Publicado 1994-03-31
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Resumen
Del siglo XV al XVI los talleres de impresión aumentaron considerablemente; establecidos en las principales ciudades europeas, en un principio se limitaron a producir calendarios, almanaques, abecedarios, libros de horas, etcétera; pero ya en los primeros años del siglo XVI comenzaron a imprimir antiguas novelas de caballería, gracias a la preferencia del público y a la proliferación de colegios. Durante aquella centuria aumentó la demanda de libros, sobre todo escolares; para cubrir esta necesidad los editores tenían que resolver un problema esencial: el de su distribución, o sea, debieron organizar una red comercial que les permitiera dar una salida más rápida a su producción. Una vez preparados y colocados en las planchas los textos podían ser reproducidos en un sinnúmero de ejemplares ya que las dificultades técnicas para ejecutar grandes tirajes se superaron casi desde el momento en que se inventó el arte tipográfico. La imprenta, sin embargo, enfrentó dos obstáculos principales: los gastos que representaba la composición y las inversiones concernientes a la puesta en marcha de la empresa. Por tal motivo, a impresores y libreros les interesaba tirar una buena cantidad de ejemplares, ello reducía los costos; no obstante, las ganancias finales en algunos casos eran prácticamente nulas, ya que el editor que se arriesgaba a realizar un tiraje más amplio se enfrentaba a una distribución excesivamente lenta y, por lo tanto, a un mercado muy reducido, incapaz de absorber en un tiempo razonable dicha producción. Este problema poco a poco se fue superando, con un mercado más organizado y con un mejor sistema de distribución.