Publicado 1983-03-31
Palabras clave
- Economía,
- Estado,
- Historia de México,
- Nueva España,
- Revolución Mexicana
Cómo citar
Resumen
Como Borges de Buenos Aires, así los mexicanos de la segunda mitad del siglo XX podrían tener la sensación de que nunca empezó el estado mexicano: parece tan eterno como el fuego o el aire. Es probable que no haya habido en la vida de esos mexicanos ninguna cosa tan ramificada e inevitable como la presencia -cívica o punitiva, burocrática o corruptora, caciquil o modernizante de su estado político actual. Antes de la llegada de la televisión y después del repliegue de la iglesia ninguna organización ha tenido tanta realidad cotidiana en la masa de impulsos colectivos de México como el horizonte múltiple del poder político. Pasión política, catecismo ideológico, ocasión de prestigio, respeto y enriquecimiento, lugar de concesiones y favores, leyes y obras públicas, códigos de la lealtad y la supervivencia, del triunfo o la derrota: el arsenal básico de la experiencia y las creencias activas del país, ha pasado por, o provenido de, la organización política. Dice un lugar común de la historia estadounidense que el talento y la energía creadora de esa sociedad se han encaminado de modo preferente a los negocios, verdadero campo de prueba y de reconocimiento social. Podría decirse, a la inversa, que en el caso de México el grueso del talento, de la ambición, de la voluntad de triunfo y reconocimiento, se ha dirigido hacia la política y el gobierno, centro de los valores y las consagraciones de la sociedad, alcanzado el cual todo lo demás viene por añadidura: negocio y prestigio, seguridad y poder. Ese distinto reparto de la energía no es, supongo, sino la expresión de que el eje de la vida mexicana ha sido siempre y sigue siendo el jeroglífico de la dominación política, la posibilidad o imposibilidad de gobernar, de introducir un orden, una ley y una autoridad común en el inverosímil mosaico de contraposiciones y desigualdades que la nación arrastra desde su fundación. Todo parece surgir de que la incorporación de México a la corriente de occidente se haya realizado mediante una conquista que, pese a toda su crueldad y sus terribles consecuencias demográficas, no pudo darse sino por la simbiosis del conquistador con las civilizaciones previamente desarrolladas en el territorio.
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Referencias
- Barbara y Stanley Stein, La herencia colonial de América Latina, México, siglo XXI, 1970, p. 72.
- Wendell Karl Gordon Schaeffer, "La administración pública mexicana", Problemas agrícolas e industriales de México, vol. VII, n. 1, enero-marzo de 1955.
- Barbara y Stanley Stein, op. cit., p. 79.
- Ibid. pp. 72, 73, 80.
- Lucas Alamán, Historia de Méjico, México, Editorial Jus, 1966, pp, 38-39.
- Juan Felipe Leal, La burguesía y el estado mexicano, México, Ediciones "El Caballito", 1972, p. 56.
- Jean Meyer, John Womack, "Diálogo sobre historiografía de la revolución mexicana", Casa del Tiempo, 3, noviembre de 1980, p. 5.
- T.G. Powell, El liberalismo y el campesinado en México (1850-1876); México, Sepsetentas, 1974, pp. 151 y 153.
- Arturo Warman, Y venimos a contradecir, México, Ediciones de la Casa Chata, 1976, p. 16.