La historia rural de México desde Chevalier: historiografía de la hacienda colonial

Autores/as

  • Eric Van Young Universidad de California, San Diego

Palabras clave:

Fuentes documentales, Haciendas, Historia Rural, Historiografía, Metodología

Resumen

Los objetivos del artículo son examinar el desarrollo de la historiografía de la vida rural durante la Colonia y los primeros años del México independiente publicados en la década de los sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, poniendo particular atención en el estudio de la hacienda; evaluar algunos de sus hallazgos, problemas y dificultades de crecimiento; y ofrecer algunas sugerencias respecto a donde podrían invertir sus investigaciones en este campo.

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Citas

Quisiera agradecerles a James Lockhart y a William B. Taylor los valiosos comentarios que hicieron alrededor de una versión anterior a este artículo.

l Debido a que no son el objeto principal de este artículo, sólo tocamos de paso áreas de estudio y obras importantes que ponen una atención significativa en la estructura socioecónomica rural (por ejemplo, la historia urbana, la historia demográfica y la etnohistoria), ya que no forman parte del tema central de este artículo. Hace diez años, Magnus Mörner, en un artículo más extenso que publicó en 1973 en Hispanic American Historical Review, comentó la literatura hasta ese entonces producida sobre la hacienda hispanoamericana, poniendo énfasis en el periodo colonial. Gran parte de lo que ese autor dijo respecto a las obras sobre la historia rural mexicana en particular y la estructura agraria hispanoamericana en general sigue siendo válido hoy en día, y muchos de los temas sobre este campo. A riesgo de repetir algunas cosas de las que escribió hace una década, en el presente ensayo escogí comenzar desde el principio, debido a que así parecía exigirlo la mezcla interdisciplinaria de los lectores de LARR y a que en algunos aspectos mis puntos de vista difieren de los de Mörner y necesito darles a mis argumentos un impulso propio.

Esta observación no tiene por objeto minimizar la importancia de un enfoque "holístico", "sistémico" o "total" del estudio de las sociedades rurales en el pasado. Los historiadores sociales franceses, con su concepto de la histoire totale, han tratado de integrar los factores sociales, económicos y políticos y de mostrar cómo interactúan o covarían éstos, pero en un contexto específicamente agrario. Ver, por ejemplo, Le Roy Ladurie, 1966 y Goubert, 1960.

Puede decirse, muy justificadamente, que la Hispanoamérica colonial debería tratarse como un todo debido a que los conceptos, métodos y fuentes que emplean los historiadores rurales de esta área, y los modelos que aplican, refutan o modifican (v.gr., Chevalier, 1966) parecen tener mucho en común. De hecho, el lector del presente artículo encontrará comparaciones alusivas entre obras sobre México y sobre otras áreas de Hispanoamérica. Sin embargo, cuando menos por el momento, un trabajo en tan gran escala sería imposible, ya que requeriría un análisis profundo de un vasto acervo de literatura como es el referente a México.

Respecto a la cuestión general de la periodización de la historia mexicana, ver los artículos de Enrique Semo, 1978 y de Borah, 1979; ver también Brading, 1978.

Mörner ha señalado la arbitrariedad de esta división del tiempo (1973, 215).

Lesley Simpson reconoció la prioridad del trabajo de otros eruditos, que se remontan hasta Humboldt y Lucas Alamán, cuando puntualizó en su prólogo a la traducción al inglés del libro de Chevalier (1966, vi): "En el libro hay pocos datos sorprendentes o inesperados y, de hecho, difícilmente podrían serlo".

Por historia institucional entendemos los marcos explícitos en los que ocurren las interacciones sociales y económicas, representados por leyes o reglamentos escritos que pueden o no ser congruentes con los usos aceptados. Para una discusión elocuente de la diferencia entre historia institucional e historia social, ver Lockhart, 1972.

