Vida cotidiana de los sectores populares en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1910

Autores/as

  • Inés Rojkind El Colegio de México

Palabras clave:

Argentina, Siglo XIX, Sociedad, Vida Cotidiana

Resumen

Hasta hace poco tiempo, la historia de la vida cotidiana en Argentina permanecía como un campo sin explorar. Ciertas temáticas que de alguna manera están relacionadas con los temas de la vida diaria han sido estudiadas por los historiadores sociales, en particular, dentro de lo que se ha denominado la “historia social urbana”. Se trata de trabajos que discuten la vida en la ciudad y, en especial, aquellos aspectos que caracterizaron la existencia de los sectores populares. Puede decirse, por lo tanto, que las cuestiones de la cultura material (la vivienda, la salud, la alimentación), así como, en menor medida, la organización familiar y el uso del tiempo libre, han recibido cierta atención por parte de la historiografía. Sin embargo, la historia de la vida cotidiana propiamente dicha, en tanto una modalidad específica de aproximación, con sus propios contenidos, conceptos y metodología, constituye un desarrollo reciente. El interés por “contar la gesta de lo cotidiano, lo doméstico, lo interno” se tradujo en la publicación de dos colecciones específicas, ambas tituladas Historia de la vida privada en Argentina, al tiempo que en las nuevas historias argentinas generales escritas en estos últimos años, junto con los capítulos sobre política, economía, sociedad y cultura, se incluye siempre uno dedicado a la vida cotidiana.

Descargas

Los datos de descargas todavía no están disponibles.

