Publicado 1992-03-31
Cómo citar
Resumen
Imaginemos ahora que somos un extranjero de postín. Llegamos a la ciudad de México el 14 de enero de 1855 dispuestos a tomar y vencer la plaza, pues somos José Zorrilla. Frente a la diligencia nos recibe el prominente conde de la Cortina y un grupo de literatos, quienes poco después desatan una lluvia de composiciones elogiosas. Las dedicatorias brotan sin aviso y con tal inspiración llenan columnas y columnas de periódicos. Nosotros, zorrillescos, prodigamos leyendas en verso -que ya tienen un público cautivo-; fincamos nuestros reales entre poesías dedicadas a excelentísimos señores o cortejamos a las Rosas Mexicanas (que también pueden nombrarse como féminas de buena sociedad) con serenatas moriscas y otras poesías de ocasión. El tiempo transcurre, mientras vamos redactando una correspondencia dirigida a Angel Saavedra, duque de Rivas -español y aristócrata, par nuestro–. Será reunida bajo este título: México y los mexicanos. En ese lugar detallamos, somos puntillosos, dogmáticos, campanudos; dictaminamos, por ejemplo, por qué este país no ha producido “genios dominadores ni obras literarias de consecuencia”. Pero también atisbamos salones y espacios públicos del exvirreinato, hoy república enferma por sus fmanzas, agitada por presidencias que duran algo más que un relámpago y, claro, con frecuentísimos cambios ministeriales. Nuestros apuntes incluyen notas referentes a cosas curiosas, como esos librillos que tanto circulan en México.