que más tarde se le ha denominado ciencias cognitivas. El estudio de la memoria ha sido principalmente de tipo funcional, y se han desarrollado distintos modelos explicativos de su funcionamiento.[3] En estos modelos se identifican unidades mínimas de información denominadas bites. Y es en las estructuras cerebrales donde tienen lugar todos estos procesos.

Como sucedió con diversas áreas de investigación sobre los “fenómenos psicológicos”, la investigación acerca de la memoria recibió un enorme impulso durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, aunque los antecedentes de su estudio experimental de la memoria se extienden hasta finales del siglo XIX con la Escuela de la Gestalt, el Área de Broca y el neo-asociacionismo proveniente del empirismo anglosajón y de la escuela conocida como Psicología de la Forma. Ya en el siglo XX se entendía a la memoria como el conjunto de procesos por los cuales las experiencias que tenemos cambian nuestra conducta. Por tanto, la memoria, el aprendizaje y el olvido son procesos que están íntimamente ligados. Lo que aprendemos es retenido en nuestro cerebro y constituye lo que denominamos memoria. La memoria, entonces, es el conocimiento almacenado en nuestro cerebro que podemos adquirir, consolidar y recuperar u olvidar.[4]

Los distintos enfoques de la memoria reconocen tres fenómenos procesuales básicos: la codificación, el almacenamiento y la recuperación de la información. Los procesos de adquisición son los encargados de que la información ingrese o entre; la atención, la percepción y los fenómenos conocidos como de “registro” intervienen en ello. En el almacenamiento, los procesos que participan son los de codificación, que comprenden sistemas de representación y las formas como se organiza la información. Por su parte, los procesos de recuperación consideran los mecanismos, las condiciones y posibilidades que se tienen para utilizar la información que se ha adquirido, registrado y retenido; por tanto, incluyen las posibilidades de acceso y la disponibilidad de la información y los problemas que surgen en la decodificación y el reconocimiento.

Básicamente, los estudios de memoria se concentraron en examinar dos tipos: la memoria visual o icónica y la memoria auditiva o ecoica. Desde las primeras formulaciones teóricas de la memoria se distinguieron tres tipos: la memoria sensorial, la memoria de corto plazo y la memoria de largo plazo. La primera se refiere al mecanismo por el cual registramos información que proviene de los sentidos y la podemos almacenar durante un lapso breve de tiempo, que va entre los 100 y 500 milisegundos, suficiente para operar el proceso de codificación y de almacenamiento en la memoria a corto plazo. Ésta, a su vez, puede codificar e interpretar la información que registran los sentidos. El almacenamiento de la información en la memoria a corto plazo ocurre durante breves periodos de tiempo, entre 15 a 20 segundos, y de limitadas cantidades de información. Por su parte, la memoria a largo plazo almacena cualquier tipo de información (experiencias, aprendizajes, conocimientos, valores, habilidades, etc.) y parte del procesamiento que hace de la memoria a corto plazo.

Infinidad de estudios experimentales se realizaron en toda la segunda mitad del siglo pasado como parte de las teorías de la cognición humana y del aprendizaje, así como en el campo de las neurociencias.[5] La búsqueda de estructuras y de funcionamiento, así como de principios, y quizá de leyes que regularan los procesos de la memoria, fueron las pretensiones que se mantuvieron durante varias décadas hasta que devino la era de la digitalización. La lógica digital y la creación de los primeros dispositivos electrónicos de almacenamiento y de procesamiento de información revolucionaron las teorías psicológicas sobre la memoria. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que la teorización psicológica sobre la memoria se subordinó a las lógicas de los circuitos electrónicos digitales. Aparecieron las teorías computacionales de la mente,[6] y se crearon numerosas analogías entre el funcionamiento de la memoria y el funcionamiento de las computadoras.

En la actualidad es vasta y prolífica la investigación experimental sobre los parámetros y las funciones de la memoria individual por medio de modelos cibernéticos y computacionales. La analogía y paralelismo con los nuevos dispositivos, sin embargo, continúan manteniendo los mismos problemas de interés de hace décadas, como son las capacidades de almacenamiento, la velocidad para el recuerdo, la codificación y decodificación, etc., y desde luego, los parámetros del olvido. El reduccionismo, más que paralelismo, se reduce en muchos modelos del cerebro humano a un complejo hardware, y las funciones cerebrales del aprendizaje, el recuerdo y el olvido a variados software, que siguen dejando de lado en gran medida la rica potencialidad y complejidad del psiquismo humano. No obstante, es también notorio el impacto de estos modelos en algunas aproximaciones de la psicología de la memoria colectiva. Para Candau,[7] los importantes aportes de la psicología al estudio de la memoria que tuvieron lugar en los orígenes de esta disciplina, con la psicología contemporánea se inclinan “más a una ‘Psicobiología’”, cuya problemática y conceptos tienden a alinearse a la neurobiología. Es difícil saber si esta evolución es necesaria o si representa un cierto abandono de la especificidad de una disciplina que correría el riesgo de diluirse en el vasto campo de las neurociencias”.[8]

La memoria colectiva desde la psicosociología

En otra tradición de la psicología, de una psicología no individual sino social, y específicamente en el enfoque de la psicosociología, el estudio de la memoria social o memoria colectiva ha interesado desde hace relativamente poco tiempo, aunque tiene antecedentes que se remontan al siglo XIX. Desde luego, estas aproximaciones destacan el fenómeno de la memoria colectiva en el pensamiento social, el cual, a su vez, lo insertan en los parámetros de la cultura.[9]