Citas

1 Por ejemplo, los trabajos reunidos en: AA.VV., Sectores Populares y vida urbana, Buenos Aires, clacso, 1984; Diego Armus (comp.), Mundo urbano y cultura popular, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.
2 Fernando Devoto y Marta Madero, Historia de la vida privada en la Argentina, t. ii, Buenos Aires, Taurus, 1999; Ricardo Cicerchia, Historia de la vida privada en Argentina, t. ii, Buenos Aires, Troquel, 2001; Dora Barrancos, “La vida cotidiana”, en Mirta Lobato (dir.), El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), t. v., Buenos Aires, Sudamericana, 2000. La frase citada pertenece a Ricardo Cicerchia, 2001, p. 15.
3 Algunos de los trabajos que hemos consultado son específicamente sobre Buenos Aires, mientras que de los que son generales (acerca de la Argentina) se van a considerar sólo las referencias a la realidad porteña. Por otra parte, cabe aclarar que en los estudios que se dicen generales predominan las consideraciones aplicables en particular a Buenos Aires.
4 José Luis Romero, “La ciudad burguesa”, en José Luis Romero y Luis Alberto Romero (dir.), Buenos Aires, historia de cuatro siglos, t. ii, Buenos Aires, abril, 1983, pp. 9-18; Tulio Halperín Donghi, “Una ciudad entra en el siglo XX” en Margarita Gutman y Thomas Reese (ed.), Buenos Aires 1910. El imaginario para una gran capital, Buenos Aires, Eudeba, 1999, p. 56. Entre el 30 y el 35 por ciento de los inmigrantes llegados a la Argentina se radicaron en Buenos Aires. La población de la ciudad pasó de 177787 habitantes en 1869 a 950891 en 1904. Juan Suriano, “La huelga de inquilinos de 1907 en Buenos Aires”, en AA. VV., op. cit., 1984, p. 202.
5 Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea de Argentina, Buenos Aires, fce, 1998, pp. 29, 30, 42 y 43. La economía argentina experimentó durante esos años (1880-1914) una notable expansión; no obstante, y por su extrema vulnerabilidad a los vaivenes del mercado mundial, dicha expansión estuvo marcada por coyunturas de estancamiento y depresión, que se traducían en la caída de los niveles de ocupación y de los salarios reales. La crisis de 1890 fue uno de esos momentos en los que la situación de los trabajadores se agravó, pero hubo también —a lo largo del periodo— otras circunstancias en las que la desocupación y los problemas salariales activaron la movilización obrera. De hecho la llamada “cuestión social” adquirió una gran visibilidad en la época y se transformó en un motivo de creciente preocupación para las clases dirigentes. Ver: Leandro Gutiérrez, “Los trabajadores y sus luchas”, en José Luis Romero y Luis Alberto Romero (dir.), op. cit., 1983; James Scobie, Buenos Aires, del centro a los barrios, 1870-1930, Buenos Aires, Sola, 1986, pp. 175-183.
6 Ricardo Cicerchia recalca la diferencia que separa a la historia política tradicional, atenta a los grandes hombres y a los grandes acontecimientos, de la historia de lo privado y lo cotidiano, que —por definición— incorpora nuevos sujetos, tales como mujeres, minorías y gente común. Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, p. 15.
7 Ibidem, pp. 15-22. El autor le otorga un papel central a la acción del Estado en el proceso de diferenciación de las esferas pública y privada a través de la sanción de las leyes y los códigos que norman el funcionamiento de la sociedad civil. De ahí la cronología que elige y que parte de 1853, año en que se promulgó la constitución nacional y se inició el proceso de formación y consolidación del Estado moderno. De hecho, Cicerchia toma una cronología propia de la historia política institucional (el periodo denominado de la “Argentina moderna”, 1853-1930) como marco para el estudio de la vida cotidiana.
8 Dora Barrancos, op. cit., 2000, pp. 555 y 558.
9 Sandra Gayol, “Conversaciones y desafíos en los cafés de Buenos Aires (1870-1910)”, en Fernando Devoto y Marta Madero (dir.), op. cit., 1999, p. 52; Julio César Ríos y Ana María Talak, “La niñez en los espacios urbanos”, en Fernando Devoto y Marta Madero (dir.), op. cit., 1999, p. 147; Ricardo Pasolini, “La ópera y el circo en el Buenos Aires de fin de siglo. Consumos teatrales y lenguajes sociales”, en Fernando Devoto y Marta Madero (dir.), op. cit., 1997, p. 257.
