La relación Hegel-Marx y las interpretaciones de la historia latino-americana
Palabras clave:
Estado, Hegel, Latinoamérica, Marx, Marxismo, PolíticaResumen
Es suficiente ser discretos conocedores tanto del pensamiento marxiano como de la historia latinoamericana para no asombrarse ante el hecho de que una de las claves interpretativas de mayor importancia teórica, para introducirse en el vasto e intrincado mundo de las relaciones entre el marxismo y América Latina, tiene sus remotos (pero esenciales) orígenes en la relación entre el pensamiento de Hegel y el de Marx.
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Citas
Karl Marx, Opere filosofiche giovanili, a cargo de Galvano della Volpe, Roma, Riuniti, 1963, p. 104. [véase en español. Crítica del derecho del estado de Hegel, en Carlos Marx, Escritos de juventud, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 402]
Recordemos que la sociedad civil hegeliana es un sistema no solamente económico sino también jurídico- administrativo e institucional, y por lo tanto es denomina da tanto Gesellschaft como Staat.
Indicaciones que tengan en cuenta las elaboraciones críticas marxianas sobre la sociedad civil en sus diversas formas históricas —por lo tanto indirectamente de mucha utilidad para nuestra comprensión de la relación entre sociedad civil y estado en América Latina y para sopesar, en suma, "su uso historiográfico y práctico-político"— pueden encontrarse en el trabajo (curiosamente no traducido, hasta donde yo se, ni en Italia en América Latina) de F. Tönnies, Marx, Jena, 1921, y en el ensayo de N. Bobbio, "Gramsci e la concezione della societá civile," en AA.VV., Gramsci e la cultura contemporánea, Roma, Riuniti, 1969, vol. I. [véase en español, "Gramsci y la concepción de la sociedad civil", en AA.VV., Gramsci y las ciencias sociales, México, Cuadernos de Pasado y Presente, núm. 19, 1974]
Aun apreciando el trabajo de reconstrucción filológica tendiente a dar una imagen más verdadera y "progresista" del Hegel "jurídico-político", desarrollado por K.H. Ilting (Hegel diverso, Bari, Laterza, 1977), creo, sin embargo, que permanecen válidas las observaciones de De Ruggiero según las cuales Hegel, "como buen súbdito prusianizado de la era de la Restauración... en la determinación de la estructura constitucional del estado, tiene siempre ante sus ojos, aun en las más abstractas generalizaciones, al estado alemán... en el cual el monarca, con la ayuda que emana directamente de él, reina y a la par gobierna; la representaciones populares colaboran y controlan en una esfera subordinada" (G. De Ruggiero, G. G. F. Hegel, Bari, Laterza, 1951, p. 198). Pero sobre la "filosofía prusiana" de Hegel y sobre la convivencia, en su pensamiento, de Revolución y Restauración, véase G. Bedeschi, Política e storia in Hegel, Bari, Laterza, 1973, cap. V.
Aricó emplea la óptima edición crítica preparada, traducida y anotada por Pedro Scarón de los escritos de Marx y Engels sobre América Latina (Materiales para la historia de América Latina, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, núm. 30, 1 972), que el mencionado Scarón agrupa en 15 capítulos (de los cuales mencionaré algunos para información del lector: "La América india", "El descubrimiento y la conquista", "Oro y plata", "La independencia" —con el tan discutido escrito de Marx sobre Bolívar—, "El comercio inglés", "La esclavitud en América", "La intervención contra el México juarista", etc.).
En las concepciones hegelianas de América convergen múltiples temas (asumidos con el iluminismo y romanticismo típicos de la época, pero también elementos de cultura político-económica: la exaltación del cristianismo re formado y de la ética protestante, hispanofobia y anglofilia, celebración de la expansión económica y de su papel en el mejoramiento del orden político, etc.), los cuales, en sustancia, desembocan en la concepción de la existencia de una antítesis radical entre América del Norte y América del Sur. La civilidad norteamericana refleja "el espíritu europeo", mientras que en la sudamericana reina la anarquía y el militarismo; el Sur ha sido conquistado, el Norte colonizado; en el Sur domina el catolicismo, mientras que en el Norte se difunde la Reforma. Estos conceptos tuvieron una notable fortuna y fueron adoptados incluso por mentes de gran lucidez como la de Tocqueville, quien, desde la perspectiva de su viaje por América (del Norte) escribía en la mitad de los años treinta del siglo XIX: "América del Sur no puede soportar la democracia... No existen en la tierra naciones más miserables que las de América del Sur." Para las visiones europeas de América y para los precedentes culturales y románticos del siglo XVIII que influyeron sobre Hegel, remito al trabajo ya clásico de A. Gerbi. La disputa del Nuovo Mondo. Storia di una polémica 11750-19001, Milán-Nápoles, Ricciardi Editore, 1956.[Véase en español, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica H750-1900), México, FCE, 1960].