En un libro de aparición relativamente reciente, el primero publicado en México de autoría de psicólogos, titulado Memoria colectiva. Procesos psicosociales,[10] se expone de manera puntual las diferencias con los modelos psicológicos individualistas y experimentales de la memoria, y coloca en el terreno del pensamiento social y de la cultura a este fenómeno colectivo. En esa obra se analizan las relaciones que establece la memoria colectiva con los procesos de identidad, del pensamiento social, de las representaciones sociales, de las afectividades y de las emociones, así como también de los estereotipos. Los autores toman como referencia básica los trabajos de Maurice Halbwachs, quien no fue un psicólogo social pero que ha influido mucho entre los psicólogos sociales que se interesan por el fenómeno de la memoria colectiva. No obstante, los autores no disponen de una visión unitaria, y muestran diversas miradas en relación con los conceptos memoria y memoria colectiva. ¿Cuáles son las particularidades de estos enfoques psicosociológicos en el estudio de la memoria colectiva que los distingue de aquellos modelos de la psicología individual, biologicistas y positivistas, y de la psicología cognitiva? Sostienen que la memoria no se encuentra alojada en la cabeza y tampoco es la resultante de la actividad neuronal; más bien, la memoria se construye a expensas de la interacción social, como un proceso social dentro del devenir histórico; es parte consustancial del pensamiento social; es un proceso y producto de éste, en el que se destaca que la memoria colectiva es una memoria afectiva: es una condición del vínculo social. El pensamiento de la sociedad se construye con la búsqueda de soluciones a los problemas del presente; emana de la disputa, se activa a partir de la confrontación; así también, la memoria colectiva es una forma que sirve para orientar la vida cotidiana del ciudadano. El pasado, desde este enfoque psicosociológico se reconstruye desde el presente, pero es un pasado que es significativo y un proceso que genera sentido. El tema del olvido es también un elemento consustancial de la memoria colectiva. La obra, así, constituye un campo problemático en el que se exploran diversos procesos y se exponen distintos planteamientos intentando reconocer en la memoria las dimensionalidades psicológicas de lo social y de lo colectivo. Lo que sí queda perfectamente claro es que hablar de la memoria colectiva es hablar de la sociedad, del pensamiento social, de los ciudadanos, de la cultura, de la historia, y no del cerebro, de los circuitos neuronales o de los procesos cognitivos del individuo.

Una aproximación en la psicología social que ha sido fructífera en la investigación sobre la memoria ha sido la de las representaciones sociales, cuya mirada a la memoria colectiva ha producido en las últimas tres décadas un conjunto de estudios empíricos y teóricos.[11]

Vamos ahora a examinar por qué la psicosociología difiere de los modelos psicológicos sobre la memoria que han sido preeminentes en la investigación y en la explicación en la psicología individual y la psicología social, que se nutre de los modelos de la psicología individual, y por qué necesitamos diferenciar entre varias clases de memoria.

Concepción y manejo de la temporalidad

Nos dice Jodelet[12] que la memoria, como las monedas, tiene un anverso y un reverso, pero que en el caso de la memoria, estas dos caras son indisociables, paradójicas y adquieren formas múltiples como el recuerdo/olvido, vida/muerte, intensidad del recuerdo/fosilización de los restos, las cuales dependiendo del desarrollo y del contenido de la memoria pueden potenciarse. Algunos modelos privilegian el estudio de algunas de estas dos caras. Por ejemplo, se pueden concebir tres modos sobre el manejo de las temporalidades, tres formas sobre cómo se han tratado el pasado y el presente: la primera va del presente al pasado; la segunda va del pasado hacia el presente, y la tercera es una perspectiva sobre los choques entre pasado y presente. Quienes ponen énfasis en el manejo de la primera tratan de encontrar las condiciones bajo las cuales los individuos o los grupos recuerdan; en la segunda forma en que se trabaja la temporalidad interesa ver cómo el pasado regresa al presente y aparece como olvido, o se vuelve actual y se proyecta como reminiscencia, como huella o remanencia;[13] en la perspectiva del choque entre pasado y presente, el interés reside en los conflictos que emergen al convertirse el pasado en un obstáculo para el progreso y las novedades del presente: los riesgos que acarrea tanto para el presente como para el futuro, el olvido o el ocultamiento del pasado, “de lo que son testigos ciertos acontecimientos de la actualidad que tienen valor conmemorativo y simbólico”,[14] como es el caso que estudió Jodelet sobre el “carnicero de Lyon, Barbie”, al que nos referiremos más adelante.

El manejo o tratamiento de la temporalidad abre distintas perspectivas en el estudio de la memoria, y tiene especial importancia en la construcción social de la memoria,[15] o en las dimensiones antropológicas de la “construcción de las culturas”, (en donde)

[…] los procesos de producción de lo cotidiano establecen un doble vínculo entre el vivir el presente y recordarlo de forma recursiva, formas que adquieren sentido al considerar, en un primero momento, como el elemento sustancial de la vida que argumenta en su devenir el movimiento desordenado del quehacer diario en la eventualidad de la multiplicidad de los hechos; lo que significa en el transcurrir que el registro se vuelve el instante de plasmar en la memoria el evento, o dejar en el vacío lo sucedido.[16]

No podemos reconocer a la memoria abstraída del tiempo, y no podemos sino mirar al tiempo en su relatividad física y su relatividad psicológica. La construcción social, colectiva, de masas, de la memoria, está atravesada por la fenoménica del inconsciente, cuya lógica no es la lógica de la racionalidad. Las significativas aportaciones del psicoanálisis muestran esta psicodinámica.[17] Al respecto, nos dice Jodelet[18] que “aunque la dimensión social no sea tomada en cuenta explícitamente en psicología, ella vuelve como lo reprimido en los modelos construidos para comprender el conocimiento y la memoria.