Más tarde se nos dijo que la contracción económica en la Nueva España fue un eco de la depresión que hizo presa a Europa en el siglo XVII (Chaunu y Chaunu, 1955-59; Stein y Stein, 1970). Ultimamente se ha cuestionado un poco esta teoría de la vinculación entre la depresión económica en el Viejo Mundo y el Nuevo (Bakewell, 1971), pero el hecho es que todavía no sabemos lo suficiente respecto a la historia económica del México del siglo XVII como para decidir en un sentido o en otro. Para conocer más detalles al respecto, ver más abajo, sobre todo la bibliografía relacionada con la historia rural. En cuanto a México y la "crisis general", ver Israel, 1979.

Después, Cook y Borah (1974-80) profundizaron y abundaron en la investigación de este fenómeno. Además, el escenario general que los demógrafos históricos de Berkeley establecieron para el centro de México se ha aplicado en otras partes de América Latina, particularmente en lo que concierne al área andina (Dobyns, 1963; Watchel, 1977; N.D. Cook, 198l). Se ha despertado un acalorado debate al respecto; para algunas críticas interesantes, ver Rosenblat, 1945, 1967; Henige, 1978; Zambardino, 1980. Pese a las críticas, el escenario general que bosquejó para México la escuela de Berkeley, y que otros estudiosos extendieron a otras áreas de América Latina, todavía se acepta generalmente tanto en literatura especializada como en trabajos sintéticos (McNeill, 1976; Sánchez-Albornoz, 1974). Una de las razones por las que continúa esta aceptación es que el escenario de grandes números y un declive rápido explica convincentemente gran parte de la forma de la sociedad colonial.

A lo que me refiero específicamente es a los registros notariales, que han resultado extremadamente valiosos para reconstruir la vida económica rural, pese al hecho de que su estudio le lleva mucho tiempo al investigador. No fue sino hasta fines de los años sesenta cuando se empezaron a usar sistemáticamente los registros notariales; ver Spanish Peru, de Lockhart (1968).

Los historiadores y los geógrafos norteamericanos han invertido un gran esfuerzo en estudiar la hacienda y su tecnología (Denhart, 1951; Morrisey, 1949, 1951; Bishko, 1952; Brand, 1961); la historia de los precios ha recibido cierta atención (Borah y Cook, 1958); se siguió escribiendo sobre el otro tipo, más antiguo, de la historia local muy tradicional (Amaya, 1951); y Lesley Simpson (1952) y Eric Wolf (1959) escribieron dos amplios ensayos sobre la historia económica del centro de México.

Para ser justos con Chevalier, cabe recordar que había puesto cierta atención en el problema de la diversidad regional de la estructura de la hacienda y había insinuado muy brevemente la naturaleza simbiótica del peonaje por deudas (1952). Pero la obra de Chevalier puso claramente tanto énfasis en la hacienda del norte y en su matriz social, que en el proceso de derivar de tal obra un modelo o tipo ideal de la hacienda mexicana, otros investigadores han tendido a simplificar sus comentarios sobre el tema quizá más de lo que amerita.

El estudio de los grupos elitistas y de sus papeles en la sociedad colonial ciertamente no era nuevo, como lo demuestra la gran cantidad de energía que han dedicado los especialistas al estudio de las vidas de virreyes, religiosos, nobles prominentes, grandes clanes familiares, etcétera. No obstante, lo que Brading y otros han hecho al "socializar" los estudios de las élites (aparentemente bajo la influencia de historiadores sociales europeos de la estatura de Lawrence Stone, 1965) es investigar la estructura interna y los orígenes de tales grupos como una clase o modelo social de la propiedad.

Para comentarios excelentes y sucintos sobre este debate, ver Mörner, 1973, 208-12.

Ver también Bartra, 1974; Carmagnani, 1976; y para un breve tratamiento provocativo de las tendencias de la historiografía de la hacienda mexicana, ver Brading, 1978, 1-13; ver también Mörner, 1973 y Bazant, 1972.

Cuando las conferencias no se han dedicado completamente a México o a la historia agraria, estos puntos han figurado en forma prominente: Roma, 1972 (Florescano, 1975); Cambridge, 1972 (Duncan y Rutledge, 1977); Pátzcuaro, 1978 (Frost, Meyer y Vázquez, 1979); El Colegio de Michoacán, 1982 (ver Zamora en la próxima publicación de esta conferencia).

