Inés Cornejo y Mario Rufer (eds.), Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Clacso-Calas, 2020, 321 pp.

Dimensión Antropológica
Año 28, vol. 83, México,
septiembre-diciembre, 2021, pp. 179-181.
ISSN 1405-776X

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RESEÑA



Inés Cornejo y Mario Rufer (eds.),
Horizontalidad. Hacia una
crítica de la metodología,

Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Clacso-Calas, 2020, 321 pp.


La obra colectiva Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología es una interpelación que incomoda e increpa al lector de manera directa y clara, ya que desde su introducción presenta una serie de problemas, propuestas, posibilidades y pendientes que son el resultado del trabajo, que varios investigadores han realizado por más de diez años, con el objetivo de explorar una metodología horizontal funcional para las humanidades y las llamadas ciencias sociales. El acento del texto está en la posibilidad, más bien necesidad, de que la academia enuncie conocimientos dialogales en los que se reconozca la presencia, la contribución y las inevitables diferencias entre el que estudia (el científico, el investigador, el académico) y el estudiado, es decir, “el otro”.

     La propuesta de Inés Cornejo y Mario Rufer, editores de la obra, se da en un contexto en el que los saberes comunitarios humanos han sufrido una severa violencia epistémica occidental, que a la par ha cimentado su propia violencia epistemológica endémica, casi siempre auspiciada por las estructuras de Estado, particularmente problemáticas y corrosivas en este diagrama geográfico-cultural que llamamos América Latina. La horizontalidad, en este escenario, constituye una vía metodológica que antagoniza con las concepciones colonialistas clásicas sobre la autoridad científica; no obstante, este enfoque no se plantea como un manual definitivo o una serie de reglas, sino como la base de una crítica y autocrítica permanente, con el potencial de combatir o prevenir esquemas verticales para la creación y enseñanza de todo tipo de conocimientos.

     Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología es una propuesta colectiva de 10 autores que contribuyeron para su elaboración en una dinámica de notable diversidad, condición ilustrativa que es testimonio de las diferentes experiencias vitales y académicas de personas nacidas, formadas o radicadas en distintos países e instituciones latinoamericanas. Empero, esta heterogeneidad está lejos de ser desarticuladora de diálogos amplios y profusos del esquema de pensamiento humano global, pues, por el contrario, dota al texto de una riqueza propositiva que teje esfuerzos intelectuales entrecruzados a cada capítulo, aportando reflexivamente al objetivo central.

     La obra también es estilísticamente diversa; un ejemplo de esto es el interesante texto de Claudia Briones, quien empleó algunos de los recursos escriturísticos que se han propuesto para hacer del lenguaje una práctica inclusiva (todes, tod@s, etc.), mismos que han sido sistemáticamente rechazados por instituciones como la RAE, en un ejercicio de absoluta autoridad académica vertical que niega la vitalidad y adaptabilidad del habla. Estas particularidades, que podrían parecer caprichosas o nimias, en realidad son muy significativas, pues representan un intento por mantener una congruencia en torno a la pluralidad, misma que debería expresarse tanto epistemológicamente (fondo), como en prácticas y acciones concretas (forma) que conforman la dinámica metodológica de la horizontalidad.

     Finalmente, el libro aquí reseñado también es diverso a un nivel íntimo y personal, ya que algunos de sus autores no se inscriben en un régimen heteropatriarcal. Es cierto que las preferencias e identidades sexuales no suelen formar parte de los análisis académicos, pues generalmente se considera que estos factores forman parte de lo privado subjetivo de cada individuo y poco o nada tiene que ver con lo público objetivo/académico; no obstante, en este caso vale la pena mencionar estas particularidades, ya que impactan en el contenido de la obra, debido a que analizar la relación de la institucionalidad de la investigación social con las matrices de pensamiento no hegemónicas y excluidas, es un paso importante en la creación de metodologías horizontales. En el caso de este libro, los autores han tratado de ir un paso más allá al incorporar, por ejemplo, el testimonio de un estudio de campo sobre la interacción social LGBT+ en varias ciudades y países, llevada a cabo por Gustavo Blázquez, quien se reconoce a sí mismo como perteneciente a esta comunidad y cuya labor implicó interacciones directas y procesos reflexivos y emocionales de pertenencia identitaria, contrarias a la idea del antropólogo observador impersonal.