La dimensión social regresa a través del lenguaje que es, precisamente, uno de los medios que asegura la vida y la unidad del pensamiento y la memoria”. Por extensión, podemos decir, entonces, que el lenguaje del inconsciente es el lenguaje de la memoria.

La relación de la psicología y la memoria con la historia

Aquí quisiera resaltar el punto de vista de la psicosociología en su debate con la historia. El tema del holocausto, que ha generado una muy amplia literatura en diversas disciplinas sociales y humanistas, es un tema que sigue vivo aún y que a más de medio siglo de distancia continúa manifestándose en memorias de diversa índole, varias de las cuales se enfrentan entre sí, chocan, lo que nos muestra que la memoria ni es única ni es “neutral” en relación con el suceso, depende de la implicación y el lugar (social, político, psicológico, etc.) desde el cual se reconstruya esa memoria y de quién lo haga. Es ilustrativo el estudio que hiciera Jodelet[19] sobre los fuertes debates que se originaron en Francia a raíz del proceso y juicio que llevaron a cabo las autoridades sobre Klaus Barbie, un teniente del Servicio Secreto, jefe de la Gestapo en Lyon, que entre 1942 y 1944 tuvo a su cargo la represión antijudía y la lucha contra los crímenes y delitos de los “enemigos del Reich”, y que por la crueldad de los métodos que utilizaba le apodaron el Carnicero de Lyon.[20] Jodelet analiza —de acuerdo con los distintos participantes en los debates del proceso (víctimas directas o parientes, y testigos “de interés público”)— tres aspectos: el conflicto entre historia y memoria, las metas educativas del juicio y sus puestas en prácticas, y el aspecto ético de la defensa del recuerdo. Sobre el primero concluye que:

[…] mientras que la memoria colectiva es plural, la historia se dice universal. Mientras que las memorias colectivas son un centro de tradición, la historia muestra un cuadro de los acontecimientos, en el cual los marcos son exteriores a la vida de los grupos, y establecen una ruptura entre aquellos que leen o aprenden esta historia. Más aún, en el nombre de la ciencia y de la validez de sus metodologías, la Historia puede infundir la duda sobre los hechos pasados y formular interpretaciones alternativas.[21]

Sobre las metas educativas, este caso mostró que:

[…] la contradicción entre deber de memoria y dolor de testimonio fue ampliamente sobrepasado, al dejar el lugar al lenguaje de la emoción, de alguna manera deliberadamente, porque uno de los propósitos del proceso era hablar a la afectividad, para favorecer la sensibilización al mensaje que debería ser transmitido y su interiorización por aquellos que no habían vivido el periodo del drama o no habían compartido los horrores. Y esto fue hecho siguiendo los procedimientos que, conscientemente o no, se apoyan en la psicología de masas.[22]

Las conclusiones y el razonamiento de Jodelet revisten gran importancia en la dinámica de la memoria, en cuanto a su aspecto educativo:

El mensaje tenía un aspecto cognitivo y legal: establecer jurídicamente e imponer a la conciencia colectiva una definición correcta y general de crimen contra la humanidad, hecho que no había sido posible en los dos grandes procesos anteriores: el de Núremberg y el de Eichmann. Por primera vez un proceso permitía definir el concepto de crimen contra la humanidad. La incriminación de Barbie permitió, además, iniciar un proceso en nombre de las víctimas civiles del nazismo. Por primera vez en Francia, el holocausto judío pudo ser recordado ante un tribunal […] La función del conocimiento de los actos de memoria no se limitó, en este caso, a introducir un nuevo objeto —el crimen contra la humanidad— en el campo de la conciencia colectiva, jurídica o civil, a darle los códigos de referencia y de identificación o abrir la aplicación de la noción a los aspectos ocultos o reprimidos en el olvido. Se aplicó también a la instrucción de aquellos que no tuvieron la experiencia de la época en cuestión, fundamentalmente, la juventud.[23]

Sobre el deber de la memoria, desprendido del caso Barbie, Jodelet sostiene que en este deber se encuentra secularizada su prescripción sagrada, “cuando entra en juego la defensa de la identidad y la asunción de los valores del grupo, en los cuales la memoria colectiva judía representa un caso ejemplar con su doble exhortación: ‘no olvides’ (lo tichka’h), para conservar las huellas del pasado, y ‘acuérdate’ (zahor), para renovar el recuerdo por una acción creadora y voluntaria”.[24]

El olvido se vuelve una falta política para aquellos que, siendo o no contemporáneos a la tragedia, permanecen ajenos a ella. Por consiguiente, el recuerdo es un deber de solidaridad, un volver a tomar la bandera de aquellos que fueron victimizados; el recuerdo es una obligación para el sobreviviente. “La memoria se convierte así en un fenómeno de masa que concierne, de la misma manera, a aquellos que sobrevivieron y que tienen como deber de no olvidar, y a aquellos que vienen después y que tienen como deber recordar”.[25] El deber de la memoria es un emplazamiento permanente en cualquier lógica del recuerdo.[26]