10 Dora Barrancos, op. cit., 2000, pp. 558 y 559. Sobre este punto volveremos más adelante. Para el caso de la Ciudad de México en un periodo contemporáneo al que aquí estamos considerando, Elisa Speckman ha señalado la impronta que la pertenencia a determinado sector socioeconómico y cultural imprimía a las costumbres, los patrones de sociabilidad y las relaciones amorosas y familiares de los individuos. Véase: Elisa Speckman Guerra, “De barrios y arrabales: entorno, cultura material y quehacer cotidiano (Ciudad de México, 1890-1910)”, en Vida cotidiana en México, t. V, en prensa.
11 Ver: Luis Alberto Romero, op. cit., 1998, pp. 35-47; Diego Armus, “Enfermedad, ambiente urbano e higiene social. Rosario entre fines del siglo XIX y comienzos del XX”, en AA. VV., op. cit., 1984 y “El descubrimiento de la enfermedad como problema social”, en Mirta Lo bato (dir.), El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), t. v, Buenos Aires, Sudamericana.
12 Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, pp. 38 y 167. En general, se considera que la etapa de predominio del conventillo como forma de hábitat popular se extiende entre 1880 y 1914, luego comenzó la expansión de la vivienda unifamiliar en los suburbios, es decir, la construcción de la casa propia en los barrios alejados del centro. Ese cambio estuvo muy relacionado con la electrificación de la red tranviaria y la consiguiente rebaja de tarifas, lo cual permitió que una franja de los trabajadores pudieran vivir lejos de sus lugares de empleo. A partir de entonces, el tranvía se convirtió en parte de la vida y el imaginario cotidianos de los asalariados. Al respecto, véase: Ibidem, pp. 104-109.
13 Véase, por ejemplo: Leandro Gutiérrez, “Condiciones de la vida material de los sectores populares en Buenos Aires: 1880-1914”, en Revista de Indias, XLI , núms. 163-164, 1981, pp. 182-183; James Scobie, op. cit., 1986, pp. 197-199; Juan Suriano, op. cit., 1984, pp. 202, 203, 208-209.
14 Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, pp. 38 y 167; Francisco Liernur, “Buenos Aires: la estrategia de la casa autoconstruida”, en AA. VV., op. cit., 1984. Cicerchia afirma que “para los servicios y las obras públicas, los barrios con conventillos se encontraban al final de la cola de clientes”. Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, p. 38. Sin embargo, la bibliografía sobre los conventillos señala que, por el hecho de estar ubicados en la zona céntrica de la ciudad (donde también tenían sus residencias y espacios de sociabilidad los sectores sociales altos), los conventillos se beneficiaron de la extensión de los servicios de agua corriente, cloacas y recolección de residuos que se produjo hacia la década de 1900. Al respecto, ver: James Scobie, op. cit., 1986, pp. 198 y 199; Leandro Gutiérrez, op. cit., 1981, p. 182; Juan Suriano, op. cit., 1984, p. 208. En ese sentido, en Buenos Aires no se dio el fenómeno de segregación socio-espacial que Speckman describe para el caso de la Ciudad de México, donde el escenario urbano —sostiene la autora— respondió y reflejó la desigualdad social y las zonas habitadas por trabajadores y artesanos carecían completamente de servicios e infraestructura. Elisa Speckman, op. cit.
15 La abundancia relativa de fuentes para el estudio del conventillo ha sido señalada reiteradamente, ver, por ejemplo: James Scobie, op. cit., 1986, p. 189.
16 Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, p. 18. El autor realiza una advertencia metodológica respecto a la utilización de las fuentes literarias. Por tratarse de textos que responden a reglas de producción propias de la ficción, observa, se hace necesario aplicar los procedimientos de la crítica histórica a fin de separar el provecho que pueden aportar en tanto testimonios, de las consideraciones estéticas y literarias con que fueron escritos. Por otra parte, cabe señalar que la lista de fuentes elaborada por Cicerchia, aunque variada, no incluye archivos y ramos documentales cuya consulta ha demostrado ser de gran utilidad para el estudio de la vida cotidiana: los expedientes judiciales, los censos de población y los contra-tos de alquiler.
17 Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, pp. 38 y 166-168.
