Y sin embargo hay fiesta
Abstract
En Tlalnepantla, Morelos, un Cristo crucificado casi de tamaño natural quedó sepultado bajo el ciprés —colapsado— del templo.
La comunidad se apresuró a sacar los fragmentos que pudo y apremió al párroco para que limpiara y reuniera las piezas desparramadas. La escultura fue resguardada y firmemente custodiada en una habitación
de la casa cural. El Cristo quedó en soledad, a la espera de su “autocuración”, como
dicen que hizo en algún momento hacia finales del siglo xix cuando, tras quemarse, se
recuperó en solitario...