Published 2024-01-31
How to Cite
Abstract
Existen varias paradojas de la historia. Una de ellas es que el primer "nosotros" que adquiere significación patriótica no es el del indígena ni el del peninsular. El "nosotros" criollo, por el contrario, inaugura en el siglo XVIII la posibilidad de una identidad uniforme ahí donde sólo existían identidades parcelarias. Atrapado entre el origen hispánico y la pertenenda a una tierra americana, el criollo resuelve esa tensión glorificando casi siempre el pasado prehispánico. No es gratuito, en efecto, que Clavijero vea a Texcoco como una reproducción de la antigua Atenas y a Nezahualcóyotl como un Zenón del Anáhuac, tampoco lo es que Fray
Servando Teresa de Mier trastoque la imagen de Quetzalcóatl en la de Santo Tomás y la de Tonanzin en la Virgen de Guadalupe. La lectura que el criollo propone del pasado indígena, imagen de un universo glorificado, responde menos a un rescate antropológico de éste que a los paradigmas usuales de su presente. La historia precolombina aparece así como un esquema dotado de cierta eficacia nútica que vuelve equiparables, incluso sustituibles, el origen europeo y el mesoamericano.