Oposición y subversión: testimonios zapatistas

Authors

  • Salvador Rueda Smithers Dirección de Estudios Históricos, INAH

Keywords:

Campesinos, Ingenios azucareros, Siglo XVII, Zapatistas

Abstract

El presente ensayo tiene la finalidad de reiniciar una ya añeja reflexión sobre el carácter histórico del movimiento campesino zapatista (1911-1920). Por principio, se maneja su significado esencial no sólo como el de una rebelión anticapitalista, sino, sobre todo, como el de una alternativa ‘histórica particular”, vencida y limitada durante la revolución mexicana, pero de ningún modo clausurada ni extinguida. Varios han sido los pensadores que han intentado comprender al zapatismo como un proceso distinto y paralelo al de las otras facciones revolucionarias (muy semejantes entre si, tanto en su base social como en sus objetivos de lucha), que respondió de manera propia a las circunstancias locales, anteponiendo su propia perspectiva histórica -lo que eran y lo que querían ser- a los proyectos del estado y a los de sus contemporáneos. revolucionarios norteños. Es entre estos pensadores donde se debe buscar el origen de la reflexión sobre la esencia de este movimiento; aquí sólo se retoman algunas de sus ideas y se trata de explicar, a la luz de una investigación empírica reciente, el funcionamiento práctico y contradictorio de aquella alternativa campesina, haciendo hincapié en los mecanismos de motivación internos y sus condiciones, expectativas, logros y limitaciones en el ámbito superestructural.

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References

Entre estos caben destacar: Manuel Márquez Sterling, Octavio Paz, Carlos Fuentes, John Womack, Adolfo Gilly, Jesús Sotelo Inclán, Gastón García Cantú y Arturo Warman, quienes, según creo, han sido los que más se han aproximado a la realidad zapatista como forma de oposición campesina coherente, en que la alteridad cultural -como fundamento de la identidad del zapatista- fue la parte subyacente a las demandas agrarias.

A. Warman, ... Y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el estado nacional, México, CISINAH, 1976, pp. 62-89.

Para quien se interese en el estudio de la modernización y de las rupturas y oposiciones sociales que generó: cfr. S.N. Eisenstadt, Modernización, movimientos de protesta y cambio social, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1972. Asimismo, dando como ejemplo a la "plebe" inglesa del siglo XVII, Cfr. E.P. Thompson, Tradición, revuelta y conciencia de clase. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial, Barcelona, Editorial Crítica, 1979, Cap. I. Sobre las protestas agrarias en América y Europa, desde el final del feudalismo hasta la década de los sesentas de nuestro siglo, cfr. Henry A. Landsberger (ed). Rural Protest: Peasant Movements and Social Change, Londres, Internacional Institute for Labour Studies, MacMillan press, 1974, (existe una edición en castellano).

Esta vertiente tiene, a su vez, una doble particularidad: la contradicción entre la hacienda y los trabajadores formalmente libres de las comunidades campesinas, y la de la hacienda y los trabajadores acaslllados (realengos). Aquí únicamente manejaremos la primera, ya que el campesino "libre" fue el rebelde zapatista mientras que el realengo se mantuvo al margen del movimiento. Cfr. Warman, Op. cit. p. 124-129.

Warman, Ibid. pp. 79-89.

Además, la hacienda aprovechaba estas formas de organización campesina para la explotación del trabajo infantil, por medio de los contratos a los jefes de familia. Por otro lado, la organización de las familias extensas campesinas permitió a la hacienda disponer en exceso de fuerza de trabajo, pues los desempleados podían mantenerse del trabajo colectivo familiar; esto, sin embargo, presionó de tal modo a la organización básica campesina, que le hizo ver en la recuperación de las tierras el único camino viable para subsistir.

La "economía del prestigio" funcionó, en las relaciones sociales campesinas, como organizador de las escalas (status) internas.

Aquí nos referimos específicamente a las concepciones estatales occidentales (capitalistas) derivadas de las reflexiones de Clausewitz sobre la guerra, en la que la diplomacia y la violencia juegan roles paralelos para dirimir las diferencias ocasionadas por una correlación de fuerzas equilibrada.

Obviamente, los argumentos de los hacendados sobre la violencia aplicada para "la selección" de los trabajadores eran otros. L. Espejel y S. Rueda, La lucha de clases en el campo morelense, 1870-1914, INAH, en preparación.

Sobre todo de militantes de la Casa del Obrero Mundial y de los maestros ligados al anarco-sindicalismo, perseguidos por el gobierno de Victoriano Huerta.

En este sentido, nos ajustamos al modelo de análisis de las élites modernizantes propuesto por S.N. Eisenstadt, Op. cit.

Se parte de la premisa, pues, de que el campesinado del centro-sur del país -actor principal del movimiento zapatista- es culturalmente distinto a los campesinos no indígenas de México; asimismo, definiríamos a este campesinado como al mismo tiempo "inculturado y aculturado", a diferencia de los indígenas que han vivido en zonas aisladas (inculturados). Esto, entonces, nos hace pensar en la existencia de "desniveles culturales internos", dentro de las formas culturales nacionales. Véase A.M. Cirese, Ensayos sobre las culturas subalternas, México, CISINAH, 1979. (Cuadernos de la Casa Chata, 24), p 46 y ss. Sobre las diferencias entre el campesinado mexicano en el porfiriato, cfr. F. Katz, La servidumbre agraria en Mexico en la época porfiriana, México, SEP, 1976 (Sepsetentas, 303).

Entrevistas realizadas por el Programa de Historia Oral (Area centro-sur) del INAH, coordinado por Alicia Olivera (1973-1977). Véase la selección de testimonios zapatistas que forman parte de este trabajo, de los cuales algunos pertenecen al al archivo de cintas magnetofónicas formado por el PHO-INAH; los otros testimonios se lograron durante la filmación de la película Testimonios zapatistas, de Adolfo García Videla (Filmoteca-UNAM).

Ya Womack apuntaba que el zapatismo era "una liga de comunidades armadas". Empero, no todos los campesinos fueron guerrilleros, aunque sí la mayoría fue zapatista. Como veremos un poco más adelante, cierto tipo de campesinos tomaron las armas y se ligaron "contractualmente" y a nombre de sus pueblos -obviamente en parámetros protocolarios campesinos- a la guerrilla. J. Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, México, siglo XXI Eds., 1974, pp. 74-75.

En este sentido, es importante partir de la concepción de Cirese sobre la "alteridad cultural" y sus implicaciones históricas. Cirese, Op. cit. 66-88.

Cfr. Adolfo Gilly, "La División del Norte y Pancho Villa. El tiempo de los héroes y los mitos", en I. Lavretski y A. Gilly, Pancho Villa. Dos ensayos, México, ed. Macehual, 1978, pp, 207-229.

En 1918, Zapata afirmó que la aspiración suprema de su revolución era "pretender la mejoría de condición para el indio y para el proletariado". La médula del programa revolucionario sería, basándose siempre en los postulados del Plan de Ayala, la siguiente: reforma agraria, reivindicaciones de justicia, constitución de las libertades municipales, implantación del parlamentarismo, abolición del caudillaje y, finalmente, "el perfeccionamiento de diversos ramos de la ligislación para que responda a las necesidades de la época y a las exigencias crecientes del proletariado de la ciudad y del campo". Archivo General de la Nación, Fondo Genovevo de la O, 15 de marzo de 1918. Una colección bastante completa de documentos programáticos zapatistas y de su interpretación aparecerá pronto en el trabajo colectivo del Seminario de Movimientos Campesinos del Siglo XX. L. Espejel, A. Olivera y S. Rueda, El Programa Político Zapatista.

A.G.N., Fondo Genovevo de la O, 20 de enero de 1917. L. Espejel, et al., Ibid.

Entrevistas del Programa de Historia Oral, ya citadas. Véase la selección de testimonios en este trabajo.

Por otra parte, se debe tomar en cuenta que no existen ejemplos históricos de "triunfos" de utopías campesinas ni de su imposición en espacios no campesinos, ya que de haberlo sido, desde luego, no serian consideradas como tales.

Véase A. Warman, La danza de moros y cristianos, México, SEP. 1972, p. 168, (Sepsetentas, 46).

Aquí vale la pena aclarar que entendemos a la conducta social como el vehículo de la cultura, esto es, que tanto las formas culturales como el contenido de la cultura se manifiestan en la práctica a través de las conductas socialmente establecidas para normar las relaciones entre los hombres. Las formas culturales y el contenido de la cultura son dos categorías ampliamente explicadas por Thompson: las formas culturales apelan a la costumbre y a los usos tradicionales, mientras que entiende al contenido de la cultura como la situación histórica del cambio del ser social, que ubica a los hombres ante su realidad. Thompson, Op. cit. pp. 44-45.

En la cotidianidad campesina, el aspecto lúdico, por ejemplo, llega a tener gran trascendencia por y dentro de la misma economía del prestigio; de esta manera, la valentía y la habilidad en alguna actividad, considerada meramente como "diversión", traspasa su utilidad simple e inmediata y entra en el juego de los valores esenciales. Las pruebas son puestas en los días de fiesta: los juegos de toros, jaripeos, charreadas y corridas dan pauta a sobresalir y a conseguir, por así decirlo, un elemento identificador y diferenciador: el mejor jinete o el charro más valiente adquieren en este espacio y tiempo (ruedo-fiesta) un rasgo de importancia dentro de la comunidad, acumulándose, generalmente, con los otros elementos diferenciadores específicos de los distintos niveles de acción en la vida cotidiana.

Váese J. Womack, Op. cit. cap. III; J. Sotelo Inclán, Raíz y Razón de Zapata, México, Editorial C.F.E., 1970,; G. Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, 5v., México, Editorial Ruta, 1951, T.I.

El deslinde interno sobre quién sería el dirigente campesino sureño, en el maderismo y posteriormente durante la lucha autónoma, fue definido entre los distintos jefes regionales independientes (Genovevo de la O, Francisco Mendoza, Gabriel Tepepa, Pablo Torres Burgos, "el Tuerto" Morales, etc.) a través de la discusión interna, la aceptación consensual de los pueblos y, finalmente, con la muerte de algunos de ellos.

Por supuesto, su prestigio y el de sus guerilleros adquirió nuevos elementos a lo largo de la revolución.

El ejército permanente zapatista estuvo mayoritariamente constituido, según investigaciones hechas en este Seminario de Movimientos Campesinos del Siglo XX, por jóvenes de entre los 16 y 22 a 25 años. En general, estos jóvenes trabajaban ayudando a su padre en la agricultura y el pastoreo. Excepto en las zonas más castigadas por los federales y carrancistas, los jefes de familia apoyaron con alimentos y forraje al movimiento, y rara vez empuñando las armas.

En un trabajo más extenso, del cual este ensayo forma parte, profundizo más sobre las concepciones campesinas sureñas del "trabajo" y de "tiempo libre", muy diferentes a las visiones "occidentales" que al respecto se tienen.

Podrá notarse que las causas de incorporación fueron muy distintas, aunque siempre con una raíz cultural campesina indígena. Las causas, pues, variaron desde "el acompañar a Zapata a tumbar a Porfirio Díaz", hasta una especie de mesianismo, confundiendo a Madero con la cruz cristiana, lo que, por otra parte, nos recuerda la rebelión de los indios de Yucatán en el siglo XIX.

Es muy común oír entre los veteranos revolucionarios no sureños -y haciendo burla de éstos- que en el zapatismo "hubo más coroneles que soldados".

Esta fue la causa más común de incorporación de los "zapatistas periféricos" (Distrito Federal, Estado de México) quienes eran, asimismo, los que menos conocían los objetivos revolucionarios. Se unieron a los rebeldes morelenses porque temían "morir en otro lado" a favor de un gobierno al que apenas concebían, mientras que en el monte había campesinos como ellos -cultural, económica y socialmente afines-, que podían defenderlos o, cuando menos, darles la posibilidad de permanecer en su espacio conocido.

La memoria popular es menos prolija en lo que se refiere a asuntos más o menos "normales" que a los ejemplares o curiosos. En este caso, por ejemplo, se recuerda perfectamente el nombre y las hazañas de "la coronela Rosa"; no así los de su esposo. Por otro lado, hay que agregar que fueron muy frecuentes los casos de mujeres guerrilleras en el zapatismo.

Esta característica es, al parecer, muy común en las guerrillas campesinas indígenas. El estado, por experiencia conocedor de esta facultad de fácil reproducción y capacidad de absorción de golpes de los grupos guerrilleros agrarios, implementó, a través de su ejército, tácticas debilitadoras: reconcentraciones, movilizaciones de poblados enteros, quemas de casas, siembras y trojes, etc. Esta práctica militar fue utilizada en México antes, durante y después de la revolución.

Se trata del lema oficial del movimiento. Durante la lucha, se hicieron varias sugerencias a Zapata para cambiarlo o reformarlo; sin embargo, ninguna de ellas fue aceptada. En este sentido, sale sobrando que expliquemos que la frase comúnmente adjudicada al zapatismo -la de los anarquistas, "Tierra y libertad"-, jamás fué usada en ningún documento.

Adolfo Gilly tiene cierta razón al hablar de "la comuna de Morelos" como el espacio donde se practicó políticamente la revolución zapatista. A. Gilly, La revolución interrumpida, México, El Caballito, 1978, (Colección Fragua Mexicana). En el amplio análisis sobre el zapatismo, del que este ensayo forma parte, hago una reconstrucción pormenorizada de la vida cotidiana del campesinado zapatista; adelanto, por lo pronto, que la isla creada por el zapatismo no fue, ni con mucho, homogénea, ni que su funcionamiento político, económico y social interno -en la cotidianidad de los pueblos y campamentos- correspondió con exactitud al modelo histórico de "la Comuna de Paris". Antes bien, en lugar de hablar de "una isla", debería referirme al "archipiélago" zapatista.

A. Langle R., Huerta contra Zapata. Una campaña desigual, México, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, 1981 (Serie: Historia Moderna y Contemporánea, 4), p. 113.

Womack, Op. cit., p. 250.

Miguel León-Portilla, La visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, México, UNAM, 1972, (Biblioteca del Estudiante Universitario, 81), pp, 166-7. Recuérdese este texto del Manuscrito Anónimo de Tlatelolco, 1528, cuando se lean los testimonios zapatistas de la vida en los campamentos.

L. Espejel, A. Olivera y S. Rueda, Op. cit. Sobre un análisis global de los documentos, véase A. Olivera, "La tropa pide la palabra", en Boletín del Archivo General de la Nación, T. II (8), México, 1979. Como puede verse, la autonomía zapatista no significó nunca separatismo. El cuartel general siempre tomó en cuenta a la nación -aunque con una concepción propia- para manejarse políticamente. De hecho, pensaba en la organización de un país social, económica y culturalmente múltiple pero igualitario.

Cirese, Op. cit. p. 48.

Recuérdense las justificaciones colonialistas alemanas en los años previos a la primera guerra mundial, destinadas a envolver su "necesidad" de extenderse hacia el oriente y "salvar al mundo civilizado del peligro oriental".

Manuel Márques Sterling, Los últimos días del presidente Madero. Mi gestión diplomática en México, La Habana, Imprenta del Siglo XX, 1917, pp. 266-67.

Cfr. A. Olivera, "¿Ha muerto Emiliano Zapata?", en Memorias de las Jornadas de Occidente, II, Juiquilpan, Centro de Estudios de la Revolución Mexicana "Lázaro Cárdenas", 1980, pp. 121-140.

S. Rueda, "Los dos Emilianos Zapata. Concepción clasistas en torno a una figura", en Boletín del Centro de Estudios..., Juiquilpan, abril 1980, no. 3, pp. 43-51.

Published

1983-03-31

How to Cite

Rueda Smithers, S. (1983). Oposición y subversión: testimonios zapatistas . Historias, (3), 3–32. Retrieved from https://revistas.inah.gob.mx/index.php/historias/article/view/15360

Issue

Section

Ensayos