NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
71
VOCES
Viaje a Tierra Sagrada Wixárika
en tiempos de pandemia
Travel to the Sacred Land Wixárika in times of pandemic
María José García Oramas
Facultad de Psicología, Universidad Veracruzana, México / jogarcia@uv.mx
Fecha de recepción: 17 de mayo de 2021
Fecha de aprobación: 19 de agosto de 2021
n 1983 visi la sierra tarahumara y a los ramuri en la misión jesuita de Siso-
guichi y en Guachochi. En aquel entonces era estudiante de la Licenciatura en
Psicología Social y me interesaba profundamente conocer a los pueblos ingenas del
país. Un año desps fui a Chiapas, a las comunidades tzoziles y tojolabales, y mi fas-
cinación por estas culturas siguen aumento. Por ese entonces compré un libro de
dos tomos titulado: Los huicholes. Una tribu de artistas (1934), obra de un antropólo-
go estadounidense, Robert M. Zingg, esperando un día poder visitar esta comunidad.
El libro se quedó en mis estantes durante muchos años, en los cuales me convertí
en investigadora de la Universidad Veracruzana en la Facultad de Psicología en Xa-
lapa, Veracruz, luego de haber concluido una maestría en Estudios de Género en la
New School University, en Nueva York, Estados Unidos, y un doctorado en Ciencias
de la Educación en París, Francia.
A lo largo de todos estos años pude visitar muchas comunidades, en el extranjero y
en mi propio país; comunidades urbanas, rurales y también indígenas, interesada sobre
todo en la condición de las mujeres en distintos contextos. Todo ello hasta que la pan-
demia de COVID-19 me impidió, como a todos, seguir viajando y mucho menos realizar
cualquier tipo de trabajo de campo.
Así, en medio del aislamiento social y luego de un año de no salir siendo como, ya
lo he dicho, una viajera empedernida, se me presentó la oportunidad única de poder
visitar una comunidad wixárika en la sierra de Jalisco gracias al contacto que con
ella tiene Roxana G. Drexel, organizadora, junto con su hermana Patricia, del grupo
E
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
72
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
de voluntarias “Por los Guardianes”, quienes apoyan a los wixaritári en la venta de
sus artesanías. Roxana, a su vez, apoya en la difusión de su arte y durante aproxi-
madamente 15 años ha trabajado de cerca con varios artistas de esta etnia en la zona
metropolitana de Guadalajara, además de ser la gestora cultural de una colección
privada de la Fundación Hermes Música, A. C. de instrumentos intervenidos con
chaquira, que ella lleva a varios países.
Agradezco el apoyo en la realización de esta visita a Roxana G. Drexel, a Martin
Camilo Aguilar y a Regina Alcocer, (ReginaAlcocer@ojodeaurea) y, sobre todo, a
nuestra informante, por permitirnos acceder a su comunidad y publicar este escrito.
Quiporque comprender la vida en aislamiento me parecía algo imprescindible a
reflexionar en los tiempos que corren cuando el gregarismo nos ha afectado tan vi-
siblemente, o porque entender cómo es que una comunidad en territorio mexicano
podía permanecer intacta en sus tradiciones y cosmogonía después de siglos a pe-
sar de la globalización, de la pandemia, del narcotráfico y de la violencia social
siendo que, además, fueron los únicos pueblos que sobrevivieron, junto con los co-
ras, al exterminio durante la conquista en Jalisco; o quizá porque necesitaba en-
tender cómo es que el futuro se entrelaza con el pasado para crear un mejor pre-
sente volviendo para ello a los orígenes de la humanidad, siguiendo a quienes
afirman que la única manera de salvar el planeta y la civilización es entender a los
pueblos originarios en tanto “el futuro o es autóctono o no será”, lo cierto es que
en abril del 2021 pude hacer realidad este sueño tan largamente anhelado, justo en
el momento en que parecía imposible hacer realidad ningún sueño, lo que ya, de
inicio, auguraba un buen comienzo.
El escrito que ahora presento ha de comprenderse como un diario de viaje, como
una experiencia única de quien, sin ser especialista en la temática, ha elegido seguir
al Dr. Robert M. Zingg para guiar sus reflexiones, sabiendo de antemano que hoy en
día existen múltiples y reconocidos estudiosos sobre los wixaritári, hombres y muje-
res, quienes han trabajado profunda y comprometidamente con este pueblo origina-
rio. Personalmente, el libro de Zingg me resultó especialmente valioso, porque al
leerlo iba identificando en sus comentarios personales muchas de las sensaciones y
la admiración por esta etnia que tantas personas hemos experimentado a lo largo del
tiempo, además de disfrutar sus elaboradas y detalladas descripciones sobre las cos-
tumbres, los mitos, el arte y la vida de estos pueblos.
Me he interesado en brindar pequeñas reflexiones comparativas entre la obra de
Zingg y la sociedad moderna en la que habito, pensando en que él, desde su contex-
to, en 1934, como buen hombre, estadounidense y cientificista, se preocupaba por
llevar a cabo un estudio antropológico que fuera lo más descriptivo, fidedigno y obje-
tivo posible sobre esta comunidad y sus costumbres, mientras yo me ubico, en un
contexto de ser mujer, en 2021, en plena pandemia del covid-19 y en una posición de
ir construyendo saberes desde un lugar que es situado en un determinado momento
histórico y en un contexto específico.
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
73
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
Esta narrativa parte pues de mi experiencia personal, de mi bagaje académico en
tanto psicóloga social y comunitaria y la comparto con el franco interés de contribuir
a la comprensión y difusión de los wixaritári. En mi caso, particularmente interesa-
da en su estructura familiar y en el papel que desempeñan hombres y mujeres en su
sociedad.
Zingg titusu obra como: Los Huicholes. Una tribu de artistas, y, por lo menos,
desde el punto de vista de los habitantes de San Sebastián Teponahuaxtlán quienes
nos acogieron, ellos ni son huicholes ni son tribu, con lo cual un título así, aceptable
en 1934 y hasta en 1982 (cuando el libro fue traducido y editado por el Instituto Na-
cional Indigenista con Juan Rulfo como jefe de Departamento de Difusión y Comunica-
ciones), hoy en día resulta, por lo menos para nuestros informantes, controversial.