La memoria de las masas, entonces, no es unitaria, es relativa a los grupos sociales y a su inscripción en la sociedad. Cuando aparece el conflicto se desdobla al menos en dos modos de construcción del recuerdo. En casos extremos, como las desapariciones[27] en regímenes totalitarios[28] o la reclusión en los campos de concentración, la dinámica de la memoria oscila entre el recuerdo vivo, como si fuera el presente, y la desmemoria. Pero también aparece otro tipo de manifestaciones, como las inhibiciones y las negaciones, los olvidos latentes. Siempre que hubo sucesos traumáticos, la memoria colectiva nunca aparece uniforme. Incluso los soportes de la memoria, a los que hacía alusión Halbwachs,[29] no operan con las mismas características ni tienen las mismas funciones que atribuía como dispositivos del recuerdo, pues los monumentos, sitios, museos, etc., están cargados de elementos semióticos de naturaleza contradictoria.

La relación de la memoria con la historia conduce obligadamente al problema del enjuiciamiento del hecho pasado,[30] en el que un aspecto psicológico se pone de relieve: la emoción causada por el recuerdo. Todo recuerdo tiene lugar asociado a una determinada emoción y toda emoción está asociada a las emociones de la colectividad y a su circunstancia histórico-cultural. La narrativa histórica siempre está impregnada de un abanico de emociones. La activación de la memoria para hacer posible la narrativa de los hechos históricos no es un asunto estrictamente cognitivo ni de conocimiento, es primordialmente emotivo. Memoria, emoción, narrativa e historia comprenden cadenas cuyos eslabones pueden ser enlazados también al eslabón del deber de la memoria; es decir, al juicio del hecho histórico.

En efecto [—nos dice Rivera Beiras—[31]] hay quienes identifican la historia con lo que ha tenido lugar, como una suma de acontecimientos, obviamente contados por quienes han podido hacerlo. Pero hay otra manera de acercarse al pasado, y ésa es la que es propia de la memoria. Historia y memoria, ambas se ocupan del pasado, pero la diferencia puede (y debe) ser radical: la mirada ha de ampliarse no sólo a lo sucedido, sino también a lo que no acabó pasando porque fue derrotado, aniquilado, menospreciado, hundido, a lo que fue, en definitiva, malogrado. Para quienes se ubican en la primera mirada —“historicistas” les llamará Benjamin— los vencidos a lo sumo representan el botín, o el daño colateral, o el precio a pagar por el triunfo de los vencedores. Para los segundos, la cuestión va mucho más allá y no se reduce tan sólo al recuerdo de los otros: implica una tarea reconstructiva, activa, supone emplear de verdad la lente de los oprimidos y desvelar el estado de excepción permanente que para tanta gente constituye un modo (¿de vida?) constante. Es ese estado de excepción, en esta mirada, es mucho más que una suspensión del derecho temporal o pasajera o circunstancial: es constitutiva. Benjamin, en efecto, propone una lectura de la historia que halla en la memoria el elemento de constitución: mirar la historia desde el prisma de los vencidos; entonces, seguramente, la historia se escribiría de otro modo, tendría otro libreto, actuarían otros protagonistas, se describirían otros proyectos, se narrarían otros sueños, se pondría en definitiva de manifiesto que “hubo otro” rumbo.

Sin duda que las relaciones entre historia y memoria son asuntos espinosos de los que es difícil, si no imposible, escapar al posicionamiento que se muestre de cara a los hechos y a su reconstrucción. Pueden evadirse si se trata de psicologizar la historia,[32] o de darle a la historia un estatus de contenido de la memoria. Aun y cuando se subraye que no es lo mismo la historia que la memoria, es imposible separarlas, ni siquiera con fines analíticos, pues no hay memoria sin historia y no hay historia sin memoria. Y en consecuencia, la dimensión psicológica va a estar presente tanto en la memoria como en la historia, no como pilar sobre el que se sostiene cada una de ellas, sino como dimensionalidad que puede o no tener relevancia según el hecho o el acontecimiento de que se trate, y el conflicto o no que ello tenga para el presente.[33]

La relación de la memoria con el conocimiento

En el campo de la psicología se ha postulado desde los inicios de las indagaciones y de las teorizaciones sobre la memoria y su relación con el conocimiento. Numerosos investigadores, sobre todo de la psicología cognitiva, equiparan la memoria al conocimiento. Las repercusiones de esta igualación han sido profundas y extensas en el campo de la educación. En éste subsiste la idea de que conocer es recordar, recordar lo aprendido. En mucho, la enseñanza se sostiene en la búsqueda de las mejores formas de aprendizaje, y el aprendizaje no se expresa de otra manera que recordando “lo aprendido”; y lo aprendido es conocimiento. Muchos sistemas educativos continúan sosteniéndose en estos postulados que, definitivamente, son extremadamente parciales. Estas corrientes psicológicas que equiparan el conocimiento con una forma de memorización, hoy día se ven fuertemente reforzadas por los modelos de la inteligencia artificial y de las analogías que se establecen con los programas computacionales. El objetivo que persiguen, nos señala Jodelet, es:

[…] la construcción de un sistema capaz de representar el conocimiento en un ordenador. Se proponen así visiones estructurales de la memoria y del pensamiento que se articulen alrededor de dos modelos centrales. Designaré esos modelos utilizando dos metáforas, la del granero y la del generador. Los autores se sitúan en un modelo u otro según pongan el acento en el tratamiento de la información (modelo de granero) o en la activación de las estructuras memorizadas (modelo del generador).[34]

Jodelet despliega una crítica hacía ambos modelos, pues el modelo de granero refiere al almacenamiento de las experiencias y los recuerdos de las experiencias pasadas, desde donde tiene lugar la memoria a largo plazo. La capacidad de almacenar las informaciones es la capacidad de la función simbólica y lingüística, y eso es lo que da la calidad de la memoria. Así también, los procesos cognitivos que son propios de los procesos nemónicos, como la codificación, el registro, la búsqueda y la recuperación de la información se encuentran en ese almacén junto con los dispositivos que los activan en un momento dado, proporcionando las informaciones necesarias para la operación de fórmulas del pensamiento como la categorización, la clasificación, la organización, la interpretación y otras. Con estos modelos, nos dice Jodelet, “el pensamiento constituido aparece como un registro estático de datos de la experiencia. Así, la memoria, aparece fragmentada en elementos discretos, formando una estructura inerte”.[35]

La crítica que hace esta autora al modelo “generador”, con el cual se concibe a la memoria como una estructura activa que trabaja en la experiencia presente, es decir, que el individuo tiene la aptitud de buscar en su capital memorizado de conductas y experiencias pasadas (las cuales las ha organizado en su memoria) para hacer comprensible todas las nuevas informaciones, es que:

[…] el enfoque cognitivo, centrado en el funcionamiento intraindividual, encierra la memoria en el solipsismo de un mundo interior, no encuentra la forma de tratar el papel que la memoria tiene como mediación simbólica entre el sujeto, los otros y el mundo. Incluso cuando este enfoque permite hacer hincapié en la dimensión social, implicada en aquello que concierne al lenguaje en el funcionamiento mnémico, no logra recoger los aspectos importantes de la memoria social.[36]

Ésta es una limitación del modelo, a pesar de que, a diferencia del modelo de “granero”, el “generativo” plantea un progreso al “hacer de la memoria una estructura activa que permite al sujeto manipular el pasado para interpretar el presente”.

Estos dos modelos siguen prevaleciendo en la actualidad con la integración a ellos de nuevos conceptos pero manteniendo sus concepciones fundamentales. Una visión distinta que se aparta de aquéllos es la propiamente psicosociológica, que sostiene que es necesario dar una contextualización al fenómeno de la memoria y dejar de verla como un fenómeno fragmentario. Las actividades de la memoria, como el recuerdo, el olvido, las reminiscencias, etc., son actividades sociales que ocurren en las prácticas de la vida cotidiana, la conversación es uno de los elementos constituyentes de esas prácticas y, por lo tanto, de la memoria, pues se produce:

[…] en/y por una actividad conjunta de intercambios y de discusión. No se tratará, entonces, de cuestionarse por la forma en que la competencia conversacional es representada en el plano cognitivo, sino sobre la manera en que la cognición —luego, la memoria— se realiza y manifiesta en la conversación; no se tratará tampoco de interrogarse sobre la forma en que los procesos mentales internos representan la experiencia pasada, sino cómo las versiones de esos acontecimientos y procesos se construyen en las prácticas comunicativas.[37]

Si nos atenemos puramente a los procesos que dan lugar a la memoria colectiva, como frecuentemente se hace, vamos a estar dejando de lado quizás el aspecto más importante de la memoria: su contenido, es decir, el objeto motivo de la memoria, del recuerdo. ¿Qué es lo que más frecuentemente recuerdan los pueblos, lo que guardan en su memoria, los hechos desastrosos, las calamidades, los momentos de grandes sufrimientos, o las épocas de oro, de abundancia y de satisfacción?

Volteemos de nuevo a lo que nos dice la psicología individual y los estudios de memoria. Los hechos traumáticos, las experiencias desagradables solemos inhibirlas, depositarlas en el inconsciente, no recordarlas, o bien, convertirlas en patologías de las cuales no podemos desprendernos. Mientras que los sucesos placenteros, agradables, que tuvieron un fuerte significado en algún momento de nuestra vida, estamos acostumbrados a recordarlos de manera reiterada y en muchas ocasiones distorsionando (ya sea exagerando o petrificando el recuerdo) el suceso real, tal y como ocurrió. Jean Claude Carriére,[38] en una entrevista que le hacen, cita el libro de Oliver Sacks, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, en el que este autor narra el caso de un hombre que tuvo un trastorno que le provocó algunas lesiones cerebrales, y que le preguntan: ¿qué es un hombre normal, desde el punto de vista neurológico? A lo que responde:

Un hombre normal, es para nosotros, un hombre que puede contar su historia […] un hombre que sabe de dónde viene, que tiene un pasado, que está situado en el tiempo. Se acuerda de su vida y de todo lo que ha aprendido. Tiene también un presente, no es que viva en un tiempo particular, sino que posee una identidad. En el momento en que te habla es capaz de decir correctamente su nombre, su dirección, su profesión, etc. Tiene, por último, un porvenir, es decir, proyectos, y espera no morirse antes de haberlos ejecutado. Porque sabe también que va a morir. Un hombre normal es, pues, el que es capaz de contar su historia y por tanto situarse en el tiempo”.

Esta sería igualmente válida para una sociedad, le preguntan, a lo que responde Jean Claude Carriére: “a una sociedad le costará mucho más que a un individuo admitir que es mortal… Nosotros las civilizaciones, sabemos ahora que las otras son mortales. Ninguna sociedad acepta esa condición para sí misma”.[39]

La memoria colectiva desde la complejidad

A final de cuentas, todos los conocimientos sobre la psicología de la memoria individual que se han generado quedan circunscritos a un ámbito reducido que pierde mucho de su sentido cuando el fenómeno de la memoria se contextualiza y se sitúa en los colectivos, los grupos o la sociedad. Aun así, las aproximaciones y modelos psicosociológicos que toman como base los procesos que generan la memoria colectiva y las distintas funciones que ella tiene dentro de la diversidad de interacciones sociales se contraen cuando se les coloca de cara a los horizontes históricos y antropológicos de los grupos estudiados y de la sociedad en cuestión. Más aún, cuando a las perspectivas sobre la memoria antes señaladas se les ubica en la naturaleza, la fenoménica adquiere otras dimensionalidades. La psicología de la memoria está circunscrita a ciertos ámbitos y dimensiones del ser humano en su individualidad y grupalidad que operan en un horizonte de vida cotidiana. Unas y otras teorías parten de ciertos convencionalismos para explicar lo que sucede con la memoria en su despliegue presente. Pero todas ellas terminan reconociendo que el fenómeno —aun y cuando se estudia de manera fragmentaria— es de suyo complejo. ¿Qué significa la complejidad de la memoria? No solamente sus múltiples nexos con diversos fenómenos de la cognición humana, los simbolismos de la cultura o los hechos históricos, sino también sus analogías con distintos fenómenos de la naturaleza y de su evolución. De tal modo consideramos que es muy necesario para comprender de otro modo el fenómeno de la memoria, incluyendo su dimensionalidad psicológica, trascender los modelos y teorías convencionales y cambiar de perspectiva. Así, los planteamientos desarrollados por Rupert Sheldrake[40] mediante la “hipótesis de la causación formativa”, la cual propone que la memoria es inherente a la naturaleza, abre una nueva perspectiva para el conocimiento y la comprensión de la memoria.

En efecto, el considerar que la memoria es inherente a la naturaleza sugiere que “gracias a esta memoria acumulativa, y mediante la repetición, la naturaleza de las cosas resulta cada vez más habitual. Las cosas son como son porque fueron como fueron. Por tanto, es posible que los hábitos sean inherentes en la naturaleza de todos los organismos vivos, en la naturaleza de cristales, moléculas y átomos, y hasta en todo el cosmos”.[41] Las ideas centrales de su visión establecen que:

Si la memoria estuviera inherente a la naturaleza de las cosas, la herencia de los hábitos colectivos y el desarrollo de hábitos individuales, el desarrollo de la “segunda naturaleza” de un individuo, podrían considerarse como aspectos distintos del mismo proceso fundamental, el proceso mediante el cual el pasado en cierto sentido se hace presente en función de la similitud […] En cierto sentido el pasado se nos hace presente directamente. Es posible que nuestros recuerdos no se guarden en nuestro cerebro, como suponemos que debe ser. Todas estas posibilidades pueden concebirse en el marco de una hipótesis científica que denomino hipótesis de la causación formativa. Según esta hipótesis, la naturaleza de las cosas depende de unos campos denominados campos mórficos […] El proceso mediante el cual el pasado se hace presente en los campos mórficos se denomina resonancia mórfica. La resonancia mórfica conlleva la transmisión de influencias causales formativas que actúan a través del tiempo y el espacio. La memoria de los campos mórficos es acumulativa, siendo ésta la causa de que todas las cosas sean cada vez más habituales mediante la repetición. Cuando dicha repetición ha tenido lugar a escala astronómica a través de miles de millones de años, como en el caso de muchos átomos, moléculas y cristales, la naturaleza de tales objetos es tan habitual que resulta inmutable, o aparentemente eterna […] los campos mórficos surgen y evolucionan a través del tiempo y del espacio, y reciben la influencia de lo que ha sucedido en el mundo. Los campos mórficos responden a una concepción evolutiva, no así los campos conocidos de la física.[42]

En efecto, primeramente, si los recuerdos no se almacenan físicamente en los cerebros, “no es preciso que ciertos tipos de memoria estén confinados a mentes individuales; el concepto de Jung de un inconsciente colectivo heredado que tiene formas arquetípicas podría interpretarse como un tipo de memoria colectiva”.[43] Idea que, desde luego, no comparten todos los enfoques mecanicistas, positivistas y neopositivistas de la psicología, pero que, sin embargo, han sido constatados por pensadores como Richard Tarnas[44] en sus indagaciones sobre el cosmos arquetípico. Un acercamiento a ello se tuvo en la psicología social con la teoría de las representaciones sociales, cuyo creador Serge Moscovici se percató de que existían dentro de la cultura fuentes originarias productoras de pensamientos y de representaciones a las que denominó thêmatas.[45] Muchos de los pensamientos, ideas e imágenes tienen su origen en formas arquetípicas que se encuentran en el inconsciente colectivo y que se expresan, por tanto, de diversas maneras en la producción cultural y en la vida cotidiana de los grupos, colectivos e individuos. El recuerdo en su manifestación individual y en la construcción colectiva de la memoria, que siempre va acompañado de una manifestación emocional, no aparece en los parámetros reconocidos de la cognición humana o los identificados por las neurociencias en las estructuras y circuitos cerebrales; tampoco emerge como un producto de la comunicación humana con los dispositivos que emplea para ello, y las estructuras de pensamiento formadas por las representaciones sociales y colectivas; sino que es la expresión del movimiento de los arquetipos que bullen con determinada intensidad en momentos y circunstancias que todavía no conocemos del todo.

En los términos de Sheldrake[46]

[…] [si los recuerdos no están almacenados en el cerebro] es posible que los patrones espacio-temporales que recordamos no estén inscritos en el cerebro en forma de trazas materiales y que en lugar de ello dependan de campos mórficos. Los campos mórficos a través de los cuales nuestra experiencia, conducta y actividad mental se organizaron en el pasado pueden hacerse presentes otra vez por resonancia mórfica. Recordamos gracias a esta resonancia de nosotros mismos en el pasado […] En general, no podemos recordar algo si no somos conscientes de ello en primer lugar; y la conciencia surge ante una base de inconsciencia debida a la habituación, que a su vez depende de la resonancia mórfica en el reconocimiento y el recuerdo […] Según la hipótesis de la causación formativa, los campos mórficos que organizan nuestra conducta no están confinados en el cerebro, ni siquiera en el cuerpo, sino que se extienden más allá en el medio ambiente, conectando el cuerpo con el entorno donde actúa. Los campos mórficos coordinan la percepción y la acción, tienden un puente entre las regiones sensoriales y motoras del cerebro, y coordinan una jerarquía de campos mórficos, hasta llegar a los que organizan la actividad de las células nerviosas y musculares.

Nos dice Sheldrake que ya los psicólogos estructuralistas en las décadas de los años veinte y treinta se habían percatado de ello y habían desarrollado una concepción similar que planteaba la existencia de patrones holísticos de organización que abarcaban al cuerpo y el medio, y que los referían como “campos psicofísicos”. Con el advenimiento de las dos grandes guerras se abandonó esta escuela psicológica dando paso a los enfoques mecanicistas, funcionalistas, del poderoso movimiento conductista de la posguerra.

Con la propuesta de Sheldrake no se trata de sustituir con una nueva terminología muchos de los conceptos creados por distintas escuelas psicológicas, sociológicas, antropológicas sobre la memoria y la memoria colectiva. Es el descubrimiento de similitudes en las distintas escalas de la organización de la vida, de la materia y de la energía donde los “hábitos de la naturaleza” hacen posible la existencia evolutiva del universo. La memoria, el recuerdo, adquieren así una nueva connotación desde la cual es posible integrar visiones que provienen de las distintas disciplinas científicas, superar la fragmentación de los amplios y variados conocimientos sobre este fenómeno; pero, por otro lado, también abren un gran abanico de preguntas e incertidumbres que incitan a la investigación y a la reflexión de frontera, quedando abiertas muchas de estas cuestiones. Desde luego, las categorías de “hábitos de la naturaleza”, “causación formativa”, “campo mórfico” y “resonancia mórfica” son comprensibles bajo una epistemología y una ontología de la complejidad que rompe con el pensamiento simple (hábitos de nuestro pensamiento) que impera en el conjunto de las disciplinas científicas hoy día, y que en mucho tiene que ver con el fenómeno de la memoria. Concluimos con esta cita de Sheldrake[47] en el epílogo de su libro La presencia del pasado:

Pero muchos de nuestros hábitos de pensamiento crecieron con la imagen de un universo eterno, parecido a una máquina. El universo mecanicista no precisaba la memoria porque estaba impregnado en todo momento y lugar por unos principios eternos de orden, las leyes eternas de la naturaleza. Pero ¿continúan teniendo sentido estas viejas ideas en un universo evolutivo? ¿Existían con antelación todas las leyes del mundo, de los protozoos a las galaxias, de las orquestas a los sistemas planetarios, de las moléculas a las bandadas de gansos, esperando el momento en que sus armoniosas propiedades de ordenamiento pudieran manifestarse en el proceso evolutivo? ¿Acaso la memoria es inherente a la naturaleza? ¿Se acumulan los hábitos a medida que actúa la evolución? […] Es posible que, al fin y al cabo, vivamos en un mundo amnésico gobernado por leyes eternas. Pero también es posible que la memoria sea inherente a la naturaleza; y si descubrimos que así es el mundo que vivimos, deberemos modificar completamente nuestra forma de pensar. Tarde o temprano tendremos que abandonar muchos de nuestros antiguos hábitos de pensamiento y adoptar otros nuevos; hábitos que se adapten mejor a la vida en un mundo que vive en presencia del pasado, y que vive, asimismo, en presencia del futuro, abierto a la creación continua.

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Citas

[1] Néstor Braunstein, “El psicoanálisis y la memoria en las sociedades postdictatoriales”, en Friedhelm Schmidt-Welle (coord.), Culturas de la memoria, 2012, pp. 117-137; Fernando González, La guerra de las memorias. Psicoanálisis, historia e interpretación, 1998; Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis, 2003.

[2] Gilbert Durand, Les structures anthropologiques de l´imaginaire, 1992.

[3] Véase el editorial del número 189-190 de la revista Anthropos dedicada a la “psicología cognitiva de la memoria”.

[4] E. Tulving y F. Craik, The Oxford Handbook of Memory, 2000.

[5] J. M. Ruiz-Vargas, “La investigación experimental de la memoria en el seno de la psicología cognitiva”, Anthropos, núms. 189-190, 2000, pp. 33-65.

[6] L. V. Castrillón, Memoria natural y artificial, 1995; H. Gardner, La nueva ciencia de la mente. Historia de la revolución cognitiva, 1987; S. Russell y P. Norvig, Inteligencia artificial: un enfoque moderno, 2004.

[7] Jöel Candau, Antropología de la memoria, 2002.

[8] Ibidem, p. 20.

[9] Jorge Mendoza, Sobre memoria colectiva, 2015.

[10] Juana Juárez, Salvador Arciga y Jorge Mendoza (coords.), Memoria colectiva. Procesos psicosociales, 2012.

[11] Martha de Alba (coord.), Vejez, memoria y ciudad, 2013; Celso Pereira de Sá (org.), Memória, Imaginário e Representações Sociais, 2005, y “As memorias da memoria social”, en Celso Pereira de Sá, Memória, Imaginário e Representações Sociais, 2005, pp. 63-86; José Francisco Valencia, “Representações sociais e memoria social: vicisitudes de um objeto em busca de uma teoría”, en Celso Pereira de Sá, Memória, Imaginário e Representações Sociais, 2005, pp. 99-119; y Nicole Lautier, “A memoria social na apropiação dos saberes históricos”, en Celso Pereira de Sá, Memória, Imaginário e Representações Sociais, 2005, pp. 183-197.

[12] Denise Jodelet, “El lado moral y afectivo de la historia. Un ejemplo de memoria de masas: el proceso a K. Barbie, ‘El carnicero de Lyon’”, en D. Páez, J. F. Valencia, J. W. Pennebaker, B. Rimé y D. Jodelet (eds.), Memorias colectivas de procesos culturales y políticos, 1998.

[13] Emmanuel Levinás, La huella del otro, 2000.

[14] Denise Jodelet, op. cit. , pp. 53-72.

[15] Rafael Farfán, “La otra cara del tiempo de la sociología del tiempo. La construcción social de la memoria”, en Guadalupe Valencia (coord.), El tiempo en las ciencias sociales y las humanidades, 2009, pp. 121-149.

[16] Rafael Pérez-Taylor, “El tiempo en antropología”, en Guadalupe Valencia (coord.), El tiempo en las ciencias sociales y las humanidades, 2009, pp. 37-38.

[17] Fernando González, La guerra de las memorias. Psicoanálisis, historia e interpretación, 1998.

[18] Jodelet, op. cit. , p. 342.

[19] Idem.

[20] Brendan Murphy, El carnicero de Lyon, 1984.

[21] Jodelet, op. cit. , p. 351.

[22] Ibidem, pp. 353-354.

[23] Idem.

[24] Ibidem, p. 357.

[25] Ibidem, pp. 358-359.

[26] Farfán, op. cit.

[27] El presente trabajo fue escrito antes de que sucedieran las desapariciones de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa; caso que aún no ha sido resuelto, pero que ha traído a la discusión, entre muchos aspectos, el hecho de una memoria viva que se resiste a ser recuerdo, y la compleja trama de los crímenes de Estado.

[28] Pilar Calveiro, Desapariciones. Memoria y desmemoria de los campos de concentración argentinos, 2002.

[29] Maurice Halbwachs, Los marcos sociales de la memoria, 2004.

[30] Jorge Mendoza, “El olvido: Una aproximación psicosocial”, en Jorge Mendoza y Marco A. González (coords.), Enfoques contemporáneos de la psicología social en México, 2004.

[31] Iñaki Rivera Beiras, Memoria colectiva como deber social, 2010, p. 29.

[32]Rodolfo Suárez y Alejandro Araujo, “Psicologizar la historia, historizar la psicología”, en Juana Juárez, Salvador Arciga y Jorge Mendoza (coords.), Memoria colectiva. Procesos psicosociales, 2012, pp. 77-97.

[33] José Francisco Valencia, Joana Momoitio y Nahia Idoyaga, “Social Representations and Memory: The Psychosocial Impact of the Spanish ‘Law of Memory’, related to the Spanish Civil War”, Revista de Psicología Social, vol. 25, núm. 1, 2010, pp. 73-86.

[34] Jodelet, op. cit. , 343.

[35] Idem.

[36] Ibidem, p. 344.

[37] Jodelet, op. cit. , p. 345.

[38] Jean-Claude Carrière, “Las preguntas de la esfinge”, en J-C Carrière, J. Delumeau, U. Eco y S. Jay Gould, El fin de los tiempos, 1998, p. 147.

[39] Idem.

[40] Rupert Sheldrake, Una nueva ciencia de la vida, 2007, y del mismo autor, La presencia del pasado, 2006.

[41] Rupert Sheldrake, La presencia del pasado, 2006, p. 13.

[42] Ibidem, pp. 15-16.

[43] Sheldrake, Una nueva ciencia de la vida, 2007, p. 38.

[44] Richard Tarnas, Cosmos y psique, 2009.

[45] Serge Moscovici y Georges Vignaux, “Le concept de Thêmata”, en Dans Christian Guimelli (dir.), Structures et transformations des représentations sociales, 1994, pp. 25-72.

[46] Rupert Sheldrake, Una nueva ciencia de la vida, 2007, pp. 307-308.

[47] Rupert Sheldrake, La presencia del pasado, 2006, p. 496.