18 Francisco Liernur, “Casas y jardines. La construcción del dispositivo doméstico moderno (1870-1930)”, en Fernando Devoto y Marta Madero (dir.), op. cit., 1999, p. 125; Dora Barrancos, op. cit., 2000, p. 556; Sandra Gayol, op. cit. 1999, p. 56. Para las impresiones de los contemporáneos, véase los testimonios que cita Ricardo Cicerchia en op. cit., 2001, pp. 165-167. En 1887, al inicio del periodo de predominio del conventillo, el promedio de personas por cuarto era de 2.93, y en 1904, hacia el final de dicha etapa, era de 3.15. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esos promedios escondían realidades muy variadas, puesto que si bien muchas piezas albergaban a un matrimonio con sus hijos o un número de personas cercano al promedio, eran también muy frecuentes los casos en los que los ocupantes de una habitación podían ser más de diez. Oscar Yujnovsky, “Políticas de vivienda en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1914”, en Desarrollo Económico, 1974, LIV, 14, p. 356; Leandro Gutiérrez, op. cit., 1981, p. 180.
19 Asimismo, en el caso de los inmigrantes que provenían de medios rurales, se agregaba la necesidad de adaptarse al estilo de vida urbano, sus formas y sus valores. Véase: Juan Suriano, op. cit., 1984, pp. 206 y 211; Francisco Liernur, op. cit., 1984, p. 112.
20 Juan Suriano, op. cit., 1984, pp. 206 y 207. Ejemplos de esos reglamentos internos se encuentran en la compilación de documentos sobre la historia de los trabajadores realizada por Hobart Spalding. Ver: Hobart Spalding, La clase trabajadora argentina. Documentos para su historia. 1890-1912, Buenos Aires, Galerna, 1970, pp. 458-459.
21 Francisco Liernur, op. cit., 1984, p. 110; Leandro Gutiérrez, op. cit., 1981, p. 170. Cicerchia menciona el hecho de que en los conventillos se instalaban talleres de costureras, modistas y planchadoras, así como también talabarteros, tacheros soldadores. No obstante, no plantea la pregunta acerca de las consecuencias que esta coexistencia de vivienda y taller en el mismo espacio puede haber tenido en la calidad de vida de los inquilinos. Ver: Ricardo Cicerchia, op. cit., 2001, pp. 168 y 169.
22 Juan Suriano, op. cit., 1984, p. 208.
23 Véase: Diego Armus, op. cit., 2000, pp. 531-543. La puesta en práctica de las medidas de profilaxis y de desinfección no siempre fue bien recibida por los puestos beneficiarios. Si bien hubo muy pocos ejemplos de resistencia colectiva, la reacción podía manifestarse desde la apatía hasta el rechazo más o menos abierto, y en esos casos se hacía necesaria la intervención de la fuerza pública para asegurar la labor de los agentes sanitarios. La aplicación de las normas, por lo tanto, no estuvo exenta de violencia.
24 Francisco Liernur señala la existencia de lazos de solidaridad entre los moradores de los conventillos, pero no profundiza al respecto. Ver: Francisco Liernur, op. cit., 1984, p. 111. La Huelga de Inquilinos de 1907 se inició para reclamar contra una nueva alza de los alquileres y pronto se convirtió en un movimiento de protesta masivo que se extendió durante varios meses. Al respecto véase: Juan Suriano, op. cit., 1984.
25 Como en el caso de la vivienda, aunque con mucha menos profusión, la cuestión de la alimentación de los sectores populares fue abordada desde el punto de vista de la historia social. En ese sentido, merece destacarse un estudio pionero de Leandro Gutiérrez que analiza el acceso que esos sectores tenían a los alimentos de consumo básico (pan, leche y carne). El tema, sin embargo, no continuó siendo explorado. Ver: Leandro Gutiérrez, op. cit., 1981, pp. 189-202.
26 Sobre el aumento del costo de vida y el déficit de los presupuestos obreros, ver: Hobart Spalding, op. cit., 1970, pp. 42 y 43; James Scobie, 1986, pp. 173-181.
27 Sandra Gayol, 1999, p. 56.
28 Idem. Muchas veces el despacho de bebidas era un agregado localizado en la trastienda de un almacén de comestibles. Ello representaba una solución para muchos trabajadores solteros que podían cenar allí, teniendo en cuenta que —como ya indicamos— los conventillos no tenían cocinas comunes y la utilización de un brasero de carbón no siempre estaba permitida.
29 Ibidem, pp. 47-48. La autora trabaja con el Libro de Notas de la policía de la capital, en el Archivo Policial, y con el Tribunal Criminal, en el Archivo General de la Nación. Ver: p. 67. Las consideraciones que efectúa Gayol a propósito de la utilidad metodológica de las fuentes policiales coinciden ampliamente con los señalamientos que formula Elisa Speckman acerca de los archivos judiciales. Estos últimos, afirma Speckman, son una fuente privilegiada pues permiten al historiador acercarse a un sector (los grupos populares) que no dejó testimonios escritos de su quehacer cotidiano. Las declaraciones de los detenidos y los informes de los policías proporcionan información sobre escenarios, situaciones y personajes (no sólo los delincuentes sino asimismo sus familiares, sus vecinos y todo el entorno en el que vivían) que escapan a la intención moralizante o reformista de filántropos e higienistas y, por lo tanto, nos acercan a la vida privada de estos actores. Ver: Elisa Speckman, op. cit., pp. 2 y 3. Así como esta autora emplea los archivos judiciales para estudiar la cultura material y la vida cotidiana de los sectores populares en la Ciudad de México, cabe suponer que las fuentes que consulta Gayol pueden contener también información al respecto, para el caso de Buenos Aires.