Los gobernadores de San Sebastián Teponahuaxtlán nos dijeron que cualquier cosa
que deseáramos transmitir sobre ellos habría de comenzar enfatizando en que el r-
mino huichol es ofensivo para su etnia, puesto que proviene de la palabra huitlacoche
que significa negro, cuando ellos en realidad son wixárika, que significa Pueblo Gran-
de, y su gente son wixaritári. Esta letra “x”, que en otras lenguas tiene un sonido sua-
ve, en este caso enfatiza la segunda “r”, porque, en su decir, ellos son Grandes.
Sin embargo, la antropóloga Marina Anguiano (2018), con más de 40 años de
trabajo sobre este grupo, afirma que esta aseveración es inexacta y que no tiene cer-
teza histórica. Huitlacoche (escuitlacochi) no tiene relación con huichol, que es un
término en español cuyo origen proviene de una corrupción lingüística a raíz de la
conquista y es relativo a un término similar como guisol, güisol, vitzurita, el cual de-
rivó en huichol. La autora, sin embargo, corrobora que ellos mismos, en su propia
lengua, se autodenominan wixárika en singular y wixaritári en plural, lo que signifi-
ca “pueblo de sabios, curanderos, médicos”.
Sobre esta controversia, en una conversación reciente con otra especialista en la
temática, Ingrid Arriaga, quien cuenta con diversos textos sobre los wixaritári tales
como “Arte y procesos creativos en la circulación de la espiritualidad wixárika(2018),
considera que, en efecto, si bien es inexacta la aseveración de que el término huichol
proviene de huitlacoche, no deja de ser interesante saber que los propios wixaritári
sigan buscando nuevos significados, significados inmediatos, analógicos a la mirada
externa sobre su propia etnia.
Por otra parte, sobra decir que, si bien Zingg diferenciaba a los indios pueblo de
las tribus en tanto unos viven de manera gregaria y los otros viven de manera dis-
persa y por esta razón consideraba a los wixaritári (al igual que a los rarámuri) co-
mo tribus, este hecho hoy en día no es relevante para considerar a estos grupos co-
mo lo que son: una civilización cuyo arte forma parte de una cosmogonía
excepcional y cuyas tradiciones se basan en saberes ancestrales, “antiguos”, en el
sentido en el que también nos lo explicaron sus gobernantes, quienes usan este úl-
timo término porque alude a que su pueblo se originó desde tiempos muy antiguos,
inmemoriales, hace miles de años y, en su decir, ni siquiera ellos saben desde hace
cuánto tiempo habitan estas tierras sagradas.
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
74
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
Durante mi estancia en tierra wixárika pude constatar que las tradiciones de esta
cultura permanecen prácticamente intactas, tal y como las describiera Zingg, aun en
estos tiempos de pandemia si bien allí, hasta ahora, la pandemia no ha llegado. En la
actualidad, los wixaritári mantienen una relación mucho más cercana y cotidiana
con el mundo exterior, incluso se les puede ver con celulares, con televisores y
computadoras, puesto que sus comunidades cuentan ahora con luz y con mejores
vías de acceso. Aun así, siguen sin tener ningún problema en convivir con otras cul-
turas manteniendo a rajatabla la propia.
El saber desde la experiencia: “Es algo así…”
El trayecto de Guadalajara a la sierra Wixárika, en este caso a San Sebastián Tepo-
nahuaxtlán, es largo, aunque es frecuentemente recorrido por las y los integrantes
de esta etnia. Guadalajara y Tepic son las ciudades a las que acuden con cierta regu-
laridad para la venta de sus artesanías, para trabajar, acudir al médico o llevar a ca-
bo alguna otra diligencia.
Nuestra guía y anfitriona vive en Guadalajara desde hace 16 años y es apoyada
por la psicóloga y activista Patricia Ríos Duggan, quien desde hace más de tres déca-
das auspicia un centro de apoyo para personas wixaritári junto con grupos altruistas
y organizaciones civiles tapatías. En ese albergue pueden pernoctar, comer y descan-
sar durante su estancia en la ciudad.
Los autobuses que llevan a la sierra pasan por diferentes localidades y hay que
transbordar de uno a otro en lugares como Trinidad García de la Cadena, Jalisco, y en
Tlaltenango, Zacatecas, hasta llegar a Bolaños, pueblo minero donde inicia un camino
de terracería que cruza las montañas hasta llegar a San Sebastián. Regularmente el
trayecto dura 12 horas y las personas suelen salir muy temprano para finalizarlo con-
cluyendo con una caminata que les conduce hasta sus pequeñas rancherías.
En nuestro caso, hicimos el recorrido en una camioneta particular, acompañadas
y guiadas por nuestra informante, Rosa, y su pequeña hija, quienes, como todos los
wixaritári, se identifican con dos nombres: uno en su lengua originaria y otro en es-
pañol. En su lengua, nuestra pequeña acompañante de cuatro años se llama Umuari,
que quiere decir única, y su mamá se llama Uaxima, que quiere decir maíz cuando
ya está crecido.
Al inicio del viaje, la mamá hablaba poco y quien concentraba nuestra atención
era la pequeña Lucecita con sus cantos y sus juegos. Nunca lloró ni preguntó ¿cuán-
do llegamos? como suelen hacerlo los pequeños en este tipo de viajes. Mientras tan-
to, nosotras disfrutamos la belleza de los paisajes, desde las plantaciones del agave,
en Tequila, hasta los campos de cultivo de Tlaltenango, donde se cosecha, entre
otros, la calabacita, el rabanito y el cilantro. De hecho, Rosa pasó de los 12 a los 16
años trabajando en estos cultivos junto con su hermana y su familia. El trabajo del
campo, comenta, es duro y mal pagado, pero es una de las pocas alternativas de tra-
bajo remunerado que tienen los pueblos wixaritári, tanto hombres como mujeres.