El atributo "civil" (y, por el contrario, el empleo de su negación a la que se hace muy frecuentemente referencia para denominar, sobre todo en el siglo XIX, sociedad y pueblos no europeos) posee naturalmente en el pensamiento político-filosófico europeo cuando menos dos significados: por un lado indica una referencia al estado (de civitas), pero, por el otro, alude a una condición individual y, por extensión, colectiva, de educado, decente, avanzado, refinado, "civilizado" (de civitas).
Es posible intuir cómo estos procesos fueron sólo aparentemente absurdos e irracionales, puesto que en realidad estuvieron históricamente fundados. Sobre su originalidad y amplitud (económica e institucional, interna e internacional) puede verse el reciente y específico trabajo de M. Carmagnani, La grande iIlusione delle oligarchie. Stato e societá in America Latina. 1850-1930, Turín, Loescher Ed., 1981; véanse también Tulio Halperín Donghi, Hispa noamérica después de la Independencia, Buenos Aires, Paidós, 1972, y Marcos Kaplan, Formación del estado nacional. Santiago de Chile, 1969.
"Creo que a estas alturas, por lo menos para mí —concluye Franco— , resulta claro que los procesos históricos de constitución de los estados y, en ciertas regiones, de las naciones, anteceden y contribuyen a definir el sentido, la intensidad y la modalidad de surgimiento y desarrollo de las clases y sus conflictos, la política y sus espacios, las instituciones y su cobertura, la conciencia social y sus movimientos expresivos" (ibid., p. 30).
Se puede en efecto considerar que es en razón de este "efecto-trampa", debido a la extensión a la historia extra-europea de su crítica a la concepción hegeliana del estado, que Marx termina por sobreponer a los diversos tipos de estado elaborados por el constitucionalismo bolivariano aquellos estados históricos tan conocidos por él, como el monárquico prusiano (al que se alude, más arriba, en la nota 4) y césaro-papista. Aricó observa justamente: "No resulta difícil imaginar de qué modo el Bolívar que Marx construye debía ser el heredero arbitrario y despótico de aquella tradición político estatal contra la que siempre había combatido desde una doble perspectiva teórica y política" (p. 126). Una puntillosa y documentada reseña de los "errores" historiográficos de Marx pueden verse en dos trabajos clásicos (por lo demás, sin embargo, muy poco conscientes de los problemas que plantean) de A. F, Brice, El Bolívar de Marx, ampliado por Madariaga (Caracas, 1952) y Bolívar visto por Carlos Marx (Caracas, 1961).
Sobre este punto véanse los análisis —referidos a las sociedades peruana y mexicana, o sea a aquéllas donde prevalecen los elementos de identidad-unitariedad derivados de la larga tradición precolonial, colonial y poscolonial — desarrollados por M. Burga y A. Flores Galindo, Apogeo y crisis de la república aristocrática (Lima, 1 979) y A. Warman, ... y venimos a contradecir. Los campesinos de Morelos y el estado nacional (México, 1976).
Por otra parte, agrega Carmagnani, "la constante proyección hacia la hacienda por parte de los grupos sociales emergentes no se puede explicar exclusivamente sobre la base del alto rédito de la hacienda o por el hecho de que el contexto social y económico en el que se desarrolla la clase dominante está caracterizado por una relación ciudad-campo favorable al campo. A nuestro parecer la hacienda es el elemento central a partir del cual se organiza el poder social y no sólo social de la oligarquía, mientras el resto —participación en el sector bancario, comercial, etc.— es sólo un complemento, ya que sólo la hacienda, confiriendo señorío sobre los hombres, puede dar aquel prestigio que por ejemplo el comerciante no podrá jamás tener" (ibid., pp. 67-68). Por lo tanto, en este sentido, y contrariamente a lo que creen los viajeros (sobre todo ingleses) de la época, existe una diferencia sustancial entre el hacendado (oligarca) y el gentleman-farmer (burgués).
Esta es la tesis ampliamente sostenida por Ricaurte Soler, Idea y cuestión nacional latinoamericanas, México, Siglo XXI, 1980; véase particularmente el cap. 3.
Véase José Aricó, "La terza Internazionale", en I protagonisti della Rivoluzione: l'America Latina, vol. II, Milán, CEI, 1973; la "Introducción" a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, además del reciente ensayo publicado en el tercer volumen de la Storia del marxismo de Einaudi (Turín, 1981) "Il marxismo latinoamericano negli anni della III Internazionale".
En la definición que doy, por ejemplo, en el tercer capítulo (dedicado a Marx, Engels y al análisis de las formaciones anteriores y contemporáneas —en los espacios extra-europeos— al desarrollo del modo de producción capitalista "clásico") del primer volumen de Teoría e storia del "sottosviluppo" latinoamericano, Camerino-Jovene, 1981.