En una época en la que los eruditos que estudian estas propiedades se consideran afortunados cuando pueden ocupar lotes dobles en las atestadas ciudades universitarias, el mero tamaño de las haciendas del norte es verdaderamente impresionante. A veces se describen de manera comparativa como "dos veces más grande que Bélgica" o "tres veces más grande que todo el estado de New Jersey".

En general, el modelo de los anillos de von Thünen se podría aplicar en muy gran escala a toda la Nueva España, sustituyendo un solo centro urbano con la variable de la densidad demográfica indígena antes de la Conquista; supuestamente se vería una relación inversa entre el tamaño de las propiedades y el aumento de la densidad. Para aplicaciones de este modelo a escala regional, ver Brading, 1978, 20, y Van Young, 1981, passim; ver también Ewald, 1977.

Para tener algunos puntos de comparación respecto a las técnicas administrativas y agrícolas de los jesuitas, ver la obra de Cushner sobre Perú, 1980; ver también la obra de Berthe sobre México, 1966.

En The Theory of Peasant Economy (1966), el economista A. V. Chayanov desarrolló la idea de la economía familiar. Para un resumen conciso de este trabajo, ver Kerblay, 1971, y para una interesante aplicación a México, ver Brading, 1978.

No quiero decir que el acceso a los medios de producción y el acceso a la tecnología no estén relacionados en el caso del México colonial, o que la tecnología constituyera una variable exógena en el sistema económico rural. Las economías de escala en la producción agrícola, por ejemplo, relacionan las variables distributivas y las tecnológicas porque el acceso al capital y a los mercados, así como las consideraciones de productividad determinarían lo adecuado de una tecnología.

Aun en el norte, donde se podría esperar que prevaleciera el patrón de riqueza en la forma de propiedad rural autosuficiente, la mayor parte de las evidencias apuntan hacia el punto de vista de que estas propiedades y otros tipos de riqueza eran complementarios, en vez de excluirse mutuamente; ver, por ejemplo, Charles Harris, 1975 y Altman, 1972, 1976. Para otras áreas de México, ver Brading, 1971, 1978; Ladd, 1976; Van Young, 1978, 1981; Lindley, 1982; Kicza, 1982, 1983; y el trabajo de Romero de Terreros, más antiguo (1943), pero valioso.

Para más detalles al respecto, ver Mörner, 1973, 192-94.

Se ha tendido a suponer que, aunque el capital colonial (y, más tarde, nacional) ocupaba una posición clara de primacía en la red urbana de México, la vida social de las ciudades provincianas emulaba la de la Ciudad de México, si bien en una escala reducida. Esta suposición me parece cuestionable, ya que la vida institucional de las provincias era un poco tenue en comparación con la de la capital, y que la supremacía misma del capital tendería a deformar tanto a la sociedad provincial que su parecido con la ciudad prócer habría sido imperfecto, en el mejor de los casos. Para algunas consideraciones respecto a esta anomalía en un contexto ligeramente distinto, ver el artículo de Van Young que aparecerá pronto en la Memoria del III Coloquio.

En lo concerniente a la concesión de préstamos eclesiásticos en la agricultura, ver Van Young, 1981; Linda Robinson, 1979, 1980. Costeloe, 1967; y Florescano, 1971a (que tiende a darle rodeos al asunto), entre otros. La interrogante de si la cuantiosa cantidad de embargos de corporaciones eclesiásticas a que estaban sujetas las propiedades rurales en México de hecho representaban préstamos de capital líquido -es decir, dinero- garantizados por propiedades reales, o bien, en su mayor parte, donativos a la iglesia, o una combinación de ambas cosas, es complicada y hasta la fecha no se ha resuelto. Arnold Bauer (1971) ha señalado las complejidades de esta dificultad mayormente técnica, y en un volumen próximo a aparecer tratará este punto, entre otros, en relación con la historia económica de la iglesia en América Latina. Para el tema general del crédito agrícola en México, ver también la recopilación documental editada por Chávez Orozco, 1953-58.