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
75
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
San Miguel de Bolaños es el último punto mestizo antes de llegar a tierra sa-
grada wixárika. Ahí hay una enorme efigie de venado decorado a la usanza indíge-
na, que nos recuerda su condición de Dios principal para este grupo. Y justo en el
momento en que subíamos la montaña para adentrarnos en su tierra sagrada, Ro-
sa comenzó su tarea de comunicarnos su cosmogonía y costumbres. Nos explicó
que su pueblo tiene cinco dioses: el ojo de dios (Tzilkuri), el venado azul (Maxa), el
abuelo fuego (Tatewari), el peyote (Híkuri) y el maíz (‘Iku). Sin embargo, nos ex-
plique ella no podía hablarnos de los dioses porque no había experimentado el
trayecto sagrado de los peyoteros a Wirikuta, en Real del Catorce, y sólo quienes
habían experimentado el contacto directo con ellos podrían hablar a ese respecto.
Ella nos dijo que así como a las personas no les gusta que otros hablen de ellas, de
su historia, de sus costumbres, a los dioses tampoco les gusta que hablen de ellos
otras personas que no los han conocido. Por esta razón, cada vez que nos explicaba
algo de su cultura, complementaba con esta frase: “es algo así”.
Gracias a que Rosa pidió permiso a sus dioses para adentrarnos en su tierra sa-
grada contamos con su protección a lo largo del trayecto, especialmente durante 5
horas en la terracería, ya cerca del atardecer, donde no nos topamos con ningún otro
vehículo o persona transitando por esta vía. Mientras repetíamos una y otra vez:
¡Estamos en medio de la nada! Ella nos escuchaba pacientemente. Nuestra “nada” en
realidad es su “todo”, y sí, ciertamente nos alejábamos de nuestro “todo” para entrar
en el suyo, pero aun sin la apertura suficiente para adentrarnos en esta experiencia,
abrazarla y luego poder decir “algo así” sobre la misma porque, en efecto, las expe-
riencias hay que vivirlas en carne propia.
Estar en medio de la nada es algo así como vivir una experiencia radicalmente di-
ferente a nuestro mundo conocido: no hay ruido, no hay personas, no hay tiendas,
no hay congregaciones. En cambio, hay una naturaleza esplendorosa, animales sil-
vestres y un pueblo único que se anuncia al borde del camino con un letrero que di-
ce: “Bienvenidos a la Sierra de la Región Wixárika: área de alto valor para la conser-
vación biológica y cultural”.
Al llegar a su comunidad, Calabacías, el lugar que nos acogió y donde vive su fa-
milia, Rosa comentaría a sus parientes nuestras reacciones y miedos durante el ca-
mino y todos se rieron abiertamente, y con justa razón, de nosotras. Incluso, porque
al llegar encontramos un temible alacrán güero en la puerta de nuestra habitación.
Ella, muy tranquilamente nos mostró que no iba a picarnos: puso su mano cerca de
él, le habló en su lengua y cuando constató que el animal no se movió para atacarla,
entonces tomó una pequeña vara y lo alejó. De todos modos, Roxana pensaba que los
alacranes siempre vienen en pareja así que, a pesar de la enseñanza, buscó en vano
al compañero del alacrán durante el resto de la noche.
Lo cierto es que nadie nos asaltó, ningún alacrán nos picó, no nos enfermamos y,
por el contrario, una vez despejados nuestros miedos, pudimos al fin experimentar
lo que se siente cuando se llega a una tierra sagrada donde el día dura muchas ho-
ras, durante las cuales suceden historias inigualables, “algo así” como mágicas, úni-
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
76
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
cas en la vida, y cuando, de noche, se pueden tocar las estrellas con las manos y re-
conocer la inmensidad de nuestro cosmos, la diversidad de nuestra especie y la ben-
dición de venerar a nuestra naturaleza que, en efecto, se compone de muchos dioses
que nos protegen.
“Tú eres mi kurika”: La familia wixárika
Nada s llegar, niños pequeños van saliendo de todas partes para conocer a las visitan-
tes. A, desde el momento que llegamos hasta nuestra partida, siempre estuvimos rodea-
das de estos pequeños dispuestos a jugar, a comer, a escuchar y sobre todo a seguir todos
nuestros movimientos con gran curiosidad.
Así como lo describió Zingg, los niños parecen un poco “malcriados” porque en
realidad crecen en absoluta libertad. Desde que nacen hasta que cumplen 4 o 5 años
son cuidados por la comunidad en su conjunto. Sus padres, hermanos y hermanas se
ocupan de ellos sin privarlos prácticamente de nada. Y es que estos pequeños son
muy apreciados por sus familias, así que se dedican a jugar y a correr de un lado al
otro persiguiendo animales, en sus bicis o con algún otro juguete, razón por la que
no resulta raro verlos cubiertos de polvo de la cabeza a los pies.
Al llegar, Lucecita fue la primera en bajarse de la camioneta para salir corriendo
a jugar con sus primos. Revoloteando a nuestro alrededor, en un momento cualquie-
ra se acercó a y me dijo: “Tú eres mi kurika”. Pregunté qué quería decir “kurika”
y me contestaron que quiere decir “hermana”. Así, de esta forma tan natural y es-
pontánea ella me había convertido en parte de la familia.
La calidez con que fuimos recibidos provenía no sólo de los pequeños sino tam-
bién de los adultos. En primer lugar nos recibió el cuñado de Rosa, con su esposa y
sus hijos. No sólo dispusieron para nosotros de su mejor cuarto, recién construido,
sino que estuvieron en todo momento pendientes de lo que necesitáramos. Al despe-
dirnos, de la misma manera en que Lucecita me llamó hermana, él se despidió de
nosotras con lágrimas en los ojos diciendo “Nunca las voy a olvidar”.
La fuerza de la estructura familiar en las comunidades tradicionales y particu-
larmente entre los wixaritári es Grande como su etnia y, junto con la religión, es el
soporte sobre el cual se estructura este grupo social. Los niños son considerados una
bendición y por eso se les malcría de pequeños: no se les enseña “formalmente” na-
da, no se les pone “límites”, simplemente se les deja hacer lo que deseen y no están
vetados de ninguna actividad que realicen los adultos, ni de participar en ningún
acontecimiento familiar y social. Por el contrario, se les permite que observen todo a
su alrededor y que se dediquen a jugar desde que amanece hasta que se duermen.
