Núm. 27 (1992)
Ensayos

El modernismo y los espacios interiores

Antonio Saborit
Museo Nacional de Antropología, INAH

Publicado 1992-03-31

Resumen

Un grupo de sonámbulos recorre las calles de la ciudad de México al pasar el siglo por el puente levadizo de sus primeros días. Ellos conforman un peculiar conjunto de distintos personajes, caracteres y figuras de época; no obstante algunas diferencias que merman su enorme espíritu de grupo, entre ellos se entienden con naturalidad y, se diría, su habla más bien les hace divergir del medio como si fueran un solo grupo de conspiradores. Hay un secreto que comparten: el culto al llamado espíritu moderno. Y la ciudad es el espacio exacto para hacer el trabajo que realiza su vocación, pues las más de las veces les rodea grande y segura indiferencia. Ellos son los escritores y artistas que habitan el centro político de la república. El país de tal capital “no se da cuenta de lo que pasa más allá del Zócalo”, como escribió Pedro Henríquez Ureña en 1913; al margen de este dato tal vez importe menos que nada el que se trate de un país amable o no, justo o no, atento o no a los trabajos y los días de estos sonámbulos. La idea de la modernidad ingresa a la ciudad por las calles de la capital porfírica. Es un asunto público y al mismo tiempo restringido a unos cuantos. Las calles adquieren un sello de galería europea; algunas, pues la sociedad no da para muchas, maquillan su prosapia virreinal y se transforman en pasajes descubiertos en los que cabe el comercio de todo y, más que nada, el de los bienes importados. En ese espacio abierto, por las horas en las que José María Vigil escribió contra la manía importadora que hacia el final de los años setenta hizo causa por esta economía efímera y nerviosa, cuando en su opinión urgía más bien inventar la industria nacional; en el espacio abierto de las calles, entonces, se decide de una manera digamos más secular, si no se le quiere llamar moderna, de la vida pública. La crisis económica al comienzo de la década de los ochentas, a lo largo del periodo presidencial de Manuel González, no llegó a eliminar este mercadeo en la ciudad. Su espectáculo fue rutilante a la vez que pobre pero llamativo para ciertos talentos afines o predispuestos. La estética de los escaparates atrapó más de una vez la atención de Amado Nervo; tal vez como Balzac cincuenta años antes, él habría escrito: “El gran poeta de los escaparates canta sus estrofas multicolores desde la Magdalena hasta la Puerta de Saint Denis”. Sólo que Gutiérrez Nájera se adelantó cuando en 1884 describió en el primer poema urbano y modernista que es “La Duquesa Job” una escena moderna primaria entre las puertas de La Sorpresa y la esquina del Jockey Club.

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