Gabriela Pulido Llano / Laura Beatriz Moreno Rodríguez, El asesinato de JulioAntonio Mella: Informes cruzados entre México y Cuba, México, Secretaría de Cultura-INAH, 2018, 194 pp.

Dimensión Antropológica
Año 27, vol. 80, México,
septiembre-diciembre, 2020, pp. 163-167.
ISSN 1405-776X

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Reseña

Gabriela Pulido Llano / Laura Beatriz Moreno Rodríguez,
El asesinato de JulioAntonio Mella:
Informes cruzados entre México y Cuba,

México, Secretaría de Cultura-INAH, 2018, 194 pp.

Rebeca Monroy Nasr
Dirección de Estudios Históricos, INAH.


Un rompecabezas policiaco entre México-Cuba

Joven, guapo, de cabellera ondulada, de un suave perfil, quijada saliente, rostro de huesos firmes —quién no podría caer profundamente enamorada de ese cubano—, que además era un gran líder estudiantil, de buena pluma, de excelente verbo, audaz y atrevido, con una máquina de escribir que delataba, al parecer, sus inclinaciones políticas. Comunista confeso, fue asesinado al ir del brazo de su novia, la fotógrafa italiana, un poco mayor que él, que llevaba por nombre Tina Modotti.

Ahí, en la calle de Abraham González, en pleno centro de Ciudad de México, cuando caminaban de regreso a su casa después de una reunión política, con el frío invernal de aquel enero que les pegaba de frente en el rostro y en el cuerpo, enfrente de una panadería la pareja fue interceptada. Ahí, el joven Julio Antonio Mella recibió varios disparos que provocaron su muerte.

Por supuesto, en ese año de 1929, cuando el juicio del asesinato artero en contra del general Álvaro Obregón había desembocado en la condena a morir en el paredón a su asesino confeso José de León Toral, este nuevo crimen llenó de especulaciones a la opinión pública. Aunado a las recreaciones del asesinato por parte de la policía, los militantes comunistas y los artistas, se generó una serie de especulaciones alrededor de los móviles que habían motivado ese artero crimen: que si era de tipo pasional, que si fue parte de las secuelas políticas y de las represalias claras del dictador cubano Antonio Machado, que si intervinieron algunas facciones del estalinismo, que si la policía había sido partícipe de este crimen en suelo mexicano. Los encuentros para realizar la reconstrucción del crimen con la policía fueron tres: con Diego Rivera, con los colegas del Partido Comunista Mexicano y con la policía, este último fotografiado por los fotorreporteros de la familia Casasola y por Enrique Díaz, entre otros más, quienes lo publicaron en los diarios y revistas más destacados de la época.

Esta historia que contiene una variedad de tintes y de alto contrastes de esos momentos, es ahora rescatada y narrada de manera magistral por Gabriela Pulido y Laura Beatriz Moreno, quienes reunieron sus talentos, intereses y capacidades varias para (re)trabajar estas historias, pero desde otro ángulo.

Esta historia, que ha sido contada sobre todo desde la perspectiva de la fotógrafa italiana, de la necesidad de esconder su nombre en las declaratorias previas, de la invasión de su hogar y de ver las fotos de Karl Marx y la simbología comunista en las paredes de su hogar, de conocer su sexualidad exaltada, sus diversas parejas amorosas que iban desde el escritor y poeta canadiense Roubaix de L’Abrie Richey, el fotógrafo estadounidense Edward Weston, el pintor mexicano Xavier Guerrero, esa mítica figura que ha alcanzado las plumas de Christian Barkhausen, Mildred Constantine, Pino Canucci, Margaret Hooks, Elena Poniatowska, Antonio Saborit, por citar algunos, merecía ser leída desde otro lugar. Esta historia que ha sido motivo de películas rodadas en el extinto Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), en otras esferas del cine de arte, de exposiciones nacionales e internacionales, con sus diversas especulaciones y muchos artículos que hemos escrito en torno a ella, la fotógrafa, que nos fascinó y sedujo. También de Edward Weston se ha derramado mucha tinta, además de la plata sobre gelatina, y en mucho menor escala, me parece, del militante Julio Antonio Mella.

El joven Mella, nos cuentan las autoras, encontró su destino fatal aquella noche fría de 10 de enero de 1929, el tiempo de un clima político muy intenso en el país. Las tensiones sociales, políticas, económicas se dejaban sentir en el ambiente; no eran tiempos fáciles, y la presencia del Partido Comunista en México, aunado a la presencia de los rebeldes cubanos, ponía muy nerviosas a las autoridades locales.

En el caso que nos ocupa, estas investigadoras nos van a introducir a un mundo absolutamente insospechado, pues es justamente lo que el historiador Antonio Saborit —seducido indudablemente por el talento y arrojo de esa mujer–, pensaba que era una de las tramas políticas más complicadas, de tintes policiacos, de asunto entre espías, de intrigas internacionales y de crímenes de nota roja.

Es así como lo hacen las autoras, que, a la limón, presentan sus capítulos y nos van introduciendo en un mundo insospechado de letras vivas, denuncias, presencias varias; al meterse a los archivos de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales en México, que se abrieron públicamente para luego volver a cerrar sus entrañas, fue factible encontrar expedientes, notas, relatos, informes de los agentes más extraños que se dedicaban al asunto del espionaje nacional. Aunque usted no lo crea.

La documentación que presentan Laura Beatriz Moreno y Gabriela Pulido muestra de manera cabal todas las contradicciones del gobierno en turno de Pascual Ortiz Rubio, que heredara los servicios engendrados bajo la lupa de Plutarco Elías Calles. Es así como las autoras nos van enseñando la reconstrucción de los eventos en Cuba de la militancia, del grupo Jóvenes de Cuba, y de los mecanismos que tenían que usar los militantes para procurar derrocar un régimen dictatorial y buscar alternativas políticas en su país. La cercanía que hemos tenido geográfica e históricamente con el país caribeño nos permite ser parte de su escenario social, político, ideológico, y ser parte del apoyo de ese país. Y podemos comprender, con este libro, el tipo de alianzas establecidas entre los poderes presidenciales y las contradicciones del gobierno mexicano al alentar la entrada de los cubanos y, a la par, de vigilar de cerca a aquellos que tocaban suelo mexicano.

Es por ello que este libro resuelve un rompecabezas muy complejo que por años ha quedado incierto, en donde parece que la pieza faltante es saber a ciencia cierta qué pasó: si fue Magriñat y los asesinos que encontraron culpables, o bien, fue una conjura internacional en la que las fuerzas estalinistas buscaron derrocar las posiciones trotskistas de Mella, como lo evidencia la foto que Tina Modotti captara de manera oblicua y en un ángulo poco convencional, esa estética del fragmento que envuelve el texto que escribiera Mella en su máquina de escribir y que parece provenir de las letras trotskianas. Aparecen en este texto los supuestos asesinos en la cárcel, la desaparición sospechosa de Magriñat, la presencia de más cubanos que vinieron en 1933 a recoger las cenizas —como lo muestra la foto publicada en 1933 en Todo—, de esos jóvenes que tuvieron la misión de recogerlas y devolver al líder cubano a su isla.

Esos son los entramados que nos van decantando Pulido y Moreno sobre un país posrevolucionario que contenía en sus entrañas personajes de todo tipo, los aliados al poder mexicano, los aliados cubanos, los contestatarios rebeldes, los aliados a la dictadura, los traidores a la causa comunista; en fin, son amplios los escenarios, múltiples las lecturas y la riqueza que nos presenta la dupla de investigadoras que disparan sus metodologías, sus capacidades varias que aplicaron en la consulta de materiales en México y en la isla, donde no había sido escudriñado el tema, el archivo y la documentación, en la cual ahora podemos conocer de manera más puntual, sobre todo, la versión cubana de los espionajes, las condiciones de la dictadura respecto de México, las denuncias de los militantes en este país en torno a la muerte del joven líder comunista, quien contaba con tan sólo 27 años de edad.

El trabajo en el archivo con la recuperación de documentos poco conocidos, de los textos ya elaborados, de las cartas de Tina, de la bibliografía sobre Tina Modotti y de otros más de procedencia archivístico-documental internacional, con una valiosa presencia de materiales fotográficos que colocaron las autoras en la parte casi final del libro, es una recopilación que da cuenta clara de muchos de los momentos y de los eventos de esa época, de lo complejo de la trama y de la urdimbre de esos eventos que pueden pasar por nota roja y que acaban mostrando un mundo mucho más sórdido y de múltiples capas y verdades a medias. En esas imágenes están Tina Modotti y el retrato magistral que realizó del joven y guapo Mella, aunado a su declaración inicial con la policía y con Valente Quintana —quien era el inspector General de la policía capitalina—, y dicho sea de paso, estuvo presente en la declaración de José de León Toral, finalmente condenado a muerte por fusilamiento el 9 de febrero de 1929, por encontrarlo culpable.

A su vez, aparecen las imágenes del féretro llegando a San Ildefonso, cargado en hombros por sus colegas de la Escuela de Derecho, y al fondo sobresale por su corpulencia el pintor Diego Rivera. Además, están los pasos que siguieron los contingentes que llevaron el féretro a Mesones 54, cede del PCM, y al caer la tarde por las calles de la ciudad hasta el Panteón Francés, en donde fueron colocados sus restos mortales. Vemos a los contingentes de mujeres comunistas y feministas, a la propia Tina agotada, quien libró a la policía en su primer declaratoria y logró acudir al sepelio, a la marcha fúnebre. Ahí están en la crónica visual que acompaña el texto, un mundo de personajes que se encontraban en ese momento frente a las grandes tensiones nacionales e internacionales.

Dicho sea de paso, es evidente que algunas de estas fotografía del Gordito Díaz y de Casasola las usó la propia Elena Poniatowska para elaborar las descripciones de ella con su sombrero de hongo, con las cerezas adheridas a él en su hermoso libro Tinísima. He ahí que confirmamos el valor intrínseco de la imagen. Surgen distintos momentos más en las imágenes, como el homenaje que realizaron los miembros del Partido Comunista y simpatizantes en una reunión en donde podemos observar la presencia de una manta elaborada con el rostro de perfil del líder cubano, con los preclaros brochazos inequívocos del gran David Alfaro Siqueiros.

Otras imágenes más: Tina Modotti en su casa en el momento en que la catean con el cuadro de Karl Marx al fondo y su propia versión fotográfica del simbolismo del Comunismo Mexicano, la emblemática hoz y el martillo y las cananas mexicanas. Así, cada una de las imágenes vienen a denotar y mostrar la importancia de los reporteros gráficos ante la nota del día. Y como señalan las autoras, pasa a ser nota roja, nota política teñida de rojo carmín, con una gran dosis de intriga internacional, piezas dispersas entre el Mar Caribe y la Ciudad de México, que da pie a grandes elucubraciones, algunas de ellas aún no resueltas a pesar de los años y los archivos consultados, muchas de ellas tan bien resguardadas por seguridad nacional, de México, de Cuba, de la Unión Soviética. Pero eso se los dejo a los lectores para que develen los misterios o aumenten su curiosidad sobre los eventos.

De la nota rosa al rojo carmín y al amarillismo puro es el tránsito que recorren las autoras con la conciencia clara de los avatares sociales y políticos de la época, hasta que corren a la Modotti del país acusada de atentar en contra de Pascual Ortiz Rubio en febrero de 1930, apenas después de que presentó la fotógrafa su primera solo exposición en la Biblioteca Nacional, en el centro de la ciudad, seguramente planeada con su conocida Esperanza Velázquez Bringas, directora de ese lugar hasta 1929. Justo en diciembre de este año se llevó a cabo la exhibición que fue amenizada con unos acordes musicales de Concha Michel y, por supuesto, dedicada a Julio Antonio Mella.

Así son los días que transcurren y que van desgranando las autoras del libro, entre las intrigas y el rompecabezas poco claros, como suele suceder cuando no conviene saber a fondo la verdad política de ciertas muertes. Para culminar su obra con el epílogo sobre cómo se desvanece Mella y llega la organización Joven Cuba, es decir, como va a tener continuidad el movimiento en contra de los dictadores que llevaría a la renuncia de Gerardo Machado por un golpe de Estado orquestado por el general Fulgencio Batista, y que se convertiría en otro terrible capítulo de la vida política cubana, que duraría por décadas con sus múltiples vaivenes político-sociales. Es así como aquel movimiento llamado Joven Cuba, en aquel mayo de 1934, devolviera las cenizas de Julio Antonio Mella a Cuba, justo cuando seguían los contubernios cada vez más profundos y endurecidos; fue justo en esa era, cuando a pesar de la ausencia del líder comunista, éste estuvo más presente que nunca.