¿Cómo se transmiten entonces los conocimientos y tradiciones de los wixaritári
a las nuevas generaciones? Pues justamente así: observando, compartiendo y par-
ticipando de la convivencia cotidiana a fin de que miren y aprendan de sus mayo-
res. Por esta razón, particularmente en los ritos y ceremonias religiosas, les incitan
a estar presentes para que a fuerza de la repetición aprendan sus tradiciones, de
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
77
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
tal suerte que en la vida adulta conocen de memoria cada uno de los elementos
que la componen.
Conforme crecen, las cosas cambian y se pueden establecer diferencias entre las
tareas y las formas de socialización para hombres y mujeres. Chuy, su cuñado, tiene
4 hijos: Liz, de 15 años; Omar, de 13; una pequeña de 2 y un bebé varón de 4 meses.
Como lo he comentado, todos cuidan indistintamente de los pequeños y en este caso
era frecuente ver a Omar cargando al nuevo bebé, muy feliz de que hubiera en la
familia otro varón como él, mientras que su pequeña hermana lloraba amargamente
de que ya no fuera ella a quien cargaran, así que todo el tiempo hacía enojar a su
hermano para llamar la atención de sus padres, como lo hace cualquier infante des-
plazado por el que viene.
Omar trabaja con su papá en el campo y además asiste a la escuela, al primer año
de secundaria. Esta escuela, junto con la primaria, se encuentra en su propia comu-
nidad y opera mediante el sistema Conafe, con instructores comunitarios bilingües.
En la secundaria, además de ser bilingüe, se aprende también el inglés, lo que a
Omar le gusta mucho. En cambio, Liz ya no acude a la escuela y únicamente terminó
la primaria. Se dedica a las labores del hogar: a tortear (hacer tortillas), acarrear
agua, lavar trastes, lavar la ropa, barrer, entre muchas otras actividades de cuidados.
Como todas las mujeres del lugar, Liz también borda y hace los tradicionales co-
llares, pulseras y anillos creados con pequeñísimas cuentas de chaquira multicolores.
Es la primera en levantarse y la última en acostarse, simplemente, como el resto de
las mujeres, no para.
Al igual que en muchas comunidades tradicionales, si se trata de dar estudio a los
hijos el privilegiado es el hombre, mientras que se espera que las mujeres realicen
las labores de cuidado. En el caso de Liz, se recarga en ella gran parte del trabajo
doméstico dado que su mamá recientemente dio a luz a un nuevo hermano.
Hablando con ella, me cuenta que la llevaron a Guadalajara pero no quiso que-
darse allí, prefirregresar a su comunidad puesto que allá los hombres, al decir
de Chuy, la buscaban solo para casarse con ella, y es común que los wixaritári no
formen familia con mexicanos o extranjeros, únicamente con otros miembros de
su comunidad.
Además de la familia de Chuy, en este espacio familiar conviven otros miembros
de la familia de Rosa junto a sus respectivos hijos y sus familias. En realidad, se trata
del hogar de su abuela, a quien ella considera su verdadera madre, pues fue quien la
crio, con lo cual estábamos en un espacio familiar donde vivían 4 familias separadas
por sus respectivos patios. Lo mismo sucede en el resto de Calabacías, siendo que al
momento de unirse con su pareja, mujeres y hombres pasan a formar parte de la
familia del cónyuge. En el caso de Chuy, él vive con la familia de su mujer, si bien es
cierto que la suya vive enfrente, sólo a unos metros de su casa.
A la par de nosotros, otra hermana de Uaxima llegó de visita. Se trataba de su ver-
dadera madre, quien vive ahora con otra pareja en la comunidad de San Miguel. Ellos
llegaron a pie y a lomo de burro luego de 3 días de andar por la sierra. Venían con dos
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
78
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
hijos: Regina, de 14 años, y su hermano de 12. Comentaban que a los wixaritári les
gusta transportarse caminando puesto que, en su decir, si tienen pies ¿para qué que-
rrían usar otro medio? El viaje sagrado a Wirikuta, por ejemplo, suele durar a veces
algunas semanas y muchos todavía realizan todo el trayecto, ida y vuelta, a pie.
Al igual que Liz, Regina vive con su familia y apoya en las labores del hogar. Al no
ir a la escuela, es común que las chicas de esta etnia se casen muy jóvenes en matri-
monios generalmente arreglados por los padres. Rosa dice que a otra de sus tías le es-
cogieron esposo a los 12 años, edad en la que se fue a vivir a su casa. Nos cuenta que el
matrimonio no se consumó sino hasta que ella tuvo 18 años y mientras tanto la cuida-
ron en casa del varón como si fuese otra hija más. Una vez que se unieron formalmen-
te han durado muchos años juntos, tienen dos hijos y Rosa dice que son muy felices.
Por el contrario, su hermana (la mujer que se encuentra de visita y quien es en reali-
dad su madre), nos contó que muy joven se quedó viuda con dos pequeños y que tuvo
que dejarlos porque no tenían para comer y justifica su ausencia diciendo que siempre
les envió dinero, pero que no supo que el recurso nunca les llegaba.
Las mujeres wixaritári
Resulta difícil acercarse a las mujeres wixaritári. En su libro, Zingg dice que las consi-
deraba bonitas, amables y complacientes, pero que poco pudo hablar con ellas porque
por pudor y temor casi no se le acercaban. Ciertamente, las mujeres difícilmente salen
de sus casas y cuando lo hacen es para llevar a cabo acciones muy puntuales. Aunque
amables, son muy tímidas y reservadas.
Nosotras tuvimos la oportunidad de reunirnos con un grupo de alrededor de 15
mujeres, todas ellas de Calabacías; ellas se acercaron a recoger los víveres que les
habíamos traído a través de la organización Por Nuestros Guardianes. Estuvieron
poco tiempo y todas venían acompañadas de sus hijos, incluso alguna de ellas de su
esposo. Intentamos entablar una charla con ellas, lograr que permanecieran con no-
sotras para conversar sobre temas de su interés, pero no lo conseguimos. Rosa in-
cluso les dijo que yo era “doctora” y que podían hablar conmigo de sus problemas
familiares, de los conflictos con sus esposos o de lo que ellas quisieran con confianza,
que yo estaba ahí para escucharlas y apoyarlas.