30 Sandra Gayol, 1999, pp. 52-57. Por eso también la localización de los locales en la zona céntrica o cerca de los mercados, puesto que era allí donde se encontraban la mayor cantidad de posibilidades de empleo.
31 Ibidem, p. 52. Existían, sostiene la autora, espacios destinados y reservados a las mujeres, tales como el patio del conventillo, el atrio de la iglesia, ocasionalmente el teatro y, con mucha más frecuencia, el circo. Sin embargo, Ricardo Pasolini caracteriza al público del circo como mayoritariamente masculino y, en todo caso, infantil. Más aún, subraya el asombro que produce la ausencia en el circo de mujeres en general, y en calidad de madres, en particular. Ver: Ricardo Pasolini, op. cit., 1999, pp. 258 y 257.
32 En ese sentido, la expresión “poner los cuernos” que aparece en los documentos era una forma de cuestionar la virilidad del supuesto “cornudo”. Ser cornudo era transformarse simbólicamente en mujer, los cuernos en la cabeza de un hombre lo femenizaban, perdía su masculinidad. Los comportamientos “sospechosos” de su mujer sugerían su incapacidad de satisfacerla sexualmente y de imponer su autoridad. Sandra Gayol, 1999, pp. 62 y 63.
33 Existía un ideal del buen bebedor, fundado en la capacidad de beber con moderación y control. Había también una retórica de la bebida, es decir, una serie de gestos con múltiples significados según se tratase, por ejemplo, de un encuentro con conocidos o del inicio de un diálogo entre extraños. Ver: Ibidem, pp. 58-62.
34 Ibidem, pp. 56-66. La densidad del ambiente del conventillo y la extrema proximidad física entre los vecinos, hacían que las discusiones se filtraran fácilmente y luego se divulgaran a través de los chismes.
35 Dora Barrancos, 2000, p. 559.
36 Sandra Gayol, 1999, p. 56. En las últimas décadas del siglo XIX se multiplicaron los cafés en Buenos Aires, las calles céntricas mostraban hileras de despachos de bebidas. La visibilidad de los cafés —afirma Gayol— es algo que resalta en las fuentes. Ver: pp. 47 y 48.
37 Julio Ríos y Ana María Talak, 1999, p. 147. Dicen los autores: el lustrabotas, el vendedor ambulante, el voceador de periódicos, el vago, el mendigo y el delincuente, todos terminaban incluidos en la misma representación de la inmoralidad, el riesgo y la peligrosidad.
38 Dora Barrancos, 2000, p. 558. Como explica Cicerchia, en una sociedad que aunque experimentaba profundas trasformaciones estaba todavía fuertemente influida por las ideas y los valores patriarcales, el estereotipo femenino evocaba la figura de la mujer confinada al ámbito doméstico y dedicada a atender el hogar y la familia. Los discursos dominantes a fines del siglo XIX y principios del xx acerca de cuál tenía que ser el papel femenino se basaban en la ideología de la domesticidad, de acuerdo con la cual las principales virtudes de la mujer debían ser la subordinación, la dedicación y la administración eficiente de los ámbitos privados. Ver: Ricardo Cicerchia, 2001, pp. 179-181.
39 Dora Barrancos, 2000, pp. 558 y 560. En ese sentido puede pensarse también la cuestión de la ausencia o presencia de mujeres en los cafés. Aunque trabajaran allí y, por lo tanto, estuvieran físicamente presentes, no podían apropiarse de ese espacio ni de las prácticas que allí tenían lugar y que eran exclusivamente masculinas. Sandra Gayol, 1999, p. 52. Por otra parte, incluso para las mujeres que trabajaban a domicilio en el conventillo, la calle era un lugar por el que en algún momento debían transitar. Determinado día de la semana era el destinado para recoger la ropa que habrían de coser, lavar o planchar, y luego tenían que realizar el reparto del trabajo terminado. Ricardo Cicerchia, 2001, p. 168. Sobre la magnitud de la participación femenina en el mercado de trabajo porteño a comienzos del siglo XX, véase: María del Carmen Feijóo, “Las trabajadoras porteñas a principios del siglo”, en Diego Armus (comp.), op. cit., 1990.
40 Donna Guy, “Mujer, familia y niñez: las imágenes de lo oculto”, en Margarita Gutman y Thomas Reese (eds.), op. cit., 1999, p.89. Dora Barrancos, 2000, p. 558. La explosión urbana experimentada por Buenos Aires durante esos años, así como los altos porcentajes de hombres jóvenes y solteros que llegaban con la oleada inmigratoria, favorecieron la expansión del comercio sexual. Había prostíbulos de categoría, pero también abundaban los locales más populares, en las zonas marginales de la ciudad y muchas veces improvisados en cafés, conventillos y hasta cines. Ver: Ricardo Cicerchia, 2001, pp. 184-190; también Ricardo Barrancos, 2000, pp. 578-580. Los ámbitos laborales podían ser también propicios para el ejercicio del sexo de manera clandestina, ya fueran las sirvientas domésticas abordadas por los patrones o las obreras que sufrían el acoso de los dueños y los capataces en las fábricas y los talleres. Ver: Ricardo Barrancos, 2000, p. 582.
41 Ibidem, p. 580. En Buenos Aires y otras grandes ciudades, como Rosario, se optó durante un periodo por legalizar la prostitución y emitir ordenanzas que reglamentaran su ejercicio, en particular en lo relativo al control sanitario. Sin embargo, dicho control no fue realmente efectivo, puesto que no se sabía cuántas prostitutas se realizaban los exámenes médicos con regularidad ni tampoco cuántas eran las mujeres que trabajaban clandestinamente. Donna Guy, 1999, p. 89. Cabe aclarar que, en este caso, la intervención estatal operaba exclusivamente sobre el cuerpo de las prostitutas, puesto que los clientes no eran sometidos a ninguna medida de control médico. Dora Barrancos, 2000, p. 580.
42 Ricardo Cicerchia, 2001, p. 39. La reiteración del propósito de caracterizar los espacios como predominantemente masculinos o femeninos, lleva a Cicerchia a efectuar generalizaciones que luego él mismo matiza. Afirma en un momento que, como los conventos, los burdeles se convirtieron en espacios femeninos exclusivos, con regentas que debían pagar los gastos médicos e incluso los embarazos de las pupilas. La idea es, sin duda, sugerente y sería interesante reflexionar sobre la comparación con el convento, sin embargo, no hay que olvidar que el negocio de la prostitución estuvo muchas veces en manos de los hombres. Ver: pp. 39, 184-189.
43 Tal como afirma Juan Suriano, en la vida callejera era difícil diferenciar las actividades honestas de las otras. Los límites entre un menor vendedor ambulante y un niño mendigo o vagabundo eran difusos, y el pasaje de una situación a otra muy fácil y frecuente. Juan Suriano, 1990, p. 259.
44 Julio César Ríos y Ana María Talak, 1999, pp. 139 y 147. Los “niños de la calle”, expuestos a todos esos peligros y desprovistos de cuidado y atención por parte de sus padres, escapaban al modelo normativo predominante en la época, según el cual, la familia y la escuela eran los espacios más importantes para la formación y el pleno desarrollo de los niños. Al respecto, ver pp. 140-146.
45 Donna Guy, 1999, p. 84. El alto grado de mortalidad infantil era compensado por un crecimiento en los índices de natalidad. La muerte de las madres en los partos y el abandono de los hijos por parte de los padres provocaban la inestabilidad de las relaciones filiales. Julio César Ríos y Ana María Talak, 1999, p. 143. Entre las mujeres de menores recursos —por otra parte— el aborto fue la receta contraconcepcional más utilizada para evitar el aumento del número de hijos. Sin embargo, la utilización de esas prácticas conllevaba un alto el riesgo de infección y de muerte. Ver: Dora Barrancos, 2000, pp. 577 y 578.
46 Donna Guy, 1999, p. 85.
47 Esa educación regenerativa habría de suplir las funciones moralizadoras y formadoras que los padres no cumplían por estar dedicados al trabajo o ausentes, y que la experiencia escolar inconstante o inexistente tampoco podía proporcionar. Ver: Julio César Ríos y Ana María Talak, 1999, pp. 147-155.
48 Ibidem, p. 150.
49 Dora Barrancos, 2000, pp. 588-585.
50 La policía intentó detener esas manifestaciones públicas reprimiéndolas con violencia. Ver: Juan Suriano, 1984, p. 222.

Descargas

Publicado

2004-04-30

Cómo citar

Rojkind, I. (2004). Vida cotidiana de los sectores populares en la ciudad de Buenos Aires, 1880-1910. Historias, (57), 87–102. Recuperado a partir de https://revistas.inah.gob.mx/index.php/historias/article/view/12938

Número

Sección

América