Al analizar los patrones de propiedad y producción agrarias, sobre todo desde el punto de vista de la dicotomía feudal-capitalista, los investigadores a veces tratan falazmente de hacer que ambos enfoques se apliquen al mismo tiempo. Por ejemplo, Robert Keith dio a entender que en la costa de Perú, en el siglo XVI, cuando la agricultura en gran escala era rentable, se aplicaban consideraciones capitalistas de optimización económica; mientras que cuando la agricultura no era rentable, el proceso de toma de decisiones económicas se regía por principios feudales (1976). Esta dicotomía, que no se adjudica a ningún tipo de gradiente temporal o de desarrollo, sino simplemente a la ausencia o presencia de un mercado, parece muy improbable. Además, en el caso de la costa norte de Perú, que Keith considera feudal y no orientada al mercado, así como en otros casos de áreas retrasadas que tienen las mismas características, nuestro desconocimiento de la tecnología que se usaba en ese entonces (prácticas ganaderas particularmente extensivas), hace que sea un poco riesgoso caracterizar estas áreas como feudales. Es decir, que los poseedores adquirieran tierra aparentemente para engrandecer su imagen social, de hecho puede considerarse como una estrategia tecnológica racional en un medio que exigía prácticas de agricultura extensivas.

Puede argüirse que, lejos de ser incompatibles, el prestigio y la condición elitista aseguraban el acceso al crédito y al capital, e incluso a la fuerza de trabajo y los mercados. Por ejemplo, sería interesante saber si los grandes terratenientes que con gran frecuencia hacían piadosos donativos a la iglesia y le enviaban a ésta a sus hijos e hijas a fin de aumentar su propio prestigio social hubieran preferido el acceso a los créditos eclesiásticos; por desgracia, no podemos resolver esta interrogante debido a que aún no sabemos lo suficiente respecto a los patrones de crédito eclesiásticos. Para el crédito eclesiástico en la región de Guadalajara, ver especialmente Linda Robinson, 1979, 1980; para el crédito personal y los vínculos familiares en la misma región, ver Lindley, 1982 y Van Young, 1981; para la Ciudad de México, ver las obras de 1982 y 1983 de Kicza y su disertación doctoral de 1978.

Frank adopta el punto de vista originalmente planteado por Silvio Zavala, e incluso antes por Jan Bazant (ca. 1950) de que la hacienda mexicana siempre fue capitalista y no feudal (Molina Enríquez y otros a través de McBride, Simpson, y el resto). El principal argumento teórico del libro, es decir, que el crecimiento del sistema de la hacienda en México fue una respuesta a la exigencia de que el país se integrara al "sistema capitalista mundial", es la parte más débil de este tratado, ya que las propias pruebas presentadas por Frank tienden a indicar lo opuesto -que la agricultura mexicana en general, especialmente en el siglo XVII, experimentó una especie de crecimiento autóctono que no estaba fuertemente vinculado con el mundo exterior, ni siquiera a través del sector minero.

Para una interesante discusión reciente de los aspectos teóricos del asunto desde un punto de vista marxista, ver Cardoso y Pérez Brignoli 1979 (en particular el Vol. 1, Cap. 1), varios ensayos en la compilación de 1979 de Florescano, y Semo, 1973.

Ver Bloch, 1966; Duby, 1962; Kula, 1970; North y Thomas, 1971; y para un tratamiento comparativo del sistema señoril europeo y de las propiedades rurales latinoamericanas, ver Kay, 1980. Sobre el norte de la Nueva España, ver Algier, 1966; ver también Mörner, 1973.

Para comentarios sobre las similitudes y las diferencias entre la encomienda madura y la hacienda, ver Lockhart, 1969 y Keith, 1971.

Cabe admitir que, en lo que se refiere a las instituciones laborales del campo, donde la tendencia revisionista parece más fuerte es entre los no marxistas, sobre todo los norteamericanos, quizá porque las ideas marxistas han influido menos en ellos que los conceptos de las ciencias sociales que tienen un sello funcionalista. Para los mexicanos, este tipo de ciencia social "pura" puede parecer un lujo discorde con el legado histórico que viven cotidianamente.

Todavía no está bien desarrollada la literatura referente a las desviaciones y las protestas sociales en el México prerrevolucionario, aunque varios historiadores han realizado algunos esfuerzos en ese sentido. William Taylor, en particular, ha abierto una gran brecha con sus estudios comparativos de los patrones regionales de desviación, actos delictuosos y rebelión (1979, 1981a, 1981b; ver también Klein, 1966); el estudio de 1957 de Martin, algunas observaciones incidentales interesantes de Florescano (1969b) y el artículo de 1965a de Berthe proporcionan información útil sobre la vagancia y el bandidaje en el campo. Mi breve estudio de 1980 describe detalladamente un crimen perpetrado en una hacienda a mediados del siglo XVIII; mientras que Bazant ofrece un interesante relato de un levantamiento en una propiedad rural del siglo XIX en la región de San Luis Potosí. Existe una enorme distancia entre la literatura sobre la historia mexicana de fines del periodo colonial y la de principios del periodo nacional, debido a la falta de estudios que relacionen las condiciones agrarias de fines de la era colonial con la insurrección de 1810 y la composición social general del movimiento insurgente. Apenas hace quince años, el estudio de Hamill sobre la revuelta de Hidalgo -que de otra manera habría sido excelente- práticamente pasó por alto el papel de las condiciones sociales y económicas rurales en el fomento del movimiento de independencia, y se concentró en las quejas y la movilización de grupos elitistas (más adelante, en la reimpresión de 1981 de su libro, reconoció el surgimiento de nuevos temas de investigación). Es menos comprensible el tratamiento excesivamente ligero que Domínguez les dio a las condiciones socioeconómicas en su estudio comparativo del movimiento de independencia hispanoamericano (1980), especialmente ante el rico acervo documental que se produjo en el ínterin. Desde 1966 se han realizado algunos esfuerzos notables, aunque tentativos, de analizar socialmente el movimiento insurgente y de relacionarlo con los cambios y las tensiones en el campo (ver artículo anterior de Wolf, 1957; Di Tella, 1978; Taylor, 1981a; Hamnett, 1970, 1980; Tutino, 1980; Brading, 1973b, 1978; Florescano, 1978). Para dos tratados sobre la inquietud agraria nacional durante el siglo XIX, ver Meyer, 1973 y Reina, 1980.

Respecto a este punto teórico, ver Mörner, 1973, 210-12.

Con "atenuación de los lazos institucionales", quiero decir simplemente que la población y, por lo tanto, la trama de relaciones sociales, quizá era un poco débil en los distritos rurales, con lo cual quedaba un vacío que era sumamente fácil de llenar con la propiedad rural. Las cifras de densidad demográfica serían una medida aproximada de esta debilidad. Comparemos el caso de México con el de Francia alrededor de 1800. Francia, con una población mucho mayor que la de la Nueva España (más o menos 27 millones) pero un territorio mucho menor (unos 551,670 kilómetros cuadrados), tenía una densidad demográfica de 127 personas por 2.590 kilómetros cuadrados. Por otra parte, el área central de México (incluyendo las intendencias de México, Puebla, Oaxaca, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Yucatán, Guadalajara, Veracruz, Valladolid y el gobierno de Tlaxcala, pero excluyendo las zonas norteñas de Nuevo México, Texas, California, etcétera) abarcaba en total alrededor de 2,072,000 kilómetros cuadrados y tenía una población aproximada de 5,760,400, lo cual arroja una densidad de 7 personas por 2.590 kilómetros cuadrados (Florescano y Gil, 1974, 97-98). En las provincias más pobladas, por ejemplo la intendencia de Guanajuato, la densidad demográfica de México nunca pasó de 50 personas por 2.590 kilómetros cuadrados. Aun tomando en cuenta los efectos de las divergencias en los patrones de urbanización y lo controvertido de las cifras de población generales de México, la diferencia entre los dos países es enorme. Este contraste con los patrones demográficos europeos a menudo no se menciona, pero tiene que haber significado que el grado de aislamiento y de intimidad de las relaciones sociales en los distritos del país era considerablemente mayor que en las regiones contemporáneas del Viejo Mundo.

Es interesante hacer notar que la encomienda como antecedente de la gran propiedad rural ocupa un lugar mucho menos prominente en los trabajos recientes sobre la historia agraria del México colonial que en los que se ocupan de Perú (Burga, 1976; Keith, 1976; Ramírez-Horton, 1977; Davis, próximo a publicarse; Lockhart, 1968) o incluso de Chile (Góngora y Borde, 1956; Góngora, 1970; Bauer, 1975). Sin embargo, es posible encontrar algunas excepciones de esta generalización (Lockhart, 1975; y algunos de los ensayos de la compilación de 1976 de Altman y Lockhart).

Todavía sabemos relativamente poco de los movimientos salariales y de precios en México antes de 1700 (Borah y Cook, 1958; Gibson, 1964; Barrett, 1970); pero lo que sí sabemos se complica considerablemente con cuestiones relativas a niveles nominales, producción y salida de plata y la situación monetaria general de la Colonia. Como sucede en muchos otros casos, tanto la información como las investigaciones aumentan considerablemente a medida que nos adentramos en el siglo XVIII (Florescano, 1969b; Pastor et al. 1970; Hamnett, 1971a; Brading y Wu, 1973; Galicia, 1975). El tema de los salarios rurales durante las primeras décadas del siglo XIX ha sido relativamente bien cubierto (Charles Harris, 1975; Bazant, 1975; Tutino, 1979; Cross, 1979), pero nuestros conocimientos respecto a los niveles de precios hasta el Porfiriato son débiles. En cambio, los ciclos y las crisis agrícolas, con sus variaciones de precios típicamente agudas, han recibido mucha atención, particularmente en las obras de Florescano, 1968a, 1968b, 1969b y en Brading y Wu, 1973.

¿El análisis que Wittfogel practicó en 1981 en torno a las sociedades "hidráulicas", aplicado, por ejemplo, al México colonial y posrevolucionario, arrojaría un escenario de involución agrosocial durante el periodo colonial y la mayor parte del siglo XIX, seguido de un resurgimiento de la sociedad hidráulica y de las estructuras estatales y sociales que lo acompañan? Todavía nadie ha intentado un análisis de tal índole.

Hasta la fecha, la mayoría de los historiadores latinoamericanos han eludido la historia agraria comparativa o los estudios comparativos de la estructura social rural. En cambio, los sociólogos y los antropólogos en general han sido más arrojados para generalizar y usar el método comparativo (Bartra, 1974; Stavenhagen, 1970). El tratamiento comparativo de la revolución y los levantamientos políticos desde el punto de vista de la estructura agraria histórica subyacente, que en 1966 Moore realizó de una manera tan elocuente para Europa, Estados Unidos y Asia, todavía no ha ido mucho más lejos en el caso particular de América Latina o de México (Wolf, 1969; Landberger, 1969). Ver también la nota 33 del presente artículo.

Aún no se ha aborado explícitamente el estudio de tales relaciones de poder en la era colonial en México, pero respecto a otras áreas siguen haciéndose esfuerzos en este sentido (Ramírez-Horton, 1977, trabajo en proceso; Klarén, 1973; Stein, 1957).

Para una interesante discusión de éstos y de otros problemas, ver los capítulos introductorios de la obra de 1969b de Florescano, que versan sobre el método.

Se pueden obtener resultados un poco mejores con información de agencias de archivos centralizados, o de entidades corporativas que han existido durante largos periodos ininterrumpidamente. En el primer caso, se ha hecho buen uso de registros de precios e impuestos y de otra índole mantenidos por la iglesia (diezmos) y por las agencias del gobierno municipal (registros de alhóndiga, pósito y abasto, entre otros). Para algunos ejemplos, ver Florescano, 1969b; Brading, 1978; Barrett, 1974; Van Young, 1979, 1981; Hamnett, 1971a; Pastor et al., 1979. En el segundo caso son particularmente útiles los registros de propiedades de los jesuitas; ver, por ejemplo, Konrad, 1980; James Riley, 1976; Blood, 1972. Para el Marquesado del Valle, ver Barrett, 1970; García Martínez, 1969; G. Michael Riley, 1973.

Uno de los problemas que afronta actualmente el investigador de la historia rural es el de construir una especie de serie o de estructurar de otra manera vastos conjuntos de datos que aparentemente no son cuantificables debido a que cada parte de información es discreta. Tal dificultad es sumamente obvia en el caso de los registros notariales, que, como se ha comprobado, revisten gran valor para esos estudios; sin embargo, la información puede manejarse en computadora (ver, por ejemplo, Hyland, 1979).

Estos tres enfoques básicos fueron bosquejados brevemente por Lockhart, aunque en una forma menos refinada y no refiriéndose exclusivamente a la historia de las propiedades rurales (1972, 23, 27).

En lo que concierne a los jesuitas, ver también Tovar Pinzón, 1971; Maya, 1976; y Benedict, 1970; para otras corporaciones eclesiásticas, ver Lavrin, 1966, 1973, 1975; y Ewald, 1976.

Sucede lo mismo, por ejemplo, en el caso de la obra, de otra manera interesante, que Serrera publicó en 1977 sobre la industria ganadera de la región de Guadalajara durante fines del periodo colonial. Si bien su información es amplia y su tratamiento tiene bases sólidas, el error analítico fundamental de Serrera es que se concentra casi totalmente en el desarrollo de la industria ganadera y en el comercio de exportaciones, y excluye otros factores de igual o mayor importancia, como son el crecimiento de los mercados locales, los patrones de uso de la tierra, las actividades agrícolas y las prácticas laborales. El resultado es que su trabajo finalmente no explica de modo convincente los cambios sectoriales que decidió estudiar. Ver Van Young, 1979, 1981.

Cabe decir que en la tradición de los estudios subregionales intensivos se observan por lo menos dos variantes identificables. La primera, generalmente denominada historia local, lleva un sello claramente anticuario y suele tener el estilo y el sabor de la historia patria diminutiva -pasional y narrativa, en vez de analítica, y con énfasis en la excentricidad y el carácter locales. Cualquier pueblo o ciudad de México de buen tamaño puede tener sus cronistas y apólogos. La segunda variante, cuyo exponente más articulado de los últimos tiempos es Luis González, es la microhistoria. Dos ejemplos excelentes recientes son Pueblo en vilo, de González (1968) y Guaracha, de Heriberto Moreno García (1980), que cubren áreas muy bien delimitadas de Michoacán sobre todo refiriéndose al siglo XIX. La diferencia entre las dos variantes es que la historia local de carácter tradicional, anticuario, por lo general ignora temas regionales o nacionales que se reflejan en las realidades locales; mientras que la microhistoria trata de ver lo general en lo particular, aunque en la práctica el interés de sus exponentes en el genio y el colorido de la vida local suele ir más lejos del que requeriría el estudio directo de un caso.

Uno de los primeros que emplearon sistemáticamente esta clase de documentación fue James Lockhart, en sus estudios de Perú a principios de la era poscolonial (1968 y 1972).

Para comentarios en torno de la utilidad de los juicios hipotecarios como fuente de información sobre la historia económica rural y sus límites, ver Van Young, 1981, 316-18.

Para conocer otros trabajos relativos a la oferta de carne y de granos, que también se basan fundamentalmente en fuentes institucionales, ver Dusenberry, 1948b; Chávez Orozco, 1954-59; Florescano, 1965a; Calvento Martínez, 1966; y Vázquez de Warman, 1968.

Para tener una idea un poco más optimista de este asunto, ver Lockhart, 1972, 31. La compilación de historias de la vida real de personas comunes y corrientes de diversas áreas de América Latina y de las colonias inglesas en América, editada por David Sweet y Gary Nash en 1981, muestra lo que puede hacerse en este sentido; pero yo diría que aún son bastante estrechos los límites de este tipo de historia social.

Mörner planteó la misma pregunta hace diez años (1973, 193), y parece que todavía no se ha contestado.

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Publicado

1986-03-31

Cómo citar

Van Young, E. (1986). La historia rural de México desde Chevalier: historiografía de la hacienda colonial. Historias, (12), 23–66. Recuperado a partir de https://revistas.inah.gob.mx/index.php/historias/article/view/15204

Número

Sección

Ensayos