Ninguna quiso acercarse, temerosas y silenciosas prefirieron tomar los víveres,
agradecernos amablemente por el apoyo y regresar a sus casas y a sus labores. Aun
así, Rosa nos dijo que existían muchos conflictos entre las parejas en la comunidad
por infidelidades y maltratos, pero que ellas parecían aún no estar preparadas para
hablar sobre ello.
Zingg refiere en su libro estas situaciones conflictivas siempre recalcando el ca-
rácter complaciente de las mujeres. Sin embargo, relata que una de ellas se atrevió a
decirle que la religión era una pesada carga para las mujeres de su comunidad. Hoy
en día, podemos afirmar que ciertamente las mujeres viven estas situaciones como
un pesado destino imposible de transformar, dado que la violencia se naturaliza. El
silencio y conformidad de algunas mujeres wixaritári frente a las normas tradiciona-
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
79
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
les forma parte de un fenómeno recurrente en la gran mayoría de nuestras socieda-
des, sean tradicionales o modernas.
Recuperar la voz de las mujeres que aún no tienen voz es una tarea pendiente.
Rosa piensa que esto tiene que cambiar y que tienen que aprender a hablar sobre lo
que les sucede porque es la única manera de salir adelante, tal y como ella ha apren-
dido a hacerlo ante una experiencia propia de violencia doméstica.
Y no sólo lo denunció ante las autoridades civiles, sino también ante los goberna-
dores tradicionales de su comunidad, de tal suerte que ese hombre, con el cual ya no
tiene ningún contacto y que al final quedó libre luego de un par de años, tiene prohi-
bido de por vida pisar tierra wixárika.
A su vez, destaca la admiración y el cariño que siente por su cuñado Chuy, un
buen padre, buen hombre y buen amigo, como nosotras también lo pudimos consta-
tar. Como muchas otras mujeres, Rosa considera que tener un buen marido es cues-
tión de suerte pero, a la vez, se cuestiona qué tendríamos que hacer las mujeres para
no sufrir situaciones de violencia, y se pregunta si en el futuro ella podrá ser una
guía para las mujeres de su comunidad, a fin de transformar estas situaciones sin
con ello sentir comprometida su lealtad y pertenencia a su comunidad.
Este camino ya lo han transitado muchas mujeres indígenas, quienes organizadas
colectivamente hoy en día afirman que las tradiciones no justifican los actos de vio-
lencia contra ellas y que es necesario transformar cualquier práctica social que gene-
re desigualdad y sufrimiento para las mujeres. Sobra decir que Roxana y yo la ani-
mamos reiteradamente a emprender esta importante labor.
Hombres fuego, Mujeres lluvia
Los dioses del sol y el fuego son los dioses masculinos, los de la lluvia son los feme-
ninos. Juntos, crean la vida y fecundan la tierra. Estamos en tiempos de seca y cerca
del fin del ciclo religioso de la primera parte del año, que comienza en enero y cul-
mina con la Semana Santa. El fuego ha estado presente en todo nuestro recorrido,
particularmente cuando las temperaturas descienden abruptamente: en las peque-
ñas fogatas que se encienden en las casas al amanecer para tomar café con pan o ga-
lletas, hasta las del anochecer, que alumbran y dan calor en el momento en que las
familias se reúnen al concluir el día. Incluso, en algunos casos, es común que se que-
den todos dormidos alrededor del fuego.
Los hombres, fuertes, potentes y dotados del poder de la luz, ostentan los puestos
de poder tanto civiles como tradicionales en la comunidad wixárika. No es raro en-
tonces que esas funciones las realicen siempre cerca de enormes fogatas, que forman
parte de los rituales tradicionales. Zingg pensaba que, aunado al carácter amable y
dócil de las mujeres, la diferencia de su fuerza con la masculina es lo que las coloca-
ba en posición de debilidad frente a ellos.
El agua, fecunda para la vida como las mujeres, abunda en la sierra proveniente
de las montañas y hace de las tierras campos fértiles para el cultivo del maíz, que en
sus diferentes variantes tiene una calidad inigualable.
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
80
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
Los wixaritári también tienen ganado y en época de lluvias se dispersan n s
en sus ranchos para pastarlos. Sin embargo, en los últimos años las tierras se han ido
secando y concretamente, en 2021, la sequía ha sido un fenómeno muy preocupante
que ha afectado a gran parte del territorio nacional. Las mujeres, a pesar de ser consi-
deradas un sexo débil, son quienes acarrean el agua en esta comunidad y en tantas
otras en los lugares donde no existen sistemas de distribución de agua potable.
Con el agua sagrada, traída de sus peregrinajes desde las cuevas y pozos de
Wirikuta, llevan a cabo sus ceremonias tradicionales, pero en el día a día las mujeres
la extraen de los ríos y los pozos aledaños a sus comunidades. La acarrean con tam-
bos y carretillas.
Llegando a Calabacías pudimos vislumbrar una gran presa llena de agua estancada.
Rosa nos dijo que era una obra inconclusa del gobierno y que está en desuso. Lo mis-
mo sucedcuando vimos un contenedor de cemento construido para generar electri-
cidad y distribuir el agua potable. Tampoco sirve. En realidad, la única ayuda guber-
namental visible durante nuestra estancia fueron las buenas condiciones en que se
encuentra el camino de terracería que conduce de Bolaños a San Sebastián, debido a la
reciente visita del presidente en turno, Andrés Manuel López Obrador. De igual mane-
ra, a la entrada de San Sebastián hay un par de kilómetros de camino empedrado con
cantera rosa, rasgo característico de la actual administración.
El comisario ejidal nos dijo que el gobierno quería pavimentar todo el pueblo, pe-
ro que ellos se rehusaron porque, ¿cómo es que iban a pavimentar la tierra sagrada
que habían pisado sus ancestros borrando con ello sus huellas? Así que el nuevo di-
seño de pavimento empedrado a la usanza de Morena quedó tan inconcluso como las
obras pluviales.
