Publicado 1992-03-31
Cómo citar
Resumen
“Los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas”, escribió Italo Calvino. Y una rama seca de 1914 fue la destrucción de la capital del país. Pues la catástrofe no se produjo. Las fotografías dan fe de un desfile sin violencias, más bien alegre. Francisco Villa y Emiliano Zapata, precedidos por los miembros de sus estados mayores y seguidos por sus tropas, cabalgaban tranquilamente hacia el zócalo; de ahí pasaron al Palacio Nacional. Aun familiarizados con la gran producción gráfica de la Revolución Mexicana, ¿quién no ve con sorpresa siempre renovada la serie fotográfica de villistas y zapatistas en la ciudad de México? ¿Cómo evitar detenerse ante la manoseada imagen de un Pancho Villa sonriente en la silla presidencial, junto a un Zapata optimista? ¿Cómo olvidar a los zapatistas desfilando con su estandarte guadalupano? Fenómeno que vemos mentalmente en blanco y negro, la Revolución se volvió épica en parte por méritos propios y en parte gracias a la astucia historiográfica, ésa que ha usado y usa el material gráfico para documentar hechos heroicos. Vivir la revolución fue difícil. La ciudad de México en 1914 es un ejemplo: el asombro de los capitalinos ante la inesperada pacífica conducta de los rebeldes que resolvía el final de una guerra que muchos olvidan, la guerra de las palabras; tal asombro se alcanza a apreciar detrás de las caras festivas de los rebeldes. El ambiente aterrador que precedió la caída de Victoriano Huerta fue desplazado por el gusto de villistas y zapatistas al desfilar por esas calles que mareaban “de tantas banquetas que tenían”, como dijera en son de broma Emiliano Zapata. Las fotografías muestran, en primer término, la fiesta; al fondo, se descubre una realidad que en su momento fue dura.