Palabras del Director General del INAH
Recordemos que el impulso de la primera urbanización de la Nueva España fue la realización de una utopía renacentista; hagamos memoria que el arte pictórico traído a América presuponía la construcción de un espacio donde el individuo -y no ya el arquetipo o el estamento- era el personaje principal, tengamos presente asimismo el asombro de Fray Bernardino de Sahagún por la enorme capacidad de los artesanos indígenas para apropiarse de las artes y oficios europeos e imprimirles su sello característico; sirvan tan sólo estos tres ejemplos para comprender que la tarea de conservar, restaurar y difundir el patrimonio cultural va más allá de una pericia técnica y un conocimiento científico; supone un diálogo histórico, antropológico e incluso filosófico entre el presente de quien realiza la intervención y el pasado donde fue producida la obra.
Pero, además, la gestión y realización de toda intervención sobre el patrimonio cultural vislumbra que se instaure una interlocución entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la comunidad donde el patrimonio se encuentra asentado. Conservar el patrimonio cultural para el disfrute de toda la sociedad requiere de complejas medidas científicas y técnicas que las comunidades y grupos de interés interpretan, muchas veces, como la enajenación de su patrimonio. Es por ello indispensable, sin renunciar a las atribuciones que por ley posee el Instituto, sensibilizar a la sociedad que la labor de nuestros especialistas es una forma de proteger, preservar y difundir los distintos valores del monumento o la obra que la localidad considera su herencia más preciada.
Y es igualmente cierto que la conservación, la restauración y la museología unen –tanto en su práctica como en su cuerpo teórico- a la más radical objetividad de los procedimientos de la ciencia dura con la subjetividad razonada de las disciplinas humanísticas. Esta dicotomía –que en otras áreas del quehacer se vería como una irreconciliable antinomia- convierte al egresado de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del INAH en un profesionista con cualificaciones únicas que, con su actividad multifacética, propicia el diálogo interdisciplinario, intersocial e intercultural.
No es casualidad, entonces, que el ejercicio y formación profesional, en todas sus facetas –como actividad académica, campo de investigación e instrumento de cambio social– sea el espíritu central que anima el proyecto editorial de Intervención, Revista Internacional de Conservación, Restauración y Museología. Al lugar de vanguardia que por historia y desempeño le corresponde a nuestros profesionistas a escala mundial, le hacía falta un espacio donde se analicen, reflexionen, discutan e intercambien ideas, proyectos y aspiraciones con sus pares tanto connacionales como de instituciones extranjeras.
Con Intervención, el INAH inaugura una nueva etapa en el desarrollo de la investigación, práctica y docencia en las áreas de la conservación, la restauración y la museología del patrimonio cultural en México. Estoy convencido de que el entusiasta equipo editorial que coordina este proyecto sabrá hacer honor a ese linaje que se asienta en la ENCRyM y que ha dado generaciones de importantes especialistas en la materia patrimonial en América Latina.
Alfonso de Maria y Campos Castelló