Shamanes y parteras
Si bien en la mitología wixaritári abundan los dioses y las diosas, la única autoridad
femenina que pudimos identificar durante nuestra visita fue a la madre-abuela de
Rosa. Una mujer ya entrada en años y prácticamente la única persona que en estos
tiempos de pandemia usaba cubrebocas debida su avanzada edad y a la tos crónica
que la aqueja. Ella es viuda y en la actualidad la familia de Rosa gira en torno a ella.
Además, es la partera del lugar, la cuidadora de los templos y la encargada de las va-
sijas votivas.
Con la gentileza y buena disposición que les caracteriza, accedió a abrirnos los
santuarios sagrados que en ese momento permanecían cerrados. Estos santuarios en
realidad forman parte de una unidad familiar (ampliamente descrita por Zingg), que
consta de un conjunto de cuartos y pequeños templos para los dioses, alrededor de
un patio circular con una enorme fogata al medio. Es en esos patios, junto al fuego,
donde se llevan a cabo los rituales tradicionales.
Impresionaba encontrar este lugar ahora abandonado luego de que su dueño,
hermano de la abuela de Rosa, lo hubiera dejado. Y es que los wixaritári no acos-
tumbran a vivir sin una mujer así que su tío, al morir su esposa, se fue a otra comu-
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
81
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
nidad donde volvió a casarse y ya no quiso volver a Calabacías, dejando a cargo de la
abuela todo el conjunto.
Esta misma disposición compuesta por un conjunto de casas para personas y pe-
queños templos para los dioses, que conviven juntos durante los días y sus respecti-
vas noches, la encontramos en la casa del shamán curandero, el maracame. El tío de
Rosa y el maracame son las personas con más jerarquía en la localidad, y por ello el
conjunto de casas de su abuela y de su respectiva familia no cuenta con estos tem-
plos para los dioses ni tampoco con un patio circular tan grande con su enorme fo-
gata rodeada de graneros, lo que denota una posición inferior en este grupo social.
Dado que la abuela-madre no hablaba español, Rosa nos tradujo todo lo que ella
iba diciendo. Fue la ocasión en la que más se esmeró por explicarnos a detalle todo
lo que estábamos observando. Contrastó bastante con lo que sucedió con el mara-
came, puesto que si bien ella estuvo un largo tiempo hablando en wixárika con él, al
momento de traducirnos redujo todo el contenido a un par de frases. Así que deduz-
co que ella elegía lo que podía decirnos y lo que le parecía mejor y más importante
transmitirnos. Ya entradas en confianza, vacilaba de ello con Rosa: ¿a poco de veras
eso fue todo lo que dijo? Ella solo se reía de nuestra falta de comprensión de sus cos-
tumbres y de su lengua de la misma manera en que anteriormente lo había hecho al
respecto de nuestros desproporcionados miedos y preocupaciones.
Y es que las y los wixaritári no le tienen miedo a nada, y de ahí también su carác-
ter tranquilo y apacible. Sus dioses los protegen en la vida y en la muerte. Al nacer,
son bautizados con el agua bendita de Wirikuta, y al morir les basta con que el sha-
mán los encamine al encuentro de sus ancestros y con que los guardianes de las va-
sijas sagradas cuiden de su alma. Problemas actuales como la pandemia (que, como
lo he expresado, aquí hasta ahora no ha llegado) y la inseguridad por el narcotráfico,
no es cosa de ellos, conviven con estos acontecimientos como lo han hecho con mu-
chos otros desastres que han vivido los mexicanos durante la Revolución, las gue-
rras, los cambios en el gobierno, etcétera.
Hoy en día, si bien es sabido que algunos trabajan en cultivos de amapola y ma-
rihuana, pertenecientes al narco, no conocen a los capos y trabajan con intermedia-
rios de menor rango. Así, durante el camino de regreso, mientras nosotros seguía-
mos con el alma en vilo por sabernos en tierras distantes poco habitadas, Rosa
disfrutaba de los narcocorridos que en su lengua natal tenía grabados en su celular.
Una vez dentro del pequeño santuario, Rosa y la abuela-madre nos explicaron el
contenido de las ofrendas del altar, consistente en ornamentos que son bastante
sencillos pero profundamente significativos. Se basan en imágenes muy borradas
por el tiempo de santos y dioses, flechas y decoraciones, velas para la ofrenda y el
cofre con las vasijas votivas que tienen a su resguardo.
Rosa desenvolvió las antiguas vasijas guardadas en un paño dentro del cofre, nos
mostró sus decoraciones de chaquira con venados y diversos motivos sagrados y nos
explicó que esas almas estaban allí contenidas aun cuando sus cuerpos hubieran ya
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
82
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
desaparecido. Se trataba de sus ancestros ya difuntos que permanecen con ellos n
luego de su muerte.
Así como el cuidado del alma de los muertos, el cuidado de los recién nacidos tam-
bién está a cargo de la abuela-madre. La abuela ha asistido a numerosos partos en la
comunidad y Rosa también ha colaborado en alguno de ellos. Ambas conversaron so-
bre esto y sobre el cuidado que hay que tener con las ofrendas, porque las velas encen-
didas pueden generar mucho humo y en ocasiones han provocado incendios.
Por su parte, una tarde visitamos al maracame de Calabacías para solicitarle un
trabajo de sanación. Durante el día había salido a cazar venado junto con el esposo
de la hermana-mamá de Rosa, quien goza de fama de ser buen cazador, aprove-
chando su visita desde la comunidad aledaña de San Miguel. Así que lo encontramos,
ya entrada la tarde, sentado en su silla especial reservada para las autoridades wi-
xaritári, junto a la enorme fogata encendida del dios abuelo fuego.
Se encontraba rodeado de los parientes de Rosa provenientes de San Miguel. Espe-
ramos un largo rato mientras ellos conversaban y eran atendidos por el maracame,
quien como buen curandero del alma les brindaba consejos para aliviar sus preocupa-
ciones, penurias y problemas. Finalmente Rosa, con enorme respeto, se acercó a él pa-
ra preguntarle si podría atendernos, a lo que respondió afirmativamente.