     La lectura del texto es amena, pues la inclusión de experiencias personales la dota de una vitalidad refrescante; asimismo, cada uno de los artículos enfrenta al lector, sobre todo al estudioso, a temas complejos y potencialmente polémicos, lo que evita que se caiga en un cómodo pero infértil escolasticismo mecánico. El libro plantea, al menos, dos ámbitos que pueden resultar sumamente incómodos: el primero está directamente relacionado con lo estudiado y se refleja en la división temática: la pobreza, los pueblos indígenas, el racismo, la discriminación, las políticas gubernamentales hacia “el otro”, la corporalidad, la sexualidad no occidental y no heteronormada, la religión, entre otros. No obstante, quizás uno de los temas más recurrentes del texto, y más proclive a levantar pasiones o herir sensibilidades, es su estrecha e inevitable relación con lo político; y es que conforme se avanza con la lectura, se vuelve evidente que las humanidades y las ciencias sociales deben politizarse en el sentido de que deben ser disciplinas activistas y hasta combativas. Las políticas de Estado homogeneizantes, represivas y veladamente colonialistas que caracterizan a muchos de los regímenes de los estados contenidos en la idea de América Latina, han dotado a la academia de estructuras verticales, en las que se ha marcado un tajante abismo entre el “yo académico” (que sabe, que está autorizado para saber y hacer saber) y el “otro estudiado” (el que no sabe ni de sí mismo, que no sabe ni está autorizado a hacer saber); en ese sentido, es posible afirmar que todo aquel que pretenda lograr constructos en que se reconozca la participación y relación en paridad investigador- investigado, deberá asumir una actitud política que, en muchas ocasiones, podría ir en contra de lo establecido y aceptado por diversas instituciones.

     El segundo tema incómodo al que nos enfrenta este libro es el estatus del investigador, situación que no pasa desapercibida para sus autores. El texto recuerda que el antropólogo, el historiador, el sociólogo y demás científicos sociales o humanistas, enuncian o construyen conocimiento desde un lugar de privilegio (una universidad, un instituto, etc.) y que están facultados para ello por una serie de experiencias que también son privilegiadas (acceso al conocimiento, estudios profesionales, entre otras). La situación particular de los investigadores y su lugar de enunciación los enfrenta a un gran reto a la hora de aplicar metodologías horizontales, ¿pues cómo es posible reducir la brecha entre el académico, “el otro”, y las estructuras, muchas veces restrictivas y casi despóticas, de los lugares autorizados para generar conocimiento? Al respecto, cada artículo ofrece posibilidades y propuestas que siempre apuntan a lo mismo: construir junto con “el otro”. Ahora bien, este último punto tiene que ver con un aspecto nodal de la obra: el problema del extractivismo cultural. Para dar cuenta de estas aparentes aporías, la última sección del libro consta de una entrevista de Cornejo y Rufer a Olaf Kaltmeier y a Sarah Corona Barkin, diálogo que profundiza en las reflexiones en torno a los problemas en la comprensión entrecruzada de los saberes humanos, la distribución del poder institucional y su personificación a través del investigador, con los consecuentes inevitables puntos ciegos en su relación con una realidad con desigualdades estructurales, ejes que deben ocuparnos en las tareas disciplinares que realizamos, con la intención permanente de hacer habitual la crítica sistémica a las disposiciones de nuestra práctica profesional.

     Considero que las metodologías horizontales planteadas en Horizontalidad. Hacia una crítica de la metodología persiguen el objetivo de reducir las terribles desigualdades que merman la relación entre los investigadores y los investigados, pero también son un gran instrumento para preservar una parte de la enunciación original de las comunidades que se estudian, dueñas auténticas del conocimiento con el que trabajamos.

CLEMENTINA BATTCOCK
Dirección de Estudios Históricos, INAH.




DIMENSIÓN ANTROPOLÓGICA, AÑO 28, Vol. 83, SEPTIEMBRE/DICIEMBRE, 2021.