En este escenario de veneración y sanación, guardamos absoluto silencio y dis-
creción mientras el shamán curandero escuchaba atentamente a Rosa y posterior-
mente atendía a la persona que buscaba ser curada. Actuó con su característica pe-
queña vara de madera y plumas, exactamente de la misma manera que lo describe
Zingg en su multicitado libro: mediante fricciones, escupidas, gestos y succión, a fin
de sacar los malos espíritus que iba encontrando en forma de gusanos.
Dado que 5 es el número místico wixárika, los maracames tienen que ver a la
persona enferma cinco veces, durante las cuales, en sus respectivas noches, sueñan
con el caso para hablar con sus dioses y así deciden cuál es el procedimiento a seguir
para la sanación, lo que generalmente consiste en entregar alguna ofrenda a sus dio-
ses en alguno de sus templos a fin de obtener su ayuda y protección.
Mientras el maracame actuaba, comenzó a oscurecer y el cielo se empezó a cubrir
de estrellas. La escena quedó grabada en mi memoria: el shamán curandero, los pe-
queños santuarios, la gente alrededor del fuego, el cielo estrellado. Era magia pura,
una sensación de ser una con el cosmos, experiencia que creo sólo acontece en estas
tierras donde todo es sagrado y, por ende, nosotros también devenimos seres sagra-
dos. A partir de ese mágico momento, los wixaritári dejaron de ser para “algo
así” y se convirtieron en pueblo de Grandes, y comprendí porqué su nombre se es-
cribe con una x que no es suave sino una doble r que acentúa su grandeza.
Los gobernantes de San Sebastián Teponahuaxtlán
Al resto de autoridades, así como a la comunidad más amplia de wixaritári, los en-
contramos en la cabecera municipal: San Sebastián Teponahuaxtlán, que está a al-
gunos kilómetros de Calabacías. Allí nos esperaba nuestra otra guía, Rosalba y su
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
83
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
familia. Como bien nos lo advirtieron, dado que eran los últimos días de celebración,
en el pueblo prácticamente todos estaban borrachos, si bien allí tampoco se registra-
ban rastros de la pandemia.
La borrachera también es parte importante de la cultura wixárika. Se trata de un
estado sagrado mediante el cual se manifiesta el desahogo y la algarabía. Primero
beben tejuino (maíz fermentado) y luego cerveza, y son sobre todo los hombres
quienes beben hasta caer tirados en el piso.
Durante nuestro encuentro pudimos constatar que Rosalba, quien estaba bastan-
te sobria en medio de tanta gente embriagada, ha logrado ser una joven mujer inde-
pendiente. Es youtuber y constantemente sube a los cerros para buscar señal de in-
ternet y colgar selfies en la red. Además, administra una pequeña tienda de
abarrotes en el centro de San Sebastián. Es también buena amiga de Roxana, por lo
que, al igual que en Calabacías, fuimos recibidas con enormes muestras de afecto, lo
que nos valió ser distinguidas con una bienvenida formal de los gobernantes del lu-
gar. También nos permitieron entrar a la iglesia, eso sí, advirtiéndonos que no po-
dríamos tomar fotos ni videos de lo que viéramos, por lo que habríamos de guardar
esta experiencia en nuestro corazón.
La Iglesia cristiana en honor de San Sebastián data de 1814. Cuenta con un gran
patio donde hay una cruz de madera muy sencilla. Para entrar a la iglesia hay que
rodear esta cruz por detrás de la misma forma que en todos los espacios sagrados:
hay que rodearles para cruzarlos, nunca se entra de frente y siempre se camina mi-
rando a los altares y a las autoridades.
Nos recibió el encargado del templo, un hombre joven que también se encon-
traba en estado de ebriedad. Justo al momento en que pensábamos entrar, llegó un
grupo de peyoteros que recién regresaban del viaje sagrado de Wirikuta. Eran al-
rededor de 20 hombres con algunos niños, todos ataviados con el traje y sombrero
típico. A estos hombres se les considera intocables puesto que han estado en con-
tacto con el dios Híkuri.
Todos ellos estuvieron en la iglesia un rato haciendo bulla, tronando cuetes y re-
zando para llevarse envuelta una de las imágenes sagradas que toman prestadas para
las celebraciones en sus rancherías. La belleza de sus trajes contrastaba con el estado
de purificación en el que se encontraban, por lo que uno no podía hacer nada más que
observar, prestar silencio a su paso y, en efecto, guardar estas imágenes en el corazón.
Al salir los peyoteros, el cuidador del templo nos acercó al altar, nos explicó el
significado de sus imágenes, donde nuevamente destacamos su sencillez, puesto que
su verdadero valor se encuentra en su antigüedad, particularmente en cuadro de la
virgen de Guadalupe y un san Sebastián de bulto. Para nuestra protección, nos ofre-
ció algunas de las flores de maíz que cuelgan de estos cuadros e imágenes y luego
nos condujo frente a los gobernadores.
Una vez que los gobernadores se instalaron en sus lugares asignados: el goberna-
dor tradicional y el juez en su banca y el comisario ejidal en su silla (del mismo tipo
que la del shamán curandero), los topiles (policías) nos flanquearon y nos condujeron
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
84
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
a nuestro lugar de pie frente a las autoridades. La ceremonia comenzó con el comisa-
rio ejidal dándonos la bienvenida y explicándonos algunos aspectos importantes rela-
cionados con su pueblo, mo debíamos nombrarlos, como ya lo he narrado, y el he-
cho de que estuviésemos frente al ancestral palo de la justicia y la cruz del centro
ceremonial, describiéndonos detalladamente los rituales y juicios tradicionales que se
celebran en ese triángulo sagrado que ahora teníamos el privilegio de pisar.
Se quejó de la Comisión de Derechos Humanos, que en estos tiempos ya no les
deja hacer justicia por su cuenta del modo ancestral, mostrándonos también los ce-
pos que son las cárceles que utilizan para los condenados, quienes en ocasiones tam-
bién recibían algunos azotes con correas. Ahora, al no poder hacer justicia según sus
usos y costumbres, los habitantes no cumplen con sus deberes y, entre otras cosas,
se quejaba el funcionario, se meten al narcotráfico sin que ellos puedan detenerlos.
Al final de su discurso, el comisario ejidal, quien es una autoridad civil, invitó al
gobernador tradicional a brindarnos unas palabras. Cuando comenzaba a hacerlo,
los borrachos empezaron a hacer escándalo y no le permitieron hablar, lo cual le
enojó bastante e hizo que finalizara abruptamente. Varios lugareños fueron llevados
como costales a las afueras del centro ceremonial, mientras otros se quejaban amar-
gamente del desaire que el pueblo había hecho a su gobernador.
En todo caso, la ceremonia terminó cuando nos ofrecieron sendos vasos de te-
juino, recalcando que este era el verdadero tejuino y no el que ofrecían los mexi-
canos en las ciudades. La bebida es bastante amarga y como nosotras no pudimos
terminarla, Rosa tuvo que hacerlo para evitar un nuevo desaire a las autoridades,
con lo cual regresó a Calabacías con un fuerte dolor de cabeza y advirtiéndonos que
no dijésemos nada a la abuela-madre porque se enojaría mucho si se enterara de que
ella había bebido tanto tejuino.
El arte wixárika
Así como prácticamente todos los rarámuri son corredores, los wixaritári son artis-
tas. Pareciera que luego de tantos siglos, estas habilidades las tienen incorporadas en
su genética. En sus tierras, cada casa cuenta con un pequeño taller artesanal que
consta de una mesa, hilos, agujas, chaquiras y otros materiales, y por las tardes es
común ver a las mujeres bordando su ropa, sus tradicionales morrales, o creando
aretes, pulseras, collares de chaquira. Las obras más grandes las realizan hombres y
mujeres por encargo y las comercializan a través de vendedores que van a ofrecerlas
a las ciudades y a los lugares turísticos.
La venta de su arte complementa su economía, pero este año, debido a la pande-
mia, no han podido venderlas. Por eso y por la sequía, la comida escasea y básicamen-
te se sostienen del maíz cosechado el año anterior. Es por estas razones que se creó el
grupo de apoyo “Por Nuestros Guardianes”.
Los grandes artistas que intervienen piezas de animales, instrumentos musicales
y prácticamente cualquier objeto con chaquira, o bien los cuadros realizados con es-
tambre que ilustran su cosmogonía, son piezas de arte muy apreciadas que se en-
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
85
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
cuentran en comercios especializados en las ciudades y centros turísticos. Se ofrecen
a precios sumamente elevados y generalmente son adquiridos por extranjeros s
que por mexicanos. Muestra de ello son las piezas emblemáticas que se encuentran
en museos nacionales y extranjeros, como la que está en una de las entradas del Mu-
seo de Louvre en París, por mencionar sólo algunas.
Existen múltiples libros y catálogos de arte que exhiben la belleza y complejidad del
arte wixárika, entre los que destaco: Grandes maestros del arte wixárica, acervo de
Juan Negn (2019) o la colección de objetos musicales que tiene la Fundación Hermes
Música, A. C. (2017) mismos que se presentan en giras por numerosos museos y espa-
cios de arte de todo el mundo.
Al no ser tampoco una especialista en estos temas, lo que puedo decir es que me
impresionó la destreza y cuidado que implica elaborar estas piezas y esto puedo
ejemplificarlo con una anécdota sobre Rosa que nos hizo reír mucho durante todo el
trayecto de regreso a Guadalajara. Y es que Lucecita no volvió con nosotros porque
se quedó al cuidado de su hermana y de su familia por unos meses así que, ya de sa-
lida, con la premura de irnos para que la pequeña no se entristeciera demasiado por
su partida, Rosa olvidó desayunar el huevo de gallina que le habían dado, así que sin
darse cuenta lo echó en su morral. El huevo llegó intacto a Guadalajara luego de mu-
chas horas de trajín en la carretera durante las cuales lo trajo encima en el morral
sin siquiera percatarse de ello. Pienso que a no me hubiese durado mucho y sin
duda hubiera terminado estrellado dentro de mi bolsa. No así en su morral.
Finalmente, puedo decir que encontré en esta tierra sagrada todo lo que venía a
buscar, particularmente, una renovada esperanza en la especie humana en estos
tiempos difíciles de pandemia. Creo que en verdad nuestro futuro como especie está
en voltear la mirada a estos pueblos ancestrales y sabios que han sorteado sabia-
mente tantos acontecimientos, incluso considerados globales como lo es la pandemia
de covid-19 y concluyo este escrito con las mismas palabras de Zingg (1934): “Si se
me hubiese brindado la oportunidad de escoger, en el momento de mi nacimiento,
entre la opción de ser estadounidense (en mi caso mexicana) o huichol, habría elegi-
do esta segunda forma de vida, a pesar de que no conozco otra en la que me hubiese
gustado nacer”, porque éste es un lugar donde los dioses que conforman nuestra na-
turaleza permanecen vivos y junto con ellos, todavía se puede encontrar entre los
wixaritári: “esa bondad y serena dignidad que otorgan a la vida huichol su calidad de
nobleza expresada en la existencia cotidiana y en las numerosas ceremonias de be-
lleza extraordinaria”. (p. 51)
Bibliografía
Anguiano, M., Los huicholes o wixaritári: entre la tradición y la modernidad. Antolo-
gía de textos 1969-2017 (México: CNDH, 2018).
Arriaga, I. y D. Negrín, “Arte y procesos creativos en la circulación de la espiritua-
lidad wixárika”, en Entre trópicos. Diálogos de Estudio Nueva Era entre México
NARRATIVAS ANTROPOLÓGICAS,
o 3, núm. 5, enero-junio de 2022
86
Viaje a Tierra Sagrada...
M. J. García Oramas
y Brasil, coord. por Carlos Alberto Steil, Renée de la Torre y Rodrigo Toniol
(México: CIESAS, 2018).
Negrín, S., Grandes maestros del arte wixárika, acervo Negrín (Guadalajara: Secreta-
ría de Cultura del Estado de Jalisco, 2019).
Saucedo, A. y A. G. Maldonado, Arte wixárica. Instrumentos musicales decorados con
arte huichol (México: Fundación Hermes Música, A. C., 2017).
Zingg, Robert, Los huicholes, una tribu de artistas (México: Instituto Nacional Indi-
